martes, 17 de octubre de 2017

Entrevista: Ce Santiago, traductor de "Sobre lo azul", de William Gass

Dice Ce Santiago en su breve biografía que aprovechó los turnos de noche en la garita de un aparcamiento para estudiar filosofía. Que traduce con vistas al futuro, consciente de que escribir es un deporte de fondo en el que, como mucho, uno queda segundo. Además de su reciente traducción de Sobre lo azul, de William H. Gass), ha revisado y corregido las ediciones de Leonard Gardner y Rudolph Wurlitzer publicadas por Underwood. El resto del tiempo venera a su gata.

P: Antes que nada, haznos una breve presentación de tu vida anterior a la traducción, para que sepamos con quién nos la jugamos.

R: Uf… procuraré no extenderme mucho… a ver: fui, claro está, camarero y pizzaiolo, y chicuco en el restaurante del Teatro Real y en el comedor de RTVE; encargado de almacén en una distribuidora de libros tipo manuales para activar chakras y demás canalones; también encargado (¡!) en una, digamos, librería donde se vendían esos manuales… Luego cambié de aires y fui rutero; esto es, subía a la furgoneta de una empresa de paquetería de cuyo nombre no voy a acordarme (porque todas lo hacen) y conducía unos 1330 kilómetros diarios (o mejor dicho, nocturnos), de lunes a viernes. Por aquel entonces ya había abandonado Historia por Filosofía, de la sartén al fuego: me grababa a mí mismo en casetes recitando el temario, casetes que por la noche iba escuchando en la furgoneta. Un rutero con pasajes de Ser y Tiempo a todo trapo cruzando La Mancha a una media de 160 km por hora, figuraos. Cómo no iba a hacerme nietzscheano. Después mi perrita Abi y yo fuimos kioskeros en un centro comercial; y luego aparqué coches en un garaje: turnos rotativos (una forma de tortura moderna), cuando estaba de exámenes me pillaba el turno de noche para poder estudiar. Más tarde acarreé libros en la típica franquicia de centro comercial y, al borde de los ansiolíticos, me puse a dar clases de apoyo en una academia (hasta hace unos meses). También trabajé en un toro mecánico, en unas camas elásticas y en una pista de kars, y toqué la batería en una orquesta (pero me negué a ponerme chaleco). Aunque esto último «es cuento largo».
Y ahora voy y me meto a traducir. Lo que me faltaba ya.

P: ¿Por qué dar el salto a la traducción? ¿Se trata de una vieja aspiración, de una salida profesional como otra cualquiera, de un paso natural desde la experiencia de un lector bilingüe?

R: En realidad nunca me lo había propuesto, aunque haya en efecto motivos: en concreto dos. El primero es que un día me propuse traducir la entrevista que William Gaddis concedió a la Paris Review en el 86 para mandársela, en por entonces aún torpe agradecimiento, a mi amiga Laura, que fue quien me presentó (o quizás lo correcto sería decir me inoculó) a Gaddis; y el caso es que le pillé el gustillo al asunto. Así que me puse a traducir otras entrevistas a otros autores, artículos, relatos cortos, por las mañanas, antes de ir a la academia… y no tardé en percatarme de que en aquello existía un segundo motivo subyacente; me gusta… bueno, más bien necesito escribir (pese a que produzca poco o nada), pero a la vez era-soy-seré consciente de mis inmensas carencias y taras… así que la traducción enseguida se convirtió en la mejor forma de aprender no solo a leer mejor (porque el modo en que uno lee cuando traduce, la inmersión y la atención que presta al contenido y a la forma –sobre todo a la forma, en mi caso-, es incomparable a la del solo-lector), sino también a no escribir tan mal; de manera que me lancé a traducir novelas a pecho descubierto (alguna de ellas con anécdota incluida). De ahí que, además de como un oficio con unas implicaciones filosóficas-ficcionales realmente excitantes que me fascina y que de hecho no me deja dormir en paz, me lo tome como un lento aprendizaje.

P:¿Qué autores te atraen más como lector? Es decir, ¿de qué palo vas?

R: Me va el jondo en general y, como a Nietzsche, el martinete en particular; quienes experimentan con la forma, quienes no solo no olvidan sino que insisten en que la literatura es, ante todo, arte. Quienes me plantan uno, dos o varios peajes en la autovía del sentido, quienes me exigen mi parte como lector-espectador-proyector de la obra en tanto fenómeno. Bernhard me voló la cabeza y luego lo que quedó de ella, por ejemplo. Heráclito, el maestro. Al faro de Woolf. Sontag. Manhattan Transfer. Hawkes, cómo no. Novelas como Nog o como El padre muerto o como El cuaderno perdido me dejan varios años rumiando con las pupilas dilatadas… otra vez, veneración por William Gaddis. En fin, no lo voy a ocultar porque se me notaría más de lo que ya se me nota, siento una inevitable predilección por sea lo que sea eso que ha venido llamándose posmodernismo estadounidense. Y ahí está el señor Gass, entre otros y otras.    

P: Tu bautismo de fuego en la traducción ha sido nada menos que William Gass, un autor no precisamente fácil de traducir. ¿Con qué dificultades te has encontrado durante el proceso de traducción?

R: Ante todo, que nunca había tratado de hilar tan fino por puro respeto al autor, sin saber yo coser muy bien. Otra, que el libro estaba cargado de usos de blue que no existen en español, y no quería empantanar el texto con excesivas notas al pie, así que eso supuso sin duda un obstáculo. Pero creo que se ha solventado bien. Y, más que cualquier otra cosa, estaba el fantasma de la sobreinterpretación, que es algo que me aterra. Incluir en el texto cosas (y me refiero a palabras, a enunciados, a sintagmas) que no figuran en el texto únicamente para imponer un sentido al texto; esto es, propasarme con el texto, en mi propio beneficio. Ampliar o reducir frases sin que se notara demasiado con el fin de que me resultara un poco menos exigente resolverlo. Obviamente toda traducción es una interpretación (no hay traducciones, sino interpretaciones, podríamos tal vez parafrasear), y verter textos no conlleva una proporción léxica 1:1, pero no toda interpretación es una sobreinterpretación. Y cuanto más abstracta es una línea, mayor espacio se da para que se deslice este fantasma. Eso me obsesionó.    

P: Centrándonos en Sobre lo azul, ¿cómo definirías el libro? Es decir, si alguien por la calle te hace la famosa pregunta: ¿y de qué va? ¿Qué le dirías?

R: ¿Por la calle? Pues a bote pronto le diría que se parece a nadar a oscuras sin miedo a nadar a oscuras, que el libro es, ante todo, una tan bella como humilde declaración de amor-por-el-amor al lenguaje y la palabra, a la vez que una fenomenología de lo azul que va generándose a sí misma. Si a quien le dijera esto enviara señales inequívocas de que sigue prestando atención, le diría que, de hecho, por eso mismo escogí decir en el título lo azul, y no el azul porque sustantivar el adjetivo equivalía (al menos para mí) a otorgarle sustancialidad y, por extensión, ser propio al color. Y lo bonito es que, en el libro, ese ser-azul empieza en el azul antes que en el ser. En ese aspecto el libro es bastante platónico, el propio Gass lo reconoce. También que se parece un poco a La poética del espacio pero sin espacio. Aunque no sé si esto ayudaría a vender alguno, la verdad.     

P: En realidad el azul en este libro y la trama en la mayoría de los relatos de Gass son una tapadera que nos cuela de contrabando para hablar de lo que realmente le interesa, el lenguaje literario y su capacidad para ir más allá de la mera denotación para convertirse en símbolos a priori muy alejados de ese uso con el que se generaron.

R: Diana. Lo del uso a priori de los símbolos me gusta porque parece que coincide con lo de la autofenomenología que me he inventado más arriba, y porque, en efecto, en todo símbolo parece haber un espacio para lo semántico a priori. Leí una vez por ahí que lo dicho nunca está realmente dicho porque siempre puede ser dicho de otra forma. Y esta forma es a veces tan impredecible como enamorarse. Llamar la atención sobre esto y a la vez generar una obra de arte está al alcance de muy pocas personas: Gass es sin duda una de ellas

P: Y terminamos con nuestra pregunta de ficción: ¿qué libro o libros te hubiera gustado traducir?


R: Los reconocimientos (se veía venir). No sé, miles… El ruido y la furia. La pata del escarabajo. Los versos satánicos. La amante de Wittgenstein. Y por ahí quedan todavía bastantes que me gustaría intentar traducir. Crucemos los dedos metales.

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