El relato latinoamericano ha desembarcado con fuerza en España en los últimos años y uno de sus mejores exponentes es sin duda la argentina Mariana Enríquez, quien ha deslumbrado con su libro Las cosas que perdimos en el fuego, apuesta de Jorge Herralde —junto con el volumen de cuentos de Sara Mesa Mala letra— por un género que ha sido injustamente maltratado. Pero Mariana Enríquez no solo ha acercado el terror al lector más literario sino que también es una reconocida periodista cultural en su Argentina natal y autora de un fascinante libro sobre Silvina Ocampo, La hermana menor, que desde aquí recomendamos encarecidamente. De su profesión, su obra y otras muchas cosas hemos charlado con Mariana.
P: ¿Qué autores de terror te impulsaron a la
hora de decidirte a escribir cuentos de ese género?
R: Fundamentalmente Stephen King,
siempre me gustó cómo mezcla el realismo —tan clásico, tan norteamericano— con
el horror. Shirley Jackson, especialmente en su relectura de lo gótico. Las
hermanas Brönte: Emily y Charlotte son influencias claves para mí, yo leo Cumbres borrascosas como una novela de
terror. Y muchos autores contemporáneos como M. John Harrison, principalmente
en su tratamiento de la ciudad; Robert Aickman, por su absoluta libertad como
cuentista; Poppy Z. Brite, que ya no escribe pero sus adolescentes salvajes
fueron muy inspiradores; o JG Ballard, que no escribe estrictamente terror,
pero a mí me da mucho miedo y me impacta su lucidez. Y en español, los cuentos
de Cortázar, Silvina Ocampo, Borges. También, y mucho, los de Ray Bradbury, a
quien adoro.
P: ¿En qué espacios crees que se genera
mayor terror, en los cerrados o los abiertos (por ejemplo, los espacios
rurales)?
R: Eso depende. ¿Terror real o de
ficción? En la ficción creo que es indiferente o en todo caso, depende del
autor y las decisiones espaciales que tome. A mí me dan más miedo los rurales,
pero quizá porque los conozco menos.
P: ¿Eres lectora de Joyce Carol Oates, una
autora que cambia permanentemente de género? ¿Qué te parecen sus obras de
terror?
R: Me gusta Joyce Carol Oates y
olvidé mencionarla entre las influencias porque es imposible de encasillar.
Claro que mis influencias no sólo de escritores de género, ¡soy fan de Bruce
Chatwin!, y de William Faulkner, para mí el más grande. «Where are you going?
Where have you been?» de Oates me parece un clásico absoluto. Pero también me
gusta Foxfire. Y On Boxing, gran libro de ensayos.
P: ¿Crees que hay autores contemporáneos que
están renovando el género del terror?
R: Sé que hay fans del terror que
prefieren el cuento clásico; pero creo que el terror, como de alguna manera no es
un género central, da mucha libertad y eso permite experimentar. Hay autores
que arriesgan, como Stephen Graham Jones, Barron, Richard Gavin, Margo Lanagan,…
Hay más, especialmente en español, que me faltan leer.
P: Cuando te sientas a escribir un relato,
¿está todo organizado, «escrito» en tu cabeza o la trama se va desenvolviendo y
te conviertes en una lectora más que se sorprende a medida que avanzan las
páginas?
R: En un relato en general tengo
una idea clara de la trama y el final. En el camino los personajes me van
sorprendiendo. Hay un cuento que se llama «Tela de araña» donde, por ejemplo,
la protagonista refiere a insectos constantemente y eso estaba implícito en el
título pero no fue intencional: bueno, es lo que suele suceder con la
literatura. Pero sé adonde voy, creo que en los cuentos hay que saber, o al
menos yo tengo que saber, si no me pierdo. En las novelas sí me pierdo y me
sorprendo, pero sospecho que es la propia naturaleza de la novela.
P: ¿Cómo construyes Buenos Aires como
personaje?
R: Me gusta marcar la ciudad,
«hauntearla», a la manera de los psicogeógrafos, o de M. John Harrison o lo que
hace King con Maine. Buenos Aires es una ciudad muy diversa y eso permite que
como personaje sea muy variado: puede ser amenazante pero también liberador,
hermoso, intenso, es un lugar donde la gente puede perderse, donde hay cierta
violencia latente y cierta espectacularidad. Lo pienso como un castillo
encantado moderno.
P: ¿Cómo ha influido la dictadura argentina
en tus relatos (con episodios como las torturas, las desapariciones…)?
R: Mucho porque crecí en la
dictadura y creo que los miedos más poderosos se construyen en la infancia. Mi
familia no era militante pero sabía lo que estaba ocurriendo así que en casa se
vivía en un estado de alerta y de terror tratando de conservar una apariencia
de normalidad. Pero hay otros elementos: cuando la dictadura terminó, yo tenía
unos 9 años más o menos, hubo una suerte de «destape» —así se llamó— en el que
toda la información sobre esos años empezó a publicarse. Me dejaban leerla. Los
relatos de secuestros, torturas, centros clandestinos eran detallados, se leían
como ficción con el agregado espantoso de que todo era verdadero y cercano. Y
luego, de alguna manera, la dictadura sigue dando coletazos: el secuestro de
niños y su cambio de identidad, un método de los dictadores, hace que muchos
sigan desaparecidos hasta hoy, en ellos la dictadura sigue sucediendo. Son
hombres y mujeres de mi edad, apenas más jóvenes. También, cuando yo estaba en
la Universidad, un compañero, amigo muy cercano de mis amigos, yo lo conocía
apenas, fue secuestrado por la policía y asesinado pero su cuerpo nunca
apareció. Es un método que las fuerzas de seguridad argentinas ya no usan
sistemáticamente, pero a veces reaparece.
P: ¿La preocupante situación de las mujeres
en Argentina está motivando que escribas en la actualidad nuevos relatos? ¿Cómo
surgió la escritura del relato «Las cosas que perdimos en el fuego», una
historia que supera tristemente día tras día a cualquier ejercicio de ficción?
R: La verdad es que no. Por
supuesto me preocupa —aunque el número de mujeres asesinadas en otros países
del continente es mucho mayor— pero es un disparador más de mi ficción. Trabajo
con el realismo y lo cotidiano, también con la política, entonces la
problemática de la violencia contra las mujeres iba a aparecer, pero no la
considero un motivo. Es más bien parte de lo que capta mi antena.
P: ¿Manejas el lenguaje de manera distinta
dependiendo de si escribes relatos o no ficción?
R: Si. Cuando escribo relatos el
lenguaje es menos transparente, me atrevo a cierto lirismo, también a cierta
opacidad y ambigüedad.
P: Tradicionalmente el relato ha sido un
género algo maltratado, ¿crees que al fin los lectores están acercándose a él?
R: No sé si eso es cierto. Yo
vengo de un país de cuentistas —de una región de cuentistas en verdad: Borges,
Cortázar, Ocampo, Felisberto Hernández, Horacio Quiroga, Hebe Uhart, Fogwill…—
y todos son muy leídos e influyentes aún. Creo que cierta marginación del cuento
es una mezcla de decisión del mercado editorial con la instalación de ese
discurso o idea entre los lectores. Es posible que vendan menos, por ejemplo,
pero depende de qué universo literario estemos hablando. Cierto, ahora hay
muchos cuentistas con visibilidad. Pero creo que los cuentos de Salinger,
Cheever, Flannery O’Connor o Carson McCullers siempre fueron clásicos, ¿no? No
sé si diría que fue maltratado.
P: Leímos (y disfrutamos muchísimo) tu
biografía sobre Silvina Ocampo (La
hermana menor), ¿cómo llegaste a Silvina?
R: La leía, porque es una
escritora fascinante, aunque extrañamente yo no soy super fan, pero llegué a la
biografía por sugerencia de Leila Guerreiro. Yo quería trabajar con Leila, que
es amiga, y también tenía ganas de escribir un poco de no ficción e investigar,
estirar los músculos de periodista. Pero fue una sugerencia de ella. La pasé
muy bien investigando y leyendo a Silvina durante seis meses.
P: ¿Deseas volver a escribir pronto una
biografía?
R: ¡No! Es muchísimo trabajo. A lo
mejor de algún músico pero casi todos los que me interesan están ya muy bien
contados. Quizá sí me gustaría hacer algún perfil extenso, pero no un libro.
Por ahora: soy muy cambiante.
P: ¿Tu profesión como periodista cultural ha
influido de alguna manera en tu manera de escribir ficción?
R: No lo sé. Es algo que me
preguntan seguido y quizá los demás lo noten más que yo. En mi experiencia
personal son dos actividades muy distintas; creo que la diferencia básica entre
el periodismo y la literatura es que en el periodismo se escribe para otro y
existe una responsabilidad respecto de la información, los datos, el reporteo,
la opinión. Nada de eso existe en la literatura, al menos en la que yo hago en
este momento —porque también creo que la crónica y la no ficción pueden ser
literatura, por supuesto—. Quizá la influencia más clara se dé en dos
cuestiones algo laterales: que casi nunca me «bloqueo» (puedo escribir algo que
descarto o detesto, pero tengo incorporada la escritura disciplinada del periodismo);
y que por mi trabajo debo estar al día con lecturas de contemporáneos, lo que
me hace conocer a muchos escritores nuevos.
P: ¿Cómo ves el estado actual del periodismo
cultural? Especialmente, en Latinoamérica, donde hay revistas culturales de
mucho prestigio, como El Malpensante, Etiqueta Negra, Gatopardo…
R: El periodismo en general está
en crisis. En mi opinión se encuentra en un extraño estado de resistencia: yo
doy clases de periodismo cultural y tengo muchos alumnus, y a veces me pregunto
dónde van a publicar. Porque es cierto, esas revistas existen, pero son casi
las únicas y no es tan fácil publicar ahí. Creo que con la paulatina
desaparición del periodismo en papel el oficio debe reinventarse y también el
negocio, las empresas periodísticas deben buscar nuevas maneras de llegar a los
lectores y de emplear a los periodistas, que no se encuentran en las mejores
condiciones laborales. Es curioso que, quizá por esta crisis, hay un nuevo
espacio: el libro de crónicas. Conozco periodistas excelentes que, por ejemplo,
sólo han publicado sus crónicas e investigaciones en libros, sin pasar por otro
medio. América Latina tiene el privilegio de que aún la crónica importa pero no
escapa en mi opinión a la crisis general del periodismo.
P: ¿Puedes recomendarnos algún autor o libro
contemporáneo que te haya sorprendido especialmente?
R: En español, Las
esferas invisibles, de Diego Muzzio; Quema, de Ariadna Castellarnau; y Una casa en llamas, de Maximiliano
Barrientos. También Nuestro mundo muerto,
de Liliana Colanzi. En otras lenguas me gustaron mucho Eileen de Otessa
MoshFegh, la poesía de Warsan Shire, Little Star de John Ajvide Lindqvist, todo
Joy Williams e Iain Sinclair, At Fear’s Altar de Richard Gavin, The Beautiful
Thing That Awaits Us All de Laird Barron (estos dos últimos bien de género,
pero muy, muy extraños). Me gusta Laura Van der Berg. Tambień Joe Hill,
especialmente como guionista –Locke & Key es uno de mis cómics favoritos--.
Helen Oyeyemi. Steve Ericksson. Podría
seguir todo el día así que termino aquí.
Leí hace unos meses "Las cosas que perdimos en el fuego" y recuerdo que me perturbó.
ResponderEliminarTengo muchos familiares que emigraron en su día a la Argentina; algunos se asentaron en la ciudad de Buenos Aires para siempre; otros, entre ellos mi bisabuelo, regresaron. En el imaginario de mi familia materna esa ciudad ha sido siempre sinónimo de esplendor. Mi afición a la literatura está muy ligada a los escritores argentinos, en especial a Cortázar (¡Queremos tanto a Julio!), también a Roberto Arlt. Últimamente leí novelas de escritoras argentinas, como Maitena Burundarena, Inés Fernández Moreno, Valeria Correa Fiz, Claudia Piñeiro o la misma Mariana Enríquez, que me sirvieron para actualizar mi visión bonaerense... En general, estas mujeres escriben divinamente, las aplaudo.
Muchas gracias por esta entrevista, los relatos de Mariana los había leído en digital y ahora sé un poco más de su autora.
¡Hola! Me ha gustado tu blog y ya tienes una nueva seguidora ;) Me quedo por aquí y espero que puedas pasarte por mi blog y quedarte.
ResponderEliminarNos leemos. Kisses ^^