miércoles, 23 de noviembre de 2016

Entrevista: Mariana Enriquez, realismo y terror


El relato latinoamericano ha desembarcado con fuerza en España en los últimos años y uno de sus mejores exponentes es sin duda la argentina Mariana Enríquez, quien ha deslumbrado con su libro Las cosas que perdimos en el fuego, apuesta de Jorge Herralde —junto con el volumen de cuentos de Sara Mesa Mala letra— por un género que ha sido injustamente maltratado. Pero Mariana Enríquez no solo ha acercado el terror al lector más literario sino que también es una reconocida periodista cultural en su Argentina natal y autora de un fascinante libro sobre Silvina Ocampo, La hermana menor, que desde aquí recomendamos encarecidamente. De su profesión, su obra y otras muchas cosas hemos charlado con Mariana.

P: ¿Qué autores de terror te impulsaron a la hora de decidirte a escribir cuentos de ese género?

R: Fundamentalmente Stephen King, siempre me gustó cómo mezcla el realismo —tan clásico, tan norteamericano— con el horror. Shirley Jackson, especialmente en su relectura de lo gótico. Las hermanas Brönte: Emily y Charlotte son influencias claves para mí, yo leo Cumbres borrascosas como una novela de terror. Y muchos autores contemporáneos como M. John Harrison, principalmente en su tratamiento de la ciudad; Robert Aickman, por su absoluta libertad como cuentista; Poppy Z. Brite, que ya no escribe pero sus adolescentes salvajes fueron muy inspiradores; o JG Ballard, que no escribe estrictamente terror, pero a mí me da mucho miedo y me impacta su lucidez. Y en español, los cuentos de Cortázar, Silvina Ocampo, Borges. También, y mucho, los de Ray Bradbury, a quien adoro.


P: ¿En qué espacios crees que se genera mayor terror, en los cerrados o los abiertos (por ejemplo, los espacios rurales)?

R: Eso depende. ¿Terror real o de ficción? En la ficción creo que es indiferente o en todo caso, depende del autor y las decisiones espaciales que tome. A mí me dan más miedo los rurales, pero quizá porque los conozco menos.


P: ¿Eres lectora de Joyce Carol Oates, una autora que cambia permanentemente de género? ¿Qué te parecen sus obras de terror?

R: Me gusta Joyce Carol Oates y olvidé mencionarla entre las influencias porque es imposible de encasillar. Claro que mis influencias no sólo de escritores de género, ¡soy fan de Bruce Chatwin!, y de William Faulkner, para mí el más grande. «Where are you going? Where have you been?» de Oates me parece un clásico absoluto. Pero también me gusta Foxfire. Y On Boxing, gran libro de ensayos.


P: ¿Crees que hay autores contemporáneos que están renovando el género del terror?

R: Sé que hay fans del terror que prefieren el cuento clásico; pero creo que el terror, como de alguna manera no es un género central, da mucha libertad y eso permite experimentar. Hay autores que arriesgan, como Stephen Graham Jones, Barron, Richard Gavin, Margo Lanagan,… Hay más, especialmente en español, que me faltan leer.


P: Cuando te sientas a escribir un relato, ¿está todo organizado, «escrito» en tu cabeza o la trama se va desenvolviendo y te conviertes en una lectora más que se sorprende a medida que avanzan las páginas?

R: En un relato en general tengo una idea clara de la trama y el final. En el camino los personajes me van sorprendiendo. Hay un cuento que se llama «Tela de araña» donde, por ejemplo, la protagonista refiere a insectos constantemente y eso estaba implícito en el título pero no fue intencional: bueno, es lo que suele suceder con la literatura. Pero sé adonde voy, creo que en los cuentos hay que saber, o al menos yo tengo que saber, si no me pierdo. En las novelas sí me pierdo y me sorprendo, pero sospecho que es la propia naturaleza de la novela.


P: ¿Cómo construyes Buenos Aires como personaje?

R: Me gusta marcar la ciudad, «hauntearla», a la manera de los psicogeógrafos, o de M. John Harrison o lo que hace King con Maine. Buenos Aires es una ciudad muy diversa y eso permite que como personaje sea muy variado: puede ser amenazante pero también liberador, hermoso, intenso, es un lugar donde la gente puede perderse, donde hay cierta violencia latente y cierta espectacularidad. Lo pienso como un castillo encantado moderno. 


P: ¿Cómo ha influido la dictadura argentina en tus relatos (con episodios como las torturas, las desapariciones…)?

R: Mucho porque crecí en la dictadura y creo que los miedos más poderosos se construyen en la infancia. Mi familia no era militante pero sabía lo que estaba ocurriendo así que en casa se vivía en un estado de alerta y de terror tratando de conservar una apariencia de normalidad. Pero hay otros elementos: cuando la dictadura terminó, yo tenía unos 9 años más o menos, hubo una suerte de «destape» —así se llamó— en el que toda la información sobre esos años empezó a publicarse. Me dejaban leerla. Los relatos de secuestros, torturas, centros clandestinos eran detallados, se leían como ficción con el agregado espantoso de que todo era verdadero y cercano. Y luego, de alguna manera, la dictadura sigue dando coletazos: el secuestro de niños y su cambio de identidad, un método de los dictadores, hace que muchos sigan desaparecidos hasta hoy, en ellos la dictadura sigue sucediendo. Son hombres y mujeres de mi edad, apenas más jóvenes. También, cuando yo estaba en la Universidad, un compañero, amigo muy cercano de mis amigos, yo lo conocía apenas, fue secuestrado por la policía y asesinado pero su cuerpo nunca apareció. Es un método que las fuerzas de seguridad argentinas ya no usan sistemáticamente, pero a veces reaparece.


P: ¿La preocupante situación de las mujeres en Argentina está motivando que escribas en la actualidad nuevos relatos? ¿Cómo surgió la escritura del relato «Las cosas que perdimos en el fuego», una historia que supera tristemente día tras día a cualquier ejercicio de ficción?

R: La verdad es que no. Por supuesto me preocupa —aunque el número de mujeres asesinadas en otros países del continente es mucho mayor— pero es un disparador más de mi ficción. Trabajo con el realismo y lo cotidiano, también con la política, entonces la problemática de la violencia contra las mujeres iba a aparecer, pero no la considero un motivo. Es más bien parte de lo que capta mi antena.


P: ¿Manejas el lenguaje de manera distinta dependiendo de si escribes relatos o no ficción?

R: Si. Cuando escribo relatos el lenguaje es menos transparente, me atrevo a cierto lirismo, también a cierta opacidad y ambigüedad.


P: Tradicionalmente el relato ha sido un género algo maltratado, ¿crees que al fin los lectores están acercándose a él?

R: No sé si eso es cierto. Yo vengo de un país de cuentistas —de una región de cuentistas en verdad: Borges, Cortázar, Ocampo, Felisberto Hernández, Horacio Quiroga, Hebe Uhart, Fogwill…— y todos son muy leídos e influyentes aún. Creo que cierta marginación del cuento es una mezcla de decisión del mercado editorial con la instalación de ese discurso o idea entre los lectores. Es posible que vendan menos, por ejemplo, pero depende de qué universo literario estemos hablando. Cierto, ahora hay muchos cuentistas con visibilidad. Pero creo que los cuentos de Salinger, Cheever, Flannery O’Connor o Carson McCullers siempre fueron clásicos, ¿no? No sé si diría que fue maltratado.


P: Leímos (y disfrutamos muchísimo) tu biografía sobre Silvina Ocampo (La hermana menor), ¿cómo llegaste a Silvina?

R: La leía, porque es una escritora fascinante, aunque extrañamente yo no soy super fan, pero llegué a la biografía por sugerencia de Leila Guerreiro. Yo quería trabajar con Leila, que es amiga, y también tenía ganas de escribir un poco de no ficción e investigar, estirar los músculos de periodista. Pero fue una sugerencia de ella. La pasé muy bien investigando y leyendo a Silvina durante seis meses.


P: ¿Deseas volver a escribir pronto una biografía?

R: ¡No! Es muchísimo trabajo. A lo mejor de algún músico pero casi todos los que me interesan están ya muy bien contados. Quizá sí me gustaría hacer algún perfil extenso, pero no un libro. Por ahora: soy muy cambiante.


P: ¿Tu profesión como periodista cultural ha influido de alguna manera en tu manera de escribir ficción?

R: No lo sé. Es algo que me preguntan seguido y quizá los demás lo noten más que yo. En mi experiencia personal son dos actividades muy distintas; creo que la diferencia básica entre el periodismo y la literatura es que en el periodismo se escribe para otro y existe una responsabilidad respecto de la información, los datos, el reporteo, la opinión. Nada de eso existe en la literatura, al menos en la que yo hago en este momento —porque también creo que la crónica y la no ficción pueden ser literatura, por supuesto—. Quizá la influencia más clara se dé en dos cuestiones algo laterales: que casi nunca me «bloqueo» (puedo escribir algo que descarto o detesto, pero tengo incorporada la escritura disciplinada del periodismo); y que por mi trabajo debo estar al día con lecturas de contemporáneos, lo que me hace conocer a muchos escritores nuevos.


P: ¿Cómo ves el estado actual del periodismo cultural? Especialmente, en Latinoamérica, donde hay revistas culturales de mucho prestigio, como El Malpensante, Etiqueta Negra, Gatopardo…

R: El periodismo en general está en crisis. En mi opinión se encuentra en un extraño estado de resistencia: yo doy clases de periodismo cultural y tengo muchos alumnus, y a veces me pregunto dónde van a publicar. Porque es cierto, esas revistas existen, pero son casi las únicas y no es tan fácil publicar ahí. Creo que con la paulatina desaparición del periodismo en papel el oficio debe reinventarse y también el negocio, las empresas periodísticas deben buscar nuevas maneras de llegar a los lectores y de emplear a los periodistas, que no se encuentran en las mejores condiciones laborales. Es curioso que, quizá por esta crisis, hay un nuevo espacio: el libro de crónicas. Conozco periodistas excelentes que, por ejemplo, sólo han publicado sus crónicas e investigaciones en libros, sin pasar por otro medio. América Latina tiene el privilegio de que aún la crónica importa pero no escapa en mi opinión a la crisis general del periodismo.


P: ¿Puedes recomendarnos algún autor o libro contemporáneo que te haya sorprendido especialmente?

R: En español, Las esferas invisibles, de Diego Muzzio; Quema, de Ariadna Castellarnau; y Una casa en llamas, de Maximiliano Barrientos. También Nuestro mundo muerto, de Liliana Colanzi. En otras lenguas me gustaron mucho Eileen de Otessa MoshFegh, la poesía de Warsan Shire, Little Star de John Ajvide Lindqvist, todo Joy Williams e Iain Sinclair, At Fear’s Altar de Richard Gavin, The Beautiful Thing That Awaits Us All de Laird Barron (estos dos últimos bien de género, pero muy, muy extraños). Me gusta Laura Van der Berg. Tambień Joe Hill, especialmente como guionista –Locke & Key es uno de mis cómics favoritos--. Helen Oyeyemi. Steve Ericksson.  Podría seguir todo el día así que termino aquí. 

2 comentarios:

  1. Leí hace unos meses "Las cosas que perdimos en el fuego" y recuerdo que me perturbó.
    Tengo muchos familiares que emigraron en su día a la Argentina; algunos se asentaron en la ciudad de Buenos Aires para siempre; otros, entre ellos mi bisabuelo, regresaron. En el imaginario de mi familia materna esa ciudad ha sido siempre sinónimo de esplendor. Mi afición a la literatura está muy ligada a los escritores argentinos, en especial a Cortázar (¡Queremos tanto a Julio!), también a Roberto Arlt. Últimamente leí novelas de escritoras argentinas, como Maitena Burundarena, Inés Fernández Moreno, Valeria Correa Fiz, Claudia Piñeiro o la misma Mariana Enríquez, que me sirvieron para actualizar mi visión bonaerense... En general, estas mujeres escriben divinamente, las aplaudo.
    Muchas gracias por esta entrevista, los relatos de Mariana los había leído en digital y ahora sé un poco más de su autora.

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  2. ¡Hola! Me ha gustado tu blog y ya tienes una nueva seguidora ;) Me quedo por aquí y espero que puedas pasarte por mi blog y quedarte.
    Nos leemos. Kisses ^^

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