Hemos hablado en el blog desde hace
tiempo de diversas cuestiones relacionadas con la edición (las partes internas
y externas del libro, las personas que hacen falta para crearlo, los precios,
el catálogo editorial, los derechos de autor e incluso dónde demonios poner el
número de página) pero aún no habíamos tocado un tema tan sensible como el de
los libros digitales. Hemos recogido información, opiniones y datos y, aunque
no hay nada claro, nos lanzamos al barro sin casco ni nada, a lo loco.
Hay temas en los que no se plantea la
disyuntiva estar de acuerdo/no estar de acuerdo. Lo queramos o no, el libro
digital está ahí, y una parte de los lectores los lee. Y es una realidad que ha
llegado para quedarse. Por tanto es poco realista pensar que va a ser una moda
y que con el tiempo se extinguirá. La lectura no tiene por qué llevarse a cabo
obligatoriamente sobre papel, ya que el formato no es lo importante, sino los
textos, y lo mismo da que los leamos sobre una tablilla de arcilla, un
pergamino, un libro, páginas sueltas a modo de panfletos o sobre una pantalla.
Shakespeare será Shakespeare en papel y en forma de bits. Por tanto, pensar
ahora, que parece que las ventas de libros digitales se han estabilizado, que
su venta va a menguar y se va a quedar en algo residual, es de ser ventajista
y, como les suelen decir a los políticos, de pisar poco la calle.
Ahora bien. ¿Se va a comer el libro
digital al libro de papel hasta hacerlo desaparecer? También parece poco probable,
al menos a corto plazo. Los defensores de lo digital vaticinaban un crecimiento
muy rápido de los libros digitales pero este no ha sido tan espectacular como
se pensaba. Y es que hay que pensar que el libro digital compite contra un
formato que tiene más de quinientos años de diseño y evolución a sus espaldas,
la forma más cómoda de leer hasta el momento, en cuyo perfeccionamiento han
participado miles de personas a lo largo de estos cinco siglos, y desbancarlo
no puede ser tarea fácil, a no ser que llegues con algo completamente
revolucionario y que corrija todos los problemas que pueda ocasionar el otro
medio. Por eso, analicemos algunos puntos que consideramos importantes al
comparar el libro en papel frente al libro digital.
Público potencial. A menudo la disyuntiva se plantea como libro digital
versus libro en papel, y posiblemente esa no sea la cuestión más importante.
Tal vez lo que deberíamos plantearnos es: ¿cuáles son los libros que serían más
útiles si los presentásemos en formato digital? En algunos campos los libros
digitales han demostrado ser de gran utilidad. Por ejemplo, en las áreas
académicas o en las profesiones relacionadas con el derecho, en las que no
suele ser necesario disponer de volúmenes completos sino tener acceso a fragmentos
de las obras, el formato digital acelera y abarata las consultas. Eso lo
entendieron muy pronto las revistas académicas, que desde hace ya unos años
ofrecen sus artículos en formato digital y con muy diversas formas de
suscripción, desde comprar un solo artículo, o bien un número entero, hasta la
suscripción por años o el acceso a todo el catálogo digital. De hecho, en estos
ámbitos, el papel ha quedado relegado a bibliotecas que apenas nadie visita,
salvo unos pocos nostálgicos.
En otros campos, esta transición se
está produciendo de una forma más gradual. Un ámbito siempre polémico es el del
libro de texto. De momento, a pesar de que muchos padres reclaman un mayor uso
del soporte digital para los libros de texto en el convencimiento de que eso
abarataría el coste de la mochila, el cambio apenas ha comenzado, y la
facturación de las editoriales de libro de texto –la mayoría de las cuales, si
no todas ya ofrecen este tipo de productos–, es ínfima comparada con la
facturación de los libros en papel, tal vez por una cuestión de la que
hablaremos más abajo.

Precio. Se ha instalado en los consumidores la idea de que un
libro digital debe ser mucho más barato que el libro en papel. Sin embargo, un análisis
algo más profundo, y teniendo en cuenta los costes reales de creación de un
libro, nos lleva a que esa suposición no siempre es cierta. Por ejemplo, en el
coste de un libro traducido con una tirada alta, en el que el precio unitario
del libro se reduce considerablemente, el coste de impresión, que será el único
proceso que se ahorre la editorial, puede ser de un 20-25 % del total. Sin
embargo, el consumidor espera que el precio sea la mitad o incluso un tercio con
respecto al precio en papel, de modo que todo lo que sea un precio mayor de 5 o
6 euros parece un disparate cuando, en general, por ese precio es casi
imposible que la editorial pueda obtener beneficios por la venta del libro en
formato digital. A esta percepción acerca del precio del libro digital han
contribuido, sin duda, la política de precios de Amazon, muy agresiva en ese
sentido, y los precios que suelen tener la mayoría de los libros digitales
autopublicados, que no suelen pasar de los 2 euros, pero en los que el proceso
editorial es inexistente.
Las editoriales tradicionales tienen por
tanto muy complicado luchar contra esa política de precios porque saben que si
lanzan al mercado sus libros en formato digital lo deben hacer a precios muy
reducidos, tanto que posiblemente no les sirvan para compensar los gastos; y si
por el contrario sacan sus libros en formato digital a un precio razonable para
esperar un retorno aceptable, entonces el consumidor posiblemente los rechazará
por su elevado precio. Quien sale ganando en este tira y afloja es sin duda el
consumidor, para quien el precio nunca será lo suficientemente reducido,
especialmente en un producto orientado al ocio.
Otros aspectos relacionados con el
alto precio que aún siguen manteniendo muchas editoriales tiene que ver con el
tipo impositivo (es del 21 % para los libros electrónicos, mientras que es del
4 % para los libros de papel) y el hecho de que los porcentajes de ganancia en
los que se mueven las editoriales son prácticamente los mismos que con el libro
de papel ya que, aunque no imprimen, en el libro digital los derechos de autor
pasan de ser de en torno al 10 % del P.V.P. del libro en papel al 25 % del
libro digital, por tanto, el margen que les queda a las editoriales es similar,
ya que la distribución se lleva prácticamente el mismo porcentaje en los dos
casos (las plataformas digitales cobran casi lo mismo, entre el 50-55 %, que
las distribuidoras del libro de papel).
Comodidad de lectura. Es indudable que el libro digital es más cómodo para
lectura en lo que tiene que ver con el espacio que ocupa, comparado con el
libro en papel. Al tratarse de un producto «líquido» tan solo se requieren unos
miles de bytes o menos de una decena de megas libres en la memoria de un
dispositivo que permita mostrar su contenido. En ese sentido, el libro digital
gana por goleada, porque no tenemos que andar con un ladrillo metido en el
bolso o la mochila para poder leer un rato en el metro y no tendremos la
presión de pensar que si compramos un par de libros más, el suelo de nuestra
casa se vendrá abajo, arrastrado por el peso de la cultura.
Ahora bien, ¿es esa toda la comodidad
que debería reclamar el consumidor para el libro digital o debería ir más allá?
Hay dos grandes inconvenientes de los libros digitales, que son exclusivamente
dependientes del soporte y, por tanto, intrínsecos a ellos. Uno de ellos puede
solucionarse, el otro posiblemente no tenga solución:
–La
disposición del texto en la pantalla. El formato digital obliga a editar de
otro modo los textos, no solo por la posibilidad que ofrecen de incluir en ellos
recursos audiovisuales o hiperenlaces, sino por la fragmentación del texto y de
los elementos gráficos que tiene lugar durante la lectura. Si leemos en una
pantalla grande, como una tableta con una pantalla de un tamaño considerable,
no nos toparemos con ese problema, pero lo más usual es leer en lectores
digitales como Kindle, que fragmentan una página en dos y hasta tres secciones,
de modo que lo proyectado en una página de papel nada tiene que ver con lo que
después se muestra en la pantalla del lector. El problema es la gran variedad
de dispositivos y formatos disponibles, que dificultan la estandarización y
resolución de problemas comunes. Uno muy habitual es, por ejemplo, la
imposibilidad de ver ilustraciones o tablas grandes en una sola pantalla, por
una cuestión de dimensiones. Si la pantalla del dispositivo es más pequeña que
la tabla en papel, obviamente no podrá mostrarse de una sola vez.
Otro problema
habitual es que estos dispositivos no eliminan las líneas viudas y huérfanas
(las que quedan solas al final o al principio de una página): ese problema se
resuelve muy fácilmente en el libro impreso, ya que los programas de
maquetación (incluso procesadores de texto como Word) tienen la opción de
evitarlo, pero en los libros digitales es muy común encontrarlas, lo que puede
dificultar la lectura. Un tercer inconveniente, que no lo es en exceso, seamos
sinceros, es la ausencia de número de página, al menos en los lectores de Amazon,
que siguen empeñados en mostrar el avance de lectura en porcentaje con respecto
al total, posiblemente debido a que la exhibición de las páginas es dinámica y,
por tanto, es casi imposible mostrar un número de página de algo que, en
realidad, no funciona de ese modo. Lo que nos lleva al segundo de los
problemas.
–Calidad
de la lectura. Se ha hablado ya mucho acerca de este tema y aún no se ha
resuelto nada. Estamos en las fases iniciales a este respecto y posiblemente
hace falta más experiencia y tiempo para obtener conclusiones más sólidas. Sin
embargo, desde diferentes ámbitos, especialmente el de la psicología, pero
también desde el de la educación, se ha hecho notar que la lectura en
dispositivos digitales podría reducir la atención (porque el lector tiende a la
multitarea) y la capacidad para memorizar el contenido de lo que se lee. Por
otro lado, las pantallas de las tabletas suelen cansar la vista y no se debería
dedicar mucho tiempo seguido a la lectura en ese tipo de dispositivos. La
realidad física del libro contribuye a que seamos capaces de ubicarlo en el
espacio. Esas marcas espaciales, sumadas al peso del libro y la presencia
física de las páginas contribuye a que nos sintamos más cómodos con ellos. La
lectura no es solo un acto mental, es también un acto físico en el que no solo
entra en juego nuestra corteza cerebral, sino también la propiocepción, las
marcas espaciales y el contexto en el que leemos. En ese aspecto la «virtualidad» de los
libros digitales no puede disparar algunos de esos componentes de la lectura,
por lo que los hábitos de lectura o el proceso mismo podrían verse afectados.
Sin embargo, hoy día es posible encontrar resultados de estudios en todos los
sentidos, por lo que hacen falta estudios mejor diseñados y con poblaciones más
amplias para poder tener datos que nos informen mejor a este respecto.
El
principio de prevención, que se usa en otros ámbitos (el más evidente es el de
los alimentos transgénicos) podría aplicarse también aquí. ¿No nos parece lo
suficientemente serio poder afectar negativamente al desempeño en el colegio o
en el instituto si cambiamos radicalmente el medio en el que los alumnos
estudian y acceden a los contenidos? ¿Podemos correr ese riesgo? No se trata de
una enmienda a la totalidad, sino de una llamada de atención. Los recursos
digitales están revolucionando la enseñanza, pero más como apoyo (vídeos,
audios, animaciones, etc.) que los propios textos en sí que muestran los
contenidos. Esta es, pensamos, una de las razones por las que en España aún no
se ha dado ese salto radical que ya parece haberse dado en otros países, aparte
de la falta de medios acuciante que sufrimos, por supuesto, y que impide que
tanto los centros escolares como los propios alumnos puedan disponer de la
tecnología necesaria para poder trabajar con esos materiales.
Ecología. A la industria editorial se la ha acusado –con motivo–
de ser derrochadora. Casi cualquier industria vive de explotar materias primas
para obtener de ellas un rédito económico, transformándolas en algo
completamente diferente. La industria editorial no podía ser menos, y con un
añadido que hace que el caso sea más sangrante aún: la burbuja de publicaciones
que se ha establecido desde hace décadas ya. Se publica mucho más de lo que se
lee, y la estrategia de demasiadas editoriales es la de publicar un número muy
elevado de libros para seguir en la rueda y tratar de dar con ese título que
compense las pérdidas que ocasionan los otros. Esto nos lleva a que el derroche de papel sea aún mayor. Por
otro lado, cierto tipo de tintas también suponen un problema para el medio
ambiente debido a la toxicidad de sustancias con las que se fabrican, muy
perjudiciales para el medio ambiente, que pueden afectar al agua o al suelo y a
los seres vivos que habitan en ellos.
Pero el libro digital no se queda
atrás y contribuye también a la contaminación. Primero, porque algunos de sus
componentes son también tóxicos para el medio ambiente; segundo, porque
contribuye a la explotación de algunos recursos minerales que ocasionan
guerras y explotación; y tercero, porque contribuyen también a la emisión de
contaminantes a la atmósfera de forma indirecta ya que para poder leer un libro
digital necesitamos consumir energía eléctrica.
Por tanto, ninguno de los dos formatos
está libre de culpa. Pero debemos ser justos también: aunque por unidad puede
que los lectores digitales puedan llegar a ser incluso más contaminantes que un
solo libro, tenemos que pensar que por nuestras manos pasan muchos libros al
cabo de la vida, por lo que esa comparación habría que establecerla entre el
lector digital frente a los libros leídos en él si fuesen de papel.
¿Quién gana en cada caso? El reparto de los porcentajes en el PVP del libro es
siempre algo espinoso. Ninguna de las partes que participan en la creación y
comercialización del libro están, por definición, contentas con el porcentaje que
les corresponde. Cuando apareció el formato digital algunas cosas cambiaron, como
hemos comentado antes, porque las reglas del juego también lo habían hecho. Al
evitar el coste de la impresión y, supuestamente, el de la distribución, los
autores, legítimamente, exigieron un incremento en el porcentaje del precio de
los libros digitales. Y, de hecho, ese porcentaje es de en torno a un 25 % en
formato digital, cuando es de aproximadamente un 10 % en el caso del formato
papel. Los editores, sin embargo, no han salido muy bien parados, ya que si en
principio pensaban que podrían ganar un porcentaje mayor comercializando los
libros a través de su propia web, pronto llegaron los gigantes tecnológicos con
Apple, Google y Amazon a la cabeza y se hicieron con la distribución digital.
¿Qué ha ocurrido entonces? Que la distribución de libros digitales ha sido
copada por estas empresas pero sin demasiados cambios con respecto a la
distribución del libro en papel, porque el porcentaje que exigen es muy similar
al de estas últimas, entre el 50 y el 60 % del precio final. Con una ventaja:
apenas tienen gastos y lo único que necesitan es catalogar los libros digitales
(algo de lo que muchas veces se encarga el propio editor), tener un servidor
para almacenar esa información y una web más o menos decente.
Por tanto, ¿beneficia a alguien más el
libro digital que el libro de papel si nos atenemos a lo económico? En términos
absolutos, probablemente a las únicas que beneficia es a las grandes empresas
que actúan de intermediarios. El autor gana un porcentaje mayor, pero de un
artículo que se exige que cueste la mitad e incluso hasta un tercio menos de lo
que cuesta el libro de papel, por lo que probablemente se queda como estaba (no
entraremos en si el libro digital será más visible que el de papel, porque eso
dependerá de la labor de promoción que se haga) y el editor se llevará el mismo
porcentaje pero, igual que ocurre con el autor, tendrá que vender dos o tres
libros digitales para ganar lo que obtendría con la venta de un libro en papel.
Piratería. Es con seguridad el mayor miedo de los editores, porque
uno debe ser consciente de que en el momento en que un contenido está en la red
comenzará a viajar sin control por ella. Con el libro de papel, aunque siempre
ha existido la fotocopia, nunca ha sido un problema excesivo para las
editoriales salvo, tal vez, en el caso de los libros académicos. Sin embargo,
en el mundo digital la cosa cambia. La copia es gratis y puede expandirse
libremente y con una velocidad asombrosa. Para alguien que invierte dinero en
un libro, no es buena noticia que posibles ventas se pierdan debido a la copia
ilegal, ni tampoco lo es para el autor o las plataformas de venta, que viven
también de ello.
A este respecto, es evidente que el libro en papel salvaguarda
mejor los derechos de los que forman parte de la cadena del libro, al menos,
hasta que se establezcan unas normas más claras a nivel legislativo para la
copia de contenidos en Internet. Ahora bien, es posible que cuando se habla de
cifras de pirateo de libros digitales, estas se estén sobreestimando. El hecho
de que se comparta una copia no implica que ese libro fuese a comprarse, ya que
al ser la copia tan sencilla de realizar y compartir, hay quien tiende a
acumular libros que nunca leerá y que –es casi seguro– tampoco hubiese comprado.
Aun así, es un tema serio y no vale mirar para otro lado y decir: «las cosas en Internet son así». Se necesitan medidas a nivel legislativo y también algo de imaginación
por parte de los editores para seducir a los lectores y que opten por comprar el libro en lugar de la descarga ilegal.
Hay mucho más de lo que hablar, pero
estos son algunos de los argumentos más utilizados a favor y en contra de ambos
formatos. No se trata, en nuestra opinión, de comportarse como hooligans y
tener que decantarse por los unos o por los otros. Como hemos visto, hay libros
a los que el formato digital les ayuda mucho y otros a los que quizá no tanto
y, por otro lado, también hay muchos intereses encontrados, tanto de un lado
como de otro. ¿Cómo evolucionará esta pugna?
Felicidades por el artículo donde aportais datos objetivos que siempre son de agradecer. Visto lo visto habrá que entender que al final la elección de un dispositivo u otro vendrá dado por razones prácticas: espacio en el domicilio, no hablemos de mudanzas, poder adquisitivo (siguen siendo en general más baratos los digitales), hacer unas vacaciones pueden suponer para un lector añadir al equipaje algunos o más libros en función de los días o un solo e-book ligero; y luego vendrán las razones esas que la razón no entiende donde el sentimentalismo, la nostalgia y las evocaciones partículares decantarán la balanza. Al final creo que en casa de los lectores de verdad coexistiran los dos sistemas y no habrá disputas entre ellos.
ResponderEliminarA mi me costó dar el paso (incluso le dediqué un post https://goo.gl/Lq08lI )pero ahora no solo no me arrepiento sinó que lo recomiendo.
Un abrazo
Hola,
ResponderEliminarBravo por este artículo, el más completo que he leí hasta ahora sobre esta disyuntiva.
A mí, me van los dos, sobre papel y digital. Depende.
Leer en digital me cansa más la vista, así que lo uso en viajes o en la cama (por no molestar con la luz encendida); me resulta útil el préstamo de la biblioteca virtual, eBiblio; y me ahorro espacio en las estanterías.
Echo en falta catálogos mejor surtidos; maquetaciones más lucidas en pantalla; y un consenso de formatos (por ejemplo, lo publicado en Amazon es difícil de leer en otros lectores que no sean Kindle).
Si te lo que te gusta es leer, un lector electrónico es otra opción de lectura, sin anular el placer que proporciona el libro de toda la vida.
Un saludo.
Gracias por vuestros comentarios. Habéis captado a la perfección lo que queríamos transmitir, que no hay por qué establecer disyuntivas entre un formato u otro. Lo importante es el texto, no el formato en el que se lee, y cada uno de ellos será idóneo según las circunstancias.
ResponderEliminarNo creemos que uno vaya a sustituir a otro. Más bien creemos que el enemigo del libro es otro que también es digital: las redes sociales, los videojuegos, el whatsapp, es decir, todo aquello que ahora ocupa gran parte de del tiempo de ocio de las personas.
Gracias de nuevo por vuestra lectura tan atenta.