viernes, 7 de octubre de 2016

¿Es tan fiero el libro digital como lo pintan?

Hemos hablado en el blog desde hace tiempo de diversas cuestiones relacionadas con la edición (las partes internas y externas del libro, las personas que hacen falta para crearlo, los precios, el catálogo editorial, los derechos de autor e incluso dónde demonios poner el número de página) pero aún no habíamos tocado un tema tan sensible como el de los libros digitales. Hemos recogido información, opiniones y datos y, aunque no hay nada claro, nos lanzamos al barro sin casco ni nada, a lo loco.

Hay temas en los que no se plantea la disyuntiva estar de acuerdo/no estar de acuerdo. Lo queramos o no, el libro digital está ahí, y una parte de los lectores los lee. Y es una realidad que ha llegado para quedarse. Por tanto es poco realista pensar que va a ser una moda y que con el tiempo se extinguirá. La lectura no tiene por qué llevarse a cabo obligatoriamente sobre papel, ya que el formato no es lo importante, sino los textos, y lo mismo da que los leamos sobre una tablilla de arcilla, un pergamino, un libro, páginas sueltas a modo de panfletos o sobre una pantalla. Shakespeare será Shakespeare en papel y en forma de bits. Por tanto, pensar ahora, que parece que las ventas de libros digitales se han estabilizado, que su venta va a menguar y se va a quedar en algo residual, es de ser ventajista y, como les suelen decir a los políticos, de pisar poco la calle.



Ahora bien. ¿Se va a comer el libro digital al libro de papel hasta hacerlo desaparecer? También parece poco probable, al menos a corto plazo. Los defensores de lo digital vaticinaban un crecimiento muy rápido de los libros digitales pero este no ha sido tan espectacular como se pensaba. Y es que hay que pensar que el libro digital compite contra un formato que tiene más de quinientos años de diseño y evolución a sus espaldas, la forma más cómoda de leer hasta el momento, en cuyo perfeccionamiento han participado miles de personas a lo largo de estos cinco siglos, y desbancarlo no puede ser tarea fácil, a no ser que llegues con algo completamente revolucionario y que corrija todos los problemas que pueda ocasionar el otro medio. Por eso, analicemos algunos puntos que consideramos importantes al comparar el libro en papel frente al libro digital.

Público potencial. A menudo la disyuntiva se plantea como libro digital versus libro en papel, y posiblemente esa no sea la cuestión más importante. Tal vez lo que deberíamos plantearnos es: ¿cuáles son los libros que serían más útiles si los presentásemos en formato digital? En algunos campos los libros digitales han demostrado ser de gran utilidad. Por ejemplo, en las áreas académicas o en las profesiones relacionadas con el derecho, en las que no suele ser necesario disponer de volúmenes completos sino tener acceso a fragmentos de las obras, el formato digital acelera y abarata las consultas. Eso lo entendieron muy pronto las revistas académicas, que desde hace ya unos años ofrecen sus artículos en formato digital y con muy diversas formas de suscripción, desde comprar un solo artículo, o bien un número entero, hasta la suscripción por años o el acceso a todo el catálogo digital. De hecho, en estos ámbitos, el papel ha quedado relegado a bibliotecas que apenas nadie visita, salvo unos pocos nostálgicos.

En otros campos, esta transición se está produciendo de una forma más gradual. Un ámbito siempre polémico es el del libro de texto. De momento, a pesar de que muchos padres reclaman un mayor uso del soporte digital para los libros de texto en el convencimiento de que eso abarataría el coste de la mochila, el cambio apenas ha comenzado, y la facturación de las editoriales de libro de texto –la mayoría de las cuales, si no todas ya ofrecen este tipo de productos–, es ínfima comparada con la facturación de los libros en papel, tal vez por una cuestión de la que hablaremos más abajo.

La edición literaria es otra que parece resistirse a dicho cambio, aunque hay editoriales que ya apuestan abiertamente por ella. ¿Es útil el formato digital para la edición literaria? Los defensores afirman que sí lo es porque reduce el precio de los libros, no exige dedicar un espacio a los volúmenes en casa y, por supuesto, es mucho más cómodo leer un libro de mil páginas en un lector digital que tener que sostenerlo entre las manos si uno va como una sardina en lata en el autobús. Sin embargo, muchos editores literarios no han apostado de forma decidida por este formato y algunos ni siquiera se plantean, de momento, acceder a ese mercado. Algunas de sus reservas para hacerlo tienen que ver con la propia edición del texto, la piratería o una pura cuestión sentimental.

Precio. Se ha instalado en los consumidores la idea de que un libro digital debe ser mucho más barato que el libro en papel. Sin embargo, un análisis algo más profundo, y teniendo en cuenta los costes reales de creación de un libro, nos lleva a que esa suposición no siempre es cierta. Por ejemplo, en el coste de un libro traducido con una tirada alta, en el que el precio unitario del libro se reduce considerablemente, el coste de impresión, que será el único proceso que se ahorre la editorial, puede ser de un 20-25 % del total. Sin embargo, el consumidor espera que el precio sea la mitad o incluso un tercio con respecto al precio en papel, de modo que todo lo que sea un precio mayor de 5 o 6 euros parece un disparate cuando, en general, por ese precio es casi imposible que la editorial pueda obtener beneficios por la venta del libro en formato digital. A esta percepción acerca del precio del libro digital han contribuido, sin duda, la política de precios de Amazon, muy agresiva en ese sentido, y los precios que suelen tener la mayoría de los libros digitales autopublicados, que no suelen pasar de los 2 euros, pero en los que el proceso editorial es inexistente.

Las editoriales tradicionales tienen por tanto muy complicado luchar contra esa política de precios porque saben que si lanzan al mercado sus libros en formato digital lo deben hacer a precios muy reducidos, tanto que posiblemente no les sirvan para compensar los gastos; y si por el contrario sacan sus libros en formato digital a un precio razonable para esperar un retorno aceptable, entonces el consumidor posiblemente los rechazará por su elevado precio. Quien sale ganando en este tira y afloja es sin duda el consumidor, para quien el precio nunca será lo suficientemente reducido, especialmente en un producto orientado al ocio.

Otros aspectos relacionados con el alto precio que aún siguen manteniendo muchas editoriales tiene que ver con el tipo impositivo (es del 21 % para los libros electrónicos, mientras que es del 4 % para los libros de papel) y el hecho de que los porcentajes de ganancia en los que se mueven las editoriales son prácticamente los mismos que con el libro de papel ya que, aunque no imprimen, en el libro digital los derechos de autor pasan de ser de en torno al 10 % del P.V.P. del libro en papel al 25 % del libro digital, por tanto, el margen que les queda a las editoriales es similar, ya que la distribución se lleva prácticamente el mismo porcentaje en los dos casos (las plataformas digitales cobran casi lo mismo, entre el 50-55 %, que las distribuidoras del libro de papel). 

Comodidad de lectura. Es indudable que el libro digital es más cómodo para lectura en lo que tiene que ver con el espacio que ocupa, comparado con el libro en papel. Al tratarse de un producto «líquido» tan solo se requieren unos miles de bytes o menos de una decena de megas libres en la memoria de un dispositivo que permita mostrar su contenido. En ese sentido, el libro digital gana por goleada, porque no tenemos que andar con un ladrillo metido en el bolso o la mochila para poder leer un rato en el metro y no tendremos la presión de pensar que si compramos un par de libros más, el suelo de nuestra casa se vendrá abajo, arrastrado por el peso de la cultura.


Ahora bien, ¿es esa toda la comodidad que debería reclamar el consumidor para el libro digital o debería ir más allá? Hay dos grandes inconvenientes de los libros digitales, que son exclusivamente dependientes del soporte y, por tanto, intrínsecos a ellos. Uno de ellos puede solucionarse, el otro posiblemente no tenga solución:

La disposición del texto en la pantalla. El formato digital obliga a editar de otro modo los textos, no solo por la posibilidad que ofrecen de incluir en ellos recursos audiovisuales o hiperenlaces, sino por la fragmentación del texto y de los elementos gráficos que tiene lugar durante la lectura. Si leemos en una pantalla grande, como una tableta con una pantalla de un tamaño considerable, no nos toparemos con ese problema, pero lo más usual es leer en lectores digitales como Kindle, que fragmentan una página en dos y hasta tres secciones, de modo que lo proyectado en una página de papel nada tiene que ver con lo que después se muestra en la pantalla del lector. El problema es la gran variedad de dispositivos y formatos disponibles, que dificultan la estandarización y resolución de problemas comunes. Uno muy habitual es, por ejemplo, la imposibilidad de ver ilustraciones o tablas grandes en una sola pantalla, por una cuestión de dimensiones. Si la pantalla del dispositivo es más pequeña que la tabla en papel, obviamente no podrá mostrarse de una sola vez.

Otro problema habitual es que estos dispositivos no eliminan las líneas viudas y huérfanas (las que quedan solas al final o al principio de una página): ese problema se resuelve muy fácilmente en el libro impreso, ya que los programas de maquetación (incluso procesadores de texto como Word) tienen la opción de evitarlo, pero en los libros digitales es muy común encontrarlas, lo que puede dificultar la lectura. Un tercer inconveniente, que no lo es en exceso, seamos sinceros, es la ausencia de número de página, al menos en los lectores de Amazon, que siguen empeñados en mostrar el avance de lectura en porcentaje con respecto al total, posiblemente debido a que la exhibición de las páginas es dinámica y, por tanto, es casi imposible mostrar un número de página de algo que, en realidad, no funciona de ese modo. Lo que nos lleva al segundo de los problemas.

Calidad de la lectura. Se ha hablado ya mucho acerca de este tema y aún no se ha resuelto nada. Estamos en las fases iniciales a este respecto y posiblemente hace falta más experiencia y tiempo para obtener conclusiones más sólidas. Sin embargo, desde diferentes ámbitos, especialmente el de la psicología, pero también desde el de la educación, se ha hecho notar que la lectura en dispositivos digitales podría reducir la atención (porque el lector tiende a la multitarea) y la capacidad para memorizar el contenido de lo que se lee. Por otro lado, las pantallas de las tabletas suelen cansar la vista y no se debería dedicar mucho tiempo seguido a la lectura en ese tipo de dispositivos. La realidad física del libro contribuye a que seamos capaces de ubicarlo en el espacio. Esas marcas espaciales, sumadas al peso del libro y la presencia física de las páginas contribuye a que nos sintamos más cómodos con ellos. La lectura no es solo un acto mental, es también un acto físico en el que no solo entra en juego nuestra corteza cerebral, sino también la propiocepción, las marcas espaciales y el contexto en el que leemos. En ese aspecto la «virtualidad» de los libros digitales no puede disparar algunos de esos componentes de la lectura, por lo que los hábitos de lectura o el proceso mismo podrían verse afectados. Sin embargo, hoy día es posible encontrar resultados de estudios en todos los sentidos, por lo que hacen falta estudios mejor diseñados y con poblaciones más amplias para poder tener datos que nos informen mejor a este respecto. 

El principio de prevención, que se usa en otros ámbitos (el más evidente es el de los alimentos transgénicos) podría aplicarse también aquí. ¿No nos parece lo suficientemente serio poder afectar negativamente al desempeño en el colegio o en el instituto si cambiamos radicalmente el medio en el que los alumnos estudian y acceden a los contenidos? ¿Podemos correr ese riesgo? No se trata de una enmienda a la totalidad, sino de una llamada de atención. Los recursos digitales están revolucionando la enseñanza, pero más como apoyo (vídeos, audios, animaciones, etc.) que los propios textos en sí que muestran los contenidos. Esta es, pensamos, una de las razones por las que en España aún no se ha dado ese salto radical que ya parece haberse dado en otros países, aparte de la falta de medios acuciante que sufrimos, por supuesto, y que impide que tanto los centros escolares como los propios alumnos puedan disponer de la tecnología necesaria para poder trabajar con esos materiales.

Ecología. A la industria editorial se la ha acusado –con motivo– de ser derrochadora. Casi cualquier industria vive de explotar materias primas para obtener de ellas un rédito económico, transformándolas en algo completamente diferente. La industria editorial no podía ser menos, y con un añadido que hace que el caso sea más sangrante aún: la burbuja de publicaciones que se ha establecido desde hace décadas ya. Se publica mucho más de lo que se lee, y la estrategia de demasiadas editoriales es la de publicar un número muy elevado de libros para seguir en la rueda y tratar de dar con ese título que compense las pérdidas que ocasionan los otros. Esto nos lleva a que el derroche de papel sea aún mayor. Por otro lado, cierto tipo de tintas también suponen un problema para el medio ambiente debido a la toxicidad de sustancias con las que se fabrican, muy perjudiciales para el medio ambiente, que pueden afectar al agua o al suelo y a los seres vivos que habitan en ellos.

Pero el libro digital no se queda atrás y contribuye también a la contaminación. Primero, porque algunos de sus componentes son también tóxicos para el medio ambiente; segundo, porque contribuye a la explotación de algunos recursos minerales que ocasionan guerras y explotación; y tercero, porque contribuyen también a la emisión de contaminantes a la atmósfera de forma indirecta ya que para poder leer un libro digital necesitamos consumir energía eléctrica.



Por tanto, ninguno de los dos formatos está libre de culpa. Pero debemos ser justos también: aunque por unidad puede que los lectores digitales puedan llegar a ser incluso más contaminantes que un solo libro, tenemos que pensar que por nuestras manos pasan muchos libros al cabo de la vida, por lo que esa comparación habría que establecerla entre el lector digital frente a los libros leídos en él si fuesen de papel.

¿Quién gana en cada caso? El reparto de los porcentajes en el PVP del libro es siempre algo espinoso. Ninguna de las partes que participan en la creación y comercialización del libro están, por definición, contentas con el porcentaje que les corresponde. Cuando apareció el formato digital algunas cosas cambiaron, como hemos comentado antes, porque las reglas del juego también lo habían hecho. Al evitar el coste de la impresión y, supuestamente, el de la distribución, los autores, legítimamente, exigieron un incremento en el porcentaje del precio de los libros digitales. Y, de hecho, ese porcentaje es de en torno a un 25 % en formato digital, cuando es de aproximadamente un 10 % en el caso del formato papel. Los editores, sin embargo, no han salido muy bien parados, ya que si en principio pensaban que podrían ganar un porcentaje mayor comercializando los libros a través de su propia web, pronto llegaron los gigantes tecnológicos con Apple, Google y Amazon a la cabeza y se hicieron con la distribución digital. ¿Qué ha ocurrido entonces? Que la distribución de libros digitales ha sido copada por estas empresas pero sin demasiados cambios con respecto a la distribución del libro en papel, porque el porcentaje que exigen es muy similar al de estas últimas, entre el 50 y el 60 % del precio final. Con una ventaja: apenas tienen gastos y lo único que necesitan es catalogar los libros digitales (algo de lo que muchas veces se encarga el propio editor), tener un servidor para almacenar esa información y una web más o menos decente.

Por tanto, ¿beneficia a alguien más el libro digital que el libro de papel si nos atenemos a lo económico? En términos absolutos, probablemente a las únicas que beneficia es a las grandes empresas que actúan de intermediarios. El autor gana un porcentaje mayor, pero de un artículo que se exige que cueste la mitad e incluso hasta un tercio menos de lo que cuesta el libro de papel, por lo que probablemente se queda como estaba (no entraremos en si el libro digital será más visible que el de papel, porque eso dependerá de la labor de promoción que se haga) y el editor se llevará el mismo porcentaje pero, igual que ocurre con el autor, tendrá que vender dos o tres libros digitales para ganar lo que obtendría con la venta de un libro en papel.

Piratería. Es con seguridad el mayor miedo de los editores, porque uno debe ser consciente de que en el momento en que un contenido está en la red comenzará a viajar sin control por ella. Con el libro de papel, aunque siempre ha existido la fotocopia, nunca ha sido un problema excesivo para las editoriales salvo, tal vez, en el caso de los libros académicos. Sin embargo, en el mundo digital la cosa cambia. La copia es gratis y puede expandirse libremente y con una velocidad asombrosa. Para alguien que invierte dinero en un libro, no es buena noticia que posibles ventas se pierdan debido a la copia ilegal, ni tampoco lo es para el autor o las plataformas de venta, que viven también de ello. 

A este respecto, es evidente que el libro en papel salvaguarda mejor los derechos de los que forman parte de la cadena del libro, al menos, hasta que se establezcan unas normas más claras a nivel legislativo para la copia de contenidos en Internet. Ahora bien, es posible que cuando se habla de cifras de pirateo de libros digitales, estas se estén sobreestimando. El hecho de que se comparta una copia no implica que ese libro fuese a comprarse, ya que al ser la copia tan sencilla de realizar y compartir, hay quien tiende a acumular libros que nunca leerá y que –es casi seguro– tampoco hubiese comprado. Aun así, es un tema serio y no vale mirar para otro lado y decir: «las cosas en Internet son así». Se necesitan medidas a nivel legislativo y también algo de imaginación por parte de los editores para seducir a los lectores y que opten por comprar el libro en lugar de la descarga ilegal.


* * *


Hay mucho más de lo que hablar, pero estos son algunos de los argumentos más utilizados a favor y en contra de ambos formatos. No se trata, en nuestra opinión, de comportarse como hooligans y tener que decantarse por los unos o por los otros. Como hemos visto, hay libros a los que el formato digital les ayuda mucho y otros a los que quizá no tanto y, por otro lado, también hay muchos intereses encontrados, tanto de un lado como de otro. ¿Cómo evolucionará esta pugna?



Imágenes tomadas de: 
conexiones.digital
www.todoereaders.com
www.custonmade.com 

3 comentarios:

  1. Felicidades por el artículo donde aportais datos objetivos que siempre son de agradecer. Visto lo visto habrá que entender que al final la elección de un dispositivo u otro vendrá dado por razones prácticas: espacio en el domicilio, no hablemos de mudanzas, poder adquisitivo (siguen siendo en general más baratos los digitales), hacer unas vacaciones pueden suponer para un lector añadir al equipaje algunos o más libros en función de los días o un solo e-book ligero; y luego vendrán las razones esas que la razón no entiende donde el sentimentalismo, la nostalgia y las evocaciones partículares decantarán la balanza. Al final creo que en casa de los lectores de verdad coexistiran los dos sistemas y no habrá disputas entre ellos.
    A mi me costó dar el paso (incluso le dediqué un post https://goo.gl/Lq08lI )pero ahora no solo no me arrepiento sinó que lo recomiendo.
    Un abrazo

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  2. Hola,

    Bravo por este artículo, el más completo que he leí hasta ahora sobre esta disyuntiva.
    A mí, me van los dos, sobre papel y digital. Depende.
    Leer en digital me cansa más la vista, así que lo uso en viajes o en la cama (por no molestar con la luz encendida); me resulta útil el préstamo de la biblioteca virtual, eBiblio; y me ahorro espacio en las estanterías.
    Echo en falta catálogos mejor surtidos; maquetaciones más lucidas en pantalla; y un consenso de formatos (por ejemplo, lo publicado en Amazon es difícil de leer en otros lectores que no sean Kindle).

    Si te lo que te gusta es leer, un lector electrónico es otra opción de lectura, sin anular el placer que proporciona el libro de toda la vida.

    Un saludo.

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  3. Gracias por vuestros comentarios. Habéis captado a la perfección lo que queríamos transmitir, que no hay por qué establecer disyuntivas entre un formato u otro. Lo importante es el texto, no el formato en el que se lee, y cada uno de ellos será idóneo según las circunstancias.

    No creemos que uno vaya a sustituir a otro. Más bien creemos que el enemigo del libro es otro que también es digital: las redes sociales, los videojuegos, el whatsapp, es decir, todo aquello que ahora ocupa gran parte de del tiempo de ocio de las personas.

    Gracias de nuevo por vuestra lectura tan atenta.

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