La
editorial Pre-Textos es sin duda hoy sinónimo de edición bien hecha, de libros
atractivos y de un catálogo que se expande sin cesar más allá de los 1.500
títulos. Si alguien tiene la culpa de ello es Manuel Borrás junto a sus socios Manuel
Ramírez, Silvia Pratdesaba. Borrás habla con entusiasmo de su proyecto, como si
estuviese aún comenzando en el mundo de la edición, pero al mismo tiempo lo
hace con la experiencia que le han dado los años y pudiendo observar a vista de
pájaro cómo es la edición en nuestros días en comparación con aquellos años en
los que ellos iniciaron Pre-Textos.
Todos
tenemos nuestros referentes y para nosotros, en el mundo de la edición, Borrás
es uno de ellos. Posterior a esos editores estrella de los años 60 y 70 ha
construido su catálogo con paciencia y buen gusto, y es hoy uno de los que
mejor puede explicar la evolución del sector editorial en los últimos
veinticinco años.
P: ¿Cómo
surgió la editorial y quiénes formáis parte de ella?
R: Pre-Textos se sostiene sobre tres patas: Manuel Ramírez, Silvia
Pratdesaba y yo, Manuel Borrás. Los inicios de la editorial fueron muy
precoces, pues empezamos a pensar la editorial en nuestra etapa universitaria.
De hecho no fue fácil conseguir los permisos gubernativos e incluso nos
investigó la brigada político-social porque no concebían cómo personas tan
jóvenes (la primera vez que los solicitamos yo aún no tenía los dieciocho, y
por entonces la mayoría de edad se concedía a los veintiún años) quisieran
poner en marcha un proyecto de esas características. Pensaban que había algo
detrás. Además, hay que tener en cuenta que por entonces el régimen era
complicado y que nosotros teníamos la intención de recuperar autores de la
diáspora republicana. Gracias a mi padre conseguí obtener los permisos para
poner en marcha la editorial ya que me concedió la patria potestad, sin la cual
me hubiese sido imposible hacerlo.
Al principio
fue muy difícil obtener los títulos, ya que todos los autores a los que les
pedimos algún libro, excepto Juan Larrea, al que cito porque le honra su
actitud, rechazaron entregarnos sus textos hasta que tuviésemos un catálogo. De
ahí que, si os fijáis, los primeros títulos de la editorial fueron en su
mayoría de autores franceses que confiaron en el proyecto. Por eso nos
colocaron la etiqueta de afrancesados, algo que ni por origen ni por formación
era así, pues Manuel Ramírez y yo teníamos formación alemana y Silvia, italiana.
P: ¿Cómo ha
influido en el catálogo de Pre-Textos vuestra formación alemana? Y, más concretamente, ¿qué papel desempeñó
Canetti en el despegue, de cara al público, de la editorial?
R: Las traducciones del alemán en Pre-Textos comienzan a entrar de
una manera lenta, dado que siempre hemos sido muy exigentes con ellas... La formación
alemana de Manuel Ramírez y la mía quizás jugaron en nuestra contra porque
nunca estábamos satisfechos, éramos tan exigentes, aunque tal vez en ocasiones
estuviésemos equivocados, que todo lo que nos llegaba no nos convencía.
Canetti entró
de una forma curiosa, ya que le conocí en un periodo preeditorial, durante una
visita que hizo a Innsbruck. Yo estaba allí investigando sobre un poeta expresionista
austriaco, y él se acercó a mí para interesarse por lo que estaba haciendo –por
entonces yo desconocía quién era– porque le llamó la atención mi tema de
estudio. Al día siguiente pregunté por él, y me explicaron quién era. Esa misma
noche mientras cenaba en casa de un amigo le dije que había conocido a Canetti,
y casi no se lo podría creer, aunque no sé bien si su sorpresa se debía al
hecho de que le había conocido o de que no hubiese leído nada de él. Así es que
se levantó, fue a su biblioteca y me trajo Las voces de Marrakech. Al
día siguiente me lo leí del tirón y me gustó tanto que me dije a mí mismo que
si algún día era editor publicaría aquel libro. Y fui editor (risas). Recuerdo
que por entonces estábamos algo desencantados, sobre todo porque éramos muy
dependientes de las economías familiares y habíamos tenido algunos
contratiempos, de hecho estábamos a punto de tirar la toalla; fue entonces, con
el libro ya corregido y enviado a prensa, que tuvimos la gran fortuna de que
justo en ese momento le concedieran el Premio Nobel a Canetti. Lo importante de
aquello no fue sólo el impulso económico que nos dio el libro, que obviamente se
vendió muy bien, sino que nos hizo darnos cuenta que no estábamos tan
equivocados en lo que estábamos haciendo.
P: Una misión
de Pre-Textos ha sido la de traernos a autores latinoamericanos que de otro
modo hubiesen tardado mucho en llegar o de los que podríamos no haber oído
hablar jamás. ¿Cómo surgió la idea de ir a buscar allí? ¿O fue algo que ya
teníais en mente desde el inicio?
R: Desde el principio teníamos claro que América era un objetivo,
porque pensábamos que España tenía que tener una mirada distinta sobre ella. Teníamos
la sensación de que España miraba a América con cierta soberbia, y nosotros
pensábamos que había que tener a América en nuestro catálogo, no por los
posibles clientes que fueran a ser, sino por la fraternidad ineludible que había
que establecer entre las dos partes. Teníamos –y tenemos– el convencimiento de
que la cultura latinoamericana no es inferior a la española de la península, y
que, de cualquier modo, están destinadas a entenderse y apoyarse. Ese convencimiento nos llevó no sólo a
incorporar a autores latinoamericanos en Pre-Textos, sino también, y casi desde
el inicio, a traductores latinoamericanos. Siempre hemos intentado que las
traducciones de Pre-Textos sean llevadas a un español lo más ecuménico posible.
P: Ésa es
otra de la fortaleza de Pre-Textos, sus traducciones. ¿Qué opinas de las
traducciones actuales?
R: Pues creo que en este momento, en muchos casos, nos están dando
gato por liebre, y creo además que se están desempolvando algunas traducciones
dudosas. Por supuesto que hay que desempolvar algunas traducciones por lo que
han significado, pero hay otras… Pienso que hay que volver a encargar
traducciones. La sensibilidad de nuestra lengua cambia cada veinticinco años, y
quizás haya que volver a traducir a todos los clásicos para acercarlos a la
lengua al uso. Sé que es pedir demasiado, pero lo que no me parece de recibo es
hacer una reedición de Chéjov en base a traducciones de distintos traductores desde
los años veinte hasta nuestros días. A mí eso me parece un fraude a los
lectores. Si haces una traducción de Chéjov, encárgala desde el principio y
gástate el dinero en un traductor, porque entre otras cosas, como editores, estamos
creando riqueza. Sin embargo, muchas veces el negocio precede a cualquier otra cosa.
Y a mí me parece bien, no desdeño la parte comercial, tengo que sobrevivir,
pero al contrario de muchos editores, nosotros no supeditamos la calidad a la
cuenta de resultados. Para nosotros prima la calidad y luego, si es posible, intentamos
que la cuenta de resultados sea favorable. Pero ahí también entra en juego el
lector, porque si éste se sigue dejando engañar por malas ediciones y malas
traducciones, entonces más vale apagar la luz. Aunque también tengo que decir
otra cosa: en España cada vez se edita mejor.
P: Comentas
que no supeditáis la calidad a los resultados, pero al final los resultados
tienen que llegar para poder continuar con la aventura, ¿cómo fueron llegando
los resultados a Pre-Textos?
R: Ha sido algo progresivo, en parte un premio a la paciencia y la
perseverancia. Recuerdo que José Antonio Llardent, que fue director de la editorial
Istmo, me dijo un día en el que estábamos en una de esas crisis en las que nos
veíamos de forma periódica: «Manolo, ¿no os dais cuenta de que vuestro gran
error, pero que también es vuestra gran virtud, es que vais con veinticinco
años de adelanto? No esperes resultados tempranos porque no te van a llegar». Y
José Antonio acertó en gran medida. Nos costó mucho adquirir la mayoría de edad
económica, llegó después de quince años de estar invirtiendo tiempo y dinero. Sólo
entonces la editorial comenzó a autoabastecerse. Y gracias al trabajo y al
catálogo, hemos podido sobrevivir a una gran crisis económica, como no recuerdo
otra igual.
P: Tenéis
unos 1.500 títulos publicados, unas cuantas colecciones, ¿cómo ha sido la
elección de éstas?
R: Siempre he dicho que hay que tener un catálogo para hacer
colecciones, es decir, hay que tener un catálogo vivo que te permita «clasificarlo». Las colecciones han ido
evolucionando de forma natural, como cada uno de nosotros tiene sus
preferencias, las colecciones han surgido a partir de dichas preferencias. Al
principio no queríamos distinguir entre colecciones, porque pensábamos –y
seguimos pensándolo– que todos los géneros, y por tanto todos los libros, están
relacionados, se comunican unos con otros, funcionan como una caleidoscopio. De
hecho, los autores que hemos ido publicando y los libros siguen un discurso meditado.
Pero los comerciales comenzaron a pedirnos que clasificásemos los libros en
colecciones, porque para ellos era muy difícil explicar a los libreros esa
razón de la que nosotros partíamos. Fue entonces cuando empezamos a distinguir
los títulos, un poco en contra de nuestros principios. Con todo creemos que en
el fondo todas las colecciones se comunican. De hecho, la prueba está en una
anécdota que me ocurrió cuando fui a un congreso en el que hablé de filosofía.
Después de la charla dos alumnos me pidieron que fuese a tomar una cerveza con
ellos. Durante la conversación me dieron las gracias por haberles introducido
en la poesía, yo no lo comprendía bien, así es que les pregunté a qué se
referían. Me dijeron que si su editor de filosofía de cabecera incluía en su
editorial poesía, algo tendría que haber en ese género que también tuviera que
ver con ellos.
P: Hay
autores que se identifican claramente con Pre-Textos, como Andrés Trapiello, Juan
Bonilla, Darío Jaramillo… ¿Cómo se llega y cómo se lleva esa relación con
ellos?
R: Lógicamente es algo que supone mucha satisfacción, al final se acaban
convirtiendo en amigos, porque todos te aportan cosas como personas más allá de
la relación editor-escritor. Hay algo que nos ha llevado a mantener esta
relación: la lealtad. Ahora bien, ser leal conlleva un pacto de sinceridad, con
lo cual, también hay que ser muy sincero, y esto a veces lleva a decirles cosas
que no te gusta decirles, pero esto, aunque pueda parecer lo contrario, no
aleja a las personas, sino que las acerca. Yo nunca he tenido ese prurito de
editor intervencionista, es algo que evito a toda costa, pero sí que doy mi punto
de vista sincero a quien me lo pide, aun sabiendo que yo no estoy en poder de
la verdad. E insisto, esto afianza la relación. Además, hay otra cuestión muy
importante: el editor debe dar en lo posible la mejor de las compañías a los
autores, para evitarles problemas. El autor es frágil porque está sometiendo a
juicio algo que forma parte de su intimidad y en esa situación, quieras que no,
existe una violencia, porque te conviertes en juez y parte de ello.
P: Pero ¿hay
algún título que te guste mucho y que te digas a ti mismo: esto no encaja en la
editorial?
R: Quizás el libro que no nos encajó fue el primer libro que
hicimos, porque es un libro promovido por las circunstancias. No teníamos ninguno
para comenzar y debíamos publicar en septiembre. Estábamos en agosto y aún no
teníamos las traducciones, por lo que recurrimos a un amigo que es colaborador
de la editorial, que casi podría ser el cuarto Pre-Textos. Nos hicimos así con
un libro del Departamento de Historia de la Medicina ya terminado y preparado
para la impresión: Materiales para la
historia de las ciencias en España s. xvi y xvii. Claro, pensamos qué tenía que ver
eso con nosotros y con la España republicana a la que nosotros queríamos dar
voz. Al principio dijimos que no, pero luego, viendo que el tiempo se nos
echaba encima, lo publicamos y nos gustó, dentro de lo que era el libro, claro.
Calculo que tenemos todavía unos 1.500 ejemplares de la tirada que hicimos de
3.000.
P: ¿Cómo has
visto la evolución del mundo de la edición desde que comenzasteis vosotros?
R: Como comentaba antes, creo que cada vez se edita mejor en este
país. Hay muchas editoriales que lo están haciendo estupendamente. No obstante,
hay algo que me resulta sorprendente, en el medio hispánico somos capaces de
traducir todo, hasta el último autor húngaro –y eso que considero que Hungría
tiene muy buenos autores–. Me sorprende porque somos una comunidad de lectores
reducida, pero al mismo tiempo muy bien abastecida. Ahora bien, a veces también
he dicho que estamos en decadencia, y cuando digo esto me refiero a la hora de
elegir los libros que se traducen, hay muchos libros o autores que no comprendo
cómo pueden ser traducidos. En mi opinión, deberíamos ser un poco más exigentes,
porque esto contribuye a rebajar el nivel de la literatura. Pero éste no es un
problema que afecte sólo a España. Lo
veo también en Francia, Alemania o Italia. Al final observas que editoriales
que han sido muy importantes en el mundo de la edición publican títulos muy
mediocres, lo que les resta parte de esa potestad editorial que se habían
ganado a lo largo de los años. El problema es que comienzas a bajar el nivel de
la calidad, a bajarlo, bajarlo, y no sabes dónde está el límite. Hay, por
ejemplo, editoriales españolas que tienen unos catálogos impresionantes y que han
comenzado a bajar ese nivel. Me duele en el alma ver eso, lo digo con franqueza,
y más cuando sé que ese cambio no se ha debido a una decisión de los editores,
sino a una cuestión económica. Por eso, cuando en otras entrevistas hablo de
los intrusos, hay quien piensa que hablo de los jóvenes editores, y no, es todo
lo contrario, estoy muy contento de que aún haya personas que se interesen por
los libros y que quieran apostar por la cultura, que es lo que me gusta; con
intrusos me refiero, más bien, a todos esos agentes externos al mundo de la
edición que, en muchos casos, gobiernan ya estas grandes editoriales, y cuando
digo grandes no solo me refiero al tamaño, sino también a la calidad que tienen
o han tenido y lo que han supuesto para el mundo editorial.
P: No podemos
evitar hacer esta pregunta a todos los editores que entrevistamos y que
denominamos de edición ficción: ¿qué libro te hubiese gustado publicar y no has
podido hacerlo?
R: Me hubiese gustado tener una muy buena edición de uno de mis
libros de cabecera: Meditaciones, de
Marco Aurelio. Pero hay tantas cosas… Me hubiera encantado descubrir un Galdós
inédito o un Tolstoi.
Siempre es un placer comprobar que algunas personas, como el entrevistado Manuel Borrás, consiguen hacer realidad su sueño y continúan apasionados, sin pretextos.
ResponderEliminarHablar de estas editoriales, tan interesantes, nos sirve de guía sobre por dónde indagar como lectores. Gracias.