Algunas encuestas muestran que el común de los
lectores no tiene ni idea de qué editorial ha publicado el libro que está
leyendo o los que ha leído. De hecho, la editorial que los ha publicado no está
entre los criterios más importantes al comprar un libro. Los lectores se dejan
seducir más por el autor, el título, la cubierta, la recomendación de amigos o
conocidos o de programas de televisión, y casi al final de la lista aparece la
editorial como un criterio de compra (solo en torno a un 2 % de los lectores lo
tienen en cuenta). Por tanto, podemos preguntarnos ¿sirven para algo las
editoriales? O, más bien, ¿cuál es su función y por qué a los lectores les
cuesta tanto fijarse en ellas?
La pregunta de marras es muy genérica y admite
muchas respuestas diferentes, casi tantas como editoriales hay, porque aunque
su actividad visible es la misma (publican libros), sus objetivos y sus modos
de trabajar son bien distintos. Por eso nos centraremos en algunos aspectos que
nos parecen comunes a todas las editoriales y a los que deben prestar atención
tanto los lectores como las propias editoriales para que entre ellos se
establezca una relación casi tan estrecha como la del fumador y su marca
preferida de tabaco. Esas tres cuestiones que nos parecen fundamentales son la
publicación de libros, el discurso y la marca.
La
publicación de libros
Publicar un libro significa hacerlo público, es
decir, darlo a conocer, que la gente sepa que existe. ¿Pueden los autores
escribir un libro y darlo a conocer? Sin duda, y por eso está en auge la
autopublicación (que no la autoedición, hablemos con propiedad). Una de las
misiones principales de las editoriales ha sido tradicionalmente la de hacer
visibles los textos y conseguir así que lleguen a sus lectores. Son las
editoriales las que corren con los gastos de producción del libro, es decir, invierten
dinero, como lo hace quien monta un restaurante, una fábrica de zapatos o una
empresa tecnológica. Los libros, esto no se nos debe olvidar por mucho cariño
que les tengamos, no dejan de ser productos comerciales sometidos al mercado, a
la oferta y la demanda, y de cuya venta sacan provecho el autor, la editorial
(en la que entran todos sus empleados o la gente externa a la que contratan),
la distribuidora, la imprenta y la librería. Es discutible si el porcentaje que
se lleva cada uno de estos agentes del precio final es justo o no, y
seguramente todos los miembros de la cadena del libro dirán que no lo es, pero
esa es una cuestión de la que podemos hablar otro día.
En la actualidad aún son las editoriales las que
siguen siendo capaces de proporcionar una mayor visibilidad a los autores y sus
libros, aunque con algunas excepciones notables de libros autopublicados, sobre
todo en formato digital. Pero incluso autores superventas, como es el caso de
Stephen King, que intentaron saltarse el paso de la editorial y publicar ellos
mismos sus libros, han comprobado lo complicado que es llegar a un público
amplio si no es de la mano de una editorial. Muchos de ellos han vuelto al
redil. Por tanto, para los autores hay vida más allá de las editoriales pero
sin duda lo más fácil para ellos, y la forma en la que menos riesgo corren,
sigue siendo ir de la mano de las editoriales.
Por otro lado, decíamos antes que son ahora muy
comunes los libros autopublicados, pero no autoeditados. No es lo mismo
publicar un libro que editarlo. Las editoriales no solo publican libros, es decir, mandan imprimirlos y los colocan en las
librerías, también, y esto es muy importante, los editan. En el proceso de edición entran actividades que van desde
encargar la traducción de un libro y corregirla, hasta discutir con un autor
por la estructura de una novela, o por una coma en mitad de un verso o decidir
dónde poner el número de página y qué diseño de cubierta es el más adecuado
para cada título. Esa es realmente la labor importante del editor: seleccionar
los textos que considera publicables, tratar de mejorarlos y entonces, y solo
entonces, publicarlos.
El
discurso
En otro
artículo hablábamos del catálogo editorial. ¿Qué es eso? Ni más ni menos
que la carta de presentación de una editorial. En dicho catálogo se pueden
rastrear los gustos literarios del editor o editores, sus afinidades
ideológicas, sus preferencias artísticas y el discurso que trata de construir
con ese conjunto de títulos que ha publicado. Por supuesto, hay editoriales
para todos los gustos. Las hay que tienden más al aspecto literario de los
libros sin dejarse llevar excesivamente por la ideología (o en la que esta no
es lo principal), en otras las ideas están por encima de la literatura, y la
mayoría se encuentran en un punto intermedio en el que sus reivindicaciones
particulares, sus ideas políticas o incluso filosóficas quedan más o menos en
equilibrio con el aspecto literario de los libros. El espectro es amplísimo y
es imposible clasificar a cada editorial en un punto concreto de esa línea que
admite muchos matices. Por no hablar de algunas editoriales que comenzaron
siendo muy ideológicas y después fueron reduciendo ese carácter para hacerse
más literarias (la situación inversa, por el contrario, no suele verse).
El discurso de una editorial es esencial cuando nos
acercamos a su catálogo y lo inspeccionamos detenidamente. Lo normal es que
unos títulos llamen a otros, que hablen entre sí. Tal vez se trate de textos de
autores alejados en el tiempo y geográficamente pero, sin embargo, comparten
puntos de vista, sus ideas se complementan o incluso se contradicen pero en un
contexto de ideas que el editor piensa que es necesario que se haga público.
Esta es, de hecho, la más interesante de las funciones del editor (y, por ende,
de las editoriales) la de servir de catalizadores de debate, ser capaces de
poner el dedo en la llaga y ayudar a construir identidades, destruir límites,
contraponer ideas, poner a la sociedad frente a un espejo y enseñarle sus
vergüenzas y también sus virtudes, es decir, actuar como vehículo cultural. Lo
más habitual es que sea más sencillo distinguir ese discurso o propuesta
estética en los catálogos de editoriales pequeñas, que nacen con una idea
inicial muy concreta y aún no se ha corrompido o desvirtuado, porque lo
habitual (y posiblemente inevitable) es que a medida que una editorial crece, comiencen a sumarse a su catálogo obras que no estaban en su propuesta inicial,
lo que les obliga a diversificar y abrir nuevas vías en él.
Escribe Guillermo Schavelzon en un interesante
artículo sobre el mundo de la edición, que en los últimos años, y
especialmente en los grandes grupos editoriales, ha primado la búsqueda del
entretenimiento y el ocio a través del libro que la de servir de elemento
cultural, que ha sido tradicionalmente uno de sus principales valores. Por
supuesto, siempre había existido un cierto porcentaje de títulos dedicados a
esos menesteres, pero la búsqueda de beneficios por parte de los inversores de
esos grandes grupos y su ignorancia acerca del mundo de la edición, han hecho
que la balanza se incline más del lado del entretenimiento que del lado de la
cultura. Es decir, su discurso (si es que en algunas de ellas alguna vez lo
hubo) hoy es inexistente (o, mejor considerarlo como tal, si no queremos
alentar las conspiraciones).
La
marca
Como adelantábamos al inicio, la labor más difícil
para una editorial es construir una marca, ser la Coca Cola de las editoriales,
que todo el mundo la reconozca con tan solo ver la cubierta de uno de sus
libros y que deseen llevárselo a casa con independencia de que conozcan o no al
autor o el título propuestos. Se lo llevan únicamente porque confían en el
criterio del editor.
Pero, decíamos, los lectores apenas conocen nombres
de editoriales, y no hablemos ya de identificarlas sobre una mesa con tan solo
ver el diseño de sus colecciones. De hecho, es más probable que conozcan a las
editoriales de libro de texto, productos en los que prima la editorial por
encima de los autores, que las literarias. Y entre las de literatura, como
mucho conocerán a Planeta (por su premio), sin saber que el grupo aglutina a un
buen puñado de los libros que ven sobre las mesas de novedades.

Esa imagen de marca se construye también creando, lo
que se denomina, comunidades, algo que antiguamente podía conseguirse mediante
suscripciones y que hoy es más sencillo gracias a las redes sociales. Las
editoriales, especialmente las de nicho, es decir, aquellas que van dirigidas a
un público lector muy concreto (se nos ocurren a bote pronto La Felguera, Dirty
Works o Blackie Books) son capaces de atraer a ese público potencial comprador
de sus libros no solo publicitando sus libros, sino también ofreciendo
contenidos periféricos a ellos que abunden en esa percepción de pertenencia a
una comunidad. Otro ejemplo muy claro en este sentido son las editoriales
dedicadas al libro juvenil, que son capaces de agrupar a miles de seguidores e
incluso capaces de generar tramas paralelas a los libros.
En un país como España en el que se publican unas
80.000 novedades al año y con cada título exponiéndose como mucho un mes en una
mesa de novedades, tener una imagen de marca fuerte es esencial para
sobrevivir, especialmente para las editoriales pequeñas y medianas, que no
pueden permitirse grandes gastos en la promoción de sus libros y viven mucho
más de ser capaces de encontrar a su público potencial y del boca a oreja que
se establezca a partir de la publicación de sus libros. Independientemente de
las editoriales de nicho, hay muchas que lo hacen muy bien, como Impedimenta,
Sexto Piso o Errata Naturae, entre otras.
Por tanto, cuando te acerques a una librería y veas
los libros expuestos ante ti, piensa en ellos no solo como uno más que formará
parte de tu estantería. Interésate por la editorial que lo ha publicado, busca
entre tus libros, para tratar de descubrir algún otro de esa misma editorial:
¿te gustó también? Pues es posible que algunos otros que haya publicado esa
misma editorial también te gusten. Atrévete después a diferenciar esos de otros
por sus cubiertas, por el tipo de letra que usan, incluso por el formato de los
libros. Y entonces habrás pasado a formar parte de ese 2 % de lectores que
eligen los libros teniendo también en cuenta la editorial que los publica.
¡Excelente artículo! No será determinante para la selección del qué leer; pero ayuda a los lectores no consagrados.
ResponderEliminarDepende qué lector se fija o no en la editorial. Los grandes lectores, por lo general, se fijan siempre en el sello que publica el libro.
ResponderEliminarEnhorabuena por el artículo.
Gracias, Luis y Mariana, un placer teneros por aquí.
ResponderEliminarSin duda, como bien decís, los buenos lectores suelen fijarse en el sello que publica cada libro. El artículo va destinado más bien a esos otros que se pierden esa relación que se establece entre lector y editorial y que puede durar décadas si la editorial no desvirtúa demasiado su catálogo. Y, sobre todo, para que aprecien el valor tradicional de las editoriales como agitadores culturales y desestimen esa deriva de los últimos años en la que únicamente parecen existir los libros escritos por políticos o por presentadores de televisión. Lo que escoja cada uno, eso ya dependerá de sus gustos personales, pero al menos que vean que hay mundo mucho más allá de esos libros y que los tienen al alcance de la mano.
Un saludo.