Cada año las editoriales
preparan la vuelta a las librerías vestidas con sus mejores galas,
presentándonos algunas de sus propuestas estrella. Este año, la de Anagrama ha
sido Las chicas, de la joven
escritora estadounidense Emma Cline, que llega con una muy buena acogida en su
país de origen y que ahora ya comienza a sonar por estos lares.
Las chicas trata las vivencias de una adolescente, Evie, que convive con el líder de
una secta –un evidente retrato de Charles Manson– y las chicas que lo acompañan.
Evie siente una admiración desbordada por una de ellas, Suzanne, una enigmática
chica que esconde un fondo de fiereza que solo al final se expresa en toda su
plenitud.
La novela se sitúa en dos
tiempos, el de una Evie ya adulta, que vive durante unos días en la casa de un
antiguo compañero de piso, donde se encuentra con el hijo de su amigo y su
novia, y en 1969, el año en el que ocurrieron los sucesos que harían famosos a
Charles Manson y sus chicas. Los fragmentes de la Evie adulta son breves y en
ellos se advierte una cierta condescendencia hacia los problemas de los
adolescentes de su tiempo, a los que contempla con la mirada de la experiencia.
Por el contrario, los hechos de 1969 son narrados por la Evie adulta pero
trazando el panorama que se vivía por aquel entonces, con los Estados Unidos
inmersos en una guerra que nadie quería, una parte de la juventud imbuida del
espíritu hippie y muchos otros grupos reivindicativos (las W.I.T.C.H., los
Panteras Negras, los Motherfuckers, los yippies…), que comenzaron a poner a la
sociedad tradicional patas arriba.
Pero Las chicas tiene muchas aristas más allá de los sucesos
protagonizados por Charles Manson y su secta. De hecho, la figura de Manson
(Russell en la novela) no es protagonista, sino las chicas que lo acompañan. Y,
por encima de todo ello, la adolescencia, porque la novela de Emma Cline es uno
de los mejores retratos que se han hecho en los últimos años de esa edad en la
que priman los sentimientos sobre la razón y en la que cada suceso que acontece
se ve con ojos desesperadamente románticos, incluso la muerte:
La muerte me parecía el vestíbulo de un hotel. Una estancia civilizada e iluminada en la que uno podía entrar y salir fácilmente. Un chico del pueblo se había pegado un tiro en su sótano amueblado después de que le pillasen vendiendo papeletas falsas para una rifa: no pensé en las tripas húmedas y sanguinolentas, sino solo en la paz un instante antes de apretar el gatillo, en lo limpio y tamizado que debió de parecer el mundo.
Es la época en la que
tanto adultos como jóvenes viven una libertad que nunca hubieran imaginado, que
se expresa en múltiples ámbitos de la vida: la pareja, el trabajo, el sexo, el
consumo de drogas, el desacato a la leyes o normas impuestas por otro que no
sea uno mismo. En los adolescentes esas sensaciones se exacerban y alcanzan su
paroxismo al combinarse con la idea de amor universal promovida por el espíritu
hippie. Y a esto se suma, claro está, esa incomprensión que todos aducen sentir
por parte de los adultos, muchas veces muy cercanos a ellos en edad, como si
esos otros nunca hubiesen pasado por la adolescencia y se hubiesen colado de un
salto desde la infancia a la edad adulta:
Pero el rancho demostraba que se podía vivir a un ritmo más extraño. Que se podían derribar esas insignificantes debilidades humanas y adentrarse en un amor más grande. Yo creía, a la manera de los adolescentes, en la superioridad y el acierto absolutos de mi amor. Mis propios sentimientos daban forma a la definición. Ese tipo de amor era algo que ni mi padre, ni siquiera Tamar, podrían entender nunca, y por supuesto tenía que marcharme de allí.
La forma de narrar de Cline
es la de los clásicos, con un ritmo muy bien ajustado a la narración, diálogos
bien construidos y una estructura bien proyectada. El resultado es una novela
que se lee con una facilidad, a lo que ayuda la precisión en un lenguaje que,
al mismo tiempo, prescinde de florituras y se centra en lo eminentemente
narrativo.
El principal punto fuerte
de la novela es que no se recrea en lo sórdido, en la sangre, los gritos, los
asesinatos, el histerismo y, sobre todo, que no trata de explicar. El mal se
padece y se teme, o se venera, pero no admite explicación; como el bien, por
otro lado. Pero somos seres que precisamos explicaciones, dar un sentido a los
hechos que nos narran, y Emma Cline ha dejado esa responsabilidad por entero al
lector.
Por último, los dos
peros, muy personales, a la novela. En primer lugar, el excesivo énfasis en la
fascinación de Evie con Suzanne. Hacia la mitad del libro ya está claro esa
admiración por ella, pero las referencias se suceden sin cesar, sin que ello
después tenga más consecuencias que las que se prevén desde el inicio. Por otro
lado, los fragmentos en los que nos encontramos con la Evie adulta son tal vez
demasiado escasos, muy poco informativos, tan solo apelan a ese pasado de Evie
pero nada dicen apenas sobre ella pasados años después de esa experiencia con
la secta de Russell y sus chicas. Y es que son escasas las «novelas de consecuencias». ¿Qué entiendo por este
término? Aquellas que analizan cómo un hecho traumático afecta después a la
vida de las personas. Los hechos que narra la novela son, sin duda, esenciales
para contextualizar una época determinada en los Estados Unidos y cómo el mal
se esconde entre las sombras del amor y las mejores intenciones. Pero, ¿qué le
ocurre a alguien que ha estado cara a cara con el mal o con la muerte años
después de la experiencia? ¿Qué le ocurre a alguien que ha sobrevivido a un
accidente aéreo o a un asesinato en masa? ¿Sufre pesadillas a menudo? ¿Se han
visto afectadas sus relaciones con los demás? ¿Se enfrenta de un modo distinto
a la vida? Eso es lo que echo de menos en esos fragmentos en los que habla la
Evie adulta. Se dan algunas pinceladas, pero son apenas bosquejos. No es un
defecto de la novela, sino de la mayor parte de la literatura, que se centra en
el hecho central de una vida, en la capacidad de ruptura de lo rutinario por lo
anómalo y deja de lado la vida del personaje que circunda esos momentos, en los
que debe levantarse cada mañana, ponerse frente al espejo y admitir quién es y
cómo ha sido su vida.
Autora: Emma Cline
Traducción: Inga Pellisa
Editorial: Anagrama
Páginas: 344
Precio: 19,90 euros (rústica)
Todavía no leí "Las chicas", pero me sumo a tu reflexión sobre la ausencia de "novelas de consecuencias" en la mayor parte de la literatura. De hecho me parece una ausencia muy significativa.
ResponderEliminarComo lectora, no necesito moralejas que rematen las historias. No. Ni sermón ni panfleto moralista. Tampoco. Pero no me dejo epatar por esos personajes, tan por encima del bien y del mal, que, habiendo tocado lo más fondo, resurgen como que nada, redimidos ¿por lo literario del lado oscuro? Casi indemnes.
Soy mayor para saber que los actos tienen consecuencias, que se suelen pagar en vida (al margen de juicios morales). Sin embargo, a veces me inquieta el efecto de estas novelas sin consecuencias sobre los lectores más jóvenes...
Hola, Laura:
ResponderEliminarCreo que has entendido perfectamente lo que queríamos decir. Como bien dices, no se trata de emitir juicios morales. Las decisiones que se toman a lo largo de la vida muchas veces son irreflexivas o muy influidas por el contexto y no somos quiénes para juzgarlas porque quizá nosotros caeríamos en los mismos errores. Lo que sí me genera interés son esas contingencias que se plantean a partir de un suceso que muchas veces puede ser producto del azar. Ocurre lo mismo con la historia cultural o de las naciones, pequeños hechos tienen consecuencias imprevisibles que condicionan el futuro de un modo a veces inesperado. Y lo mismo ocurre con las personas. Son esas contingencias las que se echan de menos en la literatura o el cine. Es más sencillo terminar con la palabra FIN y sus tres asteriscos al final o con "y fueron felices y comieron felices". Quizá después no lo fueron porque la princesa sufrió estrés postraumático por haber estado encerrada durante un año con un dragón en un castillo, pero nos quedamos sin saber esa parte de la historia.
Muchas gracias por comentar, Laura.
Un saludo.
Anoche acabé de leer la novela (la pillé en catalán, así que "Les noies").
ResponderEliminarYo interpreté la fascinación (algo machacona) de Evie hacia Suzanne como que en la adolescencia, esa búsqueda de identidad, el magnetismo hacia tu mismo mismo sexo puede paradógicamente arrojarte en brazos del sexo contrario.
Sí creo que esta atracción fatal y soterrada haya tenido consecuencias en la vida de la Edie adulta, pues la convirtió en cómplice al no denunciar (recuérdese que ella no participó, de hecho, en los asesinatos) precisamente por ese amor (y temor), excesivo e incondicional, cebo que la arrastró hacia el grupo. Se espera de ella que hubiera salido del armario para vivir su latente homosexual, sin embargo no parece que sea así, y esta es, a mi parecer, una de las consecuencias de su pasado oscuro. Lo que Suzanne significó para ella le empañará de culpa y horror toda posibilidad de vivir una relación "normal" con otra mujer en el futuro, y no parece que sus relaciones con hombres hayan llegado a buen puerto. Intenta proteger a Sasha, como le hubiera gustado que hicieran con ella, pues desconfía de los hombres, sabe lo vulnerables que pueden llegar a ser las chicas. De hecho, la novela acaba con un episodio de paranoia que sufre Edie al identificar a un paseante de la playa con un posible agresor... Su vida, destartalada y de prestado (otra consecuencia, el mal hábito de vivir a salto de mata que adquiriera con el grupo), es el resultado de un pasado no resuelto, un estrés postraumático que ¿empieza a resolver cuando se atreve a contarlo?
A mí, me queda la duda: ¿no se viene arriba al sentirse escuchada por esos jóvenes, ella siempre ávida de público? ¿Se sentirán estos chavales, que apuntan maneras de vivir peligrosamente, fascinados por su relato? (En principio, ella solo se le cuenta a Sasha pero esta la traiciona contándoselo a su novio, y, aunque hay un momento en que los chavales se lo recriminan, es por su grado de experiencia con el mal por que toleran su compañía.)
Da la impresión de que hay cosas que no han cambiado tanto entre chicos y chicas desde 1969, y esta es, creo, la advertencia que nos hace Emma Cline...
"Las chicas" es un buen retrato de cómo funciona una secta, la manipulación de los débiles por malas artes de un psicópata social, pero se puede extrapolar hacia otras asociaciones, no tan marginales socialmente hablando, en las que suele prevalecer el poderío patriarcal sobre las mujeres. Tantos antros donde las mujeres, solo por serlo, tienen algo que ofrecer, aunque malvivan en la indigencia.
Las chicas de Russell hurgaban en los contenedores y servían de mercancía sexual (por esa búsqueda de éxito, insana y pueril, del gurú).
Edie se tapa las piernas cuando es sorprendida por la pareja de intrusos, en esa casa donde ella vive medio de ocupa: a sus cincuenta y pico años todavía no ha superado haber sido un objeto sexual...
Gracias por vuestra recomendación. Como madre de un adolescente, esta lectura me refrescó la memoria sobre lo muy incautos que somos de jóvenes. Por desgracia, eso tampoco ha cambiado tanto y, sin ponerse en lo peor, hay que andar con pies de plomo tras los pasos inciertos de nuestros hijos.