lunes, 29 de agosto de 2016

Una herencia peligrosa, de Zafer Senocak: en busca de la identidad

El de la identidad es uno de los temas más recurrentes en la literatura contemporánea. Lo arbitrario de las fronteras, dependiente de contingencias históricas, hechos casuales, pactos, tratados y muertes –sobre todo muertes– conlleva una alteración de ese sentimiento de pertenencia casi inherente al ser humano. Muchos psicólogos evolutivos y antropólogos consideran la pertenencia al grupo un elemento cultural esencial que incluso es posible que vaya de algún modo codificado en los genes y que ha supuesto una ventaja adaptativa evidente para nuestra especie (en esa pertenencia al grupo entrarían la nacionalidad, la pertenencia a una secta o grupo religioso, incluso a un club de fumadores). Porque ese formar parte de un grupo permite definir de una forma muy clara quiénes son tus amigos y tus enemigos, con quién debes mostrarte solidario y a quién debes clavarle una flecha en el corazón y comerte después su hígado. 

Por suerte el Humanismo y la Ilustración irrumpieron y ayudaron a forjar un mito (irreal pero muy útil), el del buen salvaje, que nos definía como eminentemente buenos y –aunque no era su objetivo– contribuyó a difuminar en cierta medida los límites artificiales impuestos por las fronteras políticas para considerar al otro, aunque no compartiese lengua, cultura o usos y costumbres, un igual, alguien a quien socorrer en caso de necesidad.

Estos, a grandes rasgos, son los temas de la obra de Zafer Senocak, Una herencia peligrosa. En ella el narrador, un álter ego del autor, es periodista y al mismo tiempo está intentando escribir una novela que tratará acerca del suicidio de su abuelo unos años atrás. Recibe en herencia una caja repleta de cuadernos escritos en turco, árabe y cirílico que es incapaz de descifrar y, por tanto, tendrá que pedir ayuda. Pero este resumen no describe lo que en realidad narra el libro, sino que funciona más bien como un tenue hilo conductor que servirá al narrador, mediante fragmentos breves entre los que se incluyen conversaciones, reflexiones o artículos periodísticos, para cuestionar algunos de los tópicos acerca del «extranjero». El narrador es un turco que viaja con sus padres a Alemania, donde pasa su infancia. Su padre es turco, su madre, judía alemana. Él habla alemán y no entiende el turco. Se considera alemán, por tanto, pero sus raíces turcas y judías son inevitables y tampoco las desdeña.



La Segunda Guerra Mundial devastó las relaciones entre los alemanes y los judíos (muchos de ellos alemanes de nacimiento también). Posteriormente, tras la caída del muro, a esos dos grupos (alemanes y judíos) se unió un tercero, los turcos, posiblemente incluso más odiado que el de los judíos. La voz del narrador es interesante porque es capaz de encontrar luces y sombras en la relación entre los turcos y los alemanes. Los alemanes son muy liberales en lo que se refiere al uso de su lengua y al cuestionamiento de su cultura pero la posición de superioridad sobre los turcos hace que la relación no se establezca de igual a igual. Ni siquiera con los turcos de segunda generación que ya nacieron allí. Y es que este es un problema sin resolver de muchos de los países europeos, cómo integrar a esos hijos de inmigrantes a un grupo al que muchas veces no se sienten lo suficientemente unidos o al que los propios habitantes del país de llegada tampoco permiten acceder. Para los turcos, que no hace más de un siglo disponían de un enorme imperio, esa emigración y su asimilación como poco menos que ciudadanos de segunda clase, supone casi una humillación. 

En el caso de los judíos el problema es casi incluso más complicado. Los judíos, como los gitanos, son pueblos sin patria (olvidemos de la existencia de Israel por un momento, un estado creado de aquella manera) de modo que incluso aunque nazcan en un determinado país, ellos seguirán formando parte de ese otro grupo trasnacional, de fronteras más amplias (y al mismo tiempo más difusas) que las de cualquier otra nación, de ahí que las naciones en las que nacen tampoco deseen acogerlos, pues los identifican con otro grupo.

La obra de Senocak, sin ser de los mejores títulos que hemos leído de la editorial Pre-Textos, sí que entronca con un tipo de literatura, la que nos permitimos denominar, de la identidad, en la que puede enmarcarse a autores de muy diferente calado pero que tienen en común una búsqueda de sus orígenes autobiográficos en los que –es inevitable– siempre termina colándose la identidad cultural, pues el ser humano es un ser cultural y, por tanto, muchas de sus actitudes y, por supuesto, su pensamiento, estarán influidos por su pertenencia (o no) a un grupo cultural determinado. Autores como Senocak son Eduardo Halfon, Chimamanda Ngozi Adichie o Aysel Özakin, que desde diferentes perspectivas, no solo buscan sus propias raíces, sino las relaciones entre los lugares donde viven y sus orígenes, en muchos casos, múltiples. Senocak lo hace desde su existencia como habitante nacionalizado alemán, de orígenes turcos y judíos, y que se siente habitante del último lugar en el que ha vivido.

La historia del abuelo, esa que sirve como hilo conductor, habrá que descubrirla leyendo el libro, no somos quiénes para desvelarla.

Título: Una herencia peligrosa
Autor: Zafer Senocak
Traducción: Carmen Plaza Vázquez y Ana Rosa Calero Valera
Editorial: Pre-Textos
Páginas: 168
Precio: 17 eur (rústica)


         

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