jueves, 18 de agosto de 2016

Nemo, de Gonzalo Hidalgo Bayal: el silencio por toda explicación

Lo más sensato para escribir una reseña acerca de un libro que disecciona todas las variaciones del silencio sería tal vez seguir el ejemplo y no escribir reseña alguna, o presentar un espacio vacío donde ahora lees los caracteres y dejar que cada uno interprete las causas y analice los motivos que nos han podido conducir a esa decisión. Pero somos locuaces como papagallos y no podemos evitar hablar, más bien vitorear, el último libro de Gonzalo Hidalgo Bayal, Nemo, publicado por Tusquets.  


Cuando nos explican las distancias en el universo, a menudo se recurre a la luz de las estrellas. Las vemos en el firmamento y casi da la sensación de que podríamos hacernos con su brillo con tan solo alargar un poco el brazo. Sin embargo, esa luz es un hecho pasado, se originó hace años y es posible incluso que en la actualidad esa estrella ni siquiera exista. En la novela de Hidalgo Bayal, un hombre llega a un pueblo para alojarse en una de las casas, con la única condición de que no intercambiará una sola palabra con sus habitantes. No dirá ni mú. Los habitantes comienzan a llamarlo Nemo (por Nemo neminis o, lo que es lo mismo, Nadie). Nemo es una incógnita, una luz de la que los habitantes ven su brillo (que paradójicamente es su silencio) pero nada saben sobre su origen. 

Lo que sigue es la narración del escribano (la persona que ocupa la antigua casa del escribano y que se dedica al transporte en el pueblo), que se encargará de reunir los testimonios de los habitantes del pueblo sobre el forastero y, al mismo tiempo, analizará las posibles causas del silencio de Nemo. La novela es, por tanto, una suerte de narración coral, en la que caben el silencio en todas sus formas –con sus propósitos y orígenes diversos–, la venganza, el miedo a lo ignoto y a lo inusual, la muerte o la desafección (incluso por los más cercanos). Y todo ello, con la vida de un pueblo de fondo. Si parece haberse puesto de moda la representación de la vida rural tras algún éxito sonado en los últimos años, la visión que ofrece Hidalgo Bayal de ese ambiente rural es, sencillamente, veraz, en el sentido representativo del término. Es posible imaginar ese pueblo, hacerse una idea de la idiosincrasia de sus habitantes, pasear por sus calles y ver las caras de sus traviesos niños, ese tipo de narraciones en las que no es apenas necesario el pacto de ficción entre escritor y lector.  

La forma en la que el escribano nos presenta a Nemo y sus circunstancias es la de una digresión que se asienta en los testimonios de los habitantes del pueblo y en sus propias opiniones. La disgresión se detiene, sobre todo, en la causa o causas del silencio de Nemo (¿hastío? ¿conciencia de la verdad? ¿ignorancia? ¿inteligencia? ¿incapacidad del lenguaje para expresar lo que verdaderamente desea decirse?). La novela es, a pesar de analizar las muy diversas formas del silencio y su origen, un tratado sobre la comunicación o quizá más sobre la incomunicación. Esta puede venir dada por discursos vacíos (el personaje del papagallo lo representa a la perfección), por un insuficiente acercamiento hacia el prójimo (las muertes que se describen en la novela así lo muestran), por la imposibilidad de mostrar los sentimientos mediante la mera palabra… En resumen, el silencio como oposición a la comunicación. 

Los seres humanos, dice Chomsky, nacemos con unos circuitos cerebrales que nos predisponen a practicar el lenguaje. Tanto es así, que incluso hay una ventana plástica en el encéfalo que se alarga hasta los diez años de edad para que, incluso si no hemos sido expuestos a ninguna lengua, podamos ser capaces de aprenderla a esa ya tardía edad. Sus ventajas adaptativas para nuestra especie –estéticas aparte– son innegables. De ahí que la renuncia de Nemo, ese callar o ese no hablar (que no son lo mismo pero tampoco sabemos con cuál de los dos quedarnos) sea extraña a los habitantes del pueblo, desde el viejo que proclama sus senectas, hasta el herrero, el carpintero o al propio escribano, que es quien más parece afanarse en dilucidar las causas de ese terco silencio y quien no sabemos –somos lectores malpensados– si está detrás de algunos sucesos que le ocurren al bueno de Nemo ideados para forzarlo a hablar y dar así un final made in Hollywood a la narración. Y es que el lenguaje es, si nos atenemos al relato bíblico, el origen de todo, el que da principio a las cosas, es la palabra la que define la existencia: fiat lux. A este respecto es esencial leer Gramáticas de la creación, de George Steiner, que analiza esa capacidad generativa del lenguaje, que más allá de servir de vehículo comunicativo cumple una función nominativa, confiere características a aquello que denota.     

Qué decir sobre el estilo de Hidalgo Bayal que no implique una admiración mayúscula. Nos gustan a los autores de este blog, no solo a quien esto escribe, los autores con el ánimo literario esencial de trabajar con la palabra, y de hacerlo de un modo preciosista, sin caer en la floritura, sino a partir del conocimiento exhaustivo del lenguaje, un lenguaje ornamentado que se permite licencias, juegos de palabras, arcaísmos, ironías, citas apócrifas, y en el que el ritmo y la eufonía son esenciales en el desarrollo de una prosa que asombra y fideliza al lector a partes iguales. No abundan, de hecho, los autores que se muevan en estas coordenadas en el panorama español actual. Citemos a Pablo Gutiérrez, a Eloy Tizón o a Juan Gracia Armendáriz entre los que se aproximarían a esta noción de literatura que tanto nos atrae. Permítaseme el inciso: quizá los talleres literarios estén cortando las alas a más de un autor que nada en esas aguas, con esa tendencia al estilo sencillo, pulcro y casi aséptico que tanto se reclama y elogia en la actualidad.        

Pero volvamos por un momento a ese silencio de Nemo, que es el corazón de la novela, sobre el que pivotan todos los hechos de la misma, incluso las historias paralelas sobre el silencio que algunos habitantes del pueblo refieren al silencioso Nemo. Como en un buen relato policiaco, el escribano ofrece todas las posibilidades que pudiera plantearse el lector acerca de las causas del silencio del forastero, trata de explicar el problema acusando a muchos posibles culpables. El problema es que esta no es una novela policiaca y los culpables pueden ser múltiples o puede que no haya culpables, o que el culpable sea tan inmenso que no podamos soportarlo o admitirlo como tal porque nos toque un poco a todos, aunque sea de refilón. También es posible que se trate de un intento de Nemo por desvanecerse, por ser nada, al modo soñado de Walser. Una vez que su estrella ha brillado, hiciera lo que hiciera en el pasado, ya solo queda su recuerdo, pero él es ya nada, como esos puzzles que componía Bartlebooth en La vida instrucciones de uso a partir de acuarelas que él mismo había pintado en diversos viajes y que después eliminaba. Llevar a cabo la tarea es lo relevante: la acción prima sobre la consumación.  

El gran narrador argentino Antonio Di Benedetto (otro gran virtuoso de la lengua) creó un personaje, el silenciero, que se mudaba de casa frecuentemente (un émulo de Juan Ramón Jiménez) buscando el silencio. Nemo hubiese encontrado en él al vecino perfecto. De hecho, Nemo y el silenciero, aunque parecen personajes antagónicos (uno elude la comunicación con los otros, el otro elude la de los otros consigo) son productos de nuestro tiempo pero son también símbolos atemporales, pues la comunicación, o la incomunicación –y en ellas se inscribe la literatura y cualquier otra forma de expresión artística– siempre serán inherentes al ser humano.  

Título: Nemo
Autor: Gonzalo Hidalgo Bayal
Editorial: Tusquets
Páginas: 288 
Precio: 18 eur (rústica)






Foto tomada de www.elcultural.es

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