En
Rusia hay muchos rusos, qué buenos los filetes rusos y la ensaladilla rusa, qué
divertida la montaña rusa… y qué bonitas las muñecas rusas. Eso era lo que
decía un personaje de un chiste de Eugenio cuando se veía obligado a halagar a
un interlocutor ruso. Y poco más podría decir acerca de Rusia el común de los
mortales no rusos. Porque Rusia ha sido tradicionalmente, junto con China y
Japón, un país muy encerrado en sí mismo, poco dado al intercambio cultural.
Tiene la extensión de un continente, está poblada por multitud de etnias diferentes y presenta una delimitación del territorio un tanto arbitraria (pocos países se escapan de
esa contingencia histórica) que ocasiona problemas insospechados
para los que vivimos casi de espaldas a ese enorme país.
La
editorial Dioptrías se saca de la manga otro de esos geniales libros
inclasificables –en este caso podríamos arriesgarnos por el género de la
crónica pero con un componente autobiográfico importante– que lleva por título El delirio blanco. Escrito por el
periodista polaco Jacek Hugo-Bader para su periódico, aunque con apenas ayuda
económica, su objetivo fue tratar de verificar –todos sabemos que esa premisa
no iba a cumplirse de antemano– si los pronósticos incluidos en el libro que
escribieron dos periodistas soviéticos cincuenta años antes en el que
describían cómo sería la vida en la URSS (para ellos esas siglas serían
eternas) en el año 2007 se habrían cumplido. Por supuesto, imaginaban un futuro
bien distinto del actual. Ayudados por decenas de entrevistas con científicos,
se vieron con argumentos suficientes como para afirmar que las enfermedades
prácticamente se habrían erradicado de la URSS, entre ellas el cáncer, o que
los viajes espaciales serían la tónica general. Sí acertaron en otras
cuestiones, como en la existencia de Internet, de los teléfonos móviles o de
las pantallas planas, todo sea dicho.
Así
es que el bueno de Jacek sale de casa y decide recorrer el trayecto entre Moscú
y Vladivostok en un todoterreno desvencijado que conserva el mismo diseño que
el original, de los años 50. El primer capítulo del libro es un manual de
supervivencia y un reflejo del atrevimiento un tanto alocado de Jacek, que
decide –no podía ser de otro modo– realizar dicho trayecto durante el invierno.
Debe posicionar el coche siempre en contra del viento (de otro modo podría
morir asfixiado por los propios gases del vehículo, que se colarían por el tubo
de escape), debe llevar siempre el depósito de gasolina como poco a la mitad de
su capacidad, y el maletero atestado de madera seca, o bien llevar una garrafa
con una mezcla de gasolina y aceite para conseguir que arda… En fin, toda una
serie de medidas que atenúen o reduzcan las posibilidades de morir en el
trayecto.
El
resto del libro recoge datos y, sobre todo, testimonios de muy diferentes
personas que nos pondrán al día acerca de las facciones fascistas y
antifascistas que se enfrentan en las ciudades y los tipos de música que
escucha cada grupo o sobre los hippies
que viven en Rusia y los intentos de comunas que se formaron en paralelo al
comunismo. Sin embargo, ese es solo el principio, porque después tocará otros
temas más traumáticos, como los altos índices de infectados por VIH de Rusia,
debido sobre todo a una inexistente política preventiva del gobierno, que solo
hace unos pocos años parece haber tomado conciencia del problema, cuando antes
únicamente trataba de esconderlo debajo de la alfombra. Pero casi cuatro
millones de infectados –la África occidental la llaman– son imposibles de
ocultar. Aun así, la estigmatización de los enfermos es similar a la que
sufrieron los infectados en los países occidentales con el descubrimiento y
expansión de la pandemia allá por los años 80-90, y muchos de ellos siguen
pensando que compartir un vaso de agua puede provocar el contagio del VIH. A
eso se suma, por un lado, la prostitución elevadísima en el país, especialmente
en las ciudades y, por otro lado, la reticencia al uso de condones entre la
población masculina y el seguidismo de ello que hacen las mujeres, por miedo a
verse rechazadas, según cuentan algunas mujeres con las que conversa
Hugo-Bader.
A
medida que el periodista polaco se va internando en Siberia sus problemas se
acrecientan, así como los males que padecen los habitantes de esas regiones.
Muchas de esas poblaciones las constituyen etnias de las que ya apenas quedan
unos centenares de personas. Muchas ni siquiera conocen ya su lengua de origen
y sobreviven a duras penas, casi mediante la autogestión. Están prácticamente
olvidadas, dejadas de la mano del dios que les golpea durante casi todo el año
con su puño de hielo.
Hay
tres capítulos del libro que a un servidor le han tocado la fibra. Desvelaremos
dos, para no extendernos en exceso y permitirnos una pizca de intimidad. La
entrevista que Hugo-Bader realiza al camarada Kalashnikov, creador de su famoso
fusil homónimo y del no menos famoso AK-47, demuestra hasta qué punto la
ideología puede deformar e incluso eliminar cualquier atisbo de humanidad o de
conciencia del otro en una persona. Y no diremos más. Leed la entrevista, es
escalofriante y, al mismo tiempo, muy reveladora del clima soviético durante la
Guerra Fría.
El
otro episodio que contaremos es al que hace mención el título del libro: el
delirio blanco, que no es otra cosa que como se denomina por aquellas tierras
al delirium tremens. Si en la lista
inicial de cosas que conocíamos sobre Rusia hubiésemos añadido: «y cómo
bebéis los rusos», seguramente nadie habría estado en desacuerdo. Sin
embargo, hay rusos y rusos. Cada año mueren en Rusia 40.000 personas a
consecuencia del alcohol pero la verdadera tragedia no debemos situarla en las
ciudades, sino en esas poblaciones de Siberia de nativos que tienen muchos más
genes asiáticos que europeos. El alcohol ha llegado hasta ellos como una plaga
y los está arrasando. El relato acerca de los pastores de una pequeña población
en la que todos ellos mueren a consecuencia del alcohol en solo unos pocos años
es, sencillamente, salvaje. Mueren por riñas ocasionadas entre ellos, congelados
en la nieve, se suicidan… y afecta tanto a hombres como a mujeres. Su menor
capacidad para metabolizar el alcohol y consumirlo de muy mala calidad hace que
para ellos sea mucho más perjudicial que para los rusos. Lo que se está
viviendo en esas poblaciones es un auténtico exterminio.
Se
quedan muchas cuestiones sin mencionar, para que sea el lector quien las
descubra y le muevan a la reflexión. Porque por encima de los hechos que narran
Hugo-Bader y sus entrevistados, este es un libro que invita a reflexionar sobre
cuestiones como la búsqueda de la felicidad, los peligros de las ideologías, el
abuso de poder o la responsabilidad de los ciudadanos como seres humanos, no
solo sobre nuestro propio destino, sino también sobre el de los que nos rodean.
Las
entrevistas del bueno de Jacek a veces son maliciosas, otras son consideradas o
incluso amables pero sobre todo nunca dejan indiferentes. Entrevista a niños
abandonados por su madres alcoholizadas, a prostitutas, a hippies
desenganchados de la droga y el alcohol, a enfermos de sida, a chamanes y
santeras, a médicos, diseñadores de armas, enfermos de cáncer de las zonas en
las que se probaron armas nucleares… En resumen, un libro necesario al que
habría que acercarse obligatoriamente para, una vez finalizada la lectura,
completarla con la reflexión y, lo que es más importante, con acciones que
contribuyan a que lo que narra El delirio
blanco, no vuelva a suceder.
Autor:
Jacek Hugo-Bader
Traducción:
Ernesto Rubio y Marta Slyk
Editorial:
Dioptrías
Páginas:
316
Precio:
19,99 eur (rústica)
Foto tomada de www.wiadomosci.gazeta.pl
No hay comentarios:
Publicar un comentario