Hay algo hipnótico en las listas, un balanceo mental que nos obliga a adelantar un paso más, a sumar un término adicional a la lista para tratar de cerrar el hueco que nos separa del infinito. Las listas son tan variadas que podríamos ensayar a su vez una lista de listas, algo que no haremos porque ya lo han hecho otros (leed sin demora, si sois adictos a ellas, el maravilloso libro de Umberto Eco El vértigo de las listas): las hay útiles (la lista de la compra), inmutables (la de los números primos), históricas (las de los reyes godos y las eras geológicas), caóticas (la de «El aleph» de Borges, un canon a seguir), retóricas (las más usuales en literatura), comerciales (la de los más vendidos), pragmáticas (las instrucciones de uso)… Forman parte de nuestra cotidianidad, una de las principales razones por las que Georges Perec las incluyó en muchas de sus obras.
La atracción de Perec por las listas es una muestra de, por un lado, su capacidad para originar fórmulas generativas de literatura sin horizonte (uno de los objetivos principales de OuLiPo), ya que siempre es posible añadir un término más a una lista y proseguir con ella hasta que se desee; pero, por otro lado, las listas eran para Perec una forma de mostrar la realidad a través del microscopio, tratar de arrancarle cada detalle, por insignificante que fuera, pues su objetivo final era crear un trampantojo de aquello que pretendía describir o narrar. De hecho, su afición por la pintura era notoria y queda patente en una de sus primeras obras, El condotiero, así como en otras posteriores (La vida instrucciones de uso o El gabinete de un aficionado).
Las listas se suceden en muchos de sus libros. En Las cosas (Anagrama), esa deriva es ya evidente. Nos encontramos ante un muestrario de muebles y ropa que bien podría definirse como un catálogo comercial. Es el modo que encuentra Perec de hacer ver la inmensidad de posibilidades que ofrece el consumismo, y lo hace partiendo desde el exceso, pues no es sino desde la acumulación como mejor se puede percibir esa abrumadora sensación de quien se encuentra ante la infinitud, representada por la multiplicidad de las elecciones. En este mismo sentido, pero con un fin distinto, se suceden decenas de listas, enumeraciones y descripciones hasta la extenuación en La vida instrucciones de uso, su obra maestra. Contribuyen aquí no tanto a generar extrañamiento o a generar un inventario excesivo, aunque también lo logran, sino a caracterizar a los diferentes personajes a partir de sus estancias, los muebles entre los que viven cada día, los bibelots acumulados en sus estanterías… una descripción de sus vidas tomando como punto de partida los objetos con los que interaccionan –con los que interaccionamos– cada día.
Por otro lado, esa mirada tan atenta al detalle, esa capacidad para agotar las posibilidades de la narración es también una forma de experimentar con lo que él mismo propone un su prólogo a Lo infraordinario (Impedimenta), en el cual Perec explica uno de los motores de su escritura (muy evidente en ese libro): la búsqueda de lo cotidiano, de los hechos banales y los objetos comunes. Del mismo modo que cuando observamos imágenes a una escala muy diferente a la acostumbrada, por ejemplo, una cabeza de mosca vista al microscopio, Perec es capaz de lanzarnos, mediante esa exhaustividad, a una extrañeza en la que somos capaces de mirar lo cotidiano con ojos nuevos. Ese es uno de los objetivos –fines literarios aparte– de Tentativa de agotamiento un lugar parisino (Gustavo Gili) en el que el francés se sienta durante tres días en una terraza de la plaza de Saint Sulpice y tratar de anotar todo lo que ocurre ante él: primero, claro, realiza una descripción del espacio en el que se encuentra, aunque no lo hace al modo clásico, como si sus ojos fuesen una cámara que nos va acotando el plano. Lo que hace Perec es agrupar lo que ve, clasificarlo. Por ejemplo, todo lo que tiene texto, todo lo que es rojo, etc. De este modo percibimos la realidad de otro modo, y llegamos a hallazgos que de otro modo hubiesen sido difíciles de alcanzar. La voz del otro, ese que nos es ajeno, siempre nos produce ese extrañamiento y es, al mismo tiempo, la herramienta esencial del aprendizaje, pues esconde secretos que comparte con nosotros y que nosotros, después, hacemos nuestros y los incorporamos a nuestra realidad.
En Lo infraordinario aparecen varias listas que son fruto de la combinatoria. Partiendo de unos pocos elementos Perec expande las combinaciones y genera listas de postales o de recetas de cocina que son desternillantes y, por otro lado, reflejan formas y modos de ser. También ensaya este mismo tipo de textos y se adentra en el mundo de la clasificación –una ocupación eminentemente científica–, en Pensar, clasificar, otro de sus títulos imprescindibles, en el que puede encontrarse, por ejemplo, una pieza magnífica y muy divertida sobre el arte de colocar libros en una biblioteca. No en vano, Perec fue archivero durante algunos años en un instituto de Neurofisiología en París, lo que seguramente le indujo a pensar sobre muchas de estas cuestiones.
Una de sus obras más conocidas –y, paradójicamente, teniendo en cuenta la originalidad de la obra de Perec, una de las menos originales porque ya había sido ideada anteriormente– es Me acuerdo (Berenice): En esta obra la lista cumple también una función acumulativa pero cuya fuente es la memoria autobiográfica. Nuestra memoria no funciona como el disco duro de un ordenador, ni mucho menos: rellenamos huecos, completamos con información que pueda ser verosímil aquella de la que disponemos, incluso somos vulnerables a la generación de falsas memorias (leed, por favor, a Elisabeth Loftus, no os defraudará), por eso el libro de Perec es una lista de recuerdos, ya sean reales o imaginarios, pero sus recuerdos, su realidad mnemónica. Son recuerdos de infancia: deportistas, hechos banales, comidas puntuales… Es, en cierto modo, una invitación al lector para que emule ese mismo ejercicio, que se adentre en su memoria y seleccione los recuerdos que son parte inseparable de él, los que han ayudado a conformarlo como persona, los que determinan su proceder, sus maneras, manías, preferencias, límites, intolerancias, en fin, esos atavismos que nos acompañan, ya sean provocados por lecturas pretéritas, riñas infantiles, canciones que se convierten en gusanos cerebrales, cicatrices, sabores, olores, escenas.
En el resto de sus obras, las listas están también presentes: la descripción de los cuadros que se subastan en El gabinete de un aficionado, el anexo que enumera las figuras retóricas utilizadas en Qué pequeño ciclomotor de manillar cromado en el fondo del patio (Alpha Decay)… Su voluntad de inventariar, de crear su propia clasificación de la realidad está presente en toda su obra, y posiblemente cumpla algunos de los propósitos que hemos comentado pero también otro que acaso sea el principal, y es organizar su propio mundo, crear su propia realidad, adaptarla a sus reglas y condicionantes, algo que hacemos cada uno de nosotros en nuestra vida diaria. Nos gustan unas comidas y nos disgustan otras, y las clasificamos en función de nuestras preferencias, separamos a las personas en amigos, conocidos y desconocidos, creamos nuestras propias clasificaciones animales (mamíferos, pájaros, peces, bichos y alguno más que posiblemente encuentre su acomodo en la categoría de bicho), destacamos algunos días en detrimento de otros en función del recuerdo o de un aniversario o efeméride cuyo origen quizás apenas recordemos. Nos afanamos, en definitiva, en ese mismo proceder literario de Perec en nuestra vida real, y es por eso que al leerlo sobre el papel, la tinta mostrándonos la realidad de un modo diferente a como nosotros la percibimos –las clasificaciones son las más de las veces subjetivas– nos desplaza a una periferia incómoda, nos descentra, y desde excentricidad somos capaces de vernos en la literatura de Perec –porque eso es en cierto modo la literatura, una forma de excentricidad, de incomodidad también– y, de ese modo, saber que estamos ante un autor capaz de llegar a nosotros desde formas poco acostumbradas, ignotas, en un mundo, el literario, en el que también todo tiende a clasificarse, a adscribirse a géneros, modas, usos y costumbres. Un autor capaz de conseguir eso es, no hay que dudarlo un solo instante, es un autor genial.
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