Hace unos días, hablé
con algunos escritores de mi edad (generación ochenta) sobre editoriales.
¿Dónde es mejor publicar y por qué? ¿La editorial tiene caseta? ¿Has podido
firmar en la Feria del Libro? ¿Te promocionan? Al final, casi todos nos pusimos
de acuerdo: estamos contentos publicando en editoriales independientes que
funcionan como pueden (la crisis, ahí está), pero qué bonitos son sus
movimientos y su lucha diaria por sacar a un autor/a adelante. Lo literario como
resistencia.
Monedero no es un
escritor realista y tampoco deja de serlo. ¿Quién sabe qué pasa por nuestra
cabeza en determinadas situaciones? «Se puede morir por razones médicas y por
razones puramente líricas». Cada cual que escoja
las suyas, si de todas formas nos va a llegar la hora.
Los cuentos que
Daniel Monedero escribe son, por llamarlos de alguna manera, desordenados. Mantienen
un espíritu impreciso. No hay centro de gravedad en los relatos, ni siquiera un
pequeña línea de guía. El delirio es su motor de búsqueda. Por ejemplo, este
párrafo, que pertenece a un cuento que se titula Non finito:
«Roma me tenía algo mareado. Mi mujer me daba codazos todo el tiempo. Siempre tenía su codo ahí. Pum. Pum. Pum. Y eso que ella se encontraba al otro extremo de la mesa. ¿Cómo podía hacer aquello? Pum. Pum. Pum. Todos se reían mucho, pero yo veía detrás de su risa algo que no me gustaba y no encontraba palabras para definir. Yo no podía participar de esa risa, no sé. Era una risa sin gracia.»
En la presentación de
Manual de jardinería, Matías Candeira (que ha escrito el prólogo y
presentó el libro) afirmó con inteligencia, que el libro de Monedero tiene ecos de Beckett, pero más
bien, como si «Beckett escribiera enamorado». Es una definición brillante, no
se puede expresar mejor. Hay grandes momentos en Manual de jardinería de
absurdo feliz, instantes pletóricos de miseria existencial, una insatisfacción
casi celebrada. «Quitarse el pijama es la primera claudicación de la mañana, la
lágrima inaugural del día que comienza».
Manual de jardinería se mueve entre la
intranquilidad y el hastío. Es un libro raro, no hace falta que busquemos el
orden lógico de los sucesos. La coherencia se sustenta a través de sus
metáforas. No hay finales que podamos imaginar, ni personajes perfectamente
trazados, ni nada que no sea literatura al rojo vivo.
Me
estoy acordando, al hablar del libro de Daniel Monedero, de un ensayo que ha
publicado hace poco Sexto Piso y que lleva por título El fuego y el relato,
de Giorgio Agamben. En una de sus páginas, el filósofo afirma: “Todo relato –toda la
literatura– es, en este sentido, memoria de la pérdida del fuego”. Yo creo que
Daniel Monedero en Manual de jardinería habla de eso: de la pérdida y el
fuego como temas fundamentales y se entrega a esa dualidad: la pasión y el
vacío, con una voz que deslumbra y nos conmueve.
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