Hace unas semanas hablábamos sobre una obra sorprendente de mano de uno de los mejores autores latinoamericanos contemporáneos. Tras leer los relatos de Rodrigo Blanco Calderón años atrás descubrimos a un escritor alejado de cualquier influencia macondiana y que apostaba claramente por la experimentación. En The Night, su primera incursión en la novela, nos ha deslumbrado con una Caracas salvaje y en penumbra que se convierte en personaje pero también en escenario de insólitas y fascinantes tramas. The Night es sobre todo un homenaje a la palabra y al escritor Darío Lancini, autor del fascinante Oír a Darío, hipnótico hilo que une a estos seres marginales. Charlamos con Blanco Calderón sobre Venezuela, el exilio literario, libros y edición.
Fotografía de Luisa Fontiveros
P: ¿Cómo llegaste a
descubrir Oiradario, de Darío
Lancini?
R: Alguien mencionó el libro una vez, durante una de tantas noches
de cervezas, cuando era estudiante de Letras. Poco después de esa conversación
encontré un ejemplar del libro, muy barato, en la extinta librería Monte Ávila.
Había una pila de ejemplares. No era un libro difícil de conseguir. Sólo que
nadie le prestaba mucha atención. Se trataba de la segunda edición, que es del
año 1996. La primera data de 1975.
P: ¿Qué supuso para ti
el mundo de los palíndromos?
R: Fue una adicción muy fuerte y que me duró muy poco. La primera
vez que intenté escribir un palíndromo estuve cinco horas seguidas. Al final,
logré hacer uno totalmente estúpido: «Asó al rey ayer la osa». Después, me
llegó la afición por Darío Lancini, por su personalidad y, a medida que fui
levantando testimonios, por su vida, que me parece ejemplar y muy intensa. Más
que una afición, es un risueño fervor.
P: En The Night propones un singular viaje al
viejo continente, un exilio alejado de la sombra del Boom. ¿Qué crees que
ofrece hoy en día Europa a los nuevos autores latinoamericanos?
R: Creo que ofrece una lección importante: que América Latina ya
no existe. Le ofrece el don de ser nadie, como lo fue el propio Darío Lancini,
cuando hizo su periplo por Europa y escribió esa obra maestra que es Oír a Darío. Un “nadie”, como Ulises,
que debe aferrarse a las tablas más básicas de la escritura, como quien
comienza de cero, para salvarse.
P: ¿Cómo es la
experiencia de escribir lejos de Venezuela? ¿Tu ficción cambia al estar en
Estados Unidos o en Francia?
R: Mi estancia en Iowa, de apenas tres meses, me sirvió para tomar
decisiones dolorosas e importantes. Por ejemplo, dejar la enseñanza
universitaria para poder dedicarle más tiempo a la literatura. También me
recordó lo necesario que es para un escritor poder consultar una biblioteca
bien dotada, o poder salir a la calle sin miedo de que te asalten o te maten.
P: A raíz de la crisis
económica en España hubo un cierto boom de la novela social y/o política,
¿crees que la literatura ha de guardar alguno de esos dos mensajes?
R: No estoy muy al día con la narrativa de escritores españoles
contemporáneos y no sabía que la crisis española hubiera provocado de alguna
manera esa tendencia que señalas. Tampoco me parece extraño ni malo de por sí.
Al final, creo que todo se reduce al tratamiento de los temas y no al tema en
sí mismo. La literatura es un campo magnético que todo lo absorbe. Es una
posibilidad siempre abierta para cargarse de sentido, sea este político,
social, fantástico, intimista. Lo que sí me parece que es un error es convertir
a la obra en conducto de un mensaje preestablecido. Las mejores obras son
aquellas, me parece, que transmiten mensajes distintos a cada lector. A veces,
incluso, contradictorios. Entiendo por mensaje simplemente lo que el lector
guarda del libro para sí.
P: ¿Qué escritores de
relatos son los que más que te han influido?
R: El «eje del Sur», por llamarlo de alguna manera, fue muy
importante en mi formación: Horacio Quiroga, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar.
El tándem peruano, Bryce Echenique-Ribeyro, también. Pero creo que las lecturas
que fueron más decisivas para mí como cuentista provienen de la literatura
venezolana. En primer lugar, los cuentos de Francisco Massiani siguen siendo
una lección insuperable. O las narraciones breves y líricas de José Antonio
Ramos Sucre, por ejemplo, que muestran el punto de cruce entre narrativa y
poesía. Sólo quiero que amanezca, de
Oscar Marcano, y Criaturas de la noche,
de Israel Centeno, fueron dos libros que me marcaron y me permitieron
establecer un diálogo entre lo que en ese momento quería hacer y la literatura
venezolana contemporánea. Fue como una luz desde la otra orilla.
P: En The Night la psiquiatría tiene una
fuerte presencia, ¿qué nexos crees que tiene con la literatura?
R: En mi caso, se trata de un vínculo materno. Mi madre es
psiquiatra y fue ella, además, quien me aproximó a la literatura.
P: ¿Es la escritura una
manera de escapar de realidades tan duras como la venezolana?
R: No creo mucho en la idea de que la literatura o el arte en
general sean vías de escape. Pienso en tantos grandes artistas que terminaron
arrollados por sus propias situaciones personales o nacionales a pesar de haber
podido construir a partir de esas mismas situaciones algunas obras maestras.
Me parece, más bien, que la escritura permite construir pequeñas
islas de sentido desde donde se puede observar por un momento, con mucha
lucidez, el desastre que nos rodea. Pero esa observación, como la lectura y la
escritura, deben concluir en algún momento. Uno debe abandonar esa pequeña isla
y volver a la realidad, que ha seguido su curso, imperturbable.
P: ¿Crees que la
escritura es algo natural e intuitivo o que realmente puede enseñarse o
potenciarse en un taller literario?
R: Me gusta eso de “natural e intuitivo”. Creo que es así. Cada
persona nace con una inclinación natural a hacer algo. La intuición es la habilidad
de crear un conjunto de circunstancias para que esa inclinación no se “corrija”
ni se enderece. Para que persista en esa desviación que será la línea de la
vida (y del arte) de esa persona.
Yo he dado talleres de escritura creativa y la verdad, no creo que
eso influya demasiado en la vida de un hipotético escritor.
P: ¿Has vuelto a
escribir cuentos desde que terminaras esta novela? Si es así, ¿has notado algún
cambio en tu escritura?
R: Sí, afortunadamente he seguido escribiendo cuentos. Creo que
hay cambios de estilo, ciertos errores que quizás ya no cometo. Aunque
probablemente, ahora esté cometiendo errores nuevos que la escritura futura
corrija a su vez, o empeore. No sé. Soy la persona menos indicada para ponderar
eso.
P: Te has dedicado
también a la edición, ¿qué crees que puede aportar un escritor dentro del
mecanismo de una editorial?
R: Creo que cuando un escritor se mete también a editor es por el
impulso quijotesco de enmendar ciertas cosas que le parece que están mal dentro
del mundo editorial. Un escritor-editor puede velar con más celo por la calidad
literaria de un catálogo, sin verse maniatado por las necesarias aunque
peligrosas consideraciones comerciales sobre una obra. Puede, además, darle un
trato más justo a los propios escritores.
P: Esta sea tal vez una
pregunta comprometida, pero ¿podrías recomendar a nuestros lectores alguna obra
de algún escritor joven latinoamericano?
R: Tengo fe absoluta en dos jóvenes escritores venezolanos: el
narrador Roberto Martínez Bachrich (1977) y el poeta Alejandro Castro (1986).
Quienes se asomen a libros como Las
guerras íntimas, de Martínez Bachrich, o El lejano oeste, de Castro, se darán banquete.
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