Escritor francés, fallecido
hace más de treinta años y, sin embargo, contemporáneo como pocos, a Georges
Perec (París, 1936-Ivry-sur-Seine, 1982) se le conoce, entre otras cosas, por
ser un adicto creador de crucigramas, documentalista en un instituto de
Neurofisiología de París, sociólogo, miembro de Oulipo y autor de algunos de
los libros más originales del siglo pasado, como uno en el que no aparecía la
letra e (La disparition), otro en el que solo aparecía la
vocal e (Les revenentes), ese otro que agotaba un
árbol de decisiones dicotómicas (El aumento y El arte
de abordar a su jefe de servicio para pedirle un aumento) y otro que
describía (casi) todas las cosas que pasaron ante sus ojos durante tres días en
una plaza de París (Tentativa de agotar un lugar parisino).
Hay autores que han pasado a
la historia por cuestiones más bien periféricas al núcleo de su obra y, en el
caso de Perec, así parece haber sido. Al pobre de Umbral poca gente lo recuerda
por haber escrito uno de los mejores libros del siglo xx en España, Mortal y
rosa, y sin embargo, todo hijo de vecino es capaz de enunciar ese «Yo
he venido aquí a hablar de mi libro»; muchos saben de las curdas de Hemingway,
de Lowry o del asesinato accidental de la mujer de Burroughs por parte de este,
pero no han leído una sola línea de ellos. Con Perec, ocurre, sin llegar a esos
extremos, algo similar. Cuando aparece su nombre habitualmente es para ligarlo
a lo exótico de su obra, a sus malabares lingüísticos o los planteamientos
previos de sus obras, que es como quedarse dando mordiscos a la cáscara del
fruto y no acceder a la pulpa, donde está lo realmente sabroso.
La obra de Perec va mucho
más allá del artificio y de la puesta en escena de las constricciones
oulipianas. Obviarlas sería una necedad, pero quedarse en ellas sin tratar de
ensayar un análisis más profundo de su obra es ceñirse a utilizar uno de esos
programas informáticos tan de moda entre los lingüistas que miden el número de
palabras diferentes o los signos de puntuación que se han utilizado en un texto
pero que nada dicen sobre su significado o sus consecuencias. Y es que para lo
que estamos aquí es para reivindicar el valor de la obra de Perec, no solo en
cuanto a su concepción formal, sino con respecto a su profundidad temática y
sus implicaciones en cuestiones que llegan mucho más allá de lo literario.
Comenzaremos con el que es
uno de sus libros más importantes, a pesar de ser de los primeros (o
posiblemente, por eso). Las cosas (Anagrama), obra ganadora
del premio Renaudot en 1965 fue su primera novela publicada. A nivel formal en
ese libro ya se advierten algunos de los sellos de identidad de Perec, como las
descripciones minuciosas de objetos, personajes algo desdibujados, más bien
arquetipos, e innovaciones como el hecho de comenzar una novela con un
condicional, algo poco frecuente. Pero es que además esa novela es una
radiografía de la clase media francesa de los años 60 que, por desgracia, sigue
siendo la misma que la actual, y expandida a muchos otros países, como España.
Jóvenes veinteañeros o treintañeros con una carrera recién terminada, con vagas
expectativas laborales y vitales, bien formados, inexpertos e inmersos en un
consumismo que no pueden permitirse pero del que aun así participan. Si se
quiere leer hoy día un retrato fotográfico de nuestra realidad no hace falta
leer a Chirbes, ni a Marta Sanz, basta leer Las cosas y
comprenderemos muchos de los males de la clase media (mejor llamada obrera)
europea.
Les habría gustado ser ricos. Creían que habrían sabido serlo. Habrían sabido vestir, mirar, sonreír como la gente rica. Habrían tenido el tacto, la discreción necesarios. Habrían olvidado su riqueza, habrían sabido no exhibirla. No se habrían vanagloriado de ella. La habrían respirado. Sus placeres habrían sido intensos. Les habría gustado andar, vagar, elegir, apreciar Les habría gustado vivir. Su vida habría sido un arte de vivir.
Otro de sus mejores libros
es Un hombre que duerme (Impedimenta), una de sus obras
maestras, aunque con frecuencia olvidada entre su producción. Se trata de un
texto existencialista llevado al extremo. Un joven que un buen día decide no
acudir a un examen y abandonarse a la mera existencia, al hecho de existir por
existir, un cierto camino hacia la nada pero desde la existencia. Se aísla de
su familia, de sus amigos, los otros no son sino individualidades, como él
mismo, con los que poco o nada tiene que ver. Es también una obra que
parte desde una concepción social de aquel de quien se espera mucho y que, sin
embargo, es incapaz de ofrecer nada. El personaje advierte esa contradicción
que supone vivir, esforzarse, ser, para, tan solo, llegar a la
muerte como cualquier otro. Un texto imprescindible de Perec para el que
también escribió un guion de cine.
Otro de esos textos que un
buen lector no puede perderse es Especies de espacios (Montesinos),
una descripción, en orden de tamaño, de menor a mayor, de los distintos
espacios que habitamos. Comienza en la página en blanco y se extiende hasta el
infinito, pasando por la habitación, la casa, el barrio o ese concepto tan
complejo que es la nación. Partimos, de hecho, de una frase del prólogo que
define la idea de la obra, y que debería estar inscrita a fuego en la mente de
cada uno de nosotros: «Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo
posible por no golpearse». A partir de esta premisa se establece una relación
entre la persona (ya sea el autor o el propio lector) con los espacios que
habita, e incita a la reflexión sobre los espacios no referidos –el lugar de
trabajo, la escuela, la universidad, la tienda en la que compramos el pan cada día–, es decir, esos espacios cotidianos que no son obstáculo sino una
prolongación más de nuestro cuerpo, en los que ya nada se escapa a nuestros
sentidos y no hay impedimento alguno para nuestros gestos.
John O´Keefe descubrió en
1974 las células de lugar. En 2005, el matrimonio compuesto por May-Britt y
Edward Moser y los estudiantes de su laboratorio describieron las células en
red en ratas que se movían en distintos espacios. Estas células, las de lugar y
en red se encargan de que no nos perdamos en el espacio, nos sitúan en él,
crean un mapa que nos ayuda a posicionarnos en la nada. Especies de
espacios no es un relato, tampoco una enumeración aleatoria o
meramente ornamental, es un reflexión profunda sobre nuestra relación con lo
que nos rodea, es la voz de nuestras células de lugar y en red. Perec expande
así la geometría al campo literario, la define con otros parámetros,
sociológicos, antropológicos y, por descontado, artísticos.
Llegamos al más íntimo y
desgarrado (si es que con Perec podemos hablar alguna vez en esos términos) de
sus libros, que es W o el recuerdo de la infancia. Se trata de
una biografía de sus primeros años, nada exhaustiva –la memoria nunca lo es– en
la que entra de lleno en sus orígenes judíos, la muerte de su padre en el
frente de la segunda guerra mundial y la de su madre y sus abuelos en un campo
de concentración nazi. Perec no podía escribir un relato sensiblero, por lo que
intercala el relato de su infancia con el de una civilización que vive en una
isla cercana a la Tierra de fuego en la que es muy patente la idiosincrasia
nazi del superhombre. No hay lamentos del autor en el libro, tan solo un
inventario de recuerdos en los que lo subjetivo apenas se cuela para
informarnos sobre la fragilidad de dichos recuerdos y centrarse en la descripción
de algunas fotografías que aún conserva. No busca culpables y no exige
castigos. Se ciñe a construir una obra en la que la literatura sirve al fin de
hacer explícitas sus vivencias sobre una hoja de papel. Posiblemente se trate
del libro más íntimo y hermoso –sí, he escrito hermoso– del autor francés.
Por último, nos detendremos
en su obra maestra, La vida instrucciones de uso, título que
da nombre a nuestro blog, por si alguien no lo había advertido a estas horas.
Obra maestra porque es la mejor de sus obras y porque lo es en términos
absolutos. Leer cualquiera de las obras de Perec es una experiencia inédita en
dos sentidos. El primero, obvio, es que se está leyendo una obra que no se ha
leído antes (es decir, un argumento de perogrullo); el segundo, que la mayoría
de sus obras son absolutamente originales desde un punto de vista formal y, en
esta que nos ocupa, ese carácter inédito en lo formal tiende a lo barroco. A
Perec le concedieron el premio Médicis en 1978 por la publicación de esta
novela.
La vida
instrucciones de uso es un compendio de
todas sus obras anteriores, es algo así como el resultado de toda una vida
literaria al servicio de una obra final (sin ser su obra final). Es una
reflexión sobre la necesidad (utilidad, si se quiere) del arte, una novela
sociológica, una elegía de los objetos inanimados que nos rodean de forma
consuetudinaria, un ejemplo de diversas constricciones al servicio de una
novela y una lección de escritura que ningún taller literario es capaz de
enseñar. La virtuosidad al servicio del ingenio. Se trata de una novela coral
en la que Perec describe las peripecias de los habitantes de un edificio, como
la Rue del Percebe de Ibáñez pero poniendo en juego mil y un
artificios imposibles de enumerar (para los aficionados a Perec, hay que decir
que se publicó, en francés, un gran libro que contiene muchos de los secretos de
esta obra, que incluye páginas manuscritas y muchas otras sorpresas). En esas
descripciones hay dramas, misterios, vidas anodinas y un millonario que decide
iniciar la empresa de su vida: pintar una serie de acuarelas en diferentes
localizaciones, crear puzzles a partir de ellas y después desvanecerlas,
como si nada hubiese ocurrido.
Su última novela publicada
en vida, El gabinete de un aficionado, es una suerte de
apéndice La vida instrucciones de uso en la que el hijo de un millonario saca a
subasta una colección de cuadros que pronto alcanza enorme resonancia y por la
que se puja con denuedo, todo ello motivado por un gran cuadro que los contiene a todos. No podemos seguir con el argumento porque sería
descubrirlo. Sin embargo, en esta obra está ese espíritu descriptivo hasta el
trampantojo tan propio de Perec y que en esta obra, y en La vida
instrucciones de uso, alcanza sus mayores cotas.
No nos quedemos por tanto
con el Perec de las artes combinatorias, con el fullero, con el jugador
letrado, quedémonos con el intelectual, con un escritor que empleaba formas
inéditas para cuestionar el modelo social, para retratar la inutilidad del
arte, pero haciendo arte. Quedémonos con que en Perec no hay solo
un par de letras e.
Continuará...
Continuará...
Uau! Un artículo excelente, espero con ansia el próximo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Núria, esperamos que el resto de los que hemos publicado hayan estado a la altura :)
ResponderEliminarPor cierto, gusto saber de alguien a quien, suponemos, le gusta Perec.
Un saludo.
Brillante. Muchas gracias por este gran artículo. Qué grande Perec. Abrazo
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