La tradición de escritores realistas en España ha sido
vasta y, por supuesto, desigual. Y de entre ese amplio espectro de autores,
muchos han pasado desapercibidos, sepultados bajo el peso del tiempo y de otros
autores que lograron mayores éxitos. Antonio Rabinad, desconocido para muchos,
es seguramente uno de esos desconocidos que merecieron mejor suerte.
La primera novela de Rabinad, Los contactos furtivos, –un título maravilloso, por cierto– le
hizo merecedor en 1952 del Premio Internacional de Novela José Janés, hoy
extinguido. Es en las primeras novelas donde suele vislumbrarse el potencial de
la mayoría de los autores, y en Rabinad los mimbres de buen autor saltan a la
vista del que sería autor de Memento
Mori, seguramente la mejor de sus novelas.
Los contactos furtivos es una novela coral, ambientada
en el barrio de El Clot de Barcelona, y en la que destacan dos protagonistas
claros, Luis Rodell y Juan Doriac: uno es joven y soñador, y se resiste a afrontar
la realidad que le ha tocado vivir, la de la posguerra, mientras que el otro es
mayor, inválido y profesor de un colegio donde los alumnos lo adoran, pero sus
deseos sexuales hacia las mujeres están ahí, siempre exponiéndose pero sin
llegar a expresarse del todo. Después están Celia, la esposa de Doriac, huida
de la casa de su tío, que la apreciaba más como mujer que como su sobrina, y
también está Pilar, una solterona independiente, demasiado quizás para la época,
y otra suerte de personajes cuyas vidas se entrecruzan.
El ambiente que muestra Rabinad es el de una Barcelona
pobre y miserable, en la que la muerte es ubicua, y también el sexo, expresado en
todas sus formas posibles. Si Luis Rodell lo vive como un mal necesario cuando
visita a las prostitutas, mientras vive apesadumbrado por un amor que no es
correspondido, para Doriac el sexo es algo inalcanzable y al mismo tiempo un
tabú, una tortura y un dilema moral. Su mujer Celia, por el contrario,
experimentará el sexo como una liberación.
La prosa de Rabinad, aunque sencilla, es por momentos
preciosista, muy anclada en el detalle, elegante. Su mayor acierto –también su
mayor fallo, aunque parezca paradójico– es su gran capacidad para crear
personajes, con los que en seguida se empatiza. Y eso es un problema en una
novela coral, porque cuando uno quiere saber más de uno de ellos, este se
diluye en la narración. Sirva de ejemplo, en los comienzos del libro, un
contacto furtivo que siente una mujer en el cine. Ella está sentada junto a su
marido, ambos enfadados por alguna minucia, pero ella no quiere ni verlo. Un
hombre al que ella no alcanza a ver se sienta a su lado y alarga la mano para
tocarle la pierna. Ella, que cualquier otro día se levantaría escandalizada,
ese día decide dejarse hacer. La mano asciende por su pierna y cuando va a
alcanzar la pelvis se desvía y toma su mano. Y así permanecen ambos, con las
manos entrelazadas durante toda la película. El episodio es hermoso y revela la
necesidad de afecto y calor humano en unos tiempos durísimos. Sin embargo,
queda un tanto escondido entre la maraña de sucesos de la novela. No se trata
de un error, ya que es una elección consciente de Rabinad al escribir la obra
que ese tipo de episodios se sucedan sin demasiada conexión unos con otros,
pero en ciertos momentos se echa de menos un mayor desarrollo de algunos de
ellos.
La muerte, como ya hemos apuntado, es también parte
importante de la novela. De hecho, la novela comienza con una muerte y esta la
recorre sin pausa, como una presencia inevitable y necesaria. Venimos de la
guerra y vivimos años de hambre y miseria, de ganarse la vida a toda costa. La
muerte es ciega.
Los contactos furtivos no tuvo la suerte de otras
excelentes obras centradas en el realismo social de la época como El Jarama (de hecho, ambas se publicaron
en 1956, si bien Los contactos furtivos
se intentó publicar en 1952, pero la censura frenó dicha publicación) o Los bravos, ambas mucho más elogiadas
que esta, de la que nadie apenas se acuerda hoy. Y es que Rabinad fue contemporáneo
de Barral, Marsé, García Hortelano o Vázquez Montalbán, pero por razones no muy
claras, nunca fue adscrito a esa generación. Escribe Vázquez Montalván en el
prólogo a la edición completa de 1985 de Bruguera que la obra no tuvo el
respaldo que merecía en su época, quizás debido a que la sociedad aún no estaba
preparada para recibirla, y que era en los 80, una vez superadas algunos
recelos y en los que la sociedad había madurado considerablemente, cuando
realmente sería apreciada. A pesar de ello, la obra sigue siendo uno de esos
pequeños tesoros ocultos que, sin llegar a ser una obra maestra, es una muestra
de buen saber hacer literario. La pena es que quizá ese tiempo, que en los 80
era el adecuado, ya ha sido superado y ahora, para el lector corriente que
alterna la lectura de una página con los últimos mensajes que ha recibido en el
teléfono móvil, quizás sea vista como un producto anacrónico, fruto de una
época que no nos ha tocado vivir y que, por tanto, es mejor olvidar. Ellos se
lo pierden.
Título: Los contactos furtivos
Autor: Antonio Rabinad
Editorial: Bruguera
Páginas: 224
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