miércoles, 1 de junio de 2016

Las contactos furtivos, de Antonio Rabinad: realismo social de posguerra… pero del bueno

La tradición de escritores realistas en España ha sido vasta y, por supuesto, desigual. Y de entre ese amplio espectro de autores, muchos han pasado desapercibidos, sepultados bajo el peso del tiempo y de otros autores que lograron mayores éxitos. Antonio Rabinad, desconocido para muchos, es seguramente uno de esos desconocidos que merecieron mejor suerte.

La primera novela de Rabinad, Los contactos furtivos, ­–un título maravilloso, por cierto– le hizo merecedor en 1952 del Premio Internacional de Novela José Janés, hoy extinguido. Es en las primeras novelas donde suele vislumbrarse el potencial de la mayoría de los autores, y en Rabinad los mimbres de buen autor saltan a la vista del que sería autor de Memento Mori, seguramente la mejor de sus novelas.



Los contactos furtivos es una novela coral, ambientada en el barrio de El Clot de Barcelona, y en la que destacan dos protagonistas claros, Luis Rodell y Juan Doriac: uno es joven y soñador, y se resiste a afrontar la realidad que le ha tocado vivir, la de la posguerra, mientras que el otro es mayor, inválido y profesor de un colegio donde los alumnos lo adoran, pero sus deseos sexuales hacia las mujeres están ahí, siempre exponiéndose pero sin llegar a expresarse del todo. Después están Celia, la esposa de Doriac, huida de la casa de su tío, que la apreciaba más como mujer que como su sobrina, y también está Pilar, una solterona independiente, demasiado quizás para la época, y otra suerte de personajes cuyas vidas se entrecruzan.

El ambiente que muestra Rabinad es el de una Barcelona pobre y miserable, en la que la muerte es ubicua, y también el sexo, expresado en todas sus formas posibles. Si Luis Rodell lo vive como un mal necesario cuando visita a las prostitutas, mientras vive apesadumbrado por un amor que no es correspondido, para Doriac el sexo es algo inalcanzable y al mismo tiempo un tabú, una tortura y un dilema moral. Su mujer Celia, por el contrario, experimentará el sexo como una liberación.

La prosa de Rabinad, aunque sencilla, es por momentos preciosista, muy anclada en el detalle, elegante. Su mayor acierto ­–también su mayor fallo, aunque parezca paradójico– es su gran capacidad para crear personajes, con los que en seguida se empatiza. Y eso es un problema en una novela coral, porque cuando uno quiere saber más de uno de ellos, este se diluye en la narración. Sirva de ejemplo, en los comienzos del libro, un contacto furtivo que siente una mujer en el cine. Ella está sentada junto a su marido, ambos enfadados por alguna minucia, pero ella no quiere ni verlo. Un hombre al que ella no alcanza a ver se sienta a su lado y alarga la mano para tocarle la pierna. Ella, que cualquier otro día se levantaría escandalizada, ese día decide dejarse hacer. La mano asciende por su pierna y cuando va a alcanzar la pelvis se desvía y toma su mano. Y así permanecen ambos, con las manos entrelazadas durante toda la película. El episodio es hermoso y revela la necesidad de afecto y calor humano en unos tiempos durísimos. Sin embargo, queda un tanto escondido entre la maraña de sucesos de la novela. No se trata de un error, ya que es una elección consciente de Rabinad al escribir la obra que ese tipo de episodios se sucedan sin demasiada conexión unos con otros, pero en ciertos momentos se echa de menos un mayor desarrollo de algunos de ellos.

La muerte, como ya hemos apuntado, es también parte importante de la novela. De hecho, la novela comienza con una muerte y esta la recorre sin pausa, como una presencia inevitable y necesaria. Venimos de la guerra y vivimos años de hambre y miseria, de ganarse la vida a toda costa. La muerte es ciega.

Los contactos furtivos no tuvo la suerte de otras excelentes obras centradas en el realismo social de la época como El Jarama (de hecho, ambas se publicaron en 1956, si bien Los contactos furtivos se intentó publicar en 1952, pero la censura frenó dicha publicación) o Los bravos, ambas mucho más elogiadas que esta, de la que nadie apenas se acuerda hoy. Y es que Rabinad fue contemporáneo de Barral, Marsé, García Hortelano o Vázquez Montalbán, pero por razones no muy claras, nunca fue adscrito a esa generación. Escribe Vázquez Montalván en el prólogo a la edición completa de 1985 de Bruguera que la obra no tuvo el respaldo que merecía en su época, quizás debido a que la sociedad aún no estaba preparada para recibirla, y que era en los 80, una vez superadas algunos recelos y en los que la sociedad había madurado considerablemente, cuando realmente sería apreciada. A pesar de ello, la obra sigue siendo uno de esos pequeños tesoros ocultos que, sin llegar a ser una obra maestra, es una muestra de buen saber hacer literario. La pena es que quizá ese tiempo, que en los 80 era el adecuado, ya ha sido superado y ahora, para el lector corriente que alterna la lectura de una página con los últimos mensajes que ha recibido en el teléfono móvil, quizás sea vista como un producto anacrónico, fruto de una época que no nos ha tocado vivir y que, por tanto, es mejor olvidar. Ellos se lo pierden.

Título: Los contactos furtivos
Autor: Antonio Rabinad
Editorial: Bruguera

Páginas: 224 

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