lunes, 9 de mayo de 2016

The New York Review of Books: Una discusión de 50 años


¿Podría crearse hoy en día una publicación como The New York Review of Books? Tristemente todo indica a que la respuesta sería un claro no. The New York Review of Books es, incluso dentro del periodismo estadounidense, una rara avis. Con una línea editorial absolutamente consecuente y original se distancia de otros medios que apuestan por artículos carentes de profundidad y que huyen de claros posicionamientos.

Este sueño impulsado en 1963 por Elizabeth Hardwick, Robert Lowell, Bob Silvers y Barbara Epstein nació, en palabras del propio Silvers, en el momento perfecto, en plena huelga de periódicos neoyorquinos, protesta que les permitió lanzar una revista bimensual sin apenas presupuesto. Sus más de mil números han marcado a varias generaciones no solo en Estados Unidos. Por ello, cincuenta años después, Martin Scorsese quiso homenajear a su publicación de cabecera, plasmar el pulso intelectual y político de su línea editorial y la fuerza de su equipo, transmitir de alguna manera lo que el colaborador y escritor irlandés Colm Toíbín denomina al hablar de TNYRB como la sensualidad de las ideas.

Epstein y Silvers, anterior editor de Vanity Fair, Harper's y The Paris Review, deseaban transmitir una particular visión del mundo desde la literatura. Su amor por los libros convenció a los grandes popes de la crítica como Edmund Wilson y Harold Bloom que comenzaron a escribir para la revista. Décadas más tarde se creó la editorial del mismo nombre, que se ha convertido en menos de veinte años en uno de los sellos de más prestigio dentro de Estados Unidos. A ellos se les debe la recuperación de obras como Stoner, de John Williams, una joya más dentro de un catálogo que es el sueño de cualquier editor.

Scorsese y David Tedeschi, codirector de The 50 Year Argument, realizan una suerte de ensayo cinematográfico siguiendo las pautas que caracterizan a The New York Review of Books. El espectador no solo alcanza a descubrir las tripas de la publicación, que afortunadamente parece haberse detenido en el tiempo en ciertos aspectos, sino que también conoce la singular mirada de la revista sobre los acontecimientos más controvertidos del pasado siglo XX y del principio del XXI.

Desde la muerte de Barbara Epstein en 2006 Silvers capitanea en solitario la revista e intenta formar a las nuevas generaciones en el respeto por el verdadero periodismo, aquel que revolucionó en los años cincuenta y sesenta Estados Unidos. Scorsese y Tedeschi entrevistan a varios de los intelectuales que han escrito durante décadas para la revista. La fallecida Susan Sontag, una de las voces más valientes de la izquierda americana del pasado siglo, Joan Didion, Janet Malcolm, Mary McCarthy son algunas de las mujeres por las que apostaron Silvers y Epstein en un tiempo en el que, incluso en The New Yorker, las novelistas y periodistas parecían condenadas a escribir relatos y artículos cómodos para el establishment.

Didion cuestionó, entre otros temas, la versión oficial de un crimen del que habían acusado a un grupo de adolescentes afroamericanos. McCarthy, íntima amiga de Hannah Arendt, quien también formó parte de TNYRB, viajó a Vietnam para realizar unas potentes crónicas sobre la guerra que forman ya parte de la historia del periodismo. El documental muestra cómo ese mismo espíritu combativo en permanente búsqueda de la verdad –que tan bien encarna su colaborador Noam Chomsky, la voz más incisiva de Estados Unidos- sigue vivo.

Los enfrentamientos entre sus escritores han generado algunas de las discusiones más interesantes de las últimas décadas. El siempre incómodo Norman Mailer llegó casi a las manos con Gore Vidal por la liberación femenina. Esa discusión de 50 años, como bien dice Scorsese, a veces se acalora pero posibilita algunos de los mejores debates sobre literatura, política, sociología que se pueden dar hoy en día.
Al igual que se heredan bibliotecas muchos lectores transmiten a sus hijos el amor incondicional por la revista. Michael Chabon es uno de esos herederos que desean mantener el espíritu de The New York Review of Books ya que, en palabras de Bob Epstein, "las revistas no cambian el mundo, pero ayudan a crear ideologías".








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