martes, 3 de mayo de 2016

Entrevista: María Fasce, directora literaria de Alfaguara

Aunque en los últimos años la proliferación de editoriales pequeñas ha acaparado el interés de los medios de comunicación y de gran parte de los lectores, no podemos olvidar el importante papel que juegan todavía las casas tradicionales. Los nuevos sellos deben mucho a figuras como Jaime Salinas, quien creó para Alfaguara un catálogo irrepetible. Hoy en día, María Fasce, directora literaria de Alfaguara, intenta conjugar ese espíritu con las exigencias de los nuevos tiempos. Damos fe de que es una editora a la vieja usanza, formada en el oficio en su Argentina natal, donde también dio sus primeros pasos como escritora. En esta entrevista nos habla del mundo editorial, sus dos facetas, sus influencias y muchas otras cosas.


P: ¿Cómo comenzaste en el mundo de la edición?

R: Desde siempre he sabido que lo que me gustaba eran los libros. Yo leía y quería que la gente sintiese lo mismo que yo con los autores a los que leía, como Borges, Cortázar, Henry James... También escribo desde muy chica. Luego estudié Letras, que me aportó una aproximación más metódica a la literatura. Cuando terminé la carrera empecé a escribir más seriamente, era lo que me gustaba. Desde los 15 empecé a enviar mis textos a premios y a suplementos, y para mi asombro, comenzaron a publicarlos. Un buen día, después de que llevaban publicándome durante cinco años, el director de un suplemento me llamó y me dijo que quería conocerme. Así me introdujo como colaboradora fija y empezó a darme libros para reseñar. Luego pasé a hacer entrevistas, y un trabajo que me encargaron fue hacer una serie de entrevistas a varios autores argentinos. Entre ellos estaba Abelardo Castillo, al que fui a visitar. Después de la entrevista me dio todos sus libros para que los leyera y me dijo que volviese después de leídos. Y volví. Al final comenzó una relación amigable, en la que él me contaba algunos proyectos suyos. Un día me dijo que había estado en Emece, que estaban buscando editor, y me animó a presentarme a pesar de que le había dicho que no tenía ni idea. Al final fui, me hicieron un montón de pruebas y me tomaron como editora. Así empezó todo.


P: ¿Crees que hay mucha diferencia entre el mundo editorial argentino y el español?

R: Hay bastante diferencia en el trabajo con los autores: la edición argentina está muy influenciada por la americana, en la que se corrige mucho, y se hace que el autor reescriba. Por supuesto, siempre desde el mayor anonimato por parte del editor, pero nunca el libro que llega es el mismo que se publica. Incluso hay muchos libros por encargo que llevan un seguimiento permanente. Mi mayor asombro al llegar a España, y lo que más echaba en falta era ese trabajo de editing intenso junto al autor: hay una especie de respeto reverencial, y sin embargo, los mejores autores son los que más aprecian las sugerencias de cambios y correcciones del texto.


P: ¿Cómo ves el estado de la ficción española?

R: En general lo veo mal, aunque siempre hay alguna buena sorpresa. Ahora mismo, por ejemplo, he contratado el libro de relatos de una bloguera y periodista, Laura Ferrero, que me pareció muy fresco y emocionante (Piscinas vacías, sale en octubre). El problema que veo en los narradores españoles es que son muy intelectuales, con una intención casi onanista, sin ningún interés en atrapar al lector; o veo otras historias, excesivamente comerciales que no interesan. También veo que la crítica endiosa esas pretensiones intelectuales y los escritores que se salen de eso, no me refiero a los que son muy comerciales, sino a los que tienen libros emocionantes y frescos, pero también sin pretensiones, son vistos despectivamente. Yo, si algo he aprendido a lo largo de estos años, es a tener respeto por los libros que producen un efecto poderoso en el lector. Hay libros que son imperfectos, pero que en mí producen algo, dos ejemplos son el último de David Trueba y el último de Milena Busquets. En cuanto a autores, Sánchez Piñol, del que recomiendo La piel fría, porque en ese libro veo algo que me cuesta ver en los autores españoles, que es la precisión, los autores españoles son siempre expansivos, les falta eso que sí tienen algunos latinoamericanos, por ejemplo, Rey Rosa, o incluso Jordi Soler, la capacidad de comprimir. Leo mucho y con muchas ganas de encontrar, incluso leo a muchos periodistas porque estoy segura de que entre ellos hay buenos narradores.


P: ¿A quién te hubiera gustado publicar?

R: Patricia Highsmith es mi maestra. Hace poco leí un libro suyo que ha publicado Círculo de tiza, Suspense, y es maravilloso. No solo es consciente de todos los mecanismos para crear suspense, sino que en él se ve el respeto tan enorme que tiene hacia los editores. Ella cuenta que presentó un manuscrito suyo a cierto editor, quien le dijo que era malo y ella creía que tenía razón, así que lo volvió a escribir y se lo llevó a otro editor. Normalmente, cuando un buen editor te dice que un texto no se entiende es que no se entiende, y posiblemente los lectores tampoco lo van a entender: esa es la enseñanza de Highsmith. Me hubiera encantado descubrir en inglés a Lucia Berlin (a quien sin embargo contraté –inmediatamente después del editor americano- para Alfaguara, con su magnífico Manual para mujeres de la limpieza), o a Raymond Carver…


P: Es curioso que nombres a Carver, sabiendo el buen papel que tuvo su editor en la sombra...

R: Exacto, ese es el ejemplo que siempre pongo. De hecho, recuerdo que cuando salió Principiantes, que es el texto original de De qué hablamos cuando hablamos de amor (ya, de por sí, el título demuestra bastante bien el buen criterio del editor), se ve que el texto original es bastante peor que el que trabajó Carver con su editor. E incluso, cuando salió el polémico artículo sobre Carver y su editor, este último, después de todos los años que habían pasado, decidió continuar sin decir nada. El editor sabía que el diamante en bruto estaba en Carver, y ese es el maravilloso y difícil trabajo de un editor: ver el potencial en un texto. Es como cuando ves a una chica, bueno, o un chico (risas) por la calle y piensas qué guapo es, pero tiene que cortarse el pelo, comprarse otra ropa,... Sabes que el chico tiene algo, pero que tiene que cambiar algunas cosas para que eso luzca.


P: ¿Cómo ves el estado de los suplementos culturales españoles? ¿Crees que las editoriales grandes prestan cada vez más atención a los blogs?

R: Ha pasado algo increíble con las redes sociales, y es que lo que era el boca oreja se ha multiplicado por millones gracias a los blogs y espacios de internet. Y creo que es fantástico. Yo hoy en día cuando quiero buscar la repercusión que ha tenido un libro fuera me son más útiles las críticas de los blogs, lectores... que las de los suplementos, porque a veces están muy condicionadas; incluso, lo que pasa muchas veces en las críticas es que el crítico se enamora de su crítica, de lo que él ha visto, interpretado, etc., y esto hace que muchas veces cuando leemos una crítica no nos queda claro si el libro le ha gustado o no al crítico (risas). Otra cosa que pasa también, y ocurre también en argentina, es la simpatía que hay de la crítica en general por las editoriales pequeñas, parece que si un libro se publica en una editorial pequeña, ya solo por eso es bueno. Yo entiendo el gran mérito de las editoriales pequeñas, pero si hay que hacer crítica del texto, lo que publica una editorial grande y otra pequeña (hablamos de textos literarios) deben partir de la misma línea de salida. Mi ideal para una crítica literaria sería el equivalente de las críticas de cine de Carlos Boyero: eso, hoy, no existe.


P: ¿Qué te parece entonces la irrupción de las editoriales pequeñas y medianas en España?

R: Me parece fantástico y muy sano. Yo lo veo en Argentina y está muy bien porque incluso algunos títulos llegan a más público que si se publican en una editorial más grande. Algunas lo hacen realmente bien, ven el público al que dirigirse, y hacen un trabajo de prescripción con los lectores y las librerías muy interesante. Ahora bien, para mí existen dos riesgos para ellas: uno es aceptar que el escritor se pague la edición, no es muy común, pero existen y el problema es que publican textos que son malísimos; y el otro riesgo son los subsidios, todas las literaturas húngara, nórdica, asiática,... dan subsidios a la traducción, por lo que hay una tendencia a buscar la joya escondida en estos países, y luego en esos lugares no siempre existen tales joyas y vuelven a publicarse textos muy mediocres. Es el equivalente a lo que Borges criticaba como criterio para dar el Premio Nobel: mirar hacia esos países más marginales cuando es mucho más probable que haya mejores escritores en Francia.


P: ¿Crees que existe una recuperación en el mundo editorial español o es demasiado pronto para decir esto?

R: Creo que hay una recuperación, lenta, pero creo que sí existe; pero también creo que no vamos a volver a ver la época de los ochenta. Y hay muchos que dicen algo que tienen cierto punto de razón, y es que en realidad por más idealistas que queramos ser, la lectura nunca en la Historia ha sido algo masivo, no es el cine. Y también, y creo que es sano, se van a tener que publicar cada vez menos libros. Digo que es sano porque ahora vivimos una guerra absoluta por encontrar el libro que venda mucho, pero si miras el  Nielsen te das cuenta de que son muy pocos libros los que venden grandes cantidades. Hay demasiados libros que venden muy poco, y de pronto hay alguna sorpresa, sobre todo en nuestro mercado: un libro muy literario que consigue producir el efecto de “libro de culto”, “lo que hay que leer”, y entonces encuentra a sus lectores. Ha pasado con HhhH de Laurent Binet, está pasando con Lucia Berlin. Así que, yo creo que todos esos libros que son segundas líneas, y las novelas comerciales, que al final ni son buenas ni venden, terminarán por desaparecer, y quedarán las novelas muy buenas y las novelas “efectistas”, bestsellers como Cincuenta sombras de Grey o La chica del tren, o libros absolutamente raros que consiguen aunar a un tiempo grandes premios literarios, el consenso de la crítica y ser un fenómeno de venta que se convierte en longseller: para Alfaguara, ese libro ha sido La verdad sobre el caso Harry Quebert, que sigue vendiendo y conquistando a más lectores a tres años de su publicación (más de 300.000 ejemplares vendidos en España)


P: ¿Crees que a raíz de la crisis y de las nuevas editoriales ha habido un cambio en las políticas de publicación de las grandes editoriales o continúan con la fórmula tradicional?

R: Es difícil contestar a esta pregunta. A mí, en todas las editoriales en las que he trabajado, y he estado en grandes grupos y en algunas editoriales independientes, nunca me han dicho, tienes que publicar libros que vendan, o este libro que elegiste está muy bien pero no lo vamos a publicar porque no va a vender. Nunca. Hay que tener en cuenta que en el catálogo de una editorial hay libros que venden más, y otros que “hacen catálogo”, que pretenden ser apuestas literarias a futuro, los “clásicos del futuro” como diría nuestro CEO Markus Dohle. Por eso en ninguna editorial se trata solo de vender, sino de encontrar un equilibrio. El propio Herralde lo dice, la regla número uno de un editor es mirar las cuentas, porque si no lo haces la editorial durará tres meses, por eso lo inteligente es construir un catálogo ecléctico y coherente en su eclectismo, como Herralde ha hecho. También hay que decir que las editoriales independientes nos hicieron ser más abiertos y más ágiles, son ellos los que empezaron a buscar en otros países.


P: Ahora nos gustaría hablar de tu faceta como escritora. ¿Cuándo escribes? (Risas).

R: La mejor respuesta a esta pregunta la dio Borges en uno de estos cuestionarios en el que le preguntaban cuándo escribía, si por la mañana, por la tarde… Y él dijo: siempre. Un escritor escribe siempre, todo lo que ve, escucha, siente, sirve, alimenta ese futuro relato o novela que está escribiendo. También es verdad que no es lo mismo escribir cuentos que novelas. Un cuento puede surgir a partir de una idea o de una escena observada: apuntas la idea y las líneas generales y ya está. Luego tienes que escribirlo que no es cosa fácil, pero la idea principal, el hilo lo tienes. En un fin de semana puedes tener el primer borrador. Una novela es un proyecto a largo plazo, de ejecución más pausada.

Yo siempre llevo la típica libreta que decimos todos los escritores que llevamos, la diferencia es que yo en cada libreta tengo una sección de escritora, otra de editora, otra de frases… y ahora otra de decoración, pues me acabo de mudar... (risas). De vez en cuando releo mis libretas y todo se empieza a acelerar, y comienzo a pensar en situaciones, en escenarios: así empieza una novela.


P: Háblanos de La mujer de Isla Negra.

R: Esa fue una novela que me costó mucho tiempo y con la que todavía no me siento muy identificada (risas). Es una novela que me llevó quince años. Viví en Isla Negra, leí mucho de Neruda, libros suyos desde siempre, pero también muchos libros sobre Neruda, y sus propios libros de memorias. Pero luego cuando me senté a escribirla no sabía cómo hacerlo, primero inventé una periodista que vivía en Isla Negra, pero no funcionaba; luego escribí sobre una hija de Neruda, pero tampoco funcionaba; luego aparqué la historia durante un tiempo. Más tarde hice una versión que me salió más o menos fácil, donde el poeta era anónimo, todo ocurría en una localidad del sur de Buenos Aires. Se la di a mi agente y me dijo: «¿Estás segura que esta es la novela que quieres publicar?». Yo le dije que sí, que era esa. Él me dijo que me estaba equivocando, que estaba claro que el poeta anónimo del que se hablaba era Neruda, y que por qué no la hacía más atractiva con un personaje real. La presentó a editores y todos decían lo mismo, que no servía. Y él me dijo, lo recuerdo bien: «Haz un ejercicio, haz una búsqueda automática y pon Pablo Neruda por el nombre ficticio del hombre, y Delia del Carril por el nombre ficticio de la mujer». Lo hice, y efectivamente, la novela cambió totalmente, veía a los personajes. Después de los cambios solo una editora de las que la habían leído aceptó leerla nuevamente (esto es algo en lo que los editoriales somos muy reacios). Mi agente, como el editor del que hablaba Highsmith, tenía razón: había que reescribirla.


P: ¿Y qué te gusta más escribir?

R: Quizás cuentos... No sé si es lo que más me gusta escribir, pero sí creo que es lo más difícil, porque de alguna forma una novela puede soportar momentos malos o menos interesantes, pero un cuento no. En el cuento tiene que ser todo bueno, tienes que querer terminarlo de una sentada y tiene que dejarte algún tipo de marca. La novela te acompaña: viaja contigo.


P: ¿Con qué escritor de relatos te quedarías?

R: Hay muchos y muy distintos, los norteamericanos en general son muy grandes. Los rusos... Pero lo que más me gusta es que cuando crees que ya los has leído a todos, te topas con alguno que te emociona. Por ejemplo, un gran descubrimiento para mí fue Etgar Keret, esa mezcla que tiene él de humor negro y ternura, me encanta, y además, no se parece nada a lo que yo escribo.


P: Ya para terminar, háblanos un poco de Lucia Berlin


R: Esa es la gran emoción, fue leer un libro suyo y decir: «Esto es». Fue como si nunca hubiese leído a Hemingway y de pronto aparece un libro suyo. Cómo es posible si estaba ahí y nadie lo vio. Es esa emoción que te ocurre muy pocas veces, poquísimas veces. Hay algo que me fascina de ella, y aquí hago un paréntesis. Una de las normas para aprender a escribir es que una debe despojarse de lo que una vivió, es decir, debe inventar historias sin que en ellas se cuente lo que a una le ha pasado porque eso no suele interesar a nadie. Pues bien, cuando alguien es magnífica, como lo es Lucia Berlin, viene y tira al traste las teorías, y te demuestra que se puede escribir todo lo que a alguien le pasa en su vida. La única condición es el talento. Ojalá alguna vez escriba un cuento que parezca de Lucia Berlin.

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