Aunque en los últimos años la proliferación de editoriales pequeñas ha acaparado el interés de los medios de comunicación y de gran parte de los lectores, no podemos olvidar el importante papel que juegan todavía las casas tradicionales. Los nuevos sellos deben mucho a figuras como Jaime Salinas, quien creó para Alfaguara un catálogo irrepetible. Hoy en día, María Fasce, directora literaria de Alfaguara, intenta conjugar ese espíritu con las exigencias de los nuevos tiempos. Damos fe de que es una editora a la vieja usanza, formada en el oficio en su Argentina natal, donde también dio sus primeros pasos como escritora. En esta entrevista nos habla del mundo editorial, sus dos facetas, sus influencias y muchas otras cosas.
R: Desde siempre he
sabido que lo que me gustaba eran los libros. Yo leía y quería que la gente
sintiese lo mismo que yo con los autores a los que leía, como Borges, Cortázar,
Henry James... También escribo desde muy chica. Luego estudié Letras, que me
aportó una aproximación más metódica a la literatura. Cuando terminé la
carrera empecé a escribir más seriamente, era lo que me gustaba. Desde los 15
empecé a enviar mis textos a premios y a suplementos, y para mi asombro,
comenzaron a publicarlos. Un buen día, después de que llevaban publicándome
durante cinco años, el director de un suplemento me llamó y me dijo que quería
conocerme. Así me introdujo como colaboradora fija y empezó a darme libros para
reseñar. Luego pasé a hacer entrevistas, y un trabajo que me encargaron fue
hacer una serie de entrevistas a varios autores argentinos. Entre ellos estaba
Abelardo Castillo, al que fui a visitar. Después de la entrevista me dio todos
sus libros para que los leyera y me dijo que volviese después de leídos. Y
volví. Al final comenzó una relación amigable, en la que él me contaba algunos
proyectos suyos. Un día me dijo que había estado en Emece, que estaban buscando
editor, y me animó a presentarme a pesar de que le había dicho que no tenía ni
idea. Al final fui, me hicieron un montón de pruebas y me tomaron como editora.
Así empezó todo.
P: ¿Crees que hay mucha
diferencia entre el mundo editorial argentino y el español?
R: Hay bastante
diferencia en el trabajo con los autores: la edición argentina está muy
influenciada por la americana, en la que se corrige mucho, y se hace que el
autor reescriba. Por supuesto, siempre desde el mayor anonimato por parte del
editor, pero nunca el libro que llega es el mismo que se publica. Incluso hay
muchos libros por encargo que llevan un seguimiento permanente. Mi mayor
asombro al llegar a España, y lo que más echaba en falta era ese trabajo de editing intenso junto al autor: hay una
especie de respeto reverencial, y sin embargo, los mejores autores son los que
más aprecian las sugerencias de cambios y correcciones del texto.
P: ¿Cómo ves el estado de la
ficción española?
R: En general lo veo
mal, aunque siempre hay alguna buena sorpresa. Ahora mismo, por ejemplo, he
contratado el libro de relatos de una bloguera
y periodista, Laura Ferrero, que me pareció muy fresco y emocionante (Piscinas vacías, sale en octubre). El
problema que veo en los narradores españoles es que son muy intelectuales, con
una intención casi onanista, sin ningún interés en atrapar al lector; o veo
otras historias, excesivamente comerciales que no interesan. También veo que la
crítica endiosa esas pretensiones intelectuales y los escritores que se salen
de eso, no me refiero a los que son muy comerciales, sino a los que tienen
libros emocionantes y frescos, pero también sin pretensiones, son vistos
despectivamente. Yo, si algo he aprendido a lo largo de estos años, es a tener
respeto por los libros que producen un efecto poderoso en el lector. Hay libros
que son imperfectos, pero que en mí producen algo, dos ejemplos son el último
de David Trueba y el último de Milena Busquets. En cuanto a autores, Sánchez
Piñol, del que recomiendo La piel fría,
porque en ese libro veo algo que me cuesta ver en los autores españoles, que es
la precisión, los autores españoles son siempre expansivos, les falta eso que
sí tienen algunos latinoamericanos, por ejemplo, Rey Rosa, o incluso Jordi
Soler, la capacidad de comprimir. Leo mucho y con muchas ganas de encontrar,
incluso leo a muchos periodistas porque estoy segura de que entre ellos hay
buenos narradores.
P: ¿A quién te hubiera
gustado publicar?
R: Patricia Highsmith
es mi maestra. Hace poco leí un libro suyo que ha publicado Círculo de tiza, Suspense,
y es maravilloso. No solo es consciente de todos los mecanismos para crear
suspense, sino que en él se ve el respeto tan enorme que tiene hacia los
editores. Ella cuenta que presentó un manuscrito suyo a cierto editor, quien le
dijo que era malo y ella creía que tenía razón, así que lo volvió a escribir y
se lo llevó a otro editor. Normalmente, cuando un buen editor te dice que un
texto no se entiende es que no se entiende, y posiblemente los lectores tampoco
lo van a entender: esa es la enseñanza de Highsmith. Me hubiera encantado
descubrir en inglés a Lucia Berlin (a quien sin embargo contraté
–inmediatamente después del editor americano- para Alfaguara, con su magnífico Manual para mujeres de la limpieza), o a
Raymond Carver…
P: Es curioso que nombres a
Carver, sabiendo el buen papel que tuvo su editor en la sombra...
R: Exacto, ese es el
ejemplo que siempre pongo. De hecho, recuerdo que cuando salió Principiantes,
que es el texto original de De qué hablamos cuando
hablamos de amor (ya, de por sí, el título demuestra bastante bien
el buen criterio del editor), se ve que el texto original es bastante peor que
el que trabajó Carver con su editor. E incluso, cuando salió el polémico
artículo sobre Carver y su editor, este último, después de todos los años que
habían pasado, decidió continuar sin decir nada. El editor sabía que el
diamante en bruto estaba en Carver, y ese es el maravilloso y difícil trabajo de
un editor: ver el potencial en un texto. Es como cuando ves a una chica, bueno,
o un chico (risas) por la calle y piensas qué guapo es, pero tiene que cortarse
el pelo, comprarse otra ropa,... Sabes que el chico tiene algo, pero que tiene
que cambiar algunas cosas para que eso luzca.
P: ¿Cómo ves el estado de
los suplementos culturales españoles? ¿Crees que las editoriales grandes
prestan cada vez más atención a los blogs?
R: Ha pasado algo
increíble con las redes sociales, y es que lo que era el boca oreja se ha
multiplicado por millones gracias a los blogs y espacios de internet. Y creo
que es fantástico. Yo hoy en día cuando quiero buscar la repercusión que ha
tenido un libro fuera me son más útiles las críticas de los blogs, lectores...
que las de los suplementos, porque a veces están muy condicionadas; incluso, lo
que pasa muchas veces en las críticas es que el crítico se enamora de su
crítica, de lo que él ha visto, interpretado, etc., y esto hace que muchas
veces cuando leemos una crítica no nos queda claro si el libro le ha gustado o
no al crítico (risas). Otra cosa que pasa también, y ocurre también en
argentina, es la simpatía que hay de la crítica en general por las editoriales
pequeñas, parece que si un libro se publica en una editorial pequeña, ya solo
por eso es bueno. Yo entiendo el gran mérito de las editoriales pequeñas, pero
si hay que hacer crítica del texto, lo que publica una editorial grande y otra
pequeña (hablamos de textos literarios) deben partir de la misma línea de
salida. Mi ideal para una crítica literaria sería el equivalente de las
críticas de cine de Carlos Boyero: eso, hoy, no existe.
P: ¿Qué te parece entonces
la irrupción de las editoriales pequeñas y medianas en España?
R: Me parece
fantástico y muy sano. Yo lo veo en Argentina y está muy bien porque incluso
algunos títulos llegan a más público que si se publican en una editorial más
grande. Algunas lo hacen realmente bien, ven el público al que dirigirse, y
hacen un trabajo de prescripción con los lectores y las librerías muy
interesante. Ahora bien, para mí existen dos riesgos para ellas: uno es aceptar
que el escritor se pague la edición, no es muy común, pero existen y el
problema es que publican textos que son malísimos; y el otro riesgo son los
subsidios, todas las literaturas húngara, nórdica, asiática,... dan subsidios a
la traducción, por lo que hay una tendencia a buscar la joya escondida en estos
países, y luego en esos lugares no siempre existen tales joyas y vuelven a
publicarse textos muy mediocres. Es el equivalente a lo que Borges criticaba
como criterio para dar el Premio Nobel: mirar hacia esos países más marginales
cuando es mucho más probable que haya mejores escritores en Francia.
P: ¿Crees que existe una
recuperación en el mundo editorial español o es demasiado pronto para decir
esto?
R: Creo que hay una
recuperación, lenta, pero creo que sí existe; pero también creo que no vamos a
volver a ver la época de los ochenta. Y hay muchos que dicen algo que tienen
cierto punto de razón, y es que en realidad por más idealistas que queramos
ser, la lectura nunca en la Historia ha sido algo masivo, no es el cine. Y
también, y creo que es sano, se van a tener que publicar cada vez menos libros.
Digo que es sano porque ahora vivimos una guerra absoluta por encontrar el
libro que venda mucho, pero si miras el
Nielsen te das cuenta de que son muy pocos libros los que venden grandes
cantidades. Hay demasiados libros que venden muy poco, y de pronto hay alguna
sorpresa, sobre todo en nuestro mercado: un libro muy literario que consigue
producir el efecto de “libro de culto”, “lo que hay que leer”, y entonces
encuentra a sus lectores. Ha pasado con HhhH de Laurent Binet, está pasando con
Lucia Berlin. Así que, yo creo que todos esos libros que son segundas líneas, y
las novelas comerciales, que al final ni son buenas ni venden, terminarán por
desaparecer, y quedarán las novelas muy buenas y las novelas “efectistas”,
bestsellers como Cincuenta sombras de
Grey o La chica del tren, o
libros absolutamente raros que consiguen aunar a un tiempo grandes premios
literarios, el consenso de la crítica y ser un fenómeno de venta que se
convierte en longseller: para Alfaguara, ese libro ha sido La verdad sobre el caso Harry Quebert, que sigue vendiendo y
conquistando a más lectores a tres años de su publicación (más de 300.000
ejemplares vendidos en España)
P: ¿Crees que a raíz de la
crisis y de las nuevas editoriales ha habido un cambio en las políticas de
publicación de las grandes editoriales o continúan con la fórmula tradicional?
R: Es difícil
contestar a esta pregunta. A mí, en todas las editoriales en las que he
trabajado, y he estado en grandes grupos y en algunas editoriales
independientes, nunca me han dicho, tienes que publicar libros que vendan, o
este libro que elegiste está muy bien pero no lo vamos a publicar porque no va
a vender. Nunca. Hay que tener en cuenta que en el catálogo de una editorial
hay libros que venden más, y otros que “hacen catálogo”, que pretenden ser
apuestas literarias a futuro, los “clásicos del futuro” como diría nuestro CEO
Markus Dohle. Por eso en ninguna editorial se trata solo de vender, sino de
encontrar un equilibrio. El propio Herralde lo dice, la regla número uno de un
editor es mirar las cuentas, porque si no lo haces la editorial durará tres
meses, por eso lo inteligente es construir un catálogo ecléctico y coherente en
su eclectismo, como Herralde ha hecho. También hay que decir que las
editoriales independientes nos hicieron ser más abiertos y más ágiles, son
ellos los que empezaron a buscar en otros países.
P: Ahora nos gustaría hablar
de tu faceta como escritora. ¿Cuándo escribes? (Risas).
R: La mejor respuesta
a esta pregunta la dio Borges en uno de estos cuestionarios en el que le
preguntaban cuándo escribía, si por la mañana, por la tarde… Y él dijo:
siempre. Un escritor escribe siempre, todo lo que ve, escucha, siente, sirve,
alimenta ese futuro relato o novela que está escribiendo. También es verdad que
no es lo mismo escribir cuentos que novelas. Un cuento puede surgir a partir de
una idea o de una escena observada: apuntas la idea y las líneas generales y ya
está. Luego tienes que escribirlo que no es cosa fácil, pero la idea principal,
el hilo lo tienes. En un fin de semana puedes tener el primer borrador. Una
novela es un proyecto a largo plazo, de ejecución más pausada.
Yo
siempre llevo la típica libreta que decimos todos los escritores que llevamos,
la diferencia es que yo en cada libreta tengo una sección de escritora, otra de
editora, otra de frases… y ahora otra de decoración, pues me acabo de mudar...
(risas). De vez en cuando releo mis libretas y todo se empieza a acelerar, y
comienzo a pensar en situaciones, en escenarios: así empieza una novela.
P: Háblanos de La
mujer de Isla Negra.

P: ¿Y qué te gusta más escribir?
R: Quizás cuentos...
No sé si es lo que más me gusta escribir, pero sí creo que es lo más difícil,
porque de alguna forma una novela puede soportar momentos malos o menos
interesantes, pero un cuento no. En el cuento tiene que ser todo bueno, tienes
que querer terminarlo de una sentada y tiene que dejarte algún tipo de marca.
La novela te acompaña: viaja contigo.
P: ¿Con qué escritor de
relatos te quedarías?
R: Hay muchos y muy
distintos, los norteamericanos en general son muy grandes. Los rusos... Pero lo
que más me gusta es que cuando crees que ya los has leído a todos, te topas con
alguno que te emociona. Por ejemplo, un gran descubrimiento para mí fue Etgar
Keret, esa mezcla que tiene él de humor negro y ternura, me encanta, y además,
no se parece nada a lo que yo escribo.
P: Ya para terminar,
háblanos un poco de Lucia Berlin
R: Esa es la gran
emoción, fue leer un libro suyo y decir: «Esto es». Fue como si nunca hubiese
leído a Hemingway y de pronto aparece un libro suyo. Cómo es posible si estaba
ahí y nadie lo vio. Es esa emoción que te ocurre muy pocas veces, poquísimas
veces. Hay algo que me fascina de ella, y aquí hago un paréntesis. Una de las
normas para aprender a escribir es que una debe despojarse de lo que una vivió,
es decir, debe inventar historias sin que en ellas se cuente lo que a una le ha
pasado porque eso no suele interesar a nadie. Pues bien, cuando alguien es
magnífica, como lo es Lucia Berlin, viene y tira al traste las teorías, y te
demuestra que se puede escribir todo lo que a alguien le pasa en su vida. La
única condición es el talento. Ojalá alguna vez escriba un cuento que parezca
de Lucia Berlin.
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