Olvídense de Michiko Kakutani, estrella todopoderosa de la sección de libros de The New York Times, y lean con devoción la reseña de Donald
Ray Pollock sobre Volt, de Alan
Heathcock. Si Pollock dice que hay que leer Volt,
ay de aquel que no le haga caso.
Knockemstiff y el pueblo imaginario de Krafton comparten coordenadas pero,
sobre todo, sus protagonistas son miembros de la misma familia white trash que coloniza todo el
cinturón bíblico de Estados Unidos. No imaginen escenarios como los de Fargo u
otros formatos edulcorados, imaginen la suciedad, la pobreza, el mal agazapado y
una naturaleza implacable con todos aquellos que parecen no querer seguir
luchando. Quién ha paralizado el tiempo, quién detiene el progreso. Ellos
mismos o los que los gobiernan. Esta atemporalidad incrementa la fuerza de estos diez
relatos, como si fuera una condena que se repite, que pasa de padres a hijos
convirtiéndose en su única herencia.
Alan Heatchcock hizo su debut con este sorprendente volumen que,
además de violencia, guarda en sus páginas grandes dosis de soledad y dolor.
Recoge el testigo de autores como Breece D’J Pancake y en poco tiempo se ha
convertido en miembro de honor de una generación dirty que encarna lo mejor de la literatura contemporánea
estadounidense con escritores como Denis Johnson, Ray Pollock o el más urbano
William T. Vollmann a la cabeza. La historia de los abuelos de los personajes
de Volt ya estaba presente en el
viaje de Tom Joad, en las novelas de Erskine Caldwell y en los cuentos de
Flannery O’Connor.
Fotografía tomada de su cuenta de Twitter.
El primer relato es arrollador y resuena con igual o más fuerza al
terminar el libro. El mercancías detenido
narra la tragedia de Winslow, un granjero que se considera responsable de la
muerte accidental de su único hijo y que huye de sí mismo y de sus recuerdos en
un eterno paseo por los bosques. Elige convertirse casi en un salvaje inmune a
la palabra y los sentimientos. Humo inicia
la singular biografía en varios relatos de Vernon, que será marcado por los
pecados de su padre y por la falta de su hijo. En Krafton, como en toda esa
América olvidada, hay sobre todo una permanente orfandad. De nuevo la
naturaleza se convierte en cómplice de sus crímenes y pecados.
Pero Volt no es su
submundo masculino lleno de rifles y alcohol. Sus mujeres son tan duras como
ellos y ejercen de cabezas de familia cuando sus hombres carecen de cordura o
han desaparecido. La hija es el
perfecto ejemplo; Miriam se aparta del resto del pueblo tras una tragedia que
hace que acabe ella misma, antes inocente, con sangre en sus manos. Pero no hay
lugar para la culpa, es mera supervivencia.
Gracias a la buena traducción se aprecia la cadencia de la prosa
de Heahtcock, seca como la tierra, certera pero, también, como el trasfondo de
estas historias, poética. No hay lugar para metáforas, sólo la descripción
cruda de lo que les rodea. Al igual que Pollock, Heathcock crea una novela a
varias voces con un único protagonista: otro pueblo maldito y olvidado dentro
de Estados Unidos. Acierta además al convertir en nexo de unión a Helen, la
sheriff del pueblo que decide cómo se ha de impartir justicia en relatos como La pacificadora. Al final del libro
Heathcock no desvela si después de tanta tragedia Helen estará dispuesta a
seguir sirviendo y protegiendo a los desechos que habitan Krafton.
Sin duda Volt es de lo
mejor que se ha publicado este año. Bravo por Dirty Works que ha traído al fin
la obra de Heathcock y otros malditos a España. Los lectores pueden, si desean,
descubrir un Estados Unidos más real que el de Canciones de amor a quemarropa.
Título: Volt
Autor: Alan Heathcock
Traductor: Javier Lucini
Editorial: Dirty Works
Páginas: 273
Precio: 21,50 euros (rústica)
gracias por sugerirnos nuevas y diferentes lecturas
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