viernes, 15 de abril de 2016

Un día en la vida de Iván Denísovich, de Alexandr Solzhenitsyn: cuando verdad se refugia en la escritura

La verdad siempre sale a flote. Puede tardar años, a veces incluso siglos, pero al final se termina llegando a ella. Casi siempre esa verdad llega a nosotros a través de alguien que un día tuvo las agallas de escribir sobre ella y poner las cartas sobre la mesa.

Es lo que hizo Alexandr Solzhenitsyn, autor ruso ―no lo suficientemente conocido, o no tanto al menos como «los grandes novelistas rusos»―, al que se le concedió el premio Nobel en 1970, entre otras cosas, por su denuncia de las condiciones en las que vivían los ciudadanos durante la Rusia estalinista.



En Un día en la vida de Iván Denísovich, Solzhenitsyn narra cómo es la vida en un campo de trabajo de Alaska a través de la vida de Iván Denísovich, Shújov, que vive en él desde hace varios años. Los hombres allí encerrados ―militares, albañiles, campesinos― son obligados a levantarse a las seis de la mañana. Deben formar rápidamente, tomar su frugal desayuno y partir hacia el campo de trabajo que les haya sido asignado ese día. Todo eso a veintisiete grados bajo cero. Trabajarán sin apenas ayuda mecánica para construir una central eléctrica y a destajo: cuanto más rindan mayor será el mendrugo de pan que reciban en la cena. Shújov tendrá que utilizar mil y una artimañas para hacerse con dos platos de comida y así ganarse los favores de otros presos que han recibido paquetes con comida de sus familiares, o poder aspirar el humo de un cigarrillo casi completamente consumido.

La vida en el gulag es una lucha continua, no solo contra la mirada siempre atenta de los guardianes, sino también contra la astucia de los otros presos, que harán lo posible por robar la ración de comida del otro, o por hacerse con sus botas. Shújov deberá encontrar la forma de hacerse valer y que los otros no lo pisoteen. Se le quedan grabadas las palabras del que fue su primer jefe de brigada:

«Aquí, chavales, impera la ley de la taiga. Pero se vive. Los que no llegan a viejos son los que lamen las escudillas, los que se confían en la enfermería y los que se chivan al compadre.»

Shújov esconde debajo de la almohada su ración de pan diaria, que va consumiendo a lo largo del día con fruición. Años después Solzhenitsyn le confesó a Pedrag Matvejevic, quien lo trasladó a su libro Nuestro pan de cada día, que años después de salir del gulag, aún seguía guardando el pan debajo de la almohada, tan importante era para él.

Se mezclan a lo largo del relato momentos de intensa desesperanza («Deseaba que no amaneciera. Pero también aquella mañana amaneció, como todos los días.»), con otros de un sentimiento muy próximo a la felicidad («Shújov se durmió plenamente satisfecho. Muchos habían sido los triunfos durante aquel día.»).

La novela no da un respiro y y ya no hay nada ajeno a ella durante su lectura salvo la vida de Shújov. Nos quedamos atónitos ante ella: describe, por ejemplo, la sopa de col que podían tomar los presos durante todo un año, cada día, salvo que estuviesen en el calabozo, donde solo recibían la comida cada tres días. A pesar de ello, había algunos de ellos que mantenían todavía la compostura, que se negaban a animalizarse y mostraban aún indicios de dignidad, que de otro modo los harían perecer:

«Pero no le habían doblegado, no claudicaba: no ponía sus trescientos gramos de pan sobre la mesa sucia y pringosa como los demás, sino sobre un pequeño paño requetelavado.»

El estilo de la novela es seco y coloquial. Mantiene un ritmo endiablado y tiene una capacidad descriptiva asombrosa. Al terminar la novela, el lector tiene la sensación de haber estado un día en un gulag, de saber cuáles son los resortes que movían la vida allí. Solzhenitsyn vivió algunos años en un campo de trabajo, de ahí que el narrador de la novela sea un tanto extraño, pues narra en tercera persona pero de cuando en cuando se inmiscuye en la acción, como si él mismo se encontrase en el campo, junto a Iván Denísovich. Quizá por eso se siente estafado por la religión y hace decir a Shújov: «¿Por qué nos tomáis por imbéciles prometiéndonos el cielo o el infierno?». Solzhenitsyn ya sabía que el infierno podía padecerse en la tierra.

Cuentan que cuando el poeta Tvardovski recibió el manuscrito de Un día en la vida de Iván Denísovich, comenzó a leerlo de noche, en pijama y tumbado en la cama. Cuando llevaba unas cuantas páginas leídas se levantó de la cama, se acercó al armario, sacó un traje y una corbata, se los puso y siguió leyendo. Dicen que le pareció una falta de respeto seguir leyendo en pijama aquella obra.

Título: Un día en la vida de Iván Denísovich
Autor: Alexandr Solzhenitsyn
Traducción: Enrique Fernández Vermet
Editorial: Tusquets
Páginas: 224
Precio: 7,95 eur (bolsillo)

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