lunes, 11 de abril de 2016

Entrevista: Sergi Bellver, escritura, nomadismo y redes sociales

Cuando uno descubre a Sergi Bellver en las redes, no sabe muy bien qué pensar: ¿es un personaje literario? ¿Es una persona que imparte talleres? ¿Es un viajero? Sergi Bellver es todo eso, pero sobre todo es un escritor con una vida nómada que no duda en reconocer que le faltan tablas y que continúa aprendiendo, pero que tampoco se muerde la lengua cuando tiene que denunciar algo que no es de su agrado. Sea como fuere, Sergi Bellver es uno de esos pocos escritores que de forma consciente o inconsciente están en las redes para algo más que hablar de su libro (por cierto, pronto se publicará su primera novela tras su libro de relatos Agua dura).


P: Lo que nos llamó la atención de ti, y por lo que en gran medida estamos haciéndote esta entrevista, es porque te mueves mucho en las redes sociales y de una forma diferente, cosa que hoy en día es difícil encontrar entre autores.

R: No es algo premeditado, de verdad, soy así, por suerte o por desgracia, aunque por supuesto a mí me parece lícita la forma de actuar de cada escritor en las redes. También tengo una página pública en Facebook que sigue el típico modelo aburrido, donde comparto sobre todo mis trabajos concretos o lo que sale en la prensa sobre mis publicaciones. Supongo que es a esto a lo que os referís, lo más fácil de encontrar a día de hoy entre los escritores. Si va por ahí estoy de acuerdo con vosotros, creo que algunos autores desaprovechan las redes, pues utilizan su perfil de Facebook o Twitter como una mera newsletter, casi como una extensión de la página de la editorial en la que publican, y aunque supongo que hay que hacerlo y por eso tengo también esa página, lo cierto es que no sé si tiene demasiado interés para los seguidores de una persona más o menos pública, porque para leer lo mismo que pueden leer en la web de la editorial o en la prensa…


P: A eso nos referimos…

R: Luego en los perfiles más supuestamente personales de los escritores en las redes hay autores que son más cercanos. Otros fomentan la polémica o practican el narcisismo, el tiro al blanco, la rumorología de la corte o el humor. O pasan el rato sin más. O sólo están presentes y al quite pero nunca se mojan y ves que está todo muy estudiado, lo cual también es respetable porque demuestra que son más listos o más sensatos. Pero también hay grandes escritores de mi generación o incluso más jóvenes que ni siquiera tienen cuenta en las redes sociales, caso de Ricardo Menéndez Salmón o Cristian Crusat, por ejemplo, quienes publican regularmente en Seix Barral o Pre-Textos, lo que demuestra que dichas redes son muy útiles para cualquier autor, pero no realmente imprescindibles para sostener una carrera literaria interesante, cosa que sólo se crea de veras en cada libro.

En las redes hay también gente que arma un personaje o se construye una máscara y otros son más genuinos. Creo que yo mismo, en ocasiones y en el pasado, como cuando estaban en boga los blogs y no Facebook o Twitter, he sido demasiado espontáneo y bastante bocazas, y ahora reconozco que desde hace un tiempo me he relajado un poco, dejo pasar muchas cosas y ya no contesto a ciertas tonterías. De hecho, acabo de tomarme un mes de desconexión en el que he tenido mi cuenta personal de Facebook desactivada, por apagar el ruido y poder escuchar mejor algunos silencios necesarios. En mi caso, hay quien me dice «Es que tu personaje…»; pero no hay ningún artificio detrás, en serio, soy así y no hay careta, o al menos ninguna mayor que la que todos llevamos a diario en la vida real para soportarnos y soportar el mundo. Lo mismo puedo hablar en las redes de literatura o de una emoción en un viaje que compartir una chorrada por las risas o un poco de belleza encontrada por ahí. O cabrearme por algún tema, aunque esto último cada vez lo haga menos, por cansancio y, sobre todo, porque es inútil. Hay temas con los que la gente, sencillamente, no escucha ni varía un centímetro su posición. Sobre todo en las redes sociales, donde demasiada gente se envalentona con la distancia y tras la pantalla a la hora de juzgarte con sus patrones.


P: ¿Y crees que ser natural, o presentarte sin máscara, es positivo?

R: Creo que ser más cercano o espontáneo te trae enemigos, trolls y haters; es natural cuando te expones y dices lo que piensas sin prodigarte con todo el mundo. Hay que lidiar con ello. Pero al final produce bastantes más efectos positivos: conservo amistades de muchos años que nacieron en las redes, contacto de primera mano con otros colegas de los oficios del libro y con mis lectores, surgen viajes, experiencias y trabajos a través de ellas, etcétera. Con el mismo comentario puedes ganarte el desprecio de unos y el respeto de otros. Es cosa suya. Las redes sociales no son buenas ni malas, sólo una herramienta; son las personas las que pueden resultar tóxicas, neutras o sanadoras al utilizarlas, las que usan las redes para dañar o aportar algo, las que se entrometen en las vidas ajenas o construyen la suya libremente. Y creo que la mayoría de la gente está cansada de caretas, poses y discursos vacíos.

Yo también me rebelo contra esa dictadura del cinismo y el cálculo. De hecho, estoy convencido de que Facebook me trajo casi un tercio de los lectores de Agua dura, que para ser un primer libro de cuentos de un autor novel al que realmente no conocía nadie, y en una editorial modesta, no ha ido mal en cuanto a críticas y ventas dentro de esa segunda o tercera división en la cual he empezado a jugar. Pero eso ha sido en todo caso una consecuencia, nunca una estrategia. No me saldría si lo planeara. Y un buen estratega se congraciaría con quien hiciera falta para evitarse enemigos y gustarle a todo el mundo. Por eso, sin juzgar cómo lo hagan otros, no cambiaría nada de lo que he hecho en las redes, salvo no haber sido un poco más moderado cuando algo me cabreó como, por ejemplo, el amiguismo en los medios o el tema de los premios literarios entregados a dedo, que cantan demasiado.


P: ¿Y cómo llevas la vida real del mundo editorial?

R: Antes era de los que me indignaba terriblemente por esas cosas y, como tengo sangre en las venas, exponía airadamente esa indignación, pero vi que la mayoría de la gente de este mundo editorial es más prudente o muestra un perfil mucho más bajo, y algunos enseguida te cuelgan la etiqueta de tipo conflictivo simplemente por decir lo que ves, y porque por lo visto hay cosas que se pueden decir pero sólo entre cañas y nunca en público. O debes asumir que decirlas no te saldrá gratis. Así me gané en el pasado un par de vetos en algunos medios y varias antipatías, por denunciar ese tipo de cosas, por no callar ni hacer la pelota. Pero ya dimití, que se parta la cara otro, porque además, como decía, es que no sirve, pues vi que se denuncie lo que se denuncie todo el mundo sigue como si nada. Ninguna denuncia cambia las cosas y autores, editores y periodistas que han participado en esa forma de corrupción, y la llamo así por no olvidar que a veces se maneja dinero público en los premios, siguen encantados de haberse conocido.

Aunque también, con el tiempo, me he dado cuenta de que una editorial de un gran grupo es una empresa subsidiaria, de que el departamento de ventas tiene una presión enorme que afecta a toda la cadena y de que al final muchos editores no siempre pueden publicar lo que quieren o ni siquiera lo que les gusta. Sé que queda algún certamen limpio, pero son minoría y sólo mantengo que al menos estaría bien evitarnos a todos el paripé de los premios cuando ya se sabe de antemano que van a ir para un autor de la casa o a otro al que ya pensaban contratar por dar el perfil. Miren, pueden dárselo sin más y promocionar así el libro, es legal, es el libre mercado, pero dejen ya por favor lo de los cientos de originales recibidos, las sesudas deliberaciones del jurado y las frases grandilocuentes. No se le puede exigir impecabilidad moral a la clase política si no se practica antes en cualquier otro ámbito en el que trabajemos. No se puede esperar ni merecer ningún cambio que no propiciemos entre todos. A veces vemos a algún que otro escritor y supuesto intelectual subido a la poltrona, señalando con el dedo y a voces a los políticos corruptos pero callando sibilinamente sus propias corruptelas editoriales. Sin embargo, el comentario se queda ya entre las cañas, reales o virtuales, pero en privado, como cualquier chisme según filias y fobias personales porque, bueno, en fin, ¿para qué enfadarse ya, si la comedia va a seguir de todas formas? ¿Qué gana nadie a estas alturas diciendo que el emperador está desnudo?


P: ¿Qué puedes decirnos de esta forma de vida que llevas? Que de alguna manera se ha convertido en un proyecto literario.

R: He sido capaz de reunir en mi vida diaria dos de las cosas que más me gustan del mundo: viajar, algo que durante demasiados años no pude hacer, y escribir. Encontré mi vocación ya con cierta edad, porque hasta hace unos ocho años lo había tenido sólo como una afición muy intermitente y privada, pero no con conciencia de lo que era escribir de veras literatura. Cada vez que me lo iba tomando más en serio me daba cuenta de que, por mi forma de ser y por la nueva realidad laboral y social, mi elección no era compatible con una vida común ni con escribir a ratos libres o en vacaciones, así que hice una apuesta un tanto radical, primero en 2007 para conocer todo el mundo editorial, y luego ya en 2011 en un viaje casi a tumba abierta como autor. Además, también se dio el caso de que a mi vocación se le ocurrió berrear y manifestarse cuando apretó la crisis, y todos aquellos trabajos que podían mantenerme como «mileurista» se fueron al garete uno tras otro. Tuve un desahucio en Madrid y, como hace muchos años perdí a mis padres y cualquier posible apoyo familiar, le pedí dinero prestado a algunos amigos para comenzar de nuevo en Barcelona, pero eso sólo iba a suponer hundirme más en el fango y perder a alguno de esos amigos. Llegó un momento en que de veras estaba con ese lodo al cuello. Como tantas otras personas en nuestro país desde aquellos años, por otro lado, mi historia es sólo una más.

Un día, en 2011, una ex-alumna me ofreció irme a vivir con ella y con su novio durante un tiempo a una habitación libre en su casa de las afueras, en el cinturón obrero de Barcelona, y descubrí que si eliminaba de la ecuación el alquiler y buscaba trabajos puntuales relacionados con las letras, como talleres, ediciones, correcciones o reseñas, podía costearme lo básico, no pedir nunca más dinero prestado y empezar a devolver algunas de las muchas deudas mediante lo que sabía hacer: leer, escribir y comunicarlo. Y, sobre todo, me quedaban muchas horas diarias para escribir. Dejé mis cosas en el trastero de un amigo en Barcelona y así estuve unos tres años dando vueltas por España, casi con lo puesto. En ese tiempo publiqué mi primer libro en solitario como autor y todo parecía empezar a cobrar sentido. Posteriormente, una buena amiga editora me comentó que por qué no me iba una temporada larga a México, pues acababan de publicar a Leonardo da Jandra, un filósofo que vive en Oaxaca y que podía ofrecerme una cabaña, una residencia creativa y varios contactos. Allí estuve medio año, un tiempo muy especial. Luego, mi periplo de cinco meses por Europa del año pasado fue posible gracias a algunos amigos que dejaban vacía una casa, tenían un piso de soltero sin ocupar o se iban de vacaciones, y que al ver la vida que llevo me ofrecieron su espacio libre. Esa es mi realidad ahora y creo que lo seguirá siendo un par de años más, porque a pesar de haber tenido muy buenas experiencias con casi todo el mundo y en casi todas partes, ya empiezo a acumular cierto cansancio interior.

Esta vida nómada tiene luces y sombras, libertad y soledad, apertura e incertidumbre, y desgasta mucho más de lo que la gente se pueda imaginar. Me gustaría ver a algunos de los que dejan caer a veces que «me pego la vida padre», por no pagar alquiler y vivir en casas o habitaciones vacías, intentando sobrevivir con cinco euros al día durante meses o años. Me gustaría saber cuánto tiempo aguantarían algunos cierto nivel sostenido de austeridad e incertidumbre por perseguir un sueño, antes de juzgar a los demás por cómo viven su vida. Dejé el colegio y empecé a trabajar a los dieciséis años de aprendiz en artes gráficas, me fui de casa de mis padres a los veintidós y siempre fui independiente. Quiero decir, que me fui en serio y sin pedir nunca un duro, no para llevarle la colada a mi madre cada viernes. Hasta los treinta y muchos años trabajé en mil cosas, de lo que saliera, de modo que conocí muy bien la vida de cualquier obrero durante veinte años, y por eso mismo preferí arriesgar en su momento y apostarlo todo por la escritura. Y salga bien o mal, mantendré esa apuesta hasta el final, porque he visto a demasiadas personas terminar sus vidas arrepentidas por lo que no hicieron, amargadas por lo que no intentaron, derrotadas por los sueños que no cumplieron o engañándose a sí mismas en la inercia de sus decisiones. Así que un buen día, sencillamente, decidí que eso no iba a pasarme. No, no es fácil esta vida nómada, y algunos te juzgan por no encajar en el molde convencional que ellos han asumido, pero como persona y como escritor la experiencia es inmensa. Escucho otras voces, ensayo otras vidas posibles en lugares nuevos, comparto vivencias con gente de toda clase y aprendo a alejarme de mi ombligo de escritor para calzarme los zapatos de los demás. Cuando cuento una historia, creo que de algún modo todas esas voces están vivas en ella.


P: ¿Y los escritos que vas haciendo se van adaptando al destino?

R: Me influye mucho el espacio cuando escribo, sí, no me puedo abstraer de él. Por ejemplo, cuando me sugirieron en 2014 ir a México, llevaba casi cuatro años trabajando en una trilogía de novelas, una alegoría de Europa en torno a Alemania y Rusia en la segunda mitad del siglo XX. Así que, sabiendo que el clima de Oaxaca es similar al de Andalucía, pensé que no iba a poder escribir sobre el frío de Berlín o los canales helados de San Petersburgo mientras me comía unos tacos bajo un parasol de paja frente al Pacífico. Entonces pensé que tenía otro proyecto asequible a partir de algunos relatos que no habían encajado en Agua dura —un libro de aprendizaje que, por cierto, a día de hoy estoy convencido de que es manifiestamente mejorable: si volviese a corregirlo creo que lo dejaría en sesenta páginas—, pero que curiosamente se desarrollaban en Latinoamérica, así que aparqué las novelas por un tiempo, pensé en escribir un libro de cuentos ambientado allí y eso es lo que empecé en Oaxaca. Del mismo modo, estando el pasado otoño de viaje por Praga, Viena y Budapest, el entorno propició que surgiera otra historia. De modo que sí, soy absolutamente permeable a lo que me rodea. A veces incluso cambio un destino en función de lo que estoy escribiendo.


P: Háblanos del Nuevo Drama.

R: Fue un proyecto loco y hermoso que iniciamos en 2010 tres personas, Manuel Astur, Juan Soto Ivars y yo, tres amigos escritores inéditos aún en aquel momento, medio cabreados porque pensábamos que éramos buenísimos y que nos tenían que reconocer pronto, ya sabéis… todas esas bravuconadas de novatos con ganas de comerse el mundo. Pero básicamente fue un movimiento reaccionario, en el buen sentido de la palabra, contra cierta impostura literaria. No contra una determinada forma de escribir, desde luego, pues la literatura es un espacio de libertad, pero sí sentíamos que existía una corriente o moda por la que mucha gente escribía imitando ciertos estilos sin, de alguna manera, creer demasiado en ellos, por pura tendencia, y que esto les hacía imaginarse dentro de alguna vanguardia de la literatura, cuando no habían inventado nada, pues estaban imitando lo que ya se hacía en las vanguardias francesas de los años 20, en novelas norteamericanas de los 40… En fin, el Nuevo Drama fue una reacción contra esa impostura intelectualizada y poco más. La hemos visto desde hace décadas en el arte contemporáneo y tarde o temprano la tomadura de pelo tenía que llegar también a la literatura: la falacia del discurso que explica, justifica y ensalza la obra sin obra de entidad que lo sostenga.

Aunque ahora la verdad es que, personalmente, estoy ya en otra etapa y estas cosas me dan más igual. Un poco como lo de los premios amañados y todo eso, sí, cierto desencanto. ¿Para qué enfadarse, si la noria va a seguir girando con cada loco en su cesta? Si tuviera que rescatar algo del Nuevo Drama, aparte de los libros que hemos publicado en estos años y de la amistad celebrada, sería el hartazgo compartido con otras muchas personas contra el cinismo contemporáneo, y esa convicción moral y casi espiritual de que la vida y la emoción humana han de impregnar el arte, sin importar tanto los formalismos, las escuelas, los gurús y las etiquetas. Sin esa adicción absurda por la supuesta "novedad" a toda costa.


P: Renovar es difícil…

R: Además, es que nunca se renueva de veras a sabiendas ni a priori. Es algo que sucede o no, y sólo luego, cuando pasa el tiempo, puede decirse si una corriente o una forma de escribir fue por un lado o por otro, y si de veras renovaron algo. Quien se autoproclama constantemente como renovador y vanguardista es, aparte de un probable farsante y un pelmazo, un engreído impaciente. Deja que el tiempo haga su criba y coloque tu obra en su lugar. De alguna forma esas cuitas son también una pose, pero creo que va con el talante de escritor y con la naturaleza humana, pues siempre ha existido algo parecido. Recuerdo, por ejemplo, la lectura de las cartas entre un Chéjov ya consagrado y un joven y anhelante Gorki, en las que te das cuenta de que todo es y fue más o menos lo mismo ahora que entonces, en todas partes.


P: Pero de alguna forma eso se echa de menos. No las polémicas personales, nosotros nos referimos a las polémicas literarias que enriquecen y producen nuevos estilos o formas de escribir.

R: Esas correspondencias ilustradas tal vez pasen ahora desapercibidas en las redes, o se diluyan en el runrún general. No lo sé. Echo en falta también debates literarios de altura. Incluso cuando parece que hay uno en los medios se trata en realidad de una pelea de gallos, del saldo de viejas cuentas pendientes o, tristemente de moda de un tiempo a esta parte, de un poco de casquería pseudoliteraria para despertar el morbo. Los estilos y formas de escribir se forjan en la mente y la mesa de cada autor, por sus lecturas e influencias, por cómo afronta su trabajo y qué hallazgos le asaltan. Antaño los escritores se reunían en el café o el ateneo y cada encuentro era la oportunidad de compartir, contrastar o discutir. Otros prefirieron la pausada correspondencia. De hecho, en su época, muchos de los autores del 98 o del 27, por ejemplo, no tenían ni conciencia ni desde luego voluntad de formar generación alguna. Eso fue dándose luego con el tiempo, con la alegre connivencia, la aceptación tácita o hasta algún mosqueo por parte de dichos autores. Ahora hay una comunicación más constante, eso es cierto, pero no sé si más profunda o relevante. Tal vez sólo más ruidosa y acelerada. Creo que los verdaderos vasos comunicantes en literatura se producen más de libro a libro que entre escritores predispuestos al intercambio. Hablas con el autor, cada uno le vende al otro su película y ya está. Pero lees su libro y, si contiene algo valioso, es ahí cuando de verdad te hace clic en la cabeza. O será que para escribir me interesan más las obras que los autores. Que prefiero separar la biblioteca del bar, leer por un lado y pasármelo bien con los amigos por otro, y no hacer tanta carrera editorial en la barra ni en las redes.

Cuando hablo en privado con amigos escritores o editores intento comentar otras cosas, lo que estamos haciendo, los libros que hemos leído, los que no nos deberíamos perder, alguna castaña a evitar, en fin, todo eso. Como digo, no hay apenas debate cultural público capaz de despersonalizar las opiniones, esa cosa tan poco española, para ir a las ideas y los argumentos. De un tiempo a esta parte parece que sólo se utilizan las polémicas para crear un personaje, hacerte ver o liberar frustraciones. Cuando para colmo suelen ser polémicas o trifulcas por migajas. Si analizas el implacable índice Nielsen, que revela con bastante exactitud la realidad de los libros que se venden en este país, te das cuenta, aparte de que es muy difícil vivir de esto o de que los best-seller surgen muchas veces por un golpe de suerte que cuesta reproducir, de que nos rodean muchas nubes, demasiados globos hinchados. Muchos autores con bastante eco en los medios o entre sus colegas y que publican en grandes grupos editoriales, varios de los que parece que lo están petando, resulta que al final venden más o menos como los de los pequeños sellos independientes y tienen mil o mil quinientos lectores fieles, siendo muy generosos, y te hablo de autores que están en editoriales grandes, insisto, firmas omnipresentes en todas las listas y en todos los eventos. Quiero decir con todo esto que emplear tanta energía en intentar asomar la cabeza entre los demás es en el fondo un poco ridículo, visto lo visto. Sobre todo si descuidas por el camino lo importante, tu obra, que es donde realmente vas a dejar algo que quede en el tiempo o se olvide a los dos días, algo que le llegue de veras y en privado a los lectores o se pierda en el ruido de la fiesta y la inmediatez. A veces pienso que las carreras editoriales van por un lado, pero que la literatura le importa cada vez a menos escritores.


P: Háblanos de ese proyecto en el que estabas trabajando a los dos lados del Atlántico.

R: Cuando estuve en México descubrí muchas sintonías con mis nuevos amigos en Oaxaca. Una de ellas tenía que ver con lo inaudito de la realidad actual de la literatura en español y sus reinos de taifas. Queríamos crear una pequeña pero potente editorial hispanoamericana, transoceánica, pero hicimos números y vimos que se necesitaba muchísimo dinero y varios aliados de peso, así que el sueño quedó de momento en el aire porque era demasiado complicado llevar a cabo nuestra idea sin pervertirla. Siempre he tenido la idea de que el mundo literario en español está muy compartimentado, y si los autores españoles no solemos leernos mucho entre nosotros, entre españoles y latinoamericanos nos damos la espalda ya casi completamente. Y entre los distintos países americanos pasa tres cuartos de lo mismo. Todo eso pude corroborarlo en México, en las librerías del país y con los escritores de allá. Y también hablando con otros compañeros latinoamericanos. Aquí van llegando poco a poco algunos autores latinoamericanos de treinta o cuarenta años; allí no llega casi ningún español, salvo algún mainstream como Pérez Reverte o Almudena Grandes o autores como Vila-Matas, pero de autores de treinta o cuarenta años, de autores con verdadera proyección de cara al futuro inmediato, nada. Como digo, entre los países latinoamericanos tampoco hay demasiada circulación editorial y librera de discursos e ideas. Redes sociales y algunas ferias y revistas aparte, cada país es un mundo al margen. Por ejemplo, México mira mucho dentro de sus fronteras, y además tiene esa relación amor-odio con Estados Unidos y España; en Argentina las trabas legales a las importaciones hacen complicado que libros extranjeros lleguen allí, aunque sean españoles o de otros países latinoamericanos, y sin embargo subvencionan la literatura hecha en Argentina donde haga falta.

Creo que el idioma español tiene un potencial literario y cultural tremendo, por encima en la actualidad del francés, por ejemplo, e incluso si me apuras del inglés, pero los franceses son muy listos y siempre han sabido integrar y hacer suyos a autores foráneos, y los anglosajones disponen de un rodillo mediático impresionante. En Latinoamérica son más de cuatrocientos millones de personas, así que por mero porcentaje es normal que haya más escritores latinoamericanos interesantes que españoles, pero de eso a que, como han dicho algunos escritores, editores y periodistas españoles, la única narrativa interesante que se hace hoy en día en español sea latinoamericana, va un océano, porque también se hacen muchas cosas mediocres y nefastas a ambas orillas. A veces ese discurso no tiene nada de literario y sólo camufla el deseo de abrirse un mercado allá, sin más.


P: Háblanos de Avispero.

R: Avispero es un proyecto muy interesante que me encontré cuando llegué a Oaxaca. Está promovido por el filósofo Leonardo da Jandra y lo lleva a cabo un talentoso grupo de jóvenes de Oaxaca y otros lugares de México. Con él demuestran la pasión que tienen por aprender y compartir. En sus bibliotecas hay media colección de ensayo de Acantilado, por ejemplo, lo que teniendo en cuenta el precio desorbitado que tienen allí esos libros, por la importación y los bajos salarios al cambio, te da una idea de la fiebre de conocimiento que tienen aquellos chavales. Es un proyecto completamente independiente, no venden la revista ni tienen ánimo de lucro. Lo más bonito es que son personas jóvenes interesadas por la literatura, y que ayudan a difundirla en su comunidad, no sólo con la revista, también con programas de fomento de la lectura, conferencias o talleres para estudiantes. Por mi parte, desde que regresé a Europa ayudo en labores de edición, escribiendo algunos artículos y reclutando entre mis contactos a firmas interesantes en varios países de América Latina y España, para que la revista vaya creciendo y llegando a más lectores en español. Es una iniciativa humilde en cuanto a los medios, pero ambiciosa en los contenidos y las ganas de tender puentes.


P: ¿Qué tal tu experiencia con los talleres?

R: A pesar de tener muchos amigos profesores en escuelas para las que he trabajado o en otros centros, varios de ellos muy buenos docentes, vocacionales y dedicados, y amigos que espero seguir conservando después de esta entrevista (risas), debo reconocer que empiezo a ser un poco escéptico con los talleres en general. Se dice que si puedes aprender a tocar el piano se puede aprender a escribir, y en parte es cierto, pero no es exactamente lo mismo, porque la música tiene unas reglas casi matemáticas, y luego tú le puedes dar una interpretación personal, pero la literatura no tiene unas "normas" tan claras. Además, hablamos de "componer", no sólo de interpretar. O sea, de no terminar repitiendo ad eternum fórmulas ajenas. Creo que lo que más y mejor enseñan los talleres es a leer y a desarrollar nuestro criterio, lo que ya de por sí es algo importantísimo. Aunque también un taller puede ayudar a desatascar y evitar errores que todos cometemos cuando empezamos a escribir, o ya a cierto nivel, a acabar de perfilar nuestro trabajo. Yo lo enfoco así tras mi experiencia desde 2008 para acá, tras emplear métodos ajenos y propios, y desde ese punto de vista es como imparto mis talleres, en general breves e intensivos, yendo al grano, dándole un mapa del terreno a los viajeros y acompañándoles un trecho pero apartándome pronto, que la escritura también es el goce del descubrimiento personal, con todas sus magulladuras. Me habría ahorrado cosas infames que escribí en mis inicios de haber tenido un buen profesor, porque pensaba que hacer literatura era escribir bonito y no, no tiene nada que ver con eso. Pero llega un momento en el que hay que seguir viajando solo.

De modo que sí tienen una función y una utilidad, pero no entiendo muy bien a la gente que está cuatro, cinco o seis años en un mismo taller como si fuera una carrera universitaria, o hasta con un mismo profesor, como una secta, porque lo esencial de un escritor es la mirada propia. Y no me refiero a la clásica burrada que te sueltan algunos alumnos recién llegados, tipo «ah, yo no leo nunca, así nadie me influye y soy más original». Madre mía, ¡si primero hay que leer como un poseso, antes de escuchar siquiera tu propia voz entre todo ese eco! Si tienes esa mirada, los talleres te pueden ayudar a afinarla, pero si no la tienes es difícil que un taller te aporte algo significativo, más allá de ejercitar la lectura y mejorar el criterio. Si no tienes esa mirada repetirás las composiciones ajenas, pero no crearás algo realmente tuyo. Eso nace de dicha mirada, que sí, puede entrenarse, pero no crearse de la nada. Y la voz propia llega tras años de lecturas, toneladas de papeleras, muchos extravíos y varias pruebas de fuego.

Los talleres también tienen algo casi terapéutico porque te ayudan a ordenar tu cabeza cuando estás inmerso en un proyecto o desnortado con tus ganas de contar algo pero sin saber el qué o el cómo. Y te dan disciplina para trabajar si te lo tomas en serio. Pero también siento que hay cierta moda con esto de los tallleres, que la gente piensa demasiado en "ser escritor" y no tanto en escribir, que se lee muy poco y es ahí donde un escritor tiene que picar piedra, y que si alguien llega a un taller con el letrero luminoso de "vengo aquí a ser escritor" en la frente, empezamos mal. En resumen, sí, si das con un buen profesor y te lo tomas en serio, seguro que aprendes muchas cosas en un taller y le encuentras utilidad, pero no es desde luego imprescindible para escribir. Creo que tendrían que hacerse muchos más talleres de lectura para ayudar a formar el criterio lector de la gente. A veces parece que se escribe más de lo que se lee, y algo falla en ese balance.


P: ¿Qué autores actuales nos recomendarías para descubrir?

R: Este tipo de preguntas son siempre correosas, porque luego uno se olvida de algún nombre y el autor se ofende y te regaña, o se calla y desaparece repentinamente de tu círculo... Aparte de que lo que a mí me parezca un descubrimiento puede ser ya conocido para otros y lo que yo considere ya refrendado sea todavía desconocido por la mayoría. Pero me mojo, claro. Pensando en vuestros lectores, y ciñéndome a nuestro idioma y a la narrativa, que es mi campo natural, me vienen varios nombres a la mente. No podría calificar exactamente de «autores actuales por descubrir» a escritores como Eloy Tizón, Carlos Castán, Eduardo Halfon, Ricardo Menéndez Salmón, Edmundo Paz Soldán, Marta Sanz, Óscar Esquivias, Sara Mesa, Juan Gracia Armendáriz, Jon Bilbao, Pablo Gutiérrez o Sergio del Molino, porque supongo que ya van teniendo sus lectores y asentando su prestigio, más que merecido. Aunque no estaría mal que les conocieran más lectores, ese «gran público» que lo cambia todo. En México, Antonio Ortuño o Yuri Herrera son seguramente de lo mejor de la nueva narrativa mexicana, y ya han publicado en España. Los defeños David Miklos o Alfredo Peñuelas serían otros nombres a descubrir aquí, junto a la veracruzana Fernanda Melchor, más joven que ellos. También pienso en el uruguayo Ramiro Sanchiz, el peruano Carlos Yushimito o los chilenos Alejandro Zambra y Carlos Labbé. En Argentina destaco sobre todo a Mariana Enriquez, de lo mejor en la ficción argentina actual, junto a Samanta Schweblin, Federico Falco y Ariana Harwicz. Hay un par de grandes autores allá que, aunque han publicado ya en España y tienen una larga trayectoria a cuestas, siento que nunca terminan de ser lo bastante conocidos por el público español: Gustavo Nielsen y Fabián Casas.

En España, como comentaba antes, tenemos unos cuantos globos hinchados mientras otros autores, sin hacer ruido, han ido construyendo una obra cada vez más sólida. Pienso en Cristian Crusat, Marina Perezagua, Miguel Serrano Larraz, Juan Vico, Marcelo Luján o Ignacio Ferrando, por ejemplo. Y otros permanecen en la penumbra mediática, casi en un margen elegido, como Víctor García Antón, un cuentista excelente. De entre los debuts literarios de los últimos años, caigo en la cuenta de que abundan los buenos primeros libros escritos por mujeres, como los de Isabel González, Mariana Torres, Aixa de la Cruz o Gabriela Ybarra. Y me interesan también otros autores jóvenes como Víctor Balcells o David Aliaga. Y lo dejo ahí en narrativa por hoy, antes de caer en todos los nombres que olvidé ahora mismo. En poesía, crónica, teatro o ensayo no me meto porque no tengo el mismo criterio y no puedo valorar el trabajo de otros más allá del gusto personal. O sea, que si os digo que la poesía de Miriam Reyes, Julio Mas Alcaraz, Estefanía González, Jesús Montiel o la argentina Natalia Litvinova me parece todo un hallazgo, por ejemplo, sólo os lo estaré diciendo en calidad de lector deslumbrado y nada más. En fin, en un panorama editorial y mediático tan tremendamente saturado imagino que es difícil darle espacio a todos los buenos autores por descubrir, pero confío en que un lector con verdadera curiosidad siempre encontrará el modo.


P: ¿Cuáles son tus planes futuros?

R: Muchísimos, mi cabeza no para de carburar. Pero del mismo modo que ya casi he logrado dejar de ser un cascarrabias, estoy intentando no vender más pieles antes de cazar el oso, el mapache o lo que se ponga a tiro, de modo que prefiero un poco de cautela. Así que os hablaré sólo de lo que ya es seguro: mi primera novela, la que comencé en octubre en Praga, la publicará Ediciones del Viento, en cuyo catálogo me encuentro por ahora muy a gusto. Y el libro de relatos panamericano lo dejaremos para más adelante, que no le vendrá mal una temporada en el limbo del cajón. Tengo varias cosas más en marcha y apalabradas con editores, todas de algún modo relacionadas con el viaje y la escritura, pero dejad que me ponga ya el bozal. ¡Ah, y espero terminar la dichosa trilogía algún año, antes de morirme, si es que llego a viejo! Tal vez la acabe cuando me convierta en el escritor que necesitan esas novelas, no lo sé, por ahora sigo aprendiendo y me faltan tablas. Libros aparte, tras dos años de silencio he vuelto a la crítica literaria, que ejerceré de vez en cuando, y voy a seguir con mi vida itinerante, dando talleres y conferencias en Galicia este mes de abril y moviéndome por el noroeste de España antes de la Feria del Libro de Madrid, en la que repetiré un año más como librero en la caseta de Atalanta. Y después, después... espero que el dios de los nómadas siga cuidando de mí hasta que un buen día plante mis huesos en alguna parte.

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