miércoles, 16 de marzo de 2016

Timothy Dexter y el bufé libre de signos ortográficos

El de Timothy Dexter (1748-1806) fue un caso de excéntrico de libro, de esos que generan novelas sobre su vida sin proponérselo. Con ocho años ya trabajaba en el campo y con dieciséis se inició como curtidor de pieles. Por lo visto era algo corto de entendederas, lo que hacía que las burlas arreciasen, pero eso no le acobardó. Tuvo la suerte –o el ingenio, que a veces se disfraza de aquella– de dar un braguetazo. Se casó con una viuda (en una época en la que nadie en sus cabales se casaba con una viuda), la señorita Elizabeth Frothingham, que le permitió iniciarse en el mundo de los negocios.

El bueno de Lord Timothy Dexter.
Guiado por los consejos malintencionados de algunas personas cercanas, se dejó arrastrar a algunos negocios, en principio imposibles, pero que le resultaron de lo más rentables, con el consiguiente pasmo de aquellos. Así, consiguió su primera fortuna vendiendo carbón en Newcastle gracias a que cuando él llegó con su cargamento se había organizado una oportuna (para él) huelga de mineros y el precio del carbón se disparó. Algo más tarde vendió calentadores de cama en el Caribe –para los despistados, ¡clima tropical!– porque a los habitantes les resultaban útiles para cocinar el pescado y el ñame. Y ahí no quedó la cosa, porque siguió engordando su fortuna vendiendo biblias, mitones de lana (sí, mitones), o diferentes piezas de maquinaria. También reunió acumuló gigantescas cantidades de barbas de ballena que luego vendió a otras fábricas para confeccionar corsés para mujeres.

Estos estrafalarios negocios le proporcionaron los suficientes ingresos como para dar rienda suelta a su excentricidad. Adquirió una mansión colonial en Newburyport, pequeña localidad de Massachusetts, y decoró el exterior con cuarenta estatuas de madera de tamaño natural que representaban a figuras relevantes de la historia como Adán y Eva, George Washington, Nelson, Luis XIV o, por supuesto, él mismo. Además de una esposa –de la que él decía, literalmente, que era un fantasma­– dio cabida en su casa a un astrólogo, un retrasado mental en calidad de bufón, un ama de llaves que él tenía por una princesa africana y un poeta oficial de la corte de aquella que trabajaba originariamente de pescadero.

Ahora bien, ¿por qué nos interesa un tipo como este en un blog de literatura y libros? Pues porque la creatividad de Timothy Dexter no podía quedarse ahí, y en 1802 se hizo escritor. Publicó un libro autobiográfico en el que criticaba a los políticos, el clero y las mujeres, que llevaba por título A Pickle for the Knowing Ones or Plain Truth in a Homespun Dress (Un pepino de los que saben o la verdad vestida de estar por casa).

Uno de los pasajes más dignos de mención de este libro es aquel en el que Timothy Dexter propone la idoneidad de su persona para ser emperador de los Estados Unidos. Sin embargo, lo más interesante del libro es que está escrito en una única oración que no contiene un solo signo de puntuación u ortográfico. Tampoco tiene trama o argumento alguno, sino que está construido a partir de una cadena incesante de pensamientos que surgen a borbotones. Sin embargo, en una segunda edición de la obra, un tanto hastiado por las críticas recibidas debido a la ausencia de los signos de puntuación y sintiendo cierta piedad por los lectores, decidió añadir los tan preciados signos, pero obviamente no iba a hacerlo del modo ortodoxo, sino que incluyó al final de su obra trece páginas repletas de comas, puntos, paréntesis, signos de interrogación y exclamación para que el lector aliñase el texto con dichos signos a su gusto. ¿Se le puede dar mayor libertad al lector?



La dependencia de la opinión que los demás tenían sobre él, le llevó a simular su propia muerte. Organizó él mismo su funeral, porque deseaba comprobar si sus vecinos lo llorarían a su muerte. Asistieron 1.000 vecinos. Su mujer, por alguna razón que se nos escapa, se negó a ir. 

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