El de Timothy
Dexter (1748-1806) fue un caso de excéntrico de libro, de esos que generan
novelas sobre su vida sin proponérselo. Con ocho años ya trabajaba en el campo
y con dieciséis se inició como curtidor de pieles. Por lo visto era algo corto
de entendederas, lo que hacía que las burlas arreciasen, pero eso no le acobardó. Tuvo
la suerte –o el ingenio, que a veces se disfraza de aquella– de dar un
braguetazo. Se casó con una viuda (en una época en la que nadie en sus cabales
se casaba con una viuda), la señorita Elizabeth Frothingham, que le permitió
iniciarse en el mundo de los negocios.
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El bueno de Lord Timothy Dexter. |
Guiado por los
consejos malintencionados de algunas personas cercanas, se dejó arrastrar a
algunos negocios, en principio imposibles, pero que le resultaron de lo más
rentables, con el consiguiente pasmo de aquellos. Así, consiguió su primera
fortuna vendiendo carbón en Newcastle gracias a que cuando él llegó con su
cargamento se había organizado una oportuna (para él) huelga de mineros y el precio del carbón
se disparó. Algo más tarde vendió calentadores de cama en el Caribe –para los
despistados, ¡clima tropical!– porque a los habitantes les resultaban útiles
para cocinar el pescado y el ñame. Y ahí no quedó la cosa, porque siguió engordando su fortuna vendiendo biblias, mitones de lana (sí, mitones), o diferentes
piezas de maquinaria. También reunió acumuló gigantescas cantidades de barbas de ballena
que luego vendió a otras fábricas para confeccionar corsés para mujeres.
Estos estrafalarios
negocios le proporcionaron los suficientes ingresos como para dar rienda suelta
a su excentricidad. Adquirió una mansión colonial en Newburyport, pequeña
localidad de Massachusetts, y decoró el exterior con cuarenta estatuas de
madera de tamaño natural que representaban a figuras relevantes de la historia
como Adán y Eva, George Washington, Nelson, Luis XIV o, por supuesto, él mismo.
Además de una esposa –de la que él decía, literalmente, que era un fantasma–
dio cabida en su casa a un astrólogo, un retrasado mental en calidad de bufón,
un ama de llaves que él tenía por una princesa africana y un poeta oficial de la corte de aquella que trabajaba originariamente de pescadero.
Ahora bien, ¿por qué nos interesa un tipo como este en un blog de literatura y libros? Pues porque la creatividad de
Timothy Dexter no podía quedarse ahí, y en 1802 se hizo escritor. Publicó un
libro autobiográfico en el que criticaba a los políticos, el clero y las
mujeres, que llevaba por título A Pickle for the Knowing Ones or Plain Truth in a
Homespun Dress (Un pepino de los que saben o la verdad vestida de estar por casa).
Uno de los pasajes más dignos de mención de
este libro es aquel en el que Timothy Dexter propone la idoneidad de su persona
para ser emperador de los Estados Unidos. Sin embargo, lo más interesante del
libro es que está escrito en una única oración que no contiene un solo signo de
puntuación u ortográfico. Tampoco tiene trama o argumento alguno, sino que está construido a partir de una
cadena incesante de pensamientos que surgen a borbotones. Sin embargo, en una segunda
edición de la obra, un tanto hastiado por las críticas recibidas debido a la ausencia de los
signos de puntuación y sintiendo cierta piedad por los lectores, decidió añadir
los tan preciados signos, pero obviamente no iba a hacerlo del modo ortodoxo,
sino que incluyó al final de su obra
trece páginas repletas de comas, puntos, paréntesis, signos de interrogación y exclamación
para que el lector aliñase el texto con dichos signos a su gusto. ¿Se le puede
dar mayor libertad al lector?
La dependencia de la opinión que los
demás tenían sobre él, le llevó a simular su propia muerte. Organizó él mismo su
funeral, porque deseaba comprobar si sus vecinos lo llorarían a su muerte. Asistieron 1.000
vecinos. Su mujer, por alguna razón que se nos escapa, se negó a
ir.
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