martes, 22 de marzo de 2016

Lucia Berlin, una vida en relatos (II)

Años más tarde Stephen Emerson, uno de sus amigos más íntimos, encontró la fuerza necesaria para releer los setenta y siete relatos que había escrito Lucia a lo largo de su vida. A lo que sumó el examen de la correspondencia que había mantenido durante décadas. Sus cartas descubrían a la misma Lucia. Cada una de ellas era un relato en miniatura. Lydia Davis también se escribió con ella desde los años ochenta. Su correspondencia, al igual que sus cuentos, oscilaba entre periodos de silencio y productividad.

Antes de su muerte casi todos sus relatos estaban recogidos en tres recopilaciones Homesick (1991, premiado con un American Book Award), So Long (1993) y Where I Live Now (1999). Su breve relato Mi Jockey fue galardonado en 1985 con el Jack London Short Prize.


En 2013 Emerson, Gifford y Wolfe realizaron la selección final y presentaron el manuscrito en Nueva York, capital editorial de Estados Unidos que siempre había dado la espalda a Berlin. Su publicación por Farrar, Straus & Giroux ha sido seguida del alborozo de la crítica que no ha escatimado en sonoras comparaciones y elogios. Los otros volúmenes que habían pasado años sin ser vendidos en almacenes y librerías de segunda mano rápidamente desparecieron del mercado. Los amigos y admiradores de Berlin no pueden dejar de pensar cómo hubiera reaccionado.

Los relatos de Manual para mujeres de la limpieza están unidos por un fuerte hilo común. La sensibilidad de Berlin está presente en cada uno de ellos y esa unidad forma una involuntaria biografía. Se presenta a ella misma en todas sus facetas. Y no se avergüenza de la compañía de indios, enfermos, alcohólicos, chicanos o negros. Un mundo que parecía muy lejano en su adolescencia de niña bien «chilena».

Aunque pocos de los cuarenta y tres relatos de este libro están contados por un narrador omnisciente este parece ser el fiel reflejo de la primera persona. A veces comparten nombre, otros se esconden tras el anonimato, pero ninguno oculta la crudeza que les rodea.

«No escribo palabras que no sean necesarias». En Manual para mujeres de la limpieza hay frases fragmentadas y palabras que sobreviven en solitario y las emociones se potencian.


Hay una constante a lo largo de estos relatos, la compasión preside cada uno de ellos. La encuentra en la brutalidad y en lo sórdido. Berlin, que acabó perteneciendo a una clase social que no era la suya, no deja traspirar resentimiento alguno. No hay rabia, rencor, sino una curiosidad innata y comprensión hacia el ser humano. También hay lugar para el dolor, profundamente físico y psicológico –todo dolor es real afirma en uno de sus relatos- porque Berlin se hermanaba con aquellos que compartían su camino. Ya fuera compartiendo una botella en un callejón, en un autobús camino de su trabajo como limpiadora o como profesora de jóvenes que aún creían en la escritura.

Pero, sobre todo, existen en este volumen grandes dosis de humor y sarcasmo. Hasta en sus momentos más bajos, como retrata en el cuento que da título a este volumen, Berlin escribía:

«A saber dónde, una señora en una partida de bridge hizo correr el rumor de que para poner a prueba la honestidad de una mujer de la limpieza hay que dejar un poco de calderilla, aquí y allá, en ceniceros de porcelana con rosas pintadas a mano. Mi solución es añadir siempre algunos peniques, incluso una moneda de diez centavos… Creo que lo único que robo, de hecho, son somníferos. Los guardo para un día de lluvia.»
Creaba una sensación de intimidad con sus lectores que perciben sus historias como si de confidencias se tratasen. Las primeras dos frases de Estrellas y santos dicen “Esperen. Déjenme explicar».
La universalidad de Berlin la entronca con Submundo, de DeLillo, que sigue la estela de varios personajes en distintos periodos históricos. Así construye de manera silenciosa su biografía y su testamento literario. DeLillo y Berlin crean momentos de una soledad devastadora. Tal y como hace en Lavandería Ángel:

«Ella vivía en el piso de arriba, el 4-C. Una mañana en la lavandería me dio una llave. Me dijo que si algún jueves no la veía por allí hiciera el favor de entrar en su casa, porque querría decir que estaba muerta. Era terrible pedirle a alguien una cosa así, y además me obligaba a hacer la colada los jueves. La señora Armitage murió un lunes, y nunca más volví a la lavandería San Juan. El portero la encontró. No sé cómo.»
Además de esa marcada nota intimista Lucia denunció por medio de su escritura problemas endémicos de la sociedad estadounidense. La brutalidad policial, el racismo o el vergonzoso sistema de salud de Estados Unidos. Retrata el albor de los movimientos revolucionarios chilenos con el candor de una joven que se niega a ver la realidad por el dolor que le produce. Presenta una verdad incómoda a su país de nacimiento, tal y como hizo un poco más tarde Susan Meiselas por medio de sus fotografías.


Lydia Davis describe a la perfección su manejo del ritmo, de la velocidad: «Parte de la chispa de la prosa de Lucia está en el ritmo: a veces fluido y tranquilo, equilibrado, espontáneo y fácil; y a veces entrecortado, telegráfico, veloz.»

Berlin quería encontrar el equilibrio entre la compasión y la distancia, el desapego que tiene el personal sanitario, como hacía su «mentor», el también médico Antón Chéjov, a quien homenajea en su relato Punto de vista: 
«Imaginemos «Tristeza», el cuento de Chéjov, en primera persona. Un anciano, explicándonos que su hijo acaba de morir. Nos sentiríamos turbados, incómodos, incluso aburridos, y reaccionaríamos precisamente como los pasajeros del cochero en el relato. La voz imparcial de Chéjov, sin embargo, imbuye a ese hombre de dignidad. Absorbemos la compasión del autor por él, y nos conmueve profundamente, si no la muerte del hijo, el hecho de que el viejo termine hablando con el caballo. Creo que en el fondo es porque somos inseguros.
Quiero decir que si les presentara así a la mujer sobre la que estoy escribiendo... «Soy una mujer de cincuenta y tantos años, soltera. Trabajo en la consulta de un médico. Vuelvo a casa en autobús. Los sábados voy a la lavandería y luego hago la compra en Lucky’s, recojo el Chronicle del domingo y me voy a casa», me dirían, eh, dame un respiro.»
Esta tardía recopilación descubre a una de las mejores escritoras de relatos del pasado siglo. Leerla es desconcertante y maravilloso, doloroso e inolvidable al mismo tiempo. Qué diría Berlin hoy de su inesperado éxito, tal vez, como susurraba en Lavandería Ángel, pensara:

«En mis ojos había pánico. Me miré a los ojos y volví a mirarme las manos. Horrendas manchas de la edad, dos cicatrices. Manos nada indias, manos nerviosas, desamparadas. Vi hijos y hombres y jardines en mis manos.»

Y tal vez la tinta con la que escribía sus relatos.


Una versión más breve de este artículo fue publicada originalmente en la revista Quimera, dentro del dossier "Renovadores del relato breve", en febrero de 2016. 

2 comentarios:

  1. hoy he dormido cuatro horas, anoche no podía dejar de leer "Manual para mujeres de la limpieza", lo mejor que he leido en mucho tiempo, gracias por la recomendación

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  2. Lo estoy leyendo y me encanta,hacía tiempo que no disfrutaba tanto leyendo un libro,realmente magico.

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