Años
más tarde Stephen Emerson, uno de sus amigos más íntimos, encontró la fuerza
necesaria para releer los setenta y siete relatos que había escrito Lucia a lo
largo de su vida. A lo que sumó el examen de la correspondencia que había
mantenido durante décadas. Sus cartas descubrían a la misma Lucia. Cada una de
ellas era un relato en miniatura. Lydia Davis también se escribió con ella
desde los años ochenta. Su correspondencia, al igual que sus cuentos, oscilaba
entre periodos de silencio y productividad.
Antes
de su muerte casi todos sus relatos estaban recogidos en tres recopilaciones Homesick (1991, premiado con un American
Book Award), So Long (1993) y Where I Live Now (1999). Su breve relato
Mi Jockey fue galardonado en 1985 con
el Jack
London Short Prize.
En
2013 Emerson, Gifford y Wolfe realizaron la selección final y presentaron el
manuscrito en Nueva York, capital editorial de Estados Unidos que siempre había
dado la espalda a Berlin. Su publicación por Farrar, Straus & Giroux ha
sido seguida del alborozo de la crítica que no ha escatimado en sonoras
comparaciones y elogios. Los otros volúmenes que habían pasado años sin ser
vendidos en almacenes y librerías de segunda mano rápidamente desparecieron del
mercado. Los amigos y admiradores de Berlin no pueden dejar de pensar cómo
hubiera reaccionado.
Los
relatos de Manual para mujeres de la
limpieza están unidos por un fuerte hilo común. La sensibilidad de Berlin
está presente en cada uno de ellos y esa unidad forma una involuntaria
biografía. Se presenta a ella misma en todas sus facetas. Y no se avergüenza de
la compañía de indios, enfermos, alcohólicos, chicanos o negros. Un mundo que
parecía muy lejano en su adolescencia de niña bien «chilena».
Aunque
pocos de los cuarenta y tres relatos de este libro están contados por un
narrador omnisciente este parece ser el fiel reflejo de la primera persona. A
veces comparten nombre, otros se esconden tras el anonimato, pero ninguno
oculta la crudeza que les rodea.
«No
escribo palabras que no sean necesarias».
En Manual para mujeres de la limpieza hay
frases fragmentadas y palabras que sobreviven en solitario y las emociones se
potencian.
Hay
una constante a lo largo de estos relatos, la compasión preside cada uno de
ellos. La encuentra en la brutalidad y en lo sórdido. Berlin, que acabó
perteneciendo a una clase social que no era la suya, no deja traspirar
resentimiento alguno. No hay rabia, rencor, sino una curiosidad innata y
comprensión hacia el ser humano. También hay lugar para el dolor, profundamente
físico y psicológico –todo dolor es real
afirma en uno de sus relatos- porque Berlin se hermanaba con aquellos que
compartían su camino. Ya fuera compartiendo una botella en un callejón, en un
autobús camino de su trabajo como limpiadora o como profesora de jóvenes que
aún creían en la escritura.
Pero,
sobre todo, existen en este volumen grandes dosis de humor y sarcasmo. Hasta en
sus momentos más bajos, como retrata en el cuento que da título a este volumen,
Berlin escribía:
«A
saber dónde, una señora en una partida de bridge hizo correr el rumor de que
para poner a prueba la honestidad de una mujer de la limpieza hay que dejar un
poco de calderilla, aquí y allá, en ceniceros de porcelana con rosas pintadas a
mano. Mi solución es añadir siempre algunos peniques, incluso una moneda de
diez centavos… Creo que lo único que robo, de hecho, son somníferos. Los guardo
para un día de lluvia.»
Creaba una sensación de intimidad con sus lectores que
perciben sus historias como si de confidencias se tratasen. Las primeras dos
frases de Estrellas y santos dicen “Esperen. Déjenme explicar».
La universalidad de Berlin la entronca con Submundo, de DeLillo, que sigue la estela de varios personajes en
distintos periodos históricos. Así construye de manera silenciosa su biografía
y su testamento literario. DeLillo y Berlin crean momentos de una soledad
devastadora. Tal y como hace en Lavandería
Ángel:
«Ella vivía en el piso de arriba, el 4-C. Una mañana en la
lavandería me dio una llave. Me dijo que si algún jueves no la veía por allí
hiciera el favor de entrar en su casa, porque querría decir que estaba muerta.
Era terrible pedirle a alguien una cosa así, y además me obligaba a hacer la
colada los jueves. La señora Armitage murió un lunes, y nunca más volví a la
lavandería San Juan. El portero la encontró. No sé cómo.»
Además de esa marcada nota intimista Lucia denunció por medio de su
escritura problemas endémicos de la sociedad estadounidense. La brutalidad
policial, el racismo o el vergonzoso sistema de salud de Estados Unidos. Retrata
el albor de los movimientos revolucionarios chilenos con el candor de una joven
que se niega a ver la realidad por el dolor que le produce. Presenta una verdad
incómoda a su país de nacimiento, tal y como hizo un poco más tarde Susan
Meiselas por medio de sus fotografías.
Lydia Davis describe a la perfección su manejo del ritmo,
de la velocidad: «Parte de la chispa
de la prosa de Lucia está en el ritmo: a veces fluido y tranquilo, equilibrado,
espontáneo y fácil; y a veces entrecortado, telegráfico, veloz.»
Berlin
quería encontrar el equilibrio entre la compasión y la distancia, el desapego
que tiene el personal sanitario, como hacía su «mentor», el también
médico Antón Chéjov, a quien homenajea en su relato Punto de vista:
«Imaginemos «Tristeza», el
cuento de Chéjov, en primera persona. Un anciano, explicándonos que su hijo
acaba de morir. Nos sentiríamos turbados, incómodos, incluso aburridos, y
reaccionaríamos precisamente como los pasajeros del cochero en el relato. La
voz imparcial de Chéjov, sin embargo, imbuye a ese hombre de dignidad.
Absorbemos la compasión del autor por él, y nos conmueve profundamente, si no la
muerte del hijo, el hecho de que el viejo termine hablando con el caballo. Creo que en el fondo es porque
somos inseguros.
Quiero decir que si les presentara así a la mujer sobre la que
estoy escribiendo... «Soy una mujer de cincuenta y tantos años, soltera.
Trabajo en la consulta de un médico. Vuelvo a casa en autobús. Los sábados voy a la
lavandería y luego hago la compra en Lucky’s, recojo el Chronicle del domingo y me voy a casa», me dirían, eh, dame un
respiro.»
Esta tardía
recopilación descubre a una de las mejores escritoras de relatos del pasado
siglo. Leerla es desconcertante y maravilloso, doloroso e inolvidable al mismo
tiempo. Qué diría Berlin hoy de su inesperado éxito, tal vez, como susurraba en
Lavandería Ángel, pensara:
«En mis ojos había pánico. Me miré a los ojos y volví a
mirarme las manos. Horrendas manchas de la edad, dos cicatrices. Manos nada
indias, manos nerviosas, desamparadas. Vi hijos y hombres y jardines en mis
manos.»
Y tal vez la tinta
con la que escribía sus relatos.
Una versión más breve de este artículo fue publicada originalmente en la revista Quimera, dentro del dossier "Renovadores del relato breve", en febrero de 2016.
Una versión más breve de este artículo fue publicada originalmente en la revista Quimera, dentro del dossier "Renovadores del relato breve", en febrero de 2016.
hoy he dormido cuatro horas, anoche no podía dejar de leer "Manual para mujeres de la limpieza", lo mejor que he leido en mucho tiempo, gracias por la recomendación
ResponderEliminarLo estoy leyendo y me encanta,hacía tiempo que no disfrutaba tanto leyendo un libro,realmente magico.
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