El de la traducción es un gremio que las ha pasado canutas casi siempre.
Sometidos a plazos, a veces excesivos, trabajando por salarios irrisorios y
apenas teniendo la visibilidad y el reconocimiento que merecen, los traductores se aferran a su trabajo como lo hacen algunos otros profesionales –diseñadores,
científicos, bailarines...– por pura y exclusiva vocación. Este libro de Javier Calvo, El fantasma en el libro, sirve para
mostrar esa situación injusta a todas luces, y lo hace desde la perspectiva de uno de los
traductores más reconocidos actualmente. Todo aquel que haya leído a algunos de
los autores estadounidenses más interesantes de las dos o tres últimas décadas, habrá
tenido entre sus manos un libro traducido por él.
El traductor –como el árbitro en el deporte– debe tratar de pasar desapercibido, es decir,
debe estar ahí pero que el lector no sea consciente de su presencia: ser invisible. Ese es el
fantasma en el libro. Es ya casi tradición que cuando se habla del traductor en
un libro sea para ponerlo a caer de un burro. Pero si alguien tiene la delicadeza de acordarse para bien de ellos, algo que ocurre raramente, suele hacerlo empleando halagos
poco explícitos, un tanto vaporosos. Y es que, como reconoce Calvo, es
complicado criticar la labor de traducción en un libro: el crítico difícilmente va
a enfrentarse dos veces al mismo texto, de ahí que no pueda contar con todos
los elementos para valorar de forma adecuada una traducción.
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Javier Calvo. (créditos: Milton Läufer) |
El libro consta de cinco capítulos. Los tres primeros repasan de forma
somera la historia de la traducción, pero no centrándose tanto en figuras de
renombre o en una cronología más o menos exhaustiva, sino en anécdotas que
sirven a Calvo para dar relevancia a la labor que desempeñan él y sus colegas
de profesión, como la traducción de la Biblia al griego por aquellos setenta y
dos sabios que recibieron al unísono la palabra de Dios y elaboraron la misma traducción, palabra por palabra, de la Biblia. De esa época en la que el
traductor era casi un médium, muy respetado, se pasó a una época, la Medieval,
en la que el traductor, aun siendo algo menos relevante, pues estaban recluidos
en los monasterios, llevaron a cabo una labor incansable y tradujeron obras de
otras culturas que fueron fundamentales para su desarrollo.
Javier Calvo da un salto y se adentra en cuestiones mucho más del ámbito
del gremio. Hasta los siglos XVIII y XIX
e incluso principios del XX en los que la traducción no se entendía como lo hacemos
ahora. La literalidad se suprimía en aras de la comprensión, la educación y el
disfrute del lector. De ahí que se le metiera la tijera a obras de Shakespeare
en Francia hasta dejarlas casi a la mitad o que, en el caso de España, se les
añadiesen escenas y personajes engordándolas sin mucho sentido. Calvo se centra
en la figura de Borges como traductor y lo adscribe a esa tradición de
traductores que eran capaces de enmendarle la plana al autor original e incluso
añadir frases de su propio cuño. Borges lo hace, por ejemplo, con el mismísimo
Faulkner, un autor que está en las antípodas de su estilo. De ahí, que vistas
con la perspectiva actual, sus traducciones parezcan novedosas, sin embargo lo
único que hizo fue seguir la tradición clásica.
Pero, si por algo se han caracterizado el siglo XX y XXI en la traducción
es por la búsqueda de la literalidad, entre otras cosas porque existe una mayor
conciencia de la autoría y los derechos que la protegen. Calvo pone como ejemplo ejemplo obsesivo de esta visión el de Nabokov, que soñaba con una traducción en la que las notas superasen
e incluso enterrasen al texto original. Sin embargo, el ejemplo de Nabokov es extremo. Hay traducciones en las que el sacrificio de cierta literalidad es esencial para que el
lector sea capaz de adentrarse en la obra literaria y tener una aproximación a
ella que nunca será un espejo de aquella pero que conservará su esencia (si es
que esto significa algo). Por eso, aquí Calvo se centra en los problemas que ha
habido tradicionalmente con las traducciones españolas que llegan a
Latinoamérica y viceversa. La dificultad de hacer llegar a los otros hablantes
del español ciertos acentos o una jerga particular (en cada país esta es única)
es un problema especialmente peliagudo. En lo que Calvo incide, sin embargo, es
en la necesidad de hacer traducciones con un sabor más «regional», olvidándonos de ese «español de las traducciones» en el que
se suprime toda expresión que pueda resultar extraña a otros hablantes del
español y que finalmente se convierten en traducciones de una lengua que no
existe y que a nadie gusta, con el único objetivo, detestable por cierto, de
la homogeneización.
También dedica algunas páginas al futuro de su gremio. Las amenazas que se ciernen sobre él
(las herramientas informáticas que tratan de suplantarlos), las traducciones
realizadas por gente no profesional, ya sea en los medios de comunicación o las
fantraducciones, que son algunos de los retos a los que se enfrentarán los
traductores en el futuro. Aparte, claro, de los sueldos cada vez más reducidos
que se les ofrecen y de la crisis del sector editorial, que tiene que lidiar
contra otras formas de entretenimiento y de una cierta banalización de la
cultura, que Calvo expresa sin miramientos:
Son la máxima expresión de la generación democrática de cultura, donde cada usuario/consumidor puede ser también –y por consiguiente, es– productor de contenidos. No de arte. No de literatura. De contenidos.
Termina el autor con una defensa de su doble condición de autor/traductor
literario y considera que los buenos traductores son, ya sea en la práctica o
potencialmente, buenos escritores. No es solo necesario tener gusto literario
para traducir literatura, se ha de tener también el conocimiento suficiente de
las herramientas de un autor que, aun sin utilizarlas creativamente en la
traducción, sí que le permitirán una mejor comprensión de los
textos.
Se trata de una loable defensa de la traducción que, esperemos, llegue a
muchos oídos. El mundo de la traducción lo merece.
Autor: Javier
Calvo
Editorial: Seix
Barral
Páginas: 192
Precio: 17,50 (rústica)
Precio: 17,50 (rústica)
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