El mundo editorial –y, en general, el de los negocios– es ciego y cruel. No es capaz de discriminar entre aquellos que
ofrecen productos de calidad y los que no, sino que se impone lo que dicta el
consumidor. Si se compra, entonces funciona y es bueno; si no se compra, no es bueno. Es
obvio que en esta presunción hay fallos evidentes, pero parece ser la lógica
que siguen todo tipo de mercados, incluido el editorial, en el que supone
especialmente una aberración. Porque esta situación aboca a editoriales
maravillosas, con catálogos extraordinarios, a una lucha permanente por no
desaparecer. Uno de los últimos casos es el de la editorial valenciana Media
vaca, especializada en libro ilustrado.
Como ejemplo de sus publicaciones, y para tratar
de contribuir a su difusión y a que os animéis a comprar alguno de sus libros,
reseño hoy una maravilla que publicaron hace tres años, y que es una obra de arte
hecha libro: Buffalo Bill Romance.
En la reseña de este libro no puedo ser
imparcial. Hay quien tiene héroes deportivos, otros se asombran por los cambios
sociales llevados a cabo por políticos y libertarios. Mis héroes son
literarios. Y este libro está dedicado, en parte, a uno de ellos: Vicente
Huidobro.
El libro es un inventario un tanto caótico creado
por el fallecido Carlos Pérez, un estudioso del diseño gráfico y las
vanguardias, y del collagista Dani Sanchis. Por el volumen desfilan personajes
históricos de toda ralea: Buffalo Bill, girando por el mundo con su espectáculo;
un alemán, Hagenbeck, que secuestró sin misericordia a indígenas de diferentes
continentes para crear un zoo de personas itinerante. (Por cierto, un inciso:
los zoos de personas, aunque parezcan antediluvianos, solo dejaron de
organizarse en 1958: Bruselas ostenta el «honor» de ser su última sede);
Calamity Jane, una amazona capaz de cabalgar y, al mismo tiempo, lanzar un
sombrero al aire, pegarle dos tiros certeros y recogerlo de nuevo; Miss Annie
Oakley, quien, uno meses antes de que Guillermo II accediese al trono, le quitó en un espectáculo un cigarrillo de los labios de un balazo; el gran Eiffel, y
sus nunca debidamente reconocidos colaboradores, que contaron con el
beneplácito institucional para construir la torre, que a pesar de las críticas iniciales se convertiría en un
símbolo nacional; y, claro, el genial Vicente Huidobro, que en cierto modo
constituye el núcleo del libro, durante sus años en París, donde crea algunos
de sus mejores poemas, dedicados a la torre Eiffel y a Buffalo Bill, sus
relaciones con el matrimonio Delaunay –admiradores también de la torre–, con
Juan Gris, Hans Arp, Prévert y, en fin, con todo aquel que tuviese por entonces
algo que aportar a las vanguardias. Es decir, un maremágnum ecléctico de ideas
y hechos, salpicadas de numerosas notas al pie que terminan por adueñarse del
texto principal, y que en conjunto constituyen un testamento vital de las
inquietudes e intereses del propio Carlos Pérez.
Si esto no es suficiente para crear interés en el
lector, la factura del libro es excepcional. Es una fiesta para la vista. La
tipografía y el diseño de la cubierta ya anuncian que ese libro no es un objeto
corriente y moliente. El interior no defrauda: la concepción del índice, una calidad
fotográfica envidiable, los estupendos collages de Sanchis, que encajan a la
perfección con el tono del libro, las dos tintas empleadas para separar texto
principal y notas, incluso la calidad del papel o el diseño de las guardas… El
libro es también una obra de arte.
Pero debe valorarse
además este libro por la apuesta arriesgada que supone. Otras editoriales optan
por una solución más sencilla a la hora de publicar un libro ilustrado: o
recuperan un clásico y le añaden unas cuantas ilustraciones de algún ilustrador
de renombre, o bien, recuperan un ilustrado de alguna editorial extranjera y
así eluden incluso el trabajo creativo. Sin desmerecer a esos libros, algunos de ellos muy meritorios, es indudable que esta apuesta de Media vaca va
mucho más allá de esas otras: presenta un objeto inédito, hecho con un cuidado
exquisito y con una factura final que para sí la quisieran muchas otras
editoriales.
Buffalo Bill Romance es una obra para sentarse, comenzar a pasar las páginas con calma, devorarlas con los ojos y las manos, disfrutar, y
darse cuenta de que la defensa del libro de papel no se lleva a cabo con palabras
huecas y supuestos apocalipsis culturales, sino con ediciones tan magníficas como esta de Media vaca.
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