viernes, 4 de marzo de 2016

Bogotá literaria, lejos del realismo mágico

El narcotráfico y la violencia de los distintos grupos guerrilleros y paramilitares que destruyeron Colombia durante el peor siglo de su historia parece que están comenzando a convertirse en un terrible recuerdo. Esa frágil tregua ha incrementado el interés de los países desarrollados por invertir en una nación marginada hasta hace no demasiados años. Se construyen rascacielos en sus principales ciudades, llegan turistas y expatriados, y todos hablan del milagro colombiano. Pero pocos reconocen que en esa época de desolación absoluta la cultura, aun desde el exilio, continuó siendo la voz crítica de una sociedad que ni tan siquiera se atrevía a salir a las calles. Cuando Gabriel García Márquez recogió el Premio Nobel de Literatura en 1982 con su inmaculada guayabera lo peor no había llegado a la patria de Macondo.


Bogotá, eterna ciudad gris a 2.600 metros de altura, parece estar alejada en el tiempo y en el espacio de la costa caribeña. Su literatura tiene por ello una cadencia y un estilo que la diferencian de la del resto del país. El hablar “cachaco” y el ritmo capitalino imprimen a su narrativa señas de identidad que descubren una literatura colombiana diferente a la conocida en el extranjero. No hay en ella rastro de realismo mágico ni de la narcocultura que existe en Rosario Tijeras (1999), de Jorge Franco, o en la célebre novela de Fernando Vallejo, La virgen de los sicarios (1994).

La narrativa bogotana reconstruye episodios de su historia sangrienta y convulsa y siempre tiene presente las fronteras invisibles de esa megaurbe que divide socialmente a sus ocho millones de habitantes por estratos.

Barrio de La Candelaria 

Así como ¡Que viva la música! (1977), de Andrés Caicedo, es la novela caleña por excelencia, Sin remedio (1984), de Antonio Caballero, es considerada casi de manera unánime la Novela de Bogotá. En ella Ignacio Escobar, joven poeta de clase alta, atraviesa su particular crisis creativa y sentimental recorriendo la ciudad, de este a oeste, de norte a sur. Ese recorrido que parece tan natural en otras partes del mundo se convierte en esta recreación de 1984 en una suerte de ruleta rusa. Del estrato 6 al 1, sin mirar atrás, sin sentir la pulsión y el riesgo de la calle, la muerte a fierro en cualquier esquina. Pero, sobre todo, Sin remedio es la crónica de una “aristocracia” criolla, de esas pocas familias que han dictado desde la fundación de la ciudad por el español Gonzalo Jiménez de Quesada el destino de los que nacieron para servirles. 

“Primero el sur, el centro, los siete círculos de la explotación y la miseria, los niños en harapos que escarban las canecas de basura, las busetas repletas. Y luego el norte, el cielo, el Unicornio, los lujos corrompidos de la gran burguesía.”


Poca novelas intentan describir la vida en una Santafé de Bogotá casi recién independizada, esa Bogotá que comenzó a crecer alrededor de la plaza de Bolívar y el barrio colonial de la Candelaria. Una de las principales figuras de la literatura colombiana es sin duda el poeta José Asunción Silva. Ricardo Silva Romero tomó como inspiración una teoría presentada por Enrique Santos Molano en su monumental biografía del poeta modernista. Para ello Silva Romero crea un inolvidable personaje, el Loco Cacanegra, ser marginal que desea demostrar a todos los que deseen escucharle que José Asunción Silva no se suicidó, fue asesinado. Acompañando al Loco Cacanegra se encuentra la Virreyna, prostituta y verdadera figura central de esa Bogotá subterránea.

Silva Romero reproduce magistralmente el habla de cada uno de los distintos estratos y elige como acompañantes del Loco en esta gran novela a los personajes más originales de la Bogotá de aquella época. El libro de la envida (2014), pecado común a todo el mundo hispano, es, como muchos afirman, una de las mejores recreaciones de las novelas de aventuras del siglo XIX.


El barrio colonial de la Candelaria, que aún hoy parece detenido en el tiempo, es también retratado por Emma Reyes en sus recuerdos vertidos en sus cartas a su gran amigo Germán Arciniegas. En Memoria por correspondencia (2012) se pinta una Bogotá desigual y provinciana y se describe la dolorosísima realidad de los conventos en los que aún se vivía bajo el yugo de un colonialismo católico. Asimismo, habla sobre la supervivencia de los menos favorecidos, que años más tarde venerarían al político liberal Jorge Eliecer Gaitán.

La voz de Emma descubre a una mujer educada a sí misma, que aún conserva ciertos visos de su analfabetismo, una pintora vanguardista y una visionaria que supo entender que para triunfar y desprenderse de sus recuerdos debía viajar al otro lado del mundo. Su historia, reconstruida y recuperada por la Fundación Arte Vivo Otero Herrera, con sedes en Cali y Málaga, no solo presenta al lector un país alejado de cualquier tipo de realismo mágico. Redescubre la belleza de un castellano ya prostituido y recupera una tradición epistolar que tristemente casi ya ha desaparecido.


Hay acontecimientos que sacudieron la capital como si de un desastre nuclear se tratase. El asesinato del político liberal Jorge Eliecer Gaitán desencadenó una tarde de sangre y una noche de miedos el 9 de abril de 1948. El sangriento Bogotazo fue el origen de una guerra civil cuyos efectos continúan hasta nuestros días. Miguel Torres realiza una novela coral en El incendio de abril (2012), en la que los ladrones son poetas y amantes y convierten por unas horas las calles manchadas de sangre en su paraíso. Hay mujeres que aprovechan el caos para esconder crímenes pasionales deshaciéndose de adúlteros en pilas de anónimos cadáveres. Hasta hace aparición de manera profética Fidel Castro, que fue testigo real del magnicidio.  

Torres, el mejor dramaturgo colombiano contemporáneo, seleccionó un envidiable elenco de personajes que actúan para todos nosotros desde el escenario de una Bogotá en llamas. Y también invita a los ricos y poderosos a pasearse por sus páginas. Las opulentas familias que esconden la plata y los dólares en las fajas de sus grandes damas. Torres, como hizo en su día Chaves Nogales, quiso dar voz a todos los bandos: a los liberales, a los conservadores, a los extranjeros, a los indiferentes, a los hampones.

Es además el autor de la obra de teatro más potente del siglo XX colombiano. En la escalofriante La siempreviva (1994) reconstruye el dolor inimaginable de la familia de una mujer desaparecida en la toma del Palacio de Justicia el 6 de noviembre de 1985, uno de los episodios con más claroscuros de la historia del país latinoamericano.

Representación de La siempreviva

El poeta Gonzalo Mallarino intentó abarcar los hechos más convulsos de la ciudad en su trilogía Bogotá. En el primer volumen, Según la costumbre (2003), habla de la rivalidad entre el doctor Piñedo, hombre instruido y avanzado a su tiempo que desea acabar con la sífilis que se ha convertido en una plaga en la capital, y Calabacilla, proxeneta que encarna todos los males contra los que lucha el doctor Piñedo. Delante de ellas (2005) reconstruye la sociedad mojigata y religiosa de los años treinta gracias a la relación entre una madre y una hija. Mientras que en Los otros y Adelaida (2006) Mallarino se detiene en la terrible década de los noventa y toma un drama repetido demasiados veces en la sociedad colombiana, la pérdida de un hijo por la violencia.

Los parientes de Ester (1978), de Luis Fayad, novela urbana por antonomasia y uno de los clásicos más injustamente olvidados de su literatura, fue reverenciado lejos de sus fronteras por autores como Carmen Martín Gaite. La muerte de Ester desencadena el ocaso de su viudo y tres hijos que observan cómo al mismo tiempo que se derrumba su familia lo hacen a igual ritmo las tradiciones de una Bogotá cambiante a finales de los sesenta y principios de los setenta. Esa fractura va más allá del hogar de los Camero y se extiende a esa nación fallida que perseguía sin éxito la modernidad. Fayad innovó al enfocar el relato en distintos miembros de esa familia en descomposición y en los diferentes giros dados por la voz del narrador.


La Bogotá de Los parientes de Ester comienza a dejar de ser provinciana y poco a poco se convierte en esa ciudad cruel, hacinada y eternamente gris, en esa urbe sin alma. Ese proceso de “salvaje urbanización” ha alimentado gran parte de la ficción contemporánea latinoamericana. Bogotá es Ciudad de México, Santiago de Chile, Buenos Aires o Caracas.

Rafael Chaparro se inspiró de manera libre en Andrés Caicedo a la hora de componer la trama a tres voces de su novela Opio en las nubes (1992). Sus protagonistas centran su vida, como María del Carmen Huerta, estrella de ¡Que viva la música!, en torno el rock y la droga. Chaparro bebía de la narrativa experimental estadounidense y francesa y quiso jugar con el uso del lenguaje, con el ritmo electrizante, psicodélico. Opio en las nubes, que tiene como ejes el centro de Bogotá y los barrios de Chapinero y Niza, redibuja la capital colombiana al introducir alucinaciones y el mar como telón de fondo. Chaparro fue galardonado por esta novela con el Premio Nacional de Literatura a los veintinueve años, falleciendo poco más tarde. Engrandeciendo de esa manera el mito y convirtiendo Opio en las nubes en uno de los primeros clásicos de la juventud de aquella época.



Continuará… 

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