A los sesenta y
un años Tomás González (Medellín, 1950) dejó de ser el secreto mejor guardado
de las letras colombianas, tal y como le denominó Andrés Felipe Solano. La luz difícil, novela de una dureza y
profundidad que son constantes en su obra, supuso su presentación al gran
público. Pero no fueron los lectores extranjeros los que descubrieron el
talento de González sino sus propios compatriotas que buscaban sin éxito al
sucesor de García Márquez.
En 2012 la
revista Granta presentó un nuevo número, Colombia. Sus armas ocultas, y
seleccionó al escritor antioqueño como una de las voces más sólidas de su
narrativa. Granta, acostumbrada a lidiar con jóvenes promesas, se hizo eco
tardío, como el resto del mundo, de la magnitud de una obra que había sido
construida con sosiego y silencio.
Muchos señalan a su condición de exiliado para
explicar que Tomás González pasara desapercibido. Pero a pesar de vivir durante
casi veinte años en Estados Unidos, Colombia y los colombianos nunca dejaron de
ser inspiración constante para sus libros. Su escaso éxito y su condición de escritor de culto se deben quizá a su carácter discreto y casi ermitaño.
Tras su regreso de Estados Unidos vive en una
hacienda cerca de Cachipay, un pueblo a dos horas de Bogotá. Su reclusión en medio
de la exuberante naturaleza colombiana acelera su creatividad y le conecta no
solo con la leyenda de otros autores esquivos sino con el espíritu de una de
las obras clásicas más relevantes de la literatura colombiana: La vorágine,
de José Eustasio Rivera.
Su infancia estuvo marcada por la influencia de su
tío, importante intelectual que le descubrió el mundo de las letras en
Envigado, municipio cercano a la capital de Antioquia. Tras un breve periodo
universitario en Bogotá decide buscar en Estados Unidos una vida mejor para su
familia. Aunque la violencia de la historia colombiana está muy presente en su
obra González no es, como otros muchos, un exiliado político sino el ejemplo de
un colombiano más que creyó que en la tierra de El Dorado iba a encontrar la
ansiada seguridad.
Pero poco antes de su marcha escribió su primera
obra, Primero estaba el mar,
que, a diferencia de otras, emplea una narración lineal para contar el viaje de
Elena y J. hasta el Golfo de Urabá. En ella recrea de alguna manera la violenta
muerte de su propio hermano y la historia trágica de todo un país ligado a esa
naturaleza que fascina y aterra a partes iguales. Primero estaba el mar
fue publicada por la editorial de unos amigos y abandonada en su país por González casi como
herencia a los suyos.
En Estados Unidos vivió en distintos lugares,
Miami, Nueva Orleans (cuya atmósfera decadente y casi mágica recuerda tanto a
la colombiana), Pensilvania, Nueva York…, pero en su nomadismo nunca dejó de
lado su país de origen e incorporó a otros compatriotas que viajaron a Estados
Unidos persiguiendo el mismo sueño.
Llama la atención que otros dos de los más importantes
escritores antioqueños hayan escrito también desde el exilio sobre Colombia:
Héctor Abad Faciolince, autor de la imprescindible El olvido que seremos,
abandonó Medellín tras el asesinato de su padre, el doctor Héctor Abad Gómez, a
manos de los paramilitares. Fernando Vallejo repudió a Colombia camino de México, pero no hay
ninguno de sus libros en los que no esta esté presente. Pero así como González
analiza de manera sutil, crítica pero comprensiva, a su país, Vallejo lo
desprecia sin asumir que él encarna lo peor de su Historia.
Durante su periodo en Estados Unidos escribió las
novelas Para antes del olvido, La historia de Horacio y
Los caballitos del diablo. Como hilo común de todas ellas están el mundo
rural, la violencia y la familia. La distancia solo hizo que las imágenes
colombianas cobraran si cabe más fuerza en su imaginario. González destaca
también como poeta y cuentista con sus volúmenes El rey del Honka-Monka y El
lejano amor de los extraños, publicado hace apenas tres años.
Ya de vuelta en
Colombia escribió Abraham entre bandidos.
Pero fue La luz difícil la que
terminó de encumbrarle. En apenas 150 páginas escribió una de las novelas más
redondas de la literatura colombiana. No solo su estilo, contenido y acertado, redondea este texto sino que la
delicadeza con la que narra un episodio desgarrador dejan al lector sin
aliento. Las comparaciones con un García Márquez languideciente no tardaron en
llegar. Muchos parecieron ignorar que Tomás González se aferraba sobre todo al
realismo. La fuerza de su narrativa no residía en imágenes imposibles o juegos malabares
con el lenguaje.
Hace apenas unos
meses se publicó en España su última novela, Niebla al mediodía. González concentra en frases breves y potentes la
fuerza de una narrativa torrencial. En novelas que rara vez superan las
doscientas páginas crea tramas de una hondura y melancolía inigualables. Una vez
más la soledad, el duelo y, por qué no, el misterio se apoderan de sus
personajes llenos de aristas.
En Niebla
al mediodía las voces de cuatro personajes recrean el pasado y la
desaparición de Julia, eterna niña bien bogotana y poeta egocéntrica. González
brilla una vez más en esta novela en la construcción de sus personajes. Creando
con sus virtudes, defectos, logros y fracasos el retrato de una parte de la
sociedad que vive alejada de una realidad que ni tan siquiera cree posible. El
qué dirán, la importancia de los apellidos y los orígenes y la desconfianza que
se siente hacia los que desean ir por libre.
En Niebla
al mediodía juega un importantísimo papel la apabullante naturaleza
colombiana. Las lluvias torrenciales que azotan muchas de sus regiones como si
de un castigo divino se tratase. La asfixiante humedad crea una atmósfera
fantasmagórica. El eterno cielo gris de Bogotá ahoga a sus habitantes que solo
pueden vivir en barrios que son en realidad pueblos que rechazan a los
forasteros.
Tras
cada lectura se confirma que probablemente nadie en Latinoamérica maneje como
él las palabras y los silencios.
Así es
Tomás González. Lo justo, lo preciso, lo perfecto.
Peter Stamm lleva años recomendándome a Tomás González, que al parecer fue traducido al alemán muy tempranamente y que parece haber gozado de mayor respeto en sus traducciones antes que en nuestra propia lengua. Habrá que leerlo. Un abrazo y gracias a la siempre certera Bárbara.
ResponderEliminarAnibal Campos
Gracias a ti, Aníbal. Así es, tenía más fama en el mundo germano que en la propia Colombia. Una pena. Creo que gustará. Un fuerte abrazo.
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