Ya que hicimos una apología aquí del derecho a la tristeza, ¿qué menos que destacar algunos libros sobre esta emoción tan poco querida y denigrada? Hemos rescatado una lista de libros sobre historias tristes, que aparte de haceros leer con algún pañuelo de papel cerca, estamos convencidos de que os harán disfrutar de una magnífica lectura. Y es que, la tristeza, sin serlo de forma desmedida, también es una emoción necesaria.
Todos los perros de mi vida, de Elisabeth von Arnim. Traducción de Silvia Pons Pradilla (Lumen, 2008). Amantes de los animales, no lo duden. O tal vez, absténganse porque sufrirán. Esta es una autobiografía no al uso de una de las escritoras menos convencionales de finales del siglo XIX y primera mitad del XX. Toda su producción literaria está penetrada por ideas feministas y de tremendo espíritu crítico, además de un acerado humor. Este libro es sin duda la excepción: resulta imposible sustraerse a un amor por sus animales que va definiendo los momentos trascendentales de su vida y que les hará llorar desconsoladamente ante la evidencia del vacío que se produce cada vez que uno de sus perros fallece. No se la pierdan. Y luego, sigan con Elisabeth, sigan.
Mortal y rosa, de Francisco Umbral (Planeta, 2011). Solo es posible un calificativo: obra maestra. Perdido en un mundo sin piedad, testigo impotente de la muerte (real) de su hijo de cinco años, Umbral compone un prodigio de lirismo y dolor, insuperable en cada una de sus páginas, que aturde por su belleza y sobrecoge por el escenario en que se desarrolla. Alguien me decía que una vez legado al mundo un texto así, uno puede morir en paz. Probablemente el libro más bello que he leído en mi vida. Y tal vez el más triste.
La vida ante sí, de Romain Gary. Traducción de Ana María de la Fuente Suárez (DeBolsillo, 2014). Bajo el pseudónimo Émile Ajar, Gary se hizo acreedor más que merecido de su segundo premio Goncourt en 1975, (el único autor francés en lograrlo) , por esta novela deliciosa, presidida por un humor agridulce y tierno, pero en la antítesis de la cursilería: la historia se cuenta desde la perspectiva de Momo, un hijo de la calle, acogido en casa de una prostituta retirada, en un barrio parisino degradado y sin perspectivas en el que, pese a todo, la inocencia infantil encuentra un hueco para una esperanza que le permita no sucumbir al vacío.
Los esclavos de la soledad, de Patrick Hamilton. Traducción de Vicente Campos (Galaxia Gutenberg, 2008). En ocasiones, el simple relato del infortunio de vivir se convierte en algo descorazonador. La vida anodina en una casa de huéspedes en el extrarradio del Londres de 1943, las pequeñas miserias de sus miserables ocupantes, pobres económica e intelectualmente, presos de su mediocridad y su vida marchita, convierte la lectura de esta novela genial en un martilleo de desesperanza, no obstante, imprescindible, pues Hamilton disecciona con precisión de relojero el autoengaño y la ilusa invención como asidero a la vida, una vida en definitiva, muy triste.
El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez (DeBolsillo, 2014). «... tuve que escribir Cien años de soledad para que leyeran El coronel no tiene quien le escriba». Es lo que dijo Gabriel García Márquez sobre, según él, su mejor libro. Un hijo difunto, un gallo de pelea como única posibilidad de futuro sustento y la confirmación de una pensión de veterano de guerra que nunca llega.
Los chicos de la taquilla, de Ryu Murakami. Traducción de Pilar Álvarez Sierra (Escalera, 2010). «La mujer presionó el estómago del bebé y empezó a chuparle el pene; era más fino que los mentolados americanos que ella fumaba y un poco viscoso, como el pescado crudo. Quería comprobar si el niño iba a llorar, pero los bracitos y las piernas siguieron flácidos, así que le quitó el plástico que le tapaba la cara. Forró una caja de cartón con toallas, colocó dentro al bebé y la cerró con cinta adhesiva. Después la ató con una cuerda y escribió en un lado, con letras de molde, una dirección inventada». Y este es solo el inicio.
El último día antes de mañana, de Eduard Márquez (Alianza Editorial, 2011). «623 gramos. Devuelvo las cenizas a la urna. La cierro y respiro hondo. Calculo. 2 quilos y 760 gramos menos que al nacer. Con los ojos abiertos enseguida. Muy abiertos. Una mirada lo bastante conmovedora para que se me hiciera un nudo en la garganta.»
Así comienza “El último día antes de mañana” de Eduard Márquez. El último intento de dar un vistazo atrás junto con el paso para coger impulso y continuar. Continuar con una vida diferente, un futuro marcado por lo que nos cuenta el protagonista de esta novela. Recuerdos de su infancia y juventud que se entrelazan con el peso del presente. Ese peso al que trata de decir adiós, aunque su dueña lo acompañe toda la vida.
La constancia del corazón, de Olivier Adam. Traducción de María Simón Rojas (El Aleph, 2011). Hay días azules, grises, negros. No importa. Hay días. Eso importa. Sarah se traslada a Japón en busca de respuestas. Sigue los pasos de su hermano hasta una pequeña aldea al borde de un acantilado. Allí de la mano de Natsume conocerá algunas cosas sobre la vida de Nathan, a la vez que se aleja del precipicio. Una mano en el hombro. "-Do not do that. ... come with me. Let´s talk a minute." Una voz y una mirada. Suficiente. El entorno y los pensamientos de Natsume, el sabio local, componen una deliciosa lectura. No busquen emociones fuertes. O sí, las que nos da la vida, pero antes de hacerlo, desen la vuelta; siempre hay alguien.
Mis amigos, de Emmanuel Bove. Traducción de Manuel Arranz Lázaro (Pre-Textos, 2003). Esta novela se lee casi del tirón. Frases cortas y concisas le dan a la lectura la agilidad y visualidad justa. Es curioso que escrita a principios del siglo XX y tratando sobre la soledad pueda ser considerada una novela actual, salvando algunas distancias. Víctor es un ex soldado mutilado que no trabaja y vive de una pensión. Esto hace que no sea aceptado por sus vecinos. Cada día recorre París, observando, paseando a lo largo del Sena e intentando iniciar relaciones de amistad una y otra vez. Aparentemente lo consigue. Hasta que, una vez que se han aprovechado de la situación, desaparecen. O bien se apiadan de él, le prestan la ayuda necesaria y una vez más desaparecen. Así no hay forma de hacer amigos. También es cierto que él, con su actitud, se lo gana a pulso. La amistad ni se mendiga ni se compra. Se ofrece sin condiciones, ni de continuidad ni de reciprocidad. Veo similitud con la actualidad en lo siguiente: Miren su perfil. ¿Cuántos amigos tienen? Tropecientos. ¿Con cuántos interactúan? Muchos menos. ¿A cuántos conocen en persona? Unos pocos. Ahora apaguen el ordenador y salgan a la calle. ¿Cuántos amigos tienen que cumplan lo que he escrito en el párrafo anterior? Una vez terminada su lectura, tengo la sensación de que el autor intenta decirnos a través del personaje que no sabemos estar solos y disfrutarlo. Que buscamos falsos amigos sólo por llamarlos así. Y que encontrar la verdadera amistad no es tarea fácil, más si uno mismo no está dispuesto a darla sin condiciones. Eso sí que es triste.
Memoria por correspondencia, de Emma Reyes (Libros del Asteroide, 2015). Las cartas que Emma Reyes intercambió a lo largo de toda una vida con Germán Arciniegas pintan una Bogotá desigual y provinciana en la que languidecían, como hoy en día, los menos favorecidos y retratan la dolorosísima realidad de los conventos en los que aún se vivía bajo el yugo de los retazos de un colonialismo católico. Emma niña hace suya la picaresca de sus ancestros al luchar por la supervivencia en ciudades secundarias, alejadas de la capital no solo en el espacio sino sobre todo en el tiempo. La voz de Emma descubre a una mujer educada a sí misma, que aún conserva ciertos visos de su analfabetismo, una pintora vanguardista y una visionaria que supo entender que para triunfar y desprenderse de sus recuerdos debía viajar al otro lado del mundo. Emma Reyes se emparenta con la protagonista de Las primas, de Aurora Venturini. Voces descarnadas que al rechazar cualquier tipo de artificio multiplican la fuerza de estas terribles historias.
El nadador en el mar secreto, de William Kotzwinkle. Traducción de Enrique de Hériz (Navona, 2014). Cómo narrar la pérdida de algo que nunca existió, que tan solo se perfiló en un sueño tomando forma de esperanza y que finalmente se convierte en un plan inconcluso, en un castillo de naipes que se desmorona. Cómo llenar el vacío de algo sin lo que siempre se ha vivido. La amputación de un miembro que nunca has tenido. Kotzwinkle narra la noche interminable que destruyó el mayor deseo de Laski y Diane, una pareja que vive aislada en medio de las montañas. Una noche que no solo marca los días que la siguieron sino que también determinará su futuro como pareja y como individuos, como seres humanos que caminaron siempre solos y que lo seguirán haciendo si la pérdida acaba por separarlos. Kotzwinkle teje imágenes ciertamente poéticas pero las acompaña de una prosa sencilla, discreta, contenida. Una prosa que multiplica, a diferencia de las lágrimas, la devastadora tragedia. Una vuelta al principio de los tiempos, al origen de la naturaleza. Laski confiesa sus miedos, la orfandad, la necesidad de bucear en sí mismo y en el dolor de Diane. Una confesión valiente y sincera que, recuerda de una manera delicada, sin estridencias, la cercanía entre la muerte y una nueva vida, entre la felicidad sin mácula y las heridas que nunca cicatrizan.
Lejos de ellos, de Laurent Mauvignier. Traducción de Javier Bassas (Cabaret Voltaire, 2014). A través de distintos monólogos interiores Mauvignier hilvana una historia de silencios que forman finalmente un poderosísimo retrato de familia. La sinceridad tan brutal de los pensamientos más íntimos de sus miembros agarran por el cuello al lector, quien cada vez más impresionado, acongojado, olvida que no es más que un voyeur. Mauvignier no solo se hace dueño de los silencios sino también de las palabras dichas, que encierran significados opuestos, de la amnesia que parece ayudar cuando se trata de repartir culpas, de la ceguera elegida y tantas veces impuesta. Los personajes de Lejos de ellos hablan de honestidad dentro de la tragedia, esa que confiesa alivio al saber que el fin ha llegado a la vida de los otros pero no a la propia, esa que confiesa que el dolor de los demás también acaba por agotar nuestra paciencia. El estilo de Mauvignier esconde una falsa sencillez. Los breves monólogos poseen un ritmo hipnótico que hace que el lector no pueda abandonar a ningún narrador porque todos están entrelazados por una historia devastadora y un pasado que ya no sirve de consuelo. Llega el fin y el lenguaje también cambia después de la tragedia, cuando las sílabas que salen a duras penas saben a tierra. Lejos de ellos es una sacudida brutal a nuestra experiencia como lector, como ser humano. Una novela absorbente y dolorosa.
Un perfecto equilibrio, de Rohinton Mistry. Traducción de Aurora Echevarría (Literatura Random House, 2014). Rohinton Mistry novela las vidas cruzadas de cuatro potentes personajes. Dina es una atractiva viuda que ha logrado mantener su independencia gracias a la costura. Maneck es un joven estudiante que llega a la gran ciudad empujado por sus padres. Ishvar y Om son tío y sobrino, dos sastres que huyen de un pasado terrible y sangriento y un destino inmutable. Dina necesita alquilar una habitación para completar sus ingresos. Maneck, hijo de una antigua compañera del colegio, es el candidato perfecto. Dina no puede cumplir con sus encargos, Ishvar y Om serán sus ojos y sus manos. Los prejuicios y diferencias se desvanecen a medida que el tiempo y los problemas se suceden. Juntos, los cuatro, vuelven a la vida pertrechados en ese asfixiante piso donde comparten recuerdos y eligen retales. Mistry traza un aguda radiografía de la realidad india, pasada, presente y futura. Mendigos, corruptos políticos, cobradores de alquileres, hermanos despiadados, musulmanes, señores casi feudales. Todos ellos redondean este espléndido retrato. Mistry sabe de la profunda interconexión entre las realidades humanas y políticas en la India. El lector queda hipnotizado ante la dimensión de sus desgracias y alegrías y hace suya la furia contra un despotismo oculto tras una hábil campaña política. Rohinton Mistry tal vez haya escrito uno de los más certeros, duros y valientes libros que existen sobre la India.
Saludos, colegas, ¡felicidades por su excelente blog! Una pequeña sugerencia (que no les caerá de extraño porque ustedes mismos promueven la labor traductora): en las reseñas o fichas de libros traducidos (como en esta entrada de libros tristes), incluyan los nombres de los colegas que los traductores, así como el lugar de edición (para ubicar la variante del español usada). Estos datos levantan mucho la calidad de una reseña (¡y ocupan poco espacio!). Saludos desde México.
ResponderEliminarUn comentario muy acertado. ¡Ya lo hemos solucionado! Muchas gracias por apuntárnoslo.
EliminarUn gran blog! Me ha encantando!Gracias por acercanos a conocer autores y narrativas a veces en América Latina poco conocidos y que merecen la pena ser leídos! Abrazos desde Londres!
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