lunes, 1 de febrero de 2016

Entrevista: Juan Gracia Armendáriz, el escritor paciente

Si no hubiese sido Juan Gracia Armendáriz, tal vez nos habría mandado a paseo. Si no hubiese sido Juan Gracia Armendáriz posiblemente habría huido. Pero se daba la circunstancia de que el que estaba allí era Juan Gracia Armendáriz, y quizás por eso, aceptó con una sonrisa tímida que las cinco personas que lo rodeaban le hicieran algunas preguntas para conocer mejor su último libro, La pecera,  y su carrera como escritor.


P: Tu último libro, La pecera, trata un tema complicado de transmitir, como es el alcoholismo, ¿leíste algún libro en el que el protagonista también fuera alcohólico o fue más intuitiva?

R: Durante el proceso de escritura y como parte de la documentación de la novela. Leí y releí bastantes obras donde el alcohol tiene mucho peso: Bajo el volcán, El bebedor de Hans Fallada, La leyenda del Santo Bebedor, algunos libros de Bukowski… Y luego buceé en el cine: Días de vino y rosas, Día sin huella, Leaving Las Vegas, Barfly… Y me di cuenta de que la mayoría de las obras se habían escrito por autores centroeuropeos, norteamericanos o anglosajones, pero que este tema estaba ausente en la literatura española, salvo muy raras excepciones como El mundo se acaba todos los días, de Fernando Marías.


P: Aparte de libros y cine, ¿trabajaste con algún tipo de asociación?

R: Sí, asistí a varias reuniones de alcohólicos anónimos, y escuche diversos testimonios. Lo que allí se cuenta resulta a veces tan sórdido que hubo varios de esos testimonios que decidí no incluirlos porque me empezaba a recordar a Yonki, de Burroughs. Ese tipo de documentación… oral, fue para mí un elemento fundamental, y gran parte de esos testimonios son esas voces que de repente interrumpen la acción del narrador. Debo añadir que esas personas me dieron muchas lecciones.


P: Entonces, ¿todas esas miradas están basadas en hechos reales?

R: Sí, son testimonios que escuché, luego obviamente las he sometido a un proceso literario  para que fueran eficaces dentro de la trama; en algunos casos cargué un poquito las tintas con alguna jerga, pues intenté que cada una de esas miradas tuviera un tono diferente; eso luego quizás el lector no lo ve, pero para mí es fundamental. Al haber elegido la primera persona, uno se puede preguntar cómo Miguel puede estar dando cuenta de esta narración. Quizás estas son convenciones narrativas que algunos autores se saltan con cierta facilidad, yo procuro ser bastante escrupuloso en ese tipo de convenciones cuando es necesario, y aquí yo creo que debía serlo. Obviamente son testimonios que Miguel ha escuchado, y es capaz de rememorar, aunque algunos están contados en tercera persona porque Ana da cuenta de ellos.


P: En realidad, creemos que es un acierto que esté escrita en primera, en tercera la novela no funcionaría igual.

R: Yo creo que acerté en eso, y en los tiempos verbales. Digamos que hay dos indicios muy marcados que señalan el antes y el después de Miguel. Cuando él está hablando en primera persona y el presente es inmediato, el lector no sabe qué va a ocurrir en la siguiente frase, son los momentos en los que Miguel está solo; y cuando hay un cambio temporal Miguel está rememorando el pasado con Ana.


P: ¿Qué te llevó a escribir La pecera?

R: Siempre digo que los temas no los busco, los temas me llegan, y a veces de una manera un poco turbulenta. En este caso se dieron las circunstancias para que el tema me interesara muchísimo y al final me empujó la necesidad de narrarlo. El tema no solo me llamó la atención por la adicción, sino todo lo que esta trae consigo, sobre todo en lo que se refiere a la percepción de la realidad. Yo hice una serie de reflexiones, me documenté bastante sobre el tema, y llegué a la conclusión en el proceso de la escritura de que en el fondo el alcohol no hace más que agudizar una serie de elementos que nos son comunes, como pueden ser la ira, el rencor, la autocompasión, la sensiblería falsa, el victimismo, la paranoia,…  Y esto en el alcohólico está aumentado a niveles a veces terribles, lo cual me ayudó mucho para crear la voz narradora. Es decir, si tienes un narrador, que es Miguel, y no tiene ningún tipo de represión, puede decir lo que piensa, meterse en una pelea,… ahí tienes el tono de la voz narradora. Y para mí era muy importante que la voz fuera verosímil, y eso implicaba que el texto tuviera distintos grados, ya que las resacas te dan un tipo de registro, los momentos de abstención te dan otro, o los momentos de euforia alcohólica… Esa misma voz era una especie de polifonía, eran como muchos Migueles dentro de uno. Un coro de voces que cantan distintos movimientos, por así decir.


P: En La pecera, parece que hay como dos partes o dos estilos narrativos…

R: En esta novela me permití una pequeña venganza, porque muchas veces me dicen: “Tú escribes muy bien pero no sabes narrar”. Así que decidí que las primeras sesenta páginas fueran casi como un cómic, frase corta, acción, qué queréis, un videoclip, aquí tenéis un videoclip. ¿Podría haber seguido así cuatrocientas páginas?, yo mismo me habría aburrido, podría haber seguido ciento cincuenta, doscientas, pero habría sido otra novela, quizás habría salido una novela más entretenida, o más “taratiniana”. Así que pensé, ¿os habéis quedado a gusto? Pues bien, ahora voy a mi terreno.


P: Una vez que tienes ya el esqueleto, ¿qué es lo que más dolores de cabeza te da?

R: Una vez que la trama está me preocupo  del trabajo del lenguaje y de la expresión. Sé que esto que voy a decir es algo que va contra los cánones de la moda expresiva. A veces me dicen: «Es que adjetivas mucho»; a lo cual yo respondo, «Es que a lo mejor tú no sabes adjetivar». Soy un defensor del adjetivo, del adjetivo bien puesto, lógicamente. Disfruto con las palabras, con el lenguaje, con la belleza de la expresión, y trato de que esto no frene la acción. Por tanto, una vez que tengo la trama más o menos trabajada, las últimas lecturas son más formales, casi se trata más de quitar que de poner.


P: ¿Qué autores crees que se tendrían que tener más en cuenta?

R: A mí me gustan los autores heterodoxos, los raros, y no porque yo lo sea o pretenda serlo (risas). Pero sí es cierto que esos autores un poco fronterizos, que juegan con los géneros, que cuidan el lenguaje, que llegan a tal punto de singularidad que son su propio género literario. Pero he pasado por épocas: pasé una época en la que leía mucho a Onetti, otra en la que leía mucho a Benet, y disfrutaba mucho con esa sintaxis retorcida y «faulkneriana». Aprendí mucho leyendo algunas obras de Umbral, de hecho mi tesis doctoral versó sobre su obra, pero hay que tener cuidado porque a veces el exceso de lirismo sofrena la trama. Lo cual no quita para que yo desprecie a los escritores del realismo sucio como Carver, Cheever o Bukowski, en absoluto, soy muy omnívoro en mis lecturas.


P: En las otras novelas tuyas, que tratan sobre tu propia enfermedad, ¿la enfermedad te cambia la forma de ver o de mirar lo que se narra?

R: Sí, porque tu situación es distinta, tu forma de ver la vida cambia de ángulo. Es una situación donde el futuro es una incógnita, pasa el tiempo, compañeros tuyos mueren, y esto necesariamente transforma tu forma de ver y entender la realidad y la manera de escribirla. De hecho, Diario del hombre pálido lo escribí en hemodiálisis, pero Piel roja no, aunque la enfermedad sí está presente, todo lo que ocurre ya ha acontecido, y aunque el tono de la primera parte de Piel roja se parece bastante a Diario del hombre pálido, luego cambia. Esa especie de estoicismo ante la enfermedad se va disolviendo porque yo ya había salido de esa situación. Es decir, en el primero estoy en el centro de la plaza, y en el segundo estoy viendo los toros desde la barrera o desde la televisión. El narrador, quiero decir…


P: Dices que un buen poeta puede ser alguien joven, pero que un buen narrador necesita tener un bagaje vital a sus espaldas…

R: Es lógico, ¿no? Es difícil, aunque hay excepciones, como en todo, pero es muy difícil escribir una novela que diga algo con veintipocos años, porque tienes la infancia y la adolescencia al lado. Creo que la novela es un género de experiencia; pero en poesía creo que no es tan necesario, hay autores precoces jóvenes, como Rimbaud o Félix Francisco Casanova. También es cierto que Vargas Llosa escribió La ciudad y los perros siendo un veinteañero… La literatura es el terreno de las excepciones y los dogmatismos.


P: ¿Lees autores jóvenes?

R: Es cierto que quizás debería leer más autores jóvenes, pero llega una edad en que el discurso cambia, y la clave ya no está en cuántos libros he leído, sino cuantos libros podré leer (risas), en lugar de sumar, restas. Philip Roth, opinaba algo parecido en lo que respecta a enseñar a escribir novelas, y por ello decía pedir tres condiciones para inscribirse en alguno de sus cursos: haber sufrido una enfermedad que por poco te mate; se te lanzará en paracaídas sobre un país extranjero sin un céntimo en el bolsillo y tendrás que sobrevivir durante un año; y por último, trabajarás en una mina de carbón. Es un modo exagerado de decir lo que estábamos comentando. Lo cual no significa, insisto, que no haya que estar atento a flores raras que pueden aparecer por ahí.


P: ¿Cómo ves el panorama editorial?

R: Yo creo que es un momento complicado, aunque no sé cuándo ha sido bueno. Porque cuando estaban Muñoz Molina, Javier Marías, etc., existían tres editoriales, y publicabas en una de esas tres o no te leía nadie. Ahora ocurre lo contrario, hay una oferta editorial muy amplia y parece que publicar es más sencillo, en principio, por no hablar de la autoedición en internet. El panorama ha cambiado muchísimo, y el número de ventas ha bajado también de forma alarmante. Yo creo que el panorama es complejo, pero tiene algunas ventajas que no se tenía hace algunos años.


P: ¿Qué libro te hubiese gustado escribir?

R: Siempre intentas escribir el libro que tienes en mente y que te parece magnífico, pero creo que te mueres y no lo escribes nunca. Creo que este es un oficio en el que se puede alcanzar la excelencia, y hay autores que lo han conseguido, pero los mortales nos tenemos que conformar con hacer las cosas lo mejor posible. Puedes tener una situación o un estado especial donde puedes escribir algo que merezca la pena, pero no me preocupa en exceso. Yo no sé si he escrito mi mejor libro ya, no tengo ni idea, confío en que no, que lo mejor está por llegar… Me hubiese gustado escribir, La vida breve, de Onetti, La metamorfosis, de Kafka, La muerte de Ivan Ilich, de Tolstoi, Bajo el volcán, Desgracia, de Coetzee, Pastoral americana, de Roth, o Madame Bovary, de Flaubert…


P: ¿Qué pregunta te gustaría que te hiciesen y que no te han hecho?

R: ¿Cuál es la poética que hay detrás de tu literatura?


P: ¿Y la respuesta? (Risas)

R: Yo creo que el gran tema de la literatura del siglo XX es la condición humana, y ese es mi compromiso como escritor. Yo, modestamente, sigo esa línea, no me interesan mucho esas grandes obras donde se plantean grandes sistemas de interpretación de la realidad, me interesan más las novelas que indagan en la condición humana.


P: ¿Cuáles son tus planes futuros?


R: Después de escribir La pecera se dieron unas circunstancias de agotamiento y quedé exhausto, pegarse dos años con Miguel Quer en la cabeza… es un vecino poco agradable, así que necesitaba desintoxicarme de él; pasé una temporada en la que no tenía la necesidad de leer o escribir, y a partir de septiembre, a raíz del descubrimiento de unos autores franceses, volví a sentir la necesidad de escribir. Y ahora estoy escribiendo un género que a mí me gusta mucho, que es la nouvelle, aunque esté empezando a engordar y no sé si la admitirán en la pasarela de las novelas breves…

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