La historia de Felipe R. Navarro, a primera vista, parece inverosímil: un escritor se prohíbe a sí mismo escribir, después de haber publicado un primer libro, Las esperas (Renacimiento, 2000) hace quince años. Y justo ahora (en 2016, en plena crisis económica y de valores, cuando es tan difícil publicar y mover proyectos) regresa por la puerta grande, de la mano de Juan Casamayor, con un segundo libro: Hombres felices, que también son hombres tristes, pero que se ríen de sus propias miserias, a través de inesperadas fantasías mentales, el humor absurdo o la nada existencial.
P: La primera pregunta es casi obligatoria, después de leer tu biografía: ¿cómo afrontas este libro después de 16 años sin publicar?
R: En realidad, es casi como si fuera mi primer libro. La ventaja de hacerlo cada quince años es que te da tiempo a olvidarte de todo lo anterior. Y además, no tiene nada que ver, porque ahora tengo un editor (Juan Casamayor) que es amigo —lo considero amigo— y claro, cambian muchísimo las cosas: estoy muy arropado. Estoy encantado con esto que me está pasando, la verdad.
P: Hombres felices consta de 18 relatos, sin apenas diálogos, con una voz beckettiana que habla y habla. ¿Consideras a Beckett como una influencia?
R: Pues mira, lo de Beckett no es una influencia consciente y ni siquiera inconsciente. Yo leo mucho a Beckett, sobre todo El innombrable, que es un libro que siempre tengo a mano. Lo que pasa es que siempre hay alguien contando, el diálogo está dentro de la narración y no me gusta separarlo. Cuando yo estoy en la vida real y la gente empieza a hablar y hace una pregunta, antes de la pregunta no pone ningún guion y para mí es algo que tiene que ver con la verosimilitud.
P: También resuenan ecos de Bernhard en tu escritura.
R: Sí, porque los personajes están centrifugando todo el tiempo. Bernhard es un autor que he leído con mucha moderación. Nunca he estado enfermo de Bernhard ni tampoco de Beckett.
P: El primer relato del libro, titulado Soy el lugar, nos presenta a un personaje que no se resigna, que no cede ante las adversidades. ¿No se rinden los hombres felices?
R: Yo creo que hay gente que se resigna y gente que no resigna. A mí me interesa la que no se resigna. Hay que tener ganas de tirar hacia adelante y si no estás un poco feliz, por lo menos, hay que tener la intención. La literatura para mí tiene una finalidad explicativa —intento comprender escribiendo— y entonces, me interesa saber por qué alguien que está en el fondo del pozo, no se queda allí, a oscuras, e intenta salir. Me interesa la gente con empeño: no estoy yo por quedarme abajo.
P: En Hombres felices hay muchas referencias culturales: el mito de Sísifo, Edward Hopper, Kafka, Adorno... ¿Son figuras a las que admiras o están en el libro por alguna otra razón?
R: Los que has citado, me los quedo todos. Por ejemplo, has citado a Kafka y yo tengo la sana intención de rescatar a Kafka, de su tristeza tópica, pues se vende por ahí terriblemente. Estoy intentando convertirlo en una persona que disfruta de las cosas, porque es fácil etiquetar a cualquiera de una manera rápida, pero creo que hay que saber escarbar un poquito más. Para mí son referencias habituales: también añadiría a Camus. Todos ellos hablan de temas que a mí me interesan: así se hace uno amigo de la gente.
P: En tu literatura veo pensamiento y acción. Son dos ejes centrales. Hay mucho camino, mucha hierba aplastada, a la manera de Eloy Tizón o de Robert Walser.
R: Sí, me gustan los que se van de paseo, los que exploran. Me interesa muchísimo la historia del que dice: me voy a por tabaco y nunca vuelve.
P: ¿Tú sueles salir a correr, verdad?
R: Siempre estoy en movimiento porque me he dado cuenta de que si me quedo parado hace muchísimo frío.
P: Háblame de esta frase tuya: «la realidad es más dolorosa que la más dolorosa de las metáforas».
R: ¿Eso lo he dicho yo? (risas). Es cierto que la realidad es más dura que la ficción. La realidad es más terrible que todo lo que se pueda construir. ¿De qué manera se puede transmitir eso? Las matanzas, las catástrofes, el genocidio que supone la esclavitud, esa barbaridad no puede entenderse. Yo he visto fotografías, he leído a Primo Levi, a Kertész, y aún así el conocimiento que tenemos es simple, es lo que nos han contado. Pero la realidad es mucho más dolorosa que todo eso. Por lo tanto, me quedo con mi frase, la asumo.
P: ¿Consideras que escribes literatura realista? No he visto elementos fantásticos, ni atmósferas oníricas, en prácticamente todo el libro.
R: Sí. En mis cuentos no hay ese tipo de atmósferas, además no me interesan. Lo que hay en mis historias es mucha realidad construida y... ¿eso es realismo?
P: ¿Una realidad filosófica?
R: Sí, mi literatura tiene que ver con eso. Y eso no deja de tener un componente fantástico. El realismo admite muchos matices y creo que en los matices y en las digresiones es donde está la vida.
P: ¿Hay elementos autobiográficos en tu libro?
R: No.
P: ¿De verdad? ¿Y dónde se esconde Felipe R. Navarro?
R: ¿Recuerdas esa obra de Mario Vargas Llosa, Historia secreta de una novela? Me encanta ese libro. Allí habla del striptease inverso, que consiste en ponerte ropa encima, en vez de quitártela. Todo está bastante oculto. He acercado lo máximo posible algún nombre de mis personajes a mi entorno personal y familiar, entre otras cosas, para que alguien me diga: acabo de ver a Fulanito dentro de tu texto. Lo he hecho de manera deliberada y después de haber terminado el texto. Todo esto, al fin y al cabo, no es más que un juego en el que hay que saber encajar las piezas.
P: Todos tus hombres felices lloran mucho.
R: Eso sí que es autobiográfico, porque yo no paro de llorar. He descubierto que lloro más con los años. Dice mi madre que veo el anuncio del turrón y lloro. Es un fenómeno fisiológico que es mejor no controlar, ni limitar. Yo me defiendo muy bien de las agresiones, de eso soy consciente. De hecho, tengo un tío boxeador del que he aprendido mucho.
P: Ah, entonces si te retrato fatal en la entrevista... ¿lo encajarías bien?
R: Si me pones fatal a mí, a título personal, lo que te pediría es que me lo expliques. Lo que llevo mucho peor son los elogios, más que las agresiones. Cuando veo que la gente me quiere muchísimo y se me plantan en la presentación unas 170 personas, es cuando me cuesta mantener el tipo. Soy un puercoespín, aunque me interesa mucho que la gente me zarandee. La literatura que me interesa es la que me zarandea.
P: ¿Qué autores españoles te interesan? ¿Lees a autores consagrados, a jóvenes, a quién lees?
R: Leo de todo. Las etiquetas del champú ya las leo menos, porque la letra chica cada vez la distingo peor (risas). No, pero sí que los leo. Leo a jóvenes y a consagrados. He leído a Eloy Tizón con muchísimo interés, pero luego tengo libros de autores que han ido saliendo como Carlos Peramo (el libro Vecinos, publicado en DVD ediciones) y Javier Fernández y su libro La grieta, que me encanta. En realidad, no me interesa el rango de edad. Si uno de 20 años me cuenta una historieta sobre castillos y reinos perdidos, no me interesa nada. Pero al igual que si lo hace uno de 50. Yo lo que quiero leer es literatura de verdad. Suelo buscar mucho material, todo eso forma parte de mi reflexión habitual.
P: La ineludible nota. Muchos agradecimientos al final del libro, ¿no?

P: Herman Hesse señalaba: «ninguno de los libros de este mundo te aportará la felicidad, pero secretamente te devuelven a ti mismo». ¿Estás de acuerdo? ¿Hombres felices te ha devuelto a ti mismo?
R: Absolutamente. He descubierto, a través de Hombres felices, el modo en el que miro y me miran los demás. Para mí ha sido un libro necesario que me ha colocado en mi mundo personal. Pero es que, claro, ya tengo 47 años y no es ninguna tontería.
Entrevista realizada por Almudena Sánchez.
Fotografía tomadas de Páginas de Espuma.
Entrevista realizada por Almudena Sánchez.
Fotografía tomadas de Páginas de Espuma.
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