lunes, 8 de febrero de 2016

El despertar, de Kate Chopin, y El papel pintado amarillo, de Charlotte Perkins Gilman


Estados Unidos se redibujaba al mismo tiempo que intentaba cerrar las heridas causadas por la cruenta Guerra de Secesión. El tan ansiado fin de la esclavitud no supuso la verdadera humanización de los afroamericanos, pero, simultáneamente, otros tantos sufrían en este país artificialmente unificado. Mientras los indios eran expulsados de sus reservas las mujeres comenzaron a luchar batallas ya no tan domésticas.

En la segunda mitad del siglo XIX figuras como Susan B. Anthony, Lucy Stone o Elisabeth Cady Stanton, miembros activos de la National American Suffrage Association, se lanzaron a las calles e intentaron convencer a sus congéneres en cocinas y salones para reivindicar el voto femenino en los distintos estados e impulsar la modificación de la constitución estadounidense. Pero esa lucha no solo era política sino que buscaba también cambios en universidades, escuelas y hogares. Al mismo tiempo, otras muchas encontraron en la literatura el medio idóneo para transmitir sus dramas y sueños.   

Emily Dickinson vivió casi toda su vida recluida en la casa familiar de Amherst, en el estado de Massachusetts. Su aislamiento no solo fue físico sino que compartió con el mundo exterior apenas una docena de sus poemas. Es por ello que sorprende la lucidez de Dickinson y su conocimiento sobre cuestiones que parecían tan alejadas de su reducido espacio vital como el sexo, el matrimonio, la religión o la autoridad. La carencia de un mundo físico le permitió crear, pensar sin límite alguno. Era libre en su mente, viajaba más allá de los avanzados estados del Norte, y supo anticipar el fin de su libertad en el sí dado a un hombre. Dickinson llevó a cabo durante su vida prácticamente monacal una revolución silenciosa, en su pensamiento y en su obra, que denunciaba la objetivación de la mujer.

Además de la reconocida Dickinson hay otras autoras que denunciaron en sus obras la esclavitud de las mujeres. Autoras que se atrevieron a poner duda la indiscutible obligación de ser madres y a reivindicar una vida intelectual que las liberaba.

El Sur, que se negaba a renunciar a su bandera confederada, parecía ser el guardián de las tradiciones, y por ello Nueva Orleans, criolla, francesa y sureña, parecía detenida en el tiempo. Era imposible para esas mujeres luchar contra una sociedad y un espacio inmóviles. Es por ello que la importancia de figuras como Kate Chopin y Charlotte Perkins Gilman no se limita al ámbito literario. 

Kate Chopin

La historia de Kate Chopin descubre a una mujer independiente y rompedora que tras enviudar muy joven logró labrarse una exitosa carrera. En El despertar (1899) crea una protagonista que habla de tú a tú con Emma Bovary, Ana Karenina, Effi Briest o Ana Ozores. El adulterio de Edna Pontellier descubre una realidad hasta entonces sin nombre. Edna no solo da rienda suelta por primera vez a la sexualidad de una sureña adinerada sino que cuestiona la rígida y arcaica moralidad imperante.

Alejada de movimientos sociales, como el sufragista, Edna inicia su propia revolución. La lucha por la conquista de su espacio y las valientes confesiones de una madre que no siente un arrebatador amor por sus hijos hacen de ella una mujer única para la época. Un testimonio provocativo y necesario para sus congéneres que vivían recluidas en mansiones y cabañas en una zona de Estados Unidos que renegó siempre del progreso, como si quisieran continuar viviendo de acuerdo con los principios de una Francia de la que salieron huyendo.


El amante de Edna juega un papel secundario. No hay debilidad en Edna, inmadurez o capricho. Le elige como mero instrumento para llevar a cabo su catarsis. Es ella quien elige la conquista, quien lo convierte en protagonista involuntario. 

Las reflexiones de Edna colocan a Chopin en la vanguardia, en un modernismo que, sin descuidar las magníficas descripciones de unos paisajes atractivos y asfixiantes, desvela por vez primera en Estados Unidos la intimidad de un nuevo tipo de mujer, una mujer que llegó para quedarse.

La prosa de Chopin es poética, intimista, reivindicativa. Una prosa que sin duda está a la altura de esta valiente e imprescindible novela que convirtió a Kate Chopin en la madre políticamente incorrecta de las damas sureñas.

En esa misma atmósfera opresiva y opulenta Charlotte Perkins Gilman puso el foco sobre el equilibrio mental de las mujeres que vivían prácticamente recluidas. El papel pintado amarillo, largo relato publicado en 1892 en The New England Magazine, convierte en protagonista a una mujer que sufre una depresión postparto y que por prescripción de su marido médico vive un involuntario descanso en una casa señorial sureña venida a menos.


La narradora intenta comprender la cruel bondad de su esposo, un hombre ilustrado y despótico que adopta cada una de las decisiones en ese matrimonio. La mujer languidece en un cuarto desvencijado e intenta evadirse siguiendo el perturbador diseño del papel con el que están cubiertas las paredes. En él se esconden los barrotes que la encierran no solo en esa casa sino en su propia vida. La asfixia de la protagonista, su incapacidad para la huida hacen que finalmente tire la llave de ese cuarto por la ventana. Perkins Gillman acusa directamente a una sociedad que se negaba a liberar a los oprimidos.

«Después arranqué todo el papel que pude hasta donde alcanzaba de pie. Es horroroso lo que se pega, y ¡el dibujo se lo pasa simplemente en grande! Ahí están todas esas cabezas estranguladas y esos ojos bulbosos y los brotes de los hongos, que, contoneándose, ¡gritan socarronamente!

Me estoy enfadando tanto que voy a hacer algo desesperado. Saltar por la ventana sería un ejercicio digno de elogio, pero las rejas son demasiado firmes para ni siquiera intentarlo.

Además no debería hacerlo. Por supuesto que no. Soy lo suficientemente consciente como para saber que un paso así esta fuera de lugar y podría ser malinterpretado.

Ni siquiera me gusta asomarme por las ventanas —hay tantas mujeres arrastrándose—, y lo hacen tan rápido…
Me pregunto si todas esas mujeres han salido de ese papel, como hice yo.»

Antes de El papel pintado amarillo Perkins Gilman escribió distintos textos en los que analizaba el impacto de la sociedad y la economía en el rol femenino. Pero gracias a este breve libro encontró la manera perfecta de narrar su propia historia, de transmitir al predominante mundo masculino, médico y doméstico, los errores que hasta entonces habían cometido y de sentar las bases de una literatura utópica.


Este largo relato está lleno de simbolismo, se respira no solo el ambiente cargado de ese cuarto, el descenso a los infiernos de su protagonista sino también las aguas perturbadoras del Golfo de México. Perkins Gilmann, tal vez involuntariamente, escribió un potente thriller psicológico. La lograda voz de la narradora se convierte en el testimonio angustiante y fidedigno de toda una época.

Si se reivindica la obra literaria de Thoreau por su importancia cívica, no pueden caer el olvido estos dos textos de ficción que, además de buena literatura, son el mejor recordatorio de los claroscuros de un país que guarda demasiados esqueletos en el armario.

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