Estados Unidos se redibujaba al mismo tiempo que intentaba cerrar
las heridas causadas por la cruenta Guerra de Secesión. El tan ansiado fin de
la esclavitud no supuso la verdadera humanización de los afroamericanos, pero, simultáneamente,
otros tantos sufrían en este país artificialmente unificado. Mientras los indios
eran expulsados de sus reservas las mujeres comenzaron a luchar batallas ya no
tan domésticas.
En la segunda mitad del siglo XIX figuras como Susan B. Anthony,
Lucy Stone o Elisabeth Cady Stanton, miembros activos de la National American
Suffrage Association, se lanzaron a las calles e intentaron convencer a sus
congéneres en cocinas y salones para reivindicar el voto femenino en los
distintos estados e impulsar la modificación de la constitución estadounidense.
Pero esa lucha no solo era política sino que buscaba también cambios en universidades,
escuelas y hogares. Al mismo tiempo, otras muchas encontraron en la literatura
el medio idóneo para transmitir sus dramas y sueños.
Emily Dickinson vivió casi toda su vida recluida en la casa familiar de Amherst,
en el estado de Massachusetts. Su aislamiento no solo fue físico sino que
compartió con el mundo exterior apenas una docena de sus poemas. Es por ello
que sorprende la lucidez de Dickinson y su conocimiento sobre cuestiones que
parecían tan alejadas de su reducido espacio vital como el sexo, el matrimonio,
la religión o la autoridad. La carencia de un mundo físico le permitió crear,
pensar sin límite alguno. Era libre en su mente, viajaba más allá de los
avanzados estados del Norte, y supo anticipar el fin de su libertad en el sí dado
a un hombre. Dickinson llevó a cabo durante su vida prácticamente monacal una
revolución silenciosa, en su pensamiento y en su obra, que denunciaba la
objetivación de la mujer.
Además de la reconocida Dickinson hay otras autoras que
denunciaron en sus obras la esclavitud de las mujeres. Autoras que se atrevieron
a poner duda la indiscutible obligación de ser madres y a reivindicar una vida
intelectual que las liberaba.
El Sur, que se negaba a renunciar a su bandera confederada,
parecía ser el guardián de las tradiciones, y por ello Nueva Orleans, criolla,
francesa y sureña, parecía detenida en el tiempo. Era imposible para esas
mujeres luchar contra una sociedad y un espacio inmóviles. Es por ello que la
importancia de figuras como Kate Chopin
y Charlotte Perkins Gilman no se
limita al ámbito literario.
Kate Chopin
La historia de Kate Chopin descubre a una mujer
independiente y rompedora que tras enviudar muy joven logró labrarse una exitosa
carrera. En El despertar (1899) crea una protagonista que habla de tú a tú con
Emma Bovary, Ana Karenina, Effi Briest o Ana Ozores. El adulterio de Edna
Pontellier descubre una realidad hasta entonces sin nombre. Edna no solo da
rienda suelta por primera vez a la sexualidad de una sureña adinerada sino que
cuestiona la rígida y arcaica moralidad imperante.
Alejada de movimientos
sociales, como el sufragista, Edna inicia su propia revolución. La lucha por la
conquista de su espacio y las valientes confesiones de una madre que no siente
un arrebatador amor por sus hijos hacen de ella una mujer única para la época.
Un testimonio provocativo y necesario para sus congéneres que vivían recluidas
en mansiones y cabañas en una zona de Estados Unidos que renegó siempre del
progreso, como si quisieran continuar viviendo de acuerdo con los principios de
una Francia de la que salieron huyendo.
El amante de Edna
juega un papel secundario. No hay debilidad en Edna, inmadurez o capricho. Le
elige como mero instrumento para llevar a cabo su catarsis. Es ella quien elige
la conquista, quien lo convierte en protagonista involuntario.
Las reflexiones de
Edna colocan a Chopin en la vanguardia, en un modernismo que, sin descuidar las
magníficas descripciones de unos paisajes atractivos y asfixiantes, desvela por
vez primera en Estados Unidos la intimidad de un nuevo tipo de mujer, una mujer
que llegó para quedarse.
La prosa de Chopin es
poética, intimista, reivindicativa. Una prosa que sin duda está a la altura de
esta valiente e imprescindible novela que convirtió a Kate Chopin en la madre
políticamente incorrecta de las damas sureñas.
En esa misma atmósfera
opresiva y opulenta Charlotte Perkins
Gilman puso el foco sobre el equilibrio mental de las mujeres que vivían prácticamente
recluidas. El papel pintado amarillo,
largo relato publicado en 1892 en The New England Magazine, convierte en protagonista a una mujer que sufre una depresión
postparto y que por prescripción de su marido médico vive un involuntario
descanso en una casa señorial sureña venida a menos.
La narradora intenta
comprender la cruel bondad de su esposo, un hombre ilustrado y despótico que
adopta cada una de las decisiones en ese matrimonio. La mujer languidece en un
cuarto desvencijado e intenta evadirse siguiendo el perturbador diseño del
papel con el que están cubiertas las paredes. En él se esconden los barrotes
que la encierran no solo en esa casa sino en su propia vida. La asfixia de la
protagonista, su incapacidad para la huida hacen que finalmente tire la llave
de ese cuarto por la ventana. Perkins Gillman acusa directamente a una sociedad
que se negaba a liberar a los oprimidos.
«Después arranqué todo el papel que pude hasta donde alcanzaba de pie. Es horroroso lo que se pega, y ¡el dibujo se lo pasa simplemente en grande! Ahí están todas esas cabezas estranguladas y esos ojos bulbosos y los brotes de los hongos, que, contoneándose, ¡gritan socarronamente!
Me estoy enfadando tanto que voy a hacer algo desesperado. Saltar por la ventana sería un ejercicio digno de elogio, pero las rejas son demasiado firmes para ni siquiera intentarlo.
Además no debería hacerlo. Por supuesto que no. Soy lo suficientemente consciente como para saber que un paso así esta fuera de lugar y podría ser malinterpretado.
Ni siquiera me gusta asomarme por las ventanas —hay tantas mujeres arrastrándose—, y lo hacen tan rápido…
Me pregunto si todas esas mujeres han salido de ese papel, como hice yo.»
Antes de El papel pintado amarillo Perkins Gilman
escribió distintos textos en los que analizaba el impacto de la sociedad y la
economía en el rol femenino. Pero gracias a este breve libro encontró la manera
perfecta de narrar su propia historia, de transmitir al predominante mundo
masculino, médico y doméstico, los errores que hasta entonces habían cometido y
de sentar las bases de una literatura utópica.
Este largo relato está
lleno de simbolismo, se respira no solo el ambiente cargado de ese cuarto, el
descenso a los infiernos de su protagonista sino también las aguas perturbadoras del Golfo de México. Perkins Gilmann, tal vez involuntariamente, escribió un potente
thriller psicológico. La lograda voz de la narradora se convierte en el
testimonio angustiante y fidedigno de toda una época.
Si se reivindica la
obra literaria de Thoreau por su importancia cívica, no pueden caer el olvido estos
dos textos de ficción que, además de buena literatura, son el mejor recordatorio de los claroscuros
de un país que guarda demasiados esqueletos en el armario.
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