Continuamos nuestra serie de autores olvidados y a los que habría que redescubrir con un tangerino de pro, del que ya nos habló Bárbara Pérez de Espinosa Barrio por aquí y con el que seguiremos dando la lata hasta que lo leáis. Se trata de Ángel Vázquez (1929-1980).
Obtuvo el premio Planeta en 1962 por su novela Se enciende y se apaga una luz, cuando su situación en Tánger ya era muy precaria, pues Tánger había pasado a formar parte de Marruecos y los europeos y norteamericanos habían huido de allí después de haberse llenado los bolsillos y haberse corrido juergas sin cesar.
Durante esos años Vázquez había conocido a Paul y Janet Bowles, y a Chukri. Junto a ellos llegó al convencimiento de que la literatura permite narrar todo aquello que se quiera, y tanto fue así, que él fue uno de los primeros en publicar una novela en la que se mostraban de forma evidente personajes homosexuales, todo ello publicado por Planeta en España, una hazaña.
Obtuvo el premio Planeta en 1962 por su novela Se enciende y se apaga una luz, cuando su situación en Tánger ya era muy precaria, pues Tánger había pasado a formar parte de Marruecos y los europeos y norteamericanos habían huido de allí después de haberse llenado los bolsillos y haberse corrido juergas sin cesar.
Durante esos años Vázquez había conocido a Paul y Janet Bowles, y a Chukri. Junto a ellos llegó al convencimiento de que la literatura permite narrar todo aquello que se quiera, y tanto fue así, que él fue uno de los primeros en publicar una novela en la que se mostraban de forma evidente personajes homosexuales, todo ello publicado por Planeta en España, una hazaña.
El premio literario le sirvió para pagar algunas deudas y, tras la muerte de su madre, y de su abuela muy poco después, regresar a España. Publicó una segunda novela por encargo de la editorial en 1964, Fiesta para una mujer sola, pero no obtuvo el reconocimiento que esperaba.
En 1976 Vázquez publicó la obra por la que es recordado, La vida perra de Juanita Narboni, una novela más nombrada que leída y una de las obras maestras de la literatura española de segunda mitad del siglo pasado. Se trata de un monólogo interior de una mujer que vive la decadencia de la Tánger literaria, explotada por los europeos y norteamericanos y donde a ella no le queda más remedio que sobrevivir, sin mucho a lo que agarrarse, más aún cuando su hermana se marcha con un militar francés y su madre fallece. Pero lo relevante y lo que hace indispensable la lectura de esta obra es un manejo del lenguaje que se torna hipnótico para el lector, en el que se cuela la yaquetía, la lengua que usaban los judíos de origen español del norte de Marruecos. El libro es todo un homenaje a la lengua y la invención de un personaje inolvidable que mantiene ese soliloquio desgarrado que ejemplifica muy bien este párrafo en el que Juanita narra lo que ve en un restaurante:
En 1976 Vázquez publicó la obra por la que es recordado, La vida perra de Juanita Narboni, una novela más nombrada que leída y una de las obras maestras de la literatura española de segunda mitad del siglo pasado. Se trata de un monólogo interior de una mujer que vive la decadencia de la Tánger literaria, explotada por los europeos y norteamericanos y donde a ella no le queda más remedio que sobrevivir, sin mucho a lo que agarrarse, más aún cuando su hermana se marcha con un militar francés y su madre fallece. Pero lo relevante y lo que hace indispensable la lectura de esta obra es un manejo del lenguaje que se torna hipnótico para el lector, en el que se cuela la yaquetía, la lengua que usaban los judíos de origen español del norte de Marruecos. El libro es todo un homenaje a la lengua y la invención de un personaje inolvidable que mantiene ese soliloquio desgarrado que ejemplifica muy bien este párrafo en el que Juanita narra lo que ve en un restaurante:
Con este levante no creo que aparezca nadie por aquí. ¿Qué habrá sido de Rina Ketty? Cantaba «Sombreros y mantillas» de morir. Ése es el hijo de Cecilia. Parece mentira. ¡Y pensar que lo he visto nacer! Una prenda. Que Dios se lo conserve. Dicen que nada mejor que un delfín. ¡Qué guapo es! No se parece mucho a Cecilia, y para nada a Rodolfo. La Virgen del Carmen quiera que a Ricardito Atalaya no se le ocurra equivocarse de bandera. Y, ahora, este tonto viene a echarme. Si te conozco, niño. Tú eres el hijo de Isabel, aquella criada que mamá se trajo de Cartagena. Estuvo un tiempo sirviendo en casa y luego nos la quitó María Benet. No. No voy a comer, ni muchísimo menos. Con lo que cuesta aquí el cubierto yo tengo para una semana. Le preguntaré por la madre. Como la que no quiere la cosa. Eso le desconcertará. Lo que yo decía. Se ha quedado de piedra. ¡Cómo sonríe el cabrón! Me alegro de que Isabel esté bien, y que hayan puesto un chiringuito en Algeciras. ¡Claro que soy la señorita Narboni! Nada de por casualidad... Juani Narboni, para que te enteres.
Ángel Vázquez no vivió para ver el reconocimiento de su obra. Murió en una mísera pensión, alcoholizado. Se le considera el último escritor español maldito. Solo tres novelas y menos de una decena de cuentos de una calidad asombrosa.
No leer a Vázquez es perderse a uno de los grandes de la literatura española. No leer a Vázquez es, en general, una de esas cosas maravillosas que te habrás quedado sin hacer cuando te mueras.
Nuestra reseña de La vida perra de Juanita Narboni aquí.
No leer a Vázquez es perderse a uno de los grandes de la literatura española. No leer a Vázquez es, en general, una de esas cosas maravillosas que te habrás quedado sin hacer cuando te mueras.
Nuestra reseña de La vida perra de Juanita Narboni aquí.
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