viernes, 26 de febrero de 2016

Algodoneros: la vigencia de la obra de James Agee

James Agee y Walker Evans emprendieron juntos uno de los viajes más importantes para la historia del periodismo pero, sobre todo, para la esquiva conciencia de una nación que ignoraba, igual que ahora, las tragedias que tenían lugar más allá de sus rascacielos infinitos. Las distancias en 1936 no se medían en millas sino en décadas.


La revista Fortune reculó del encargo que había realizado a James Agee y Walker Evans. Sabedores de la potencia de su historia, de la narración y de las fotografías que la conformaban, buscaron una editorial dispuesta a publicar el producto de ese reportaje inicial. Publicada en 1940 Elogiemos ahora a hombres famosos se convirtió años más tarde en uno de los textos icónicos del siglo XX. Tal y como afirma uno de nuestros mejores cronistas, Alfonso Armada, Hiroshima, de John Hersey, y Voces de Chenóbil, de la Nobel Svetlana Alexiévich, beben de las recreaciones minuciosas de Agee. Pero no solo ellos acusan esa influencia, Capote narró décadas más tarde los crímenes cometidos por un par de hombres, entonces disfrazados de niños, con los que Agee y Evans podían haberse cruzado en su infinito viaje. A lo largo de más de cuatrocientas páginas reinventaron mano a mano la fotografía y el periodismo. 

Olvidado durante demasiados años el descubrimiento en 2003 de un nuevo manuscrito por parte de la hija de Agee, Algodoneros, resucitó el mito. Sus más de 30.000 palabras devuelven, como un zarpazo en la cara, la vigencia de todo lo que vivieron. Pero Algodoneros tuvo que esperar más de una década para ser publicado íntegramente en Estados Unidos. Cotton Tenants era la herencia póstuma de Agee a un país que cometió en pleno siglo XXI los mismos errores que cien años atrás y que dejaba, una vez más, las mismas víctimas en el camino. 


Agee estructuró Algodoneros con una precisión casi científica. Después de elegir tres familias del condado de Hale, en Alabama, con las que convivieron durante seis semanas, Agee distribuyó sus vivencias en secciones perfectamente compartimentadas: dinero, cobijo, comida, ropa, trabajo, temporada de recolección, educación, ocio y salud. A la luz de las mismas el lector no puede dudar de la fuerza y objetividad del mensaje. La disección casi forense de las miserias y la lucha sin cuartel de los Burroughs, Fields y Tingle: Niños concebidos como mano de obra extra y condenados a convertirse en el clásico ejemplo del fracaso escolar sureño. La salud, como ahora, vista como un lujo inalcanzable. Los remedios caseros y los rezos están obligados a hacer el resto. La religión es el refugio de los que han perdido la fe en ellos mismos.

Conocedores de la experiencia única que tenían Agee y Evans eligieron tres familias tipo sin perseguir el sensacionalismo. El compromiso de Agee creó un nuevo periodismo, ya que ser fiel consigo mismo implicaba ir más allá de la fría narración de las costumbres y horarios. La prosa de Agee es ciertamente rompedora, sincera, huye de metáforas innecesarias o de artificios que disfracen una realidad apabullante. Algodoneros es un ejercicio periodístico mayúsculo e igual de revolucionario y valiente que casi un siglo atrás. La miseria de la familias Burroughs, Fields y Tingle entroncan de manera directa con la de Tom Joad y los suyos, en Las uvas de la ira, de Steinbeck, o con la de los personajes de La parcela de Dios o El camino del tabaco, de Erskine Caldwell. 




El texto y las fotografías son independientes, pueden funcionar el uno sin el otro, 
pero realmente si uno quiere ser honesto con su significado no se pueden separar.
 Walker Evans 


Agee completa su dolorosa visita, incómoda para los defensores del New Deal, con sendos testimonios sobre los negros y los terratenientes. Agee tuvo la valentía de hablar del odio irracional y el pavor que despertaban los negros. Agee elogió su talante artístico y la pureza casi infantil de sus sentimientos. Mientras, los terratenientes, “padres” y “maestros” al mismo tiempo, dioses al fin y al cabo, repartían engañosas oportunidades y dudosa justicia, y despojaban a sus arrendatarios de los frutos de su trabajo y de lo que quedaba de una dignidad ya perdida. 

Los fotógrafos Walker Evans y Dorothea Lange 
fueron los precursores del despertar de América. 

Las imágenes que acompañan este texto tienen más fuerza que la mayor parte de ensayos y novelas que se han escrito sobre esta época. Las miradas lánguidas y castigadas de los Burroughs, Fields y Tingle se clavan sin remedio en el lector que desde entonces saben cuál es la verdadera cara de la miseria. Algodoneros es un texto eterno, como eternas son las consecuencias de la Gran Depresión. Asusta y fascina por igual la vigencia de Algodoneros, la vigencia del viaje de James Agee y Walker Evans.


"El trabajo que realizamos no era una forma de propaganda o una protesta. 
Quería enseñar a la gente la pura y simple realidad. 
No creo que tuviera la intención de cambiar el mundo."
La temprana muerte de James Agee, a los cuarenta y cinco años, debida a un ataque al corazón en un taxi de Nueva York, privó a la literatura y al periodismo estadounidense de una de sus voces más sólidas. Aunque hoy en día a esa edad hablemos de jóvenes promesas Agee había ya legado una de las obras fundamentales de todo el siglo XX. 

Los lectores asociamos casi de manera única a Agee con Evans y con el periodismo, pero no puede dejarse de lado su papel en el mundo del cine. Fue guionista de La reina de África, dirigida por John Huston, que reverenciaba a Agee tras leer Elogiemos ahora a hombres famosos y a quien describía como "el Poeta de la Verdad". También es suyo el guión de otra película monumental, La noche del cazador, de Charles Laughton. Pero además es reconocido por haber sido uno de los mejores críticos de la meca del cine. Godard y Cabrera Infante, entre otros, resaltaban la profundidad y el componente literario de sus críticas. Estas fueron editadas con el título Agee on Film, publicadas por Paidós como Escritos sobre cine




Fue reivindicado como novelista dos años después de su muerte al ser premiada su segunda novela, Una muerte en la familia, con el Premio Pulitzer de 1958. Antes de que Joan Didion velara los recuerdos de su marido y su hija Quintana Roo Agee escribió este libro, uno de los pilares de la literatura estadounidense del siglo XX, sobre la catarsis sufrida tras la muerte de un padre con un claro componente autobiográfico. Con el mismo grado de detalle y sensibilidad con el que retrató a los algodoneros revivió el dolor de su propia familia. 

Larga vida a James Agee. 

Elogiemos ahora a hombres famosos, James Agee & Walker Evans 
Traducción: Pilar Giralt
BackList, 2008 

Algodoneros. Tres familias de terratenientes, James Agee & Walker Evans 
Traducción: Alicia Frieyro
Capitán Swing, 2014 

Escritos sobre cine, James Agee
Paidós, 2008

Una muerte en la familia, James Agee 
Traducción: Carmen Criado Alianza, 2015 

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