Dentro de su singularidad Robert Walser continuó con una marcada
tradición dentro de la literatura escrita en alemán. La ironía es uno de los
rasgos fundamentales de sus más importantes escritores. Arno Schmidt, Thomas
Bernhard, Peter Handke y muchos otros utilizan la mordacidad para denunciar lo
que les rodea. Si Arno Schimdt retrató de manera magistral la Alemania pre y
post nacionalsocialista en Los hijos de
Nobodaddy, Thomas Bernhard vertió en sus relatos autobiográficos la
distancia insalvable que le separaba de su odiada patria.
Robert Walser, por su parte, ataca a la burguesía, la vida en las
grandes ciudades, el éxito como objetivo último. Dos de sus obras más célebres,
El paseo y Jakob von Gunten, permiten conocer a Walser en estado puro.
Jakob von Gunten es una vuelta de tuerca a las bildungsroman,
a
la literatura del aprendizaje que inició su andadura con la magistral Anton Reiser, de Karl Philipp Moritz y
que también se relaciona con obras como Las
tribulaciones del estudiante Törless, de Robert Musil, admirador de Walser.
En Jakob von Gunten toma su propia
experiencia como alumno de una escuela para mayordomos para crear una trama del absurdo
protagonizada por dos personajes opuestos, el propio Jakob y su némesis, Kraus.
Jakob, joven de una familia burguesa, cree encontrar en el Instituto Benjamenta,
que forma personal de servicio, la alternativa deseada para su vida. Desprecia
la dignidad del saber y afirma que los seres humanos de verdad no son jamás
visiblemente bellos. Emprende un camino a contracorriente del resto de la
sociedad, alejado por completo de la moral luterana del esfuerzo y el trabajo. Es
él «un hombre nuevo», un hombre alejado de ese übermensch que ensalzará posteriormente el nazismo.
En Jakob von Gunten el lector no sabe al
final si se ha enfrentado a una mezcla de sueño y realidad, un fiel y tal vez
involuntario retrato de la mente de Walser, cuyos problemas psicológicos
marcaron toda su vida. La voz narradora de Jakob rinde un insólito y mordaz homenaje
a la mediocridad y con ello se ríe de toda una cultura. Es un personaje
incómodo, odioso para muchos, pero también un recordatorio necesario de las fascinantes posibilidades de la mente humana. Von Gunten es al mismo tiempo, por qué no, un
lejano pariente de Bartleby, que sorprende por su combinación de humor y
poesía.
Este discurrir «walseriano» marcó la obra de algunos de los más importantes autores del siglo XX como Franz
Kafka (en quien dicen se basó para El
castillo), Robert Musil, Thomas Bernhard o Walter Benjamin. Herman Hesse,
que encarnaba el éxito del que Walser parecía huir, afirmó que «el mundo sería
mejor si Walser tuviera cien mil lectores».
Pero es difícil
imaginar a Walser juzgando a sus congéneres con superioridad; él, quien eligió
volver a su Suiza natal tras formar parte de los más exclusivos círculos literarios
berlineses. Su amor por lo inferior, lo minúsculo, forja una personalidad que
le aleja de autores que hoy en día le ensalzan -como Enrique Vila-Matas. Walser no pone una
insalvable distancia, solo invita al lector a pasear por su mente y su
creatividad casi disculpándose por lo errático de ese camino.
El paseo es una suerte de autobiografía, escrita una década más
tarde que Jakob von Gunten. En este libro podemos ver la evolución del
trastorno mental de Walser. En apenas ochenta páginas se conocen de cerca
sus digresiones, la evolución de su mente, cómo su creatividad y sus
reflexiones se trasladaban de un objeto a otro, de una persona a la siguiente,
con un orden solo entendido por él. Pero esa no es solo la cabeza de un enfermo
sino también y, sobre todo, la de un creador. La de un ser con una especial
sensibilidad, que retrataba irónicamente una vez más a la burguesía, al
funcionariado. El narrador es criticado por pasear, por vagar sin destino o propósito, él y sus pensamientos. En El paseo
hay además de esta otra forma de libertad, la libertad creativa; su prosa,
llena de descripciones poéticas (con la naturaleza como telón de fondo, una constante
en la literatura escrita en alemán) pierde casi la coherencia. Para este breve
texto uno se debe despojar de los prejuicios y liberar la mente,
reconocerse también en el camino de Walser y valorar la importancia de lo
nimio: «No hace falta ver nada
extraordinario. Ya es mucho lo que se ve».
En él también
parece haber algo de escritura automática. Volcando sin barreras sobre el papel
todos sus pensamientos. Dicen que Walser no realizaba ninguna corrección
posterior a los textos, como si desease que los lectores pudieran apreciar los
altos y bajos de su estado de ánimo y la mezcla entre la improvisación y el
cálculo.
Como si de una
epifanía se tratase Robert Walser falleció el día de Navidad de 1956 mientras
paseaba por los alrededores de la clínica psiquiátrica de Herisau, en donde
llevaba internado más de veinte años. La literatura fue la verdadera vida de
Walser, el único territorio donde su mente podía vagar en libertad. Cincuenta años
antes de su muerte escribió en Los
hermanos Tanner: «Sebastián Tanner apareció muerto un día frío y
pálido de invierno, tendido sobre la nieve monótona». Robert Walser, único y profético.
Muy buena reseña.
ResponderEliminarMuy buena reseña.
ResponderEliminarMuchas gracias. Un abrazo.
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