miércoles, 9 de diciembre de 2015

San Francisco, ciudad literaria (II)

El movimiento beat se asocia casi de manera instantánea con San Francisco, pero no debe olvidarse que sus orígenes se encuentran en la otra costa, en los alrededores del campus de la universidad de Columbia. Pero en los años cincuenta, tras la mudanza de varios de sus miembros más célebres a California, se trasladó el epicentro del grupo.

"East is East. West is San Francisco" O. Henry 

De hecho, el término beat fue inventado en 1958 por el ganador del Pulitzer Herb Caen, periodista del San Francisco Chronicle, tras la publicación de la revolucionaria En la carretera. Los propios beats vieron en esta denominación una descripción despectiva de su trabajo, de la filosofía que decían subyacía a toda su obra. Donde ellos veían el rechazo al materialismo, la experimentación con drogas psicotrópicas, la liberación sexual o el interés por otras religiones o culturas, la mayoría veía vandalismo, depravación o violencia gratuita.

Los beats “emigrantes” construyeron puentes con los miembros del Renacimiento de San Francisco, la vanguardia poética estadounidense en aquella época. Algunos de sus miembros afirmaban que el renacimiento no se limitaba a la poesía sino que tenía una trascendencia filosófica, visual, muy ligada a las performances. Kenneth Rexroth, contemporáneo de Ezra Pound y William Carlos Williams, fue uno de los primeros en explorar las tradiciones poéticas japonesas y convirtió el jazz en una de sus más importantes influencias. Los recién llegados tomaron muchas de sus ideas e hicieron del contacto con el público una de las piedras angulares del movimiento.

La publicación de uno de los textos icónicos de la generación beat, Aullido, de Allen Ginsberg, está íntimamente ligada a la ciudad y a uno de sus lugares más emblemáticos: la librería City Lights, abierta por el poeta anarquista Lawrence Ferlinghetti, quien creó una editorial del mismo nombre para dar voz a los poetas de esa generación que eran rechazados por las casas más comerciales –convirtiéndose en una versión posterior de Sylvia Beach. Quería emular la aventura de su amigo George Whitman en París quien había inaugurado la librería Mistral, que más tarde se llamaría Shakespeare & Co. Ferlinghetti eligió un enclave singular para su arriesgada apuesta, en una zona de North Beach en la que los límites entre la pequeña Italia y el barrio chino no estaban bien delimitados.

Lawrence Ferlinghetti


Aullido fue objeto de un controvertido juicio por obscenidad. El propio Ferlinghetti y el encargado de la librería fueron arrestados por vender el libro. Los defensores de la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense (la tan mentada libertad de expresión) hicieron de esta causa la bandera de una generación. El juez Clayton W. Horn autorizó su venta al considerar que el poema poseía “una importancia social redentora”.

¿Hubiera sido otro el desenlace de Aullido si Ginsberg hubiera permanecido en Nueva York? Tal vez. San Francisco había sido antes revolucionaria y poco más tarde se transformó en uno de los principales focos del movimiento por los derechos civiles, de la lucha de las feministas, de la contracultura hippie y de la oposición a la guerra de Vietnam.

Al otro lado de la bahía, en el pueblo de Berkeley, su universidad se convirtió en la conciencia de un país, en la vanguardia del pensamiento político y de muchas disciplinas. Hoy en día Berkeley conserva ese aura y su campus es un rara avis en Estados Unidos. Jack Kerouac, tras abandonar Columbia, aprovechaba las visitas a la costa oeste para caminar por ese insólito rincón en el que en cada calle, cada aula, cada café se respiraba libertad y creación.

Aunque Kerouac nunca vivió de manera permanente en San Francisco, honró a su amada North Beach en su libro Los subterráneos. La ciudad quiso devolverle la atención poniendo su nombre a un pequeño callejón cerca de City Lights:

Anduve muchos días por San Francisco, con Gregory Corso y otros amigos como él; en fiestas, salas de arte, cualquier lado, sesiones de jazz, cantinas, lecturas de poesía, templos; caminando y hablando de la poesía en las calles, caminando y hablando de Dios en las calles.



Parte de la herencia de los beats fue tomada por los hippies. Neal Cassady, íntimo amigo de Kerouac y compañero de viaje en En la carretera, sirvió de nexo de unión entre ambos movimientos. Esa juventud transgresora también hizo de Ginsberg uno de sus ideólogos.

Pero en los sesenta no todos los aprendices de escritores estaban ligados a esos grupos. Algunos soñaban con fomar parte de ellos y otros preferían ser meros espectadores de un show alejado de la verdadera literatura. Don Carpenter, en su novela póstuma, terminada por Jonatham Lethem, Los viernes en Enrico’s construye un impecable vidas cruzadas con Oregón y San Francisco como telón de fondo. En Los viernes en Enrico’s hay manuscritos inacabados y constantemente rechazados, planes de vida incumplidos, envidias, amores imposibles y otros que se resquebrajan a medida que se celebran aniversarios. No hay ascensos fulgurantes ni el glamour del escritor atormentado. El talento innato de unos se enfrenta sin descanso a la disciplina de otros. Este retrato de un grupo de escritores que buscan su propio lugar alejados de la sombra de los beats logra una lectura absorbente y compulsiva.



Otro de sus célebres habitantes fue el poeta y novelista Richard Brautigan, quien aterrizó en la ciudad poco después de terminar el colegio en Oregón. Intentó sobrevivir ofreciendo sus poemas por la calle y años después participó activamente en el mundo del teatro contracultural y en publicaciones minoritarias. Su poesía estaba muy arraigada a San Francisco mientras sus novelas parecían ancladas en la desbordante naturaleza estadounidense. Su relato Homenaje al YMCA de San Francisco es un breve y bello apunte sobre su relación con la ciudad y la poesía.

En 1966 Thomas Pynchon publicó La subasta del lote 49 protagonizada por un ama de casa californiana, Oedipa Mass, cuya vida cambia al recibir una misteriosa herencia. Esta la llevará hasta San Francisco y Berkeley, en donde varios estudiantes de aquella época afirmaron haber conocido a Pynchon, a quien describieron como fumador de marihuana y guerrillero de la palabra, hermanándose a través de esos recuerdos con el talento de uno de los mayores misterios de su literatura.

El barrio de Castro y algunos de sus ilustres vecinos, como Harvey Milk, convirtieron San Francisco de nuevo en los años setenta en el centro de todas las miradas mientras que las banderas del arcoíris fueron conquistando comercios y balcones. Varios escritores homosexuales intentaron narrar ese periodo. Armistead Maupin, todavía una gloria local, creó un grupo de personajes capitaneados por una casera transexual que protagonizaron una serie de libros de culto para muchos estadounidenses. Tales of the city inaugura uno de los más fieles relatos de la historia de la ciudad californiana. No se puede planear un viaje a San Francisco sin detenerse brevemente en la puerta del 28 de Barbary Lane.



En los años ochenta el movimiento hippie fue relevado por un grupo totalmente antagónico, los yuppies, padres involuntarios de la generación que reina hoy en día Silicon Valley. Poco a poco estos “nuevos ricos” fueron conquistando los rincones patricios de Fine Arts o Pacific Heights. El mejor testigo de esa época fue Vikram Seth y su libro The Golden Gate, considerado por el siempre crítico Gore Vidal como la mejor novela californiana. Compuesta en verso, narra el ascenso y la caída de una de esas parejas que rozaron el cielo con las manos.

Una década más tarde Dave Eggers, nacido en Boston, se convirtió en uno de los escritores insignia de San Francisco. Una historia conmovedora, asombrosa y genial es el relato de su mudanza a la costa oeste con su hermano al que tuvo que terminar de educar tras la muerte de sus padres. San Francisco se convierte en refugio y terapia. Una ciudad en la que ya pocos entienden de orígenes sin tacha o familias tradicionales. 

Si Eggers muestra un San Francisco redentor, William T. Vollmann, uno de los mejores escritores contemporáneos estadounidenses, recupera su parte sucia y canalla. El Tenderloin de Hammett es la fuente de inspiración de Vollmann. En The Royal Family novela la prostitución y usa sus dotes de periodista para recrear el cielo y el infierno que hay en sus calles. Su relación íntima y sórdida con el Tenderloin continúa en varios de los cuentos de Historias del arcoíris.

San Francisco y la bahía siguen siendo uno de los pilares de la literatura estadounidense. En 2012 Michael Chabon homenajeó a una de las calles californianas más célebres en Telegraph Avenue. Caminar por ella es sumergirse en los años sesenta; en sus rincones permanecen algunos de los que emigraron a ese pequeño pueblo en busca de libertad y experiencias. En Telegraph, avenida que une la universitaria Berkeley con la castigada y peligrosa Oakland, se encuentran algunas de las mejores tiendas de discos de California. Además de música, Chabon reflexiona sobre la paternidad y la raza y hasta hace un cameo el entonces senador de Illinois Barack Obama.



San Francisco es música, arte, inmigración, cine, exotismo, literatura y movimientos sociales. San Francisco es una joya escondida, “a lady” en palabras de Norman Mailer.


Si no hacen caso a novelas o a autores, presten atención a las palabras de John Lennon: “¿Los Ángeles? Eso es solo un inmenso parking en el que puedes comprar una hamburguesa para el camino a San Francisco.”



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