El movimiento beat se asocia casi de
manera instantánea con San Francisco, pero no debe olvidarse que sus orígenes
se encuentran en la otra costa, en los alrededores del campus de la universidad
de Columbia. Pero en los años cincuenta, tras la mudanza de varios de sus
miembros más célebres a California, se trasladó el epicentro del grupo.
"East is East. West is San Francisco" O. Henry
De hecho, el término beat fue
inventado en 1958 por el ganador del Pulitzer Herb Caen, periodista del San
Francisco Chronicle, tras la publicación de la revolucionaria En la carretera. Los propios beats
vieron en esta denominación una descripción despectiva de su trabajo, de la
filosofía que decían subyacía a toda su obra. Donde ellos veían el rechazo al
materialismo, la experimentación con drogas psicotrópicas, la liberación sexual
o el interés por otras religiones o culturas, la mayoría veía vandalismo,
depravación o violencia gratuita.
Los beats “emigrantes” construyeron
puentes con los miembros del Renacimiento de San Francisco, la vanguardia
poética estadounidense en aquella época. Algunos de sus miembros afirmaban que
el renacimiento no se limitaba a la poesía sino que tenía una trascendencia
filosófica, visual, muy ligada a las performances. Kenneth Rexroth,
contemporáneo de Ezra Pound y William Carlos Williams, fue uno de los primeros
en explorar las tradiciones poéticas japonesas y convirtió el jazz en una de sus
más importantes influencias. Los recién llegados tomaron muchas de sus ideas e hicieron
del contacto con el público una de las piedras angulares del movimiento.
La publicación de uno de los textos
icónicos de la generación beat, Aullido,
de Allen Ginsberg, está íntimamente ligada a la ciudad y a uno de sus lugares
más emblemáticos: la librería City Lights, abierta por el poeta anarquista Lawrence
Ferlinghetti, quien creó una editorial del mismo nombre para dar voz a los
poetas de esa generación que eran rechazados por las casas más comerciales
–convirtiéndose en una versión posterior de Sylvia Beach. Quería emular la
aventura de su amigo George Whitman en París quien había inaugurado la librería
Mistral, que más tarde se llamaría Shakespeare & Co. Ferlinghetti eligió un
enclave singular para su arriesgada apuesta, en una zona de North Beach en la
que los límites entre la pequeña Italia y el barrio chino no estaban bien
delimitados.
Aullido fue objeto de un controvertido juicio por obscenidad. El propio
Ferlinghetti y el encargado de la librería fueron arrestados por vender el
libro. Los defensores de la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense
(la tan mentada libertad de expresión) hicieron de esta causa la bandera de una
generación. El juez Clayton W. Horn autorizó su venta al considerar que el
poema poseía “una importancia social redentora”.
¿Hubiera sido otro el desenlace de Aullido si Ginsberg hubiera permanecido
en Nueva York? Tal vez. San Francisco había sido antes revolucionaria y poco
más tarde se transformó en uno de los principales focos del movimiento por los
derechos civiles, de la lucha de las feministas, de la contracultura hippie y
de la oposición a la guerra de Vietnam.
Al otro lado de la bahía, en el
pueblo de Berkeley, su universidad se convirtió en la conciencia de un país, en
la vanguardia del pensamiento político y de muchas disciplinas. Hoy en día
Berkeley conserva ese aura y su campus es un rara avis en Estados Unidos. Jack
Kerouac, tras abandonar Columbia, aprovechaba las visitas a la costa oeste para
caminar por ese insólito rincón en el que en cada calle, cada aula, cada café
se respiraba libertad y creación.
Aunque Kerouac nunca vivió de manera
permanente en San Francisco, honró a su amada North Beach en su libro Los subterráneos. La ciudad quiso
devolverle la atención poniendo su nombre a un pequeño callejón cerca de City
Lights:
Anduve muchos días por San Francisco, con Gregory Corso y otros amigos como él; en fiestas, salas de arte, cualquier lado, sesiones de jazz, cantinas, lecturas de poesía, templos; caminando y hablando de la poesía en las calles, caminando y hablando de Dios en las calles.
Parte
de la herencia de los beats fue tomada por los hippies. Neal Cassady, íntimo
amigo de Kerouac y compañero de viaje en En
la carretera, sirvió de nexo de unión entre ambos movimientos. Esa juventud
transgresora también hizo de Ginsberg uno de sus ideólogos.
Pero en los sesenta no todos los
aprendices de escritores estaban ligados a esos grupos. Algunos soñaban con fomar
parte de ellos y otros preferían ser meros espectadores de un show alejado de
la verdadera literatura. Don Carpenter, en su novela póstuma, terminada por
Jonatham Lethem, Los viernes en Enrico’s
construye un impecable vidas cruzadas con Oregón y San
Francisco como telón de fondo. En Los viernes en Enrico’s hay
manuscritos inacabados y constantemente rechazados, planes de vida incumplidos,
envidias, amores imposibles y otros que se resquebrajan a medida que se
celebran aniversarios. No hay ascensos fulgurantes ni el glamour del escritor
atormentado. El talento innato de unos se enfrenta sin descanso a la disciplina
de otros. Este retrato de un grupo de escritores que buscan su propio lugar
alejados de la sombra de los beats logra una lectura absorbente y
compulsiva.
Otro de sus célebres habitantes fue el poeta y novelista Richard
Brautigan, quien aterrizó en la ciudad poco después de terminar el colegio en
Oregón. Intentó sobrevivir ofreciendo sus poemas por la calle y años después
participó activamente en el mundo del teatro contracultural y en publicaciones
minoritarias. Su poesía estaba muy arraigada a San Francisco mientras sus
novelas parecían ancladas en la desbordante naturaleza estadounidense. Su
relato Homenaje al YMCA de San Francisco
es un breve y bello apunte sobre su relación con la ciudad y la poesía.
En 1966 Thomas Pynchon publicó La
subasta del lote 49 protagonizada por un ama de casa californiana, Oedipa
Mass, cuya vida cambia al recibir una misteriosa herencia. Esta la llevará
hasta San Francisco y Berkeley, en donde varios estudiantes de aquella época
afirmaron haber conocido a Pynchon, a quien describieron como fumador de
marihuana y guerrillero de la palabra, hermanándose a través de esos recuerdos
con el talento de uno de los mayores misterios de su literatura.
El barrio de Castro y algunos de sus ilustres vecinos, como Harvey Milk,
convirtieron San Francisco de nuevo en los años setenta en el centro de todas
las miradas mientras que las banderas del arcoíris fueron conquistando
comercios y balcones. Varios escritores homosexuales intentaron narrar ese
periodo. Armistead Maupin, todavía una gloria local, creó un grupo de
personajes capitaneados por una casera transexual que protagonizaron una serie de
libros de culto para muchos estadounidenses. Tales of the city inaugura uno de los más fieles relatos de la
historia de la ciudad californiana. No se puede planear un viaje a San
Francisco sin detenerse brevemente en la puerta del 28 de Barbary Lane.
En los años ochenta el movimiento hippie fue relevado por un grupo
totalmente antagónico, los yuppies, padres involuntarios de la generación que reina hoy en día Silicon Valley. Poco a poco estos “nuevos ricos” fueron conquistando
los rincones patricios de Fine Arts o Pacific Heights. El mejor testigo de esa
época fue Vikram Seth y su libro The Golden
Gate, considerado por el siempre crítico Gore Vidal como la mejor novela
californiana. Compuesta en verso, narra el ascenso y la caída de una de
esas parejas que rozaron el cielo con las manos.
Una década más tarde Dave Eggers, nacido en Boston, se convirtió en uno
de los escritores insignia de San Francisco. Una historia conmovedora, asombrosa y genial es el relato de su
mudanza a la costa oeste con su hermano al que tuvo que terminar de educar tras
la muerte de sus padres. San Francisco se convierte en refugio y terapia. Una
ciudad en la que ya pocos entienden de orígenes sin tacha o familias
tradicionales.
Si Eggers muestra un San Francisco redentor, William T. Vollmann, uno de
los mejores escritores contemporáneos estadounidenses, recupera su parte sucia
y canalla. El Tenderloin de Hammett es la fuente de inspiración de Vollmann. En
The Royal Family novela la
prostitución y usa sus dotes de periodista para recrear el cielo y el infierno
que hay en sus calles. Su relación íntima y sórdida con el Tenderloin continúa
en varios de los cuentos de Historias del
arcoíris.
San Francisco
y la bahía siguen siendo uno de los pilares de la literatura estadounidense. En
2012 Michael Chabon homenajeó a una de las calles californianas más célebres en
Telegraph Avenue. Caminar por ella es
sumergirse en los años sesenta; en sus rincones permanecen algunos de los que
emigraron a ese pequeño pueblo en busca de libertad y experiencias. En
Telegraph, avenida que une la universitaria Berkeley con la castigada y
peligrosa Oakland, se encuentran algunas de las mejores tiendas de discos de
California. Además de música, Chabon reflexiona sobre la paternidad y la raza y
hasta hace un cameo el entonces senador de Illinois Barack Obama.
San Francisco
es música, arte, inmigración, cine, exotismo, literatura y movimientos
sociales. San Francisco es una joya escondida, “a lady” en palabras de Norman
Mailer.
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