La forma idónea de llegar a un lugar es yendo directamente hacia él, ¡sin rodeos! Esto es una obviedad, ¿verdad? Pues para llegar hasta aquí hemos consumido todas nuestras neuronas. Aunque haciendo un último esfuerzo intelectual titánico, nos atrevemos a dudar de lo que acabamos de decir. Bueno, siendo honestos no hemos realizado ningún esfuerzo mental más allá de preguntar al GPS cómo volver a casa, y nos ha dado a elegir entre la ruta más corta, la más rápida y la más óptima.
Algo parecido parece haberle sucedido a Pablo Moíño Sánchez para llegar al mundo de la traducción, no eligió el camino más rápido o el más corto, sino otro, ni mejor ni peor, simplemente, según él, tal vez el natural. Nos asegura no saber mucho del mundo de la traducción, pero nosotros creemos que para no saber tanto como dice tiene las cosas muy claras. Y si no, juzgad vosotros mismos.
Algo parecido parece haberle sucedido a Pablo Moíño Sánchez para llegar al mundo de la traducción, no eligió el camino más rápido o el más corto, sino otro, ni mejor ni peor, simplemente, según él, tal vez el natural. Nos asegura no saber mucho del mundo de la traducción, pero nosotros creemos que para no saber tanto como dice tiene las cosas muy claras. Y si no, juzgad vosotros mismos.

R: Fue casual. Yo estudié Filología Hispánica; sabía francés, pero no tenía formación de traductor. Durante un tiempo trabajé en la Biblioteca Nacional con Mario Pedrazuela, coeditor de La uÑa RoTa: en esa época yo había leído mucho a Georges Perec y estaba investigando sobre el Oulipo y sus «plagiarios por anticipación» españoles. Mario me propuso traducir El aumento, un texto de Perec que les interesaba mucho, y a mí me gustó la idea. Traducir es también escribir, y si he tenido vocación de algo ha sido de eso; hoy trabajo escribiendo, traduciendo y corrigiendo, que supongo que son tres patas de lo mismo, así que creo que fue algo natural.
P: ¿Es difícil encontrar un hueco en el mundo de la traducción?
R: Hasta ahora he traducido muy pocos libros, pero casi todos los encargos me han llegado a través de otros editores con los que había trabajado antes. Habré escrito a setenta u ochenta editoriales para ofrecerme como traductor y corrector, y pocas veces me han contestado. Un día Donatella Iannuzzi, de Gallo Nero, buscaba un traductor para una novela de Queneau, habló con los chicos de La uÑa RoTa y ellos le dieron mi correo; después me ha pasado lo mismo con Automática o Capitán Swing. Los pequeños editores se llevan bien, se ayudan, y una buena experiencia con uno te hace más fácil acceder a los demás.
P: Has comentado antes que traducir es escribir, ¿crees que tiene más importancia la literalidad de lo que se traduce o el sentido?
R: Cada libro es diferente, pero creo que de lo que se trata es de jugar a lo mismo que el original, conseguir que algo sea tan natural o tan poco natural como en la lengua de partida. En textos con constricciones no hay duda: no puedes traducir un libro sin la e usando todas las letras. Pero vamos: sin irnos a esos extremos, para mí la fase más divertida de traducir —y, al mismo tiempo, la más complicada—, una vez resueltas las dudas de vocabulario y demás, es la de cambiar el orden de las palabras para que la traducción adquiera la misma música que el original.
P: Si tradujeses a un autor contemporáneo, ¿le consultarías a él o preferirías no contaminarte de sus opiniones?
R: Hasta ahora no he traducido a ningún autor vivo, aunque sí tengo un proyecto de una autora contemporánea que me gustaría proponer a alguna editorial. De todas formas, creo que yo preguntaría al autor lo menos posible, por si acaso. El autor puede ayudarte a resolver ciertas dudas mejor que nadie, claro, pero haber escrito el libro no le da más legitimidad para juzgar tu trabajo. O no siempre, vamos. En fin, es como todo, supongo: los habrá maniáticos, respetuosos o indiferentes, pero yo prefiero que no estén muy encima. Sí es verdad que con El aumento me habría gustado preguntarle alguna cosa a Perec, pero más que nada por cuestiones de puntuación, ciertas erratas o lo que yo consideraba que eran erratas en el original.

P: ¿Qué nos puedes contar del libro Es un oficio de hombres?
R: Pues que es un libro del Oulipo que Pablo Martín Sánchez propuso a La uÑa RoTa; a ellos les gustó y entonces Pablo me preguntó si me animaba a traducirlo con él. Así que lo hicimos a cuatro manos. Como es un libro de relatos que siguen un mismo modelo, y además son impares, lo que hicimos fue traducir por separado el primer texto, que sirve de base a todo lo demás, ponerlo en común, llegar juntos a una versión provisional y, a partir de ahí, dividirnos el resto de los relatos de forma alterna, con entregas semanales que íbamos enviando, comentando y recomentando. Lo interesante del asunto es que tuvimos que transformar varias veces ese texto inicial para que todo encajara como en francés, de manera que cada pequeña modificación en un relato implicaba revisar todos los anteriores. Aunque la constricción no es demasiado fuerte, había un montón de juegos por ahí, así que entre eso y que éramos dos no es que nos saliera muy a cuenta el trabajo, pero fue una experiencia muy divertida, trabajé muy a gusto con Pablo y creo que aprendimos mucho los dos.
P: ¿Cuál es tu texto favorito de este libro?

P: ¿Qué es un verso en una casa enana?
R: Es un libro de textos breves, ensayos y relatos, que publiqué en 2011. Durante varios años estuve escribiendo artículos para la revista Rinconete, del Centro Virtual Cervantes, sobre literatura, lengua y otros temas. Cuando ya llevaba escritos bastantes, seleccioné unos cuantos, añadí otros nuevos, le di una determinada estructura al conjunto, lo presenté a varias editoriales y al final una me dijo que le interesaba. La literatura con constricciones tiene mucho peso en el libro, ya desde el título…
P: ¿A quién te gustaría traducir, si no lo has traducido ya?
R: A mucha gente. Para empezar, me gustaría seguir traduciendo a algunos autores que ya he traducido, sobre todo a Queneau, que es una bestia, y que todavía tiene bastantes cosas inéditas en español, no me explico por qué. De Perec quedan artículos muy interesantes, y obras que echan un poco para atrás, como Les revenentes, su monovocalismo en e, que seguro que serían divertidas. Pero últimamente me interesan mucho más autores como Sciascia o Walsh, que en principio están en la otra punta (luego no es tan así, pero bueno). Hace poco traduje un ensayo político de un periodista francés de primeros del xx, y me gustaría seguir por ese camino. Aparte de eso, la propia Michèle Audin tiene alguna obra no oulipiana que me apetecería mucho, por la sobriedad y la delicadeza. O Bastard Battle, de Céline Minard, que es todo lo contrario, entre Tarantino y Rabelais, una locura. O algo de Anne F. Garréta. Y tengo muchísimas ganas de traducir poesía, si es antigua y rimada mejor, y a algún clasicazo, no sé, tipo Stendhal o Flaubert, para ver qué pasa.
P: ¿Qué opinas de los premios de traducción?
R: Pues que hay cierta tendencia a premiar libros buenos, como si fueran más difíciles de traducir, cuando yo creo que suele pasar justo al revés: los complicados son los malos. Luego hay otra cuestión, y es que los traductores más visibles son casi siempre los que también son escritores. La primera vez que fui consciente de que había alguien detrás del autor fue cuando leí los cuentos de Poe… traducidos por Cortázar. Pues hombre, no hay derecho a darle valor a un trabajo solo cuando lo ha hecho Cortázar, ¿no? El otro día un amigo me escribió entusiasmado porque estaba leyendo Las palmeras salvajes, y entonces leía a la vez a Faulkner y a Borges, un gigante traduciendo a otro gigante, y no sé qué. Pues sí, seguro que está muy bien, pero ¿a que cuando te leías a Pavese o a Calvino no le decías a nadie: «Oye, qué grande Esther Benítez»? Y digo esto por mí el primero, porque hasta que no me he puesto a traducir no me he dado cuenta de estas cosas.
P: ¿Qué tres traductores te gustan especialmente?
R: Seguro que hay un montón de traductores a los que llevo leyendo toda la vida sin saberlo, por la falta de conciencia que decía antes. Un día se te ocurre mirar los créditos (o, si el libro es moderno y además hay suerte, las cubiertas) y descubres que tienes cuatro o cinco autores de cabecera traducidos por la misma persona, un nombre que ni te sonaba. Pero bueno: si tuviera que nombrar a alguien a quien me gustaría parecerme, diría que a Alicia Martorell, y no tiene tanto que ver con los libros que haya traducido, sino con su manera de entender la profesión, dignificarla y pelear por los que vienen detrás. La conocí gracias a una beca de traducción en Arles; éramos seis aprendices y tres parejas de tutores. Los otros dos de español eran Gabriel Hormaechea y Eduardo Berti, y de ellos puedo decir lo mismo: los tres enseñaban con humildad, con alegría y sin guardarse nada, desde sitios y sensibilidades muy diferentes, además, así que en esas semanas aprendí muchísimo, de ellos, de las tres tutoras de francés y de mis otros cinco colegas.
P: ¿Cómo ves la situación actual de los traductores?
R: Mal (risas). Yo no vivo de traducir, ni siquiera diría que es mi principal fuente de ingresos; traduzco cuando me salen cosas, y si me merecen la pena. Alguna vez he trabajado con clientes franceses, y allí se paga el doble; aquí las tarifas son bastante peores, en muchos casos llevan años congeladas y en algunos grandes grupos incluso han bajado (lo que viene siendo «adecuarlas a las tarifas actuales del mercado editorial», según ellos). Yo pertenezco a una asociación de traductores y a otra de correctores: reconozco que apenas participo en las listas de correo, pero en ambas he aprendido muchas cosas sobre este asunto. Para empezar, que no se puede echar la culpa de esto a la parte más débil (aunque, obviamente, quienes ya tienen la vida resuelta y presumen de traducir por amor al arte nos lo ponen mucho más difícil a los demás: esto pasa bastante en el mundo universitario, también a otros niveles); y después, que si nos juntamos somos más fuertes. Por otro lado, está claro que se ha avanzado en otros aspectos (visibilidad, contratos tipo, etc.). Y que hay editores pequeños que te respetan, que te cuidan, que no se aprovechan, y a esos también hay que cuidarlos.
P: ¿Cuáles son tus planes futuros?
R: La verdad es que no tengo ni idea; ni siquiera sé si seguiré traduciendo mucho tiempo. El año que viene se publica la novela de Queneau que traduje en Arles, y ahora la estoy retocando. Aparte de eso, tengo un par de proyectos de traducción que quiero enviar a algún editor. Y me gustaría dedicar más tiempo a escribir, cosa que ahora veo casi imposible. Así que tampoco descarto cambiar de aires.
Tu visión del mundo de la traducción me parece muy acertada a pesar de que no tengas una experiencia dilatada. Espero que sigas traduciendo y escribiendo. He llegado aquí por varias crónicas tuyas publicadas en el Trujamán, que me han gustado y me han hecho sonreír (La dignidad). Somos de la misma asociación. Traduzco tan sólo del español al francés y corrijo francés.
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