lunes, 16 de noviembre de 2015

Los caballos de Dios, de Mahi Binebine: a lomos de una compleja realidad

Tras los terribles atentados de París los gobiernos y sus servicios de inteligencia y ejércitos se preparan para un incierto y aterrador futuro. Se alzan nuevos muros, crece la desconfianza pero también la solidaridad hacia los musulmanes que sufren las consecuencias de esos ataques.

En estos frenéticos días de imágenes e información continua surgen preguntas acerca de los orígenes de la tragedia, sobre el pasado de aquellos que con una demoniaca tranquilidad se autoinmolaron. Parece imposible creer en el mal innato y no podemos dejar de preguntarnos en qué momento perdieron el candor de un niño, en qué momento se estropearon.

¿Fueron sus propias familias las que les enseñaron a disparar, lo que era el rencor, las que les hablaron de genealogías que eran en realidad fábulas manipuladas? ¿O tal vez fue la pobreza, la soledad? Los extremistas detectan con una facilidad estremecedora a aquellos que necesitan encontrar algo o a alguien a quien aferrarse.  

Yachine, protagonista de Los caballos de Dios, lo resume, una vez muerto, en las primeras páginas de esta novela de Mahi Binebine, «Por lo demás, no me quedé mucho tiempo en la vida, porque en la vida no había gran cosa que hacer».

Mahi Binebine
Después de la cadena de atentados suicidas que se sucedieron en la noche del 16 de mayo de 2013 en Casablanca, que acabaron con la vida de 43 personas, pocos se preguntaron por el origen de los terroristas. Los medios mencionaron que eran unos jóvenes de la barriada de Sidi Moumen, el infierno en la tierra en ese rincón de Marruecos, «la confluencia natural de todas las decadencias», en palabras de Yachine.

Mahi Binebine, pintor, escultor y escritor, y, tal vez, junto a Tahar Ben Jelloun, el mayor intelectual del reino alauí, quiso saber más sobre esos chicos. Y es en ese preciso momento cuando nació Yachine.

Este crece rodeado de miseria y desesperanza y, sin poder acudir a la escuela, encuentra en sus amigos y el fútbol los únicos elementos que le conectan con la infancia. Tras el encarcelamiento de su padre, su madre, como tantas otras mujeres marroquíes, hubo de buscar el alimento de sus hijos fuera de casa. Yachine idolatra a su hermano Hamid, quien paga caprichos gracias al dinero que gana con el tráfico de hachís y quien se encarga de pervertir a los niños. Los primeros encuentros homosexuales, tan frecuentes en el país, nunca son consentidos. Se toleran, se esconden como se hace con otras tantas perversiones que creen expiar orando en las mezquitas todos los viernes.

Pero el desencanto y el fracaso se asientan con más firmeza en sus vidas a medida que cumplen años. Los trabajos precarios, la apatía, los amores no correspondidos son el caldo de cultivo perfecto para el extremismo. La llegada de Abu, un misterioso hombre que habla de Chechenia, el Corán y el paraíso revoluciona la vida de estos jóvenes. Abandonan unas adicciones para aferrarse a la promesa de la posteridad, de convertirse en mártires del yihadismo.

La juventud retratada por Binebine entronca con la infancia de Mohamed Chukri. Él encontró en la escritura y la literatura la tabla de salvación para una vida llena de abandonos y errores. A estos chicos, después de experimentar con el sexo y la droga, solo les queda la rabia y el hastío y observar el perfil de la próspera Casablanca desde las montañas de basura que es la orografía de Sidi Moumen.

Sidi Moumen

Yachine, ya muerto, recuerda: «Abu Zubeir sabía las palabras adecuadas, las palabras glotonas que se asientan en la memoria y, expandiéndose en ella, fagocitan los desperdicios acumulados.»

Binebine recrea valientemente el proceso de captación de Yachine y sus amigos. Las rutinas, las primeras dudas sobre el camino elegido, los entrenamientos. Estremece ver cómo se aferran a una disciplina, la primera con la que se han encontrado en su vida.

Pocas veces se enfrenta uno tan de cerca al horror en la literatura: «Nos lavamos y nos afeitamos el cuerpo apurando bien, preparándonos para la muerte como para una boda».

Binebine construye con gran delicadeza y acierto la voz de Yachine, borda su transición de niño a frágil adulto. Una tarea que inicialmente parece imposible al contemplar las barreras psicológicas y estilísticas. Este habla desde la muerte de Sidi Moumen, de su pasado, de ese falso paraíso que decían les esperaba. Llega a contemplar su propia tumba y la de su hermano.

La película del mismo nombre dirigida por Nabil Ayouch y galardonada, 
entre otros, con la Espiga de Oro de la Seminci en 2012.

Leer Los caballos de Dios es caminar por cualquier barriada marroquí, es ahogarse con su aire irrespirable, taparse los ojos para no ver a niños que trabajan por dos dírhams o que se prostituyen. Leerlo es ampliar la reflexión, profundizar en el debate. Una novela imprescindible no solo de la literatura árabe.
«Te quiero infinitamente, pero me voy, amor mío, porque no tengo elección. ¿Hasta cuándo se puede soportar la humillación de haber nacido en Sidi Moumen? No hay vuelta de hoja, voy a morir. Te vengaré de quienes saquearon tu infancia y enviscaron tus sueños en el barro. Les haré pagar a tocateja los años de esclavitud que nos impusieron. Padecerán igual que padecimos nosotros. A todos esos colaboracionistas que se portan como avestruces les alzaré la cabeza y los degollaré como a corderos. Que sus hijos lloren igual que lloramos nosotros».

Título: Los caballos de Dios
Autor: Mahi Binebine
Traducción: María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego
Editorial: Alfaguara
Páginas: 160
Precio: 17 eur (rústica); 9 eur: ebook)

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