viernes, 20 de noviembre de 2015

Autores a los que deberíamos redescubrir: Ernesto Giménez Caballero

Ernesto Giménez Caballero (1899-1988) quien, según la Wikipedia, fue intelectual y diplomático, vanguardista e introductor del fascismo en España es uno de esos autores a los que deberíamos redescubrir. Es esa última característica, ser el introductor del fascismo en España, la que hace que muchos no se atrevan a publicarlo hoy día por esa irracional convicción que hay en España de que solo los escritores de izquierdas pueden ser buenos (lógica que nos debería llevar a echar a la hoguera todo Cèline, todo Pound, todo Malaparte y, por supuesto, todo el arte futurista que hoy se exhibe en los museos y, ya que nos ponemos, quizá deberíamos vivir sin tener en cuenta las teorías científicas de Planck y Heissenberg). Por cierto, que antes de introducir el fascismo fundó las Juventudes Socialistas y terminó sus días sintiéndose muy cercano al anarcosindicalismo. Todo un personaje.


  
Giménez Caballero comenzó defendiendo unas ideas muy próximas al Partido Comunista pero después estas fueron virando hacia el fascismo. Conoció y elogió a autores como Ortega, Gerardo Diego, Apollinaire y Cocteau, y se codeó también con Lorca o Dalí. Se vio muy influido por los futuristas, especialmente por Marinetti, y después por el surrealismo. Una de sus obras más conocidas es Notas marruecas de un soldado, publicada en 1923, donde contó su experiencia durante la guerra de África. Sus críticas al ejército le valieron un proceso por sedición que solo se detuvo tras el golpe de Primo de Rivera. 

Pero por lo que queríamos recuperar a Giménez Caballero es por ser uno de los pioneros en la introducción de las vanguardias en España. Su libro Yo, inspector de alcantarillas, publicado en 1928, es posiblemente el primer texto surrealista publicado en España. En él se aprecian todos los elementos del surrealismo nacido en Francia, que se prolongaría en otras obras como Los toros, las castañuelas y la virgen o Julepe de menta. 

Este es un breve fragmento de Yo, inspector de alcantarillas donde se aprecia a la perfección la carga surrealista del texto:    

«Nos tocamos con roces de caucho, sin detenernos unos en otros, para un hurra esmerilado y la constatación de portar en la frente nuestras chapas patentadas de inspectores. 
Recto en su radio, hasta el límite, cada cual. 
Llegué yo, tras fatigoso braceo, a un cilindro negro que daba fuera del mar sobre una luz color de lodo, cielo sin pájaros y sin nubes donde las formas estaban proscriptas y solo se transparentaban irrealidades en fluencia de canal. 
Era el reino de los epiplasmas».

Giménez Caballero fue enviado por Franco como embajador a Latinoamérica, pues siempre fue un personaje incómodo, y allí dejó de publicar, hasta que en 1979, ya de vuelta en España publicó Memorias de un dictador, que lo devolvió a la primera plana y llevó a que algo después se volvieran a publicar algunas de sus obras de los años 20.

Solo por esa visión para saber dónde se encontraba la vanguardia y anticiparse a ella, ya merece la pena que redescubramos a Giménez Caballero.

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