Te dice desde el otro lado de la conversación: «Es que esa es en blanco
y negro y yo detesto (lo dice con cara de asco, con una repugnancia rozando lo
enfermizo), repito, DETESTO las películas en blanco y negro». Y ya
no hay más que hablar porque no hay futuro en esa relación de posible amor, de
posible amistad o de posible borrachera, no es posible mirar cara a cara a
alguien y saber que no le gustan las películas en blanco y negro. Porque
entonces no le gusta Bogart, ni Montgomey Clift, ni Elizabeth Taylor en sus
buenos años, ni Barbara Stanwyck bajando las escaleras con su pulsera en el
tobillo en Perdición, ni Paul Newman en El buscavidas ni Brando en Un tranvía
llamado deseo… y eso es intolerable, una afrenta. Y además, piensas para tus
adentros, tampoco le gustará Zeroville.
Esta novela de Steve Erickson ofrece un planteamiento sencillo en
apariencia pero que se complica a medida que avanza la trama. Vikar, el
protagonista, un tipo recién excomulgado salido de la escuela de Arquitectura,
traumatizado por la educación calvinista recibida de su padre, se marcha a Hollywood con
la cabeza rapada y Elisabeth Taylor y Mongomery Clift tatuados en ella. Allí
trabajará con los grandes de la época, Preminger o Minelli, pero ha llegado en
un momento, los años 70, en los que la industria cinematográfica comienza a
cambiar y los que dirigen el negocio venden películas como pueden vender
cepillos de dientes, Biblias o petróleo. Pero ojo, que Vikar no es ningún angelito: sus ataques de furia le traerán más de un problema, pero esa furia se verá compensada por momentos de inocencia casi infantil.
Vikar decide que lo que le gusta es editar películas y es entonces cuando comienza
de veras la novela y todo se precipita. Por el camino, secundarios de lujo.
Vikingo, que es un trasunto de John Millius, el gran guionista de, por ejemplo,
Apocalypse Now, Dotty, una editora de
renombre que vivió los años dorados del cine y participó en el rodaje de Un lugar en el sol, película a la que
pertenece la escena que Vikar lleva tatuada en la cabeza, Soledad y su hija, de
las que no diremos nada, un ladrón que aparece dos veces y deseamos que
aparezca más… En resumen, unos personajes muy bien construidos y una búsqueda
de Vikar de lo que parece ser el secreto del cine y también de su secreto
personal, o quizá de un sueño, quién sabe.
Si uno es cinéfilo, la novela le va a entusiasmar. Escrita por un crítico
de cine que además controla los tempos de la novela a la perfección, disecciona
el cine de los 40 y 50, y después el de los 70 y 80 como pocos pueden hacerlo
en una novela. Unas veces lo hace de forma explícita, sobre todo en la gran
descripción técnica del uso del primer plano con la que Dotty instruye a Vikar
sobre la escena del beso de Elizabeth Taylor y Montgomery Clift en Un lugar en el sol, luego con la conversación de Vikar y el ladrón en su casa acerca del cine en general, y
después con la de Vikingo y la hija de Soledad acerca de Río Rojo. Una maravilla. Tanto que por momentos le apetece a uno
dejar el libro a un lado y ponerse a revisar esas películas que se citan sin
cesar. Y es que las menciones veladas a películas
son numerosísimas. No hace falta mencionar Taxi
Driver, pero además aparecen algunas de las grandes películas de los años
70, esa época de películas oscuras, muchas obsesionadas con la guerra –la de Vietnam– e
infectadas con los estragos de la droga, la prostitución, la mafia…
Lo más interesante de la novela, lo que la hace diferente, es el
planteamiento formal, pues a medida que avanza apreciamos que estructura,
estilo y trama se imbrican muy acertadamente. La estructura de la novela, compuesta a
partir de capítulos por lo general de muy reducida extensión, hacen pensar en
breves escenas, cada una un único plano de una película. No se nos debe escapar
que Vikar se encarga del montaje de películas, por lo que esta estructura debe
ser así y no de otro modo. Vikar detesta la continuidad y, aunque la novela sí
que sigue un hilo argumental continuo, hay en lo que narra un intento por
abarcar la simultaneidad y, al mismo tiempo, la diversidad de voces y épocas, y todo ello empleando como vehículo el cine que, sin duda, ha sido el gran espejo de la
sociedad estadounidense, sobre todo desde los años 40 hasta los 80.
Se compara
a Erickson con Pynchon y, es cierto, comparten tics: personajes que no parecen
de este mundo pero que, al mismo tiempo, muestran lo peor de este mundo, un humor
que forma parte del corazón de la novela, y una forma de mostrar la historia
desde el absurdo que nos lleva a comprender mejor la realidad. Sin embargo, los
separa el hecho de que en cierto sentido Erickson, a pesar de la ambición, de
las drogas y de los caracteres extremos de sus personajes consigue que estos
reconozcan la belleza cuando la tienen ante ellos, aunque esta solo sea un
espejismo.
Podríamos destripar algo más la trama y hablar del relato de Borges de la
mariposa y el emperador que se soñaban, que tiene mucho que ver con el
significado del libro, pero eso nos podría llevar unos cuantos párrafos más que
muchos no estáis dispuestos a leer y además os desvelaríamos la trama principal. Por tanto, dejaremos ese suspense en el
aire y, como dice uno de los grandes personajes de la novela, haremos que esto
juegue a nuestro favor.
Autor: Steve Erickson
Traducción: José Luis Amores
Editorial: Pálido fuego
Páginas: 332
Precio: 22,90 eur (rústica)
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