Eduardo Halfon es un escritor que se ha colado en los últimos años entre aquellos lectores a los que les gusta la buena literatura, esa que aúna el buen uso de la lengua con la narración de verdades –subjetivas en principio, universales después–. Halfon se encuentra inmerso en la escritura de una red de libros que conversan unos con otros acerca de la identidad, de los orígenes y que muestran una vida que parece suya y que tal vez no lo sea pero que aun así nos atrapa y no nos deja soltarla hasta que exprimimos hasta la última sílaba de sus libros.
El autor guatemalteco estuvo por Madrid presentando su último libro de relatos, Signor Hoffman, que ya reseñamos por aquí, y con él charlamos sobre el libro, sobre algunas de sus obras anteriores y sobre su concepción de la literatura. Pocas veces tenemos ocasión de estar ante gente a la que admiramos, y este fue uno de esos extraordinarios momentos, por lo que le agradecemos la disponibilidad y la cercanía. Y también a los chicos de la librería Tipos Infames, que nos cedieron un espacio para poder entrevistar a Eduardo.
El autor guatemalteco estuvo por Madrid presentando su último libro de relatos, Signor Hoffman, que ya reseñamos por aquí, y con él charlamos sobre el libro, sobre algunas de sus obras anteriores y sobre su concepción de la literatura. Pocas veces tenemos ocasión de estar ante gente a la que admiramos, y este fue uno de esos extraordinarios momentos, por lo que le agradecemos la disponibilidad y la cercanía. Y también a los chicos de la librería Tipos Infames, que nos cedieron un espacio para poder entrevistar a Eduardo.
P: Comenzamos con las máscaras. Hoffman es una máscara de Halfon, que a su vez, en tus libros, es una máscara de ti mismo. ¿Cómo surge esa idea de las máscaras?

P: En Signor Hoffman no nos parece captar tanto humor como en libros previos, o al menos no de un modo tan explícito. ¿Se debe a algo premeditado o te lo fueron pidiendo los relatos a medida que los escribías?
R: El humor o el erotismo no son elementos que yo me plantee de antemano, sino que los relatos los van precisando a medida que se escriben. Por otro lado, creo que mi humor siempre ha sido pincelado y lo empleo a menudo como si fuese una válvula de escape, en los momentos más solemnes del relato.
P: Vayamos a tu obra anterior, Monasterio. ¿Cómo surge la idea para esa obra?
R: Escribí la escena de llegada porque la tenía muy clara, esa sensación de estar en un sitio donde no quieres estar, el calor agobiante, tanto externo como interno. Pero después no sabía cómo continuar. Paré y guardé esa primera escena cinco o seis años y no volví a ella hasta que hice un viaje a Puerto Rico, para participar en un festival. Allí estaba Marcelo Birmajer, un escritor argentino muy sionista, o al menos más sionista que yo, y estuvo riñéndome todo el fin de semana. Me decía que había leído mis posturas, que yo decía que no era judío, que criticaba mucho a Israel, y así, durante todo el fin de semana. Ya el último día, en una discoteca, volvió con el tema y yo le dije que mejor saliéramos a caminar un poco por el viejo San Juan. Birmajer de pronto me propuso escribir una obra de teatro a cuatro manos, que tratase sobre dos judíos que fueran como nosotros, es decir, un sionista y un no sionista, argumentando, peleándose un poco. Que comenzara yo, me propuso, y que él continuaría a partir de lo que yo hubiese escrito. En cuanto llegué a casa me puse a escribir una escena de teatro —la escena del avión con los terroristas de Monasterio—, y vi que aquello ya me conducía por un camino distinto. Así es que le escribí a Birmajer y le dije que eso me lo quedaba yo, que era más bien una escena de la novela que quería escribir.
P: Hablemos ahora de uno de tus primeros libros publicados, El ángel literario, en el que hablas, además de sobre otras cosas, acerca del momento en el que los escritores deciden que van a ser escritores. ¿Cuándo sentiste que te llegó a ti ese momento?
R: Escribí ese segundo libro como reacción al primero que publiqué. Mi entrada en la literatura, ese primer libro, había sido tan vertiginosa que apenas me di cuenta de lo que había hecho. Yo venía de no leer siquiera, hasta los tres o cuatro años anteriores a la publicación de ese libro. Y es que mi entrada en la literatura, primero como lector y más tarde como escritor, fue un hecho accidental, de tropezones, y quería entonces entender cómo había llegado yo hasta allí. Entonces surge El ángel literario, donde comienzo a buscar en otros escritores sus momentos de origen, a escribir cuentos biográficos sobre ellos, sobre sus momentos fundacionales como escritores. Carver en una lavandería de Iowa City. Hemmingway en París. Nabokov en un parque de Rusia escribiendo sus primeros versos. Etcétera. Mi idea era escribir una obra compuesta de cuentos sobre escritores y de sus momentos fundacionales. Pero al mismo tiempo llevaba un diario de posibles cuentos y de anécdotas personales de mi propio momento fundacional. Un amigo guatemalteco me sugirió mezclar ambas cosas, de forma que armé un híbrido, en el que hay cuentos intercalados por un diario de cómo escribo esos cuentos.
P: A medida que leíamos ese libro nos venía a la memoria, no podía ser de otro modo, Vila-Matas y su Bartleby y compañía, del que El ángel literario sería el reverso…
R: Tanto es así que en el propio libro incluí un carteo con Vila-Matas. Sin embargo, en mi literatura Vila-Matas no ha influido más allá de ese libro, el cual me parece de los mejores que él que ha escrito. Pero hay algunas diferencias que fijé desde el inicio. Por ejemplo, en Bartleby y compañía el narrador apenas aparece una o dos veces, y yo quise desmarcarme de eso y asegurarme de que el narrador estuviese mucho más presente en El ángel literario. De hecho, es en este libro cuando ya se presenta a Halfon, el personaje, el fumador, y comienza su andadura por el resto de mis libros.
P: ¿Cómo ha sido la acogida de El ángel literario?
R: Con el tiempo me he dado cuenta de que ese libro es del que más me hablan los escritores jóvenes, los escritores neófitos, los que están empezando su camino o que quieren empezar su camino hacia las letras. Quizá porque se trata de ese momento en el que se descubre la literatura, y este libro es una invitación a descubrirla y a indagar en ese momento.
P: Hemos hablado de Vila-Matas en cuanto al contenido de El ángel literario, pero en tu estilo se dejan ver algunas similitudes con Bolaño, especialmente en lo que tiene que ver con la prosa limpia y depurada. ¿Se trata de una afinidad declarada, es algo inconsciente provocado por su lectura o se trata de una casualidad sin otra razón?
R: Es posible que comenzase siendo una influencia inconsciente, y después se haya incorporado de forma más consciente a esa caja de herramientas que utilizo para escribir. Fui muy lector de Bolaño. Pero no he vuelto a leerlo desde hace mucho tiempo. Cuando yo comencé a leer en serio, allá por el año 2000 o 2001, eran sus años, cuando se hablaba mucho de él. Para mi generación de latinoamericanos su literatura fue muy importante. Yo veía el Boom muy lejano a mi realidad. La idea de una Latinoamérica sucia y violenta y a la vez cosmopolita, que era lo que nosotros percibíamos como más próximo, no se apreciaba en el Boom. Fue Bolaño quien me la mostró así.
P: Tú, que eres ingeniero, es decir, una persona con formación de ciencias, ¿qué inconvenientes y que ventajas le has encontrado al hecho de tener esa formación a la hora de enfrentarte a la escritura?
R: La gran dificultad en el cuento –sobre todo en el cuento, aunque en toda la literatura en general– consiste en comprender que tú no tienes el control de la narrativa. En Monasterio, por ejemplo, yo pensaba inicialmente que todo enfocaba hacia la boda. Pero después llega la historia y te dice qué quiere hacer, hacia dónde quiere caminar, y entonces debes dejar la rienda suelta y que sea la historia la que te conduzca. Eso es lo mas complicado para alguien como yo, tan ingeniero, al que le gusta programar las cosas y calcularlas con antelación. Pero hay un segundo momento, ya al final, que sí tiene mucha ingeniería: lingüística, estructural, léxica. Esa ingeniería tiene que ver con afianzar cada relato, y con componer el libro una vez que sé qué relatos formarán parte de él. Debo decidir entonces cómo presentar ese libro al lector, cómo tender puentes entre los relatos. Por ejemplo, en Signor Hoffman, aparece el anillo que mi abuelo compró en Harlem, y el siguiente relato transcurre en Harlem.
P: Por tanto, ¿consideras la revisión como un paso esencial en la escritura?
R: Por supuesto. Reviso todos los días lo que he escrito anteriormente. Incluso sigo corrigiendo aquello que está ya publicado, de una forma casi neurótica. Anoto todas las correcciones y las guardo para una futura reedición. Quizás lo que quiero conseguir con tanta revisión es que el texto parezca fácil durante la lectura, que su lectura sea fluida y natural.
P: Hablas mucho de tu abuelo polaco en los relatos pero está el abuelo libanés. ¿Cuándo va a aparecer en los relatos?
R: Mi abuelo libanés murió antes de que yo empezara a escribir y por tanto no tuve acceso a su testimonio. Pero cada vez me tienta más. Ya me he acercado a su historia, en El ángel literario y también en Monasterio, pero no tengo acceso a él ni a su país de origen, Líbano, donde tendría que ir disfrazado, por ejemplo, de católico español (risas). Como anécdota te puedo contar que fui invitado a un congreso literario en Japón, el año pasado, donde yo figuraba entre los participantes como escritor libanés. Es decir, en ese caso usé mi disfraz árabe, uno que aún no había sacado del armario.
P: A propósito de tu origen, tu literatura es de algún modo una literatura de viajes o que parte del viaje. En el relato «Bambú» de Signor Hoffman escribes que no te sientes guatemalteco y que miras Guatemala desde fuera. En muchos de tus libros está presente esa sensación de no pertenencia o de búsqueda de la identidad. ¿Qué te sientes entonces?
R: No me siento nada. No es por decisión voluntaria, no es que no quiera pertenecer a un país. De hecho, eso me gustaría. Cuando llego a una ciudad nueva, como Tokio, Barcelona o Nueva York, lo hago siempre con la esperanza de que esa sea por fin la ciudad donde voy a quedarme, echar raíces, colgar una hamaca. Pero no ha sucedido. Tal vez en parte porque he recibido una educación de nómada, de diáspora permanente, y entonces el mundo entero se vuelve mi ciudad. Cualquier ciudad es mi ciudad.
R: Aparecen en mis relatos, en mis libros, pero es cierto que con menor frecuencia que mis abuelos. Lo mismo ocurre con mi padre, que aparece más que mi madre, algo que ella, claro está, agradece. Tiembla de miedo cada vez que sale un nuevo libro y lo hojea rápidamente para ver si aparece ella o no (risas). En cierto modo, creo que esto tiene un sentido psicoanalítico, más allá de mi comprensión. Pero sí noto que las mujeres de mis libros suelen ser mujeres muy fuertes: Tamara, Lía, Shasta, Madame Maroszek. Es casi la misma mujer que se va repitiendo en diferentes manifestaciones. Son todas muy decididas, muy independientes. Son todas una especie de guía: llevan al hombre hacia donde él necesita llegar, pues él es demasiado indeciso o tímido o cobarde para llegar solo.
P: Nos interesa mucho la relación entre los autores con sus editores. ¿Qué puedes decirnos de tu relación con los editores de tus libros?
R: Mi caso es muy particular porque estoy inmerso en un proyecto literario. Por tanto, el editor inglés, alemán o japonés debe ser consciente de que no está publicando un libro breve, sino un proyecto literario, y que nuestra relación debe establecerse a largo plazo. Esa relación con mi editor se vuelve entonces similar a la de un matrimonio. Somos socios. Somos pareja, y con hijos. Entonces, escoger a ese editor es muy importante. En algunos casos me he precipitado en la decisión, el matrimonio ha resultado fallido, y después de publicar un libro la relación se ha roto. Sin embargo, en otros países mis editores lo han entendido a la perfección desde el inicio, como en Alemania, en Francia o en Estados Unidos, donde los libros están funcionando muy bien.
P: Una pregunta que nos surge a partir de este proyecto literario es, ¿cuándo decides que tienes un nuevo libro entre manos, es decir, cuándo te dices, este es otro ladrillo con el que voy a seguir construyendo el proyecto?
R: Es una decisión intuitiva, no racional. Es como cuando sabes que un cuento está terminado. Los cuentos de Signor Hoffman, por ejemplo, los llevo escribiendo desde hace cinco años. «Bambú», que fue el primero, lo escribí en 2010. Y en un momento dado, el año pasado, me di cuenta de que los seis relatos que forman Signor Hoffman se hablaban entre ellos, se relacionaban y formaban un grupo que después tendría que trabajar para establecer mejor esa interacción. En ese sentido, su estructura es muy parecida a la de El boxeador polaco, porque está formado a partir de episodios en la vida de un narrador. Monasterio y La pirueta tienden más a la novela, o a ser leídas como novelas, aunque para mí también son colecciones de relatos o episodios en la vida de ese mismo narrador.
R: La mejor respuesta es la que me viene primero a la cabeza, y ese es Raymond Carver. Aunque pienso que no nos llevaríamos bien.
P: En cuanto a cuentistas mujeres estadounidenses, ¿cuáles te gustan más o a cuáles recomendarías?
R: Te puedo decir las que incluyo en el curso que imparto ahora mismo en Nueva York. No todas son estadounidenses pero todas son magníficas. Como Katherine Mansfield, Joyce Carol Oates, Dorothy Parker, Alice Munro, y una de las últimas que he leído, y que me parece extraordinaria, es la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie.
P: ¿Qué podemos esperar de Halfon en el futuro?
R: También estoy esperando a que él me diga qué quiere hacer, a dónde quiere viajar. Estoy a su servicio. Supongo que serán cuentos, eso sí. Ahora se publicará en Letras Libres un nuevo relato que sucede en Bruselas, y el cual pensé incluir en Signor Hoffman, pero al final se quedó fuera.
P: ¿Le has puesto fecha de caducidad al proyecto literario en el que estás embarcado?
R: El final llegará cuando uno de los dos se muera, o él o yo. Por lo que no te extrañe que, si se me pone muy tonto, lo mate. Un cáncer fulminante o un accidente de carro. Antes de que él me mate a mí.
Dibujo de Eduardo Halfon por Laura Moreno.
Dibujo de Eduardo Halfon por Laura Moreno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario