A nadie le es ajena la sensación de orfandad que se siente cuando uno termina de ver el último capítulo de una temporada de esa serie que te tiene comido el seso y te encuentras con que tendrás que esperar nada menos que, como mínimo, seis meses para poder sentarte de nuevo delante de la pantalla y engullir los nuevos capítulos. Mientras tanto te contentas con ver los capítulos antiguos una y otra vez y odiar un poco a los guionistas de la serie. Pues bien, algo similar ocurre con el maldito Eduardo Halfon.
Supe de Eduardo Halfon al leer Monasterio, al que siguieron, casi de corrido El boxeador polaco y La pirueta, y después decidí parar y no leer ningún libro más del maldito Halfon, sobre todo porque el tipo escribe condenadamente bien y siempre es aconsejable guardarse unos libros que uno sabe que le van a gustar sin remedio como reserva para una de esas infaustas series de libros que de vez en cuando se suceden en tu lista de lecturas y comienzas a creer que ya no hay buena literatura. El condenado Halfon viene bien en esos casos, es el clavo ardiendo.
Para quien no sepa nada sobre Eduardo Halfon, diremos que está tejiendo una urdimbre literaria que se expande con cada nuevo libro que escribe. Esa urdimbre es su vida, o un remedo de su vida más bien, pues los límites entre vida y literatura nunca son precisos. Y ahora, la expande con su última obra, Signor Hoffman.
Pero es Halfon, el personaje literario –el señor Hoffman en esta obra–, y no el autor, el que, como lectores, nos interesa. Nos es igual si el Halfon escritor ha tenido alguna vez un abrigo rosa, si conoció a un pianista clásico que siempre quiso tocar con los gitanos, si tuvo un abuelo polaco, si es guatemalteco. Sin embargo, anhelamos –de ahí el odio soterrado de esta reseña– que aparezca un nuevo libro del Halfon escritor para saber de dónde diablos salió el abrigo rosa, cómo era el gueto donde vivió el abuelo de Halfon-Hoffman, o saber si aquel anillo era el de su abuelo o si la mujer que lo acompañó a la casa de Harlem había de verdad perdido a un hijo. Ese es el Halfon que nos interesa, al que conocemos un poco más con cada libro y que está construyendo una obra a partir de relatos que comienzan avanzando para, unos metros después, entrecruzarse con otros, retroceder y ocupar el espacio con cruces, requiebros y autopistas interestatales. Solo el barrio de los escritores del portugués Gonçalo Tavares –que, sin embargo, no nace desde la autobiografía (o no, al menos de un modo tan explícito)– es hoy comparable a esta obra que está creando Halfon, aunque, como decimos, desde coordenadas creativas diferentes.
Signor Hofman consta de seis relatos. De ellos me quedo con el primero, de título homónimo al del volumen, pues supone la declaración de intenciones del libro, el establecimiento de la máscara del escritor que se convierte en texto y que, sin embargo, deviene en paradoja, pues esa máscara desnuda más que oculta. Son también muy interesantes «Arena blanca, piedra negra», por esa capacidad poco común del autor para conducirnos por un camino aparentemente intrascendente hasta un final donde nos estalla delante de los ojos eso que había estado escondido tras el texto, en este caso, un anillo que es mucho más que un aro con una piedra, es un símbolo familiar, y un símbolo judío y un símbolo del sufrimiento, y también de la victoria. Ocurre algo similar en «Han vuelto las aves», donde nos encontramos con el personaje más interesante de los que pasan por los relatos, don Juan Martínez, un cafetero guatemalteco. El relato «Oh gueto mi amor» se convierte en esa búsqueda de su abuelo pospuesta en los relatos de obras previas, una búsqueda de su abuelo, que es lo mismo que decir una búsqueda de sus propios orígenes, de sus orígenes judíos y de su espíritu nómada.
Hay varios aciertos a destacar en Signor Hoffman. El principal –que es una virtud del conjunto de la obra de Halfon– es su contención. Podría aprovechar los relatos, sus temas, para ensalzar la sensiblería en el lector, y no lo hace, se mantiene fiel a su estilo, sin alharacas, contando únicamente lo que quiere contar. En ese sentido, su control sobre lo que cuenta es absoluto, los relatos no se le escapan de las manos. Por otro lado, en los relatos se cuelan personajes o ideas de otros relatos, incluso dentro de la misma obra, y eso es un regalo para el lector atento, una llamada a su inteligencia que, no lo vamos a negar, da cierto gustito, como la recuperación de personajes u objetos que aparecen en otras obras (el abrigo rosa, el abuelo polaco, el Saab que le presta su amigo...) y los lugares, siempre en todas partes y, al mismo tiempo, siempre en el mismo porque los viajes no son sino una reflexión continua sobre sí mismo pero poniendo al mismo tiempo ante nosotros realidades que podrían parecer ajenas a la narración. Todo eso es ya marca de la casa.
Me queda, sin embargo, una sensación de lectura algo menos satisfactoria que con Monasterio, aunque no podría explicar muy bien por qué (quizá los temas de los relatos, que no dan respiro, en este caso). Pero cualquier obra de Halfon es siempre recomendable, pues el nivel de su escritura es mayúsculo. Controla los tempos de la narración como pocos y se vale de unas repeticiones muy eficaces, que definen la cadencia de su prosa, así como de un léxico muy cuidado, salpicado de expresiones latinoamericanas, pero sin excesos, lo que contribuye a que el tono de sus obras sea amable, incluso cuando los hechos que narra son devastadores.
Su obra sigue creciendo y, con ella, los lectores del maldito Halfon, que ahora nos tendrá otros meses (puede que, no quiero ni pensarlo, años) hasta que nos regale su próximo libro. Los fieles tendremos que releer sus obras anteriores y mancillar la virginidad de alguna otra que aún guardamos intacta en el cajón esperando el momento adecuado para darnos un buen homenaje.
Su obra sigue creciendo y, con ella, los lectores del maldito Halfon, que ahora nos tendrá otros meses (puede que, no quiero ni pensarlo, años) hasta que nos regale su próximo libro. Los fieles tendremos que releer sus obras anteriores y mancillar la virginidad de alguna otra que aún guardamos intacta en el cajón esperando el momento adecuado para darnos un buen homenaje.
Autor: Eduardo Halfon
Editorial: Libros del Asteroide
Páginas: 152
Precio: 13,25 eur (rústica)
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