miércoles, 23 de septiembre de 2015

Libros breves que te zampas como un kit kat

Sabemos que hay gente para la que leer es un suplicio, cada página que leen se convierte en su particular Ulises. También sabemos que muchas veces, los que leemos habitualmente, nos embarcamos en una lectura extensa y a veces nos apetece intercalar un libro breve para dejar reposar la otra lectura porque no queremos vernos inmersos en otro libraco. Son nuestro particular kit kat. 

Para estas dos tipos de personas –y para todas las demás, qué diablos– hemos creado un decálogo de libros de menos de cien páginas que esperamos sean de vuestro interés.


El niño perdido, de Thomas Wolfe. Traducción de Juan Sebastián Cárdenas (Periférica). Una obra de difícil clasificación en lo que al género se refiere, compuesta a partir de los testimonios de cuatro personas que conocieron al hermano fallecido del autor cuando tan solo era un niño. Una prosa poética sencilla que envuelve al lector y lo transporta a los paisajes rurales de los EE UU de inicios del siglo XX. Una delicia.

Bartleby, el escribiente, de Herman Melville. Traducción de Arturo Agüero Herranz. Ilustraciones de Stéphane Poulin (Alianza). Una de las nouvelles por antonomasia, la procrastinación como una de las bellas artes. Bartleby, un tipo gris que siempre prefiere no hacer lo que se le pide, que vive en la nada y prefiere pasar inadvertido, pasar la vida como una breve y apenas perceptible ráfaga de viento. Una genialidad de Melville.   

El perseguidor, de Julio Cortázar. Ilustraciones de José Muñoz (Libros del zorro rojo). Un relato largo de Cortázar que es uno de sus mejores textos. Se basa en la figura del saxofonista Charlie Parker y el relato destaca por el estilo, que sería el germen de lo que después Cortázar desarrollaría plenamente en Rayuela. Es un relato para leer en voz alta y detectar el ritmo, la musicalidad de su prosa que corre al ritmo del jazz.

¿Qué pequeño ciclomotor cromado en el fondo del patio?, de Georges Perec. Traducción de Marisol Arbués y Hermes Salceda (Alpha Decay). Un texto poco conocido de Perec que da cuenta de su capacidad para emplear recursos literarios sin fin. La historia es lo de menos. Se trata casi de un manual para escritores primerizos, una muestra de la capacidad del lenguaje para expresar matices a partir de unos pocos elementos que se combinan y se alternan de formas diferentes. Una obra menor de Perec que, siendo de Perec, siempre es obra mayor.

Una humilde propuesta, de Jonathan Swift. Traducción de María José Chuliá. Ilustraciones de Raquel Marín (Nórdica Libros). Swift es conocido sobre todo por ser el autor de Los viajes de Gulliver, pero este texto, que cuenta con el subtítulo Para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público, está cargado de una ironía, que pocas veces, como lector, he vuelto a encontrar desde su lectura.

La leyenda del Santo Bebedor, de Joseph Roth. Traducción de Michael Faber-Kaiser. Ilustraciones de Pablo Auladell (Libros del Zorro Rojo). Considerado el testamento narrativo de Joseph Roth, narra la historia de un clochard, Andreas Kartaken, en la que se entremezclan el azar, el honor, santa Teresita de Lisieux y el alcohol, no sabemos si es una mala o buena combinación, pero sí peculiar.

La analfabeta, de Agota Kristof. Traducción de Josep María Nadal Suau (Alpha Decay). Es cierto que la obra por excelencia de Kristof es El gran cuaderno, el que si no habéis leído os aconsejamos, porque no podemos obligaros, a que lo leáis; pero cualquier cosa de Agota Kristof es recomendable que sea leído. A través de once relatos Kristof nos narra algunos pasajes de su vida: cómo la lectura en su infancia se convirtió casi en una enfermedad, qué le produjo la muerte de Stalin, la huida de su país a través de la frontera con un bebé de cuatro meses, su trabajo en una fábrica de relojes en Suiza. Este libro se convierte así en una especie de biografía de la autora húngara.

El papel pintado amarillo, de Charlotte Perkins Gilman. Traducción de María José Chuliá (Contraseña). En apenas dos días Perkins Gilman escribió este brevísimo texto sobre la caída en la locura de una mujer a la que su médico había prescrito un reposo absoluto mental y físico. En pleno siglo XIX El papel pintado amarillo fue un libro rompedor que se atrevió a hablar de la complejidad de la mente femenina reivindicando al fin el protagonismo de la mujer en una sociedad pacata e inmovilista. Perkins Gilman encabezó junto a autoras como Kate Chopin una revolución psicológica y literaria en Estados Unidos. 

La virtud de Checchina, de Matilde Serao. Traducción de Pepa Linares (Ardicia). A Effi Briest, Ana Ozores, Anna Karénina o Emma Bovary, las grandes adulteras de la literatura, hay que sumar a esta gris ama de casa romana que afronta la posibilidad de una aventura amorosa como la única escapatoria de un hogar en el que languidece permanentemente vigilada por un marido avaro y una piadosa criada. Serao crea con un estilo sobrio una atmósfera opresora y una protagonista con la que no se puede evitar empatizar. El lector impulsa a Checchina hasta el pecado final. 

Hace cuarenta años, de Maria van Rysselberghe. Traducción de Regina López Muñoz (Errata Naturae). Este pequeño libro homenajea los recuerdos y las historia de amor que no por no haberse consumado han de ser desgraciadas. La melancolía del paisaje y las referencias literarias lo impregnan de una belleza clásica y a ratos cinematográfica. 

1 comentario:

  1. Buena relación de títulos. La Metamorfosis de Kafka o El extranjero de Camus estarían también entre esos libros que se leen como mucho en un par de horas.
    Un saludo.

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