En
nuestra experiencia nos encontramos con libros memorables, obras que sabemos
que recordaremos siempre. Entre
los libros que sé que voy a recordar está esta obra de teatro del
escritor canadiense de padres libaneses Wajdi Mouawad. Y es que en realidad,
no es por tirarme flores, pero lo he hecho bien. Muy bien, de hecho. Sabía de
la existencia de Mouawad y de su obra Incendios
antes de leer su novela Ánima,
publicada por Destino hace cosa de dos años. Mi reticencia a hacerme con Incendios estaba en el precio, algo de
lo que hablaremos después. Pero leí Ánima
y descubrí a un escritor con una capacidad extraordinaria para narrar el mal,
para transformarlo en palabras. También estaba allí ese recurso de utilizar
animales como narradores que funcionaba con eficacia, aunque en ocasiones no lo
manejaba del todo bien, y la novela tenía un problema de estructura, dos partes
claramente diferenciadas ligadas por un nexo demasiado lábil. Y aun así la
novela dejaba un muy bien sabor de boca.
Pero
hay obras malas, regulares, buenas (como Ánima),
muy buenas y luego están las excelentes. Y en este último grupo deberíamos
situar Incendios.
Me
voy por la tangente, lo sé, pero es que no pienso hablar de su trama, no voy a
causar el desastre de su traductor al escribir el prólogo, donde destripa de
arriba abajo la obra. Hombre, un poco de compasión con el lector, dígame algo
antes, caballero, avise, que es solo una frasecita al principio, y cuando
termine de leer la obra y esté ensimismado –porque voy acabar ensimismado o no tendría corazón, y eso usted ya lo sabe–, entonces leeré el prólogo
e incluso puede que lo disfrute aún más, caballero. Prólogos con spoilers, qué lacra.
Bueno,
cosas mías.
A lo
que vamos: el teatro. Mouawad no es precisamente un desconocido en el mundo del
teatro. Comenzó en los 90 a escribir y representar sus obras, ha dirigido
teatros, ha publicado sus obras también en forma de libro y recibió el Gran
premio de teatro de la Academia francesa en 2009. Y, sin embargo, fuera del mundo del teatro,
casi nadie conoce a Mouawad. La publicación de Ánima, tuvo que ser una novela, claro, lo hizo algo más visible,
pero Incendios, publicada con
anterioridad, obtuvo muy buenas críticas pero muy poca audiencia entre los
lectores. Y no saben lo que se pierden. Hay que leer teatro, mucho más teatro,
ese que con el diálogo y el gesto es capaz de contener verdades que solo el
arte sabe transmitir. Su lenguaje es diferente al de la novela y, muchas veces,
mucho más eficaz, más directo, más descarnado.
Y me
vuelvo a andar por las ramas. me recupero y, habiendo perdido ya a la mayoría
de los lectores, comienzo con Incendios,
una obra en la que una mujer que voluntariamente lleva cinco años sin hablar
fallece y deja como testamento dos cartas para sus hijos, un chico y una chica,
gemelos. La hija deberá buscar a su padre y entregarle una de las cartas; el
chico deberá buscar a su hermano y entregarle la otra. ¿Ahora bien, dónde
buscarlos? Es ahí donde comienza una búsqueda que no es solo una exploración de
lo que les rodea, es también, por descontado, un viaje interior a lo más hondo
del horror y, al mismo tiempo, del amor. No exagero si digo que la obra, salvo
pequeños matices, está a la altura de los clásicos griegos. Su sentido de la
tragedia es canónico. En doscientas páginas están contenidos el mal y el
castigo del mal, el dolor y el amor, la ira y el perdón y ese destino que
conduce sin remisión a la tragedia, como
si para los protagonistas no hubiese otro final posible. En estas obras el azar
no existe, es el horror que camina siempre a la sombra de los personajes.
Ofrece
paradojas la literatura a puñados. Tal vez la más extraña es que uno es capaz
de disfrutar leyendo una tragedia. O quizá sea el disfrute ante el asombro, no
sabría cómo definirlo. Lo sublime, que Edmund Burke asoció al terror, es lo que
aquí provoca ese ensimismamiento. El contexto de la obra es indiferente al
lector y, por eso, Mouawad nunca lo menciona de forma explícita. Podría ser el
Líbano, pero también la antigua Persia o una leyenda helena o un cuento
egipcio. La universalidad de la literatura, esa capacidad para adoptar la piel
del aquí y también del allí y de revelar
verdades agazapadas, aparentemente ocultas tras la página, es la que trae consigo
el asombro, el disfrute del lector, esa necesidad de seguir recibiendo directos
a la mandíbula en forma de palabras.
El ritmo de Incendios es pausado pero no
da tregua. Los personajes viajan, la búsqueda es ardua pero siempre conduce a
nuevas pistas. Comparten escena los hermanos y la madre muerta en presente y en el pasado, en
un viaje que emprende con una amiga en busca de su hijo perdido, ese hermano al
que deben encontrar sus hijos. Y todo ello con el telón de fondo de un
conflicto que ha alcanzado una escala de violencia en la que cualquier mínimo
acto por un bando desencadena una respuesta feroz por el otro.
Buena muestra de esa situación es este diálogo entre la madre –Nawal– y su amiga
–Sawda– que quizá excede la longitud de la cita, pero nos arriesgaremos, todo
sea por que salgáis como locos a intentar conseguir el libro.
Sawda: ¿Entonces qué hacemos? ¿Qué hacemos? ¡Quedarnos con los brazos cruzados! ¿Esperamos? ¿Comprendemos? ¿Comprendemos qué? ¡Nos decimos que todo eso no son más que historias entre seres embrutecidos que no nos conciernen! ¡Que más vale quedarnos en nuestros libros y nuestro alfabeto para encontrar todo esto tan bonito, tan bello, tan extraordinario y tan interesante! Bonito, bello, extraordinario, interesante son escupitajos al rostro de las víctimas. ¡Palabras! ¡De qué sirven las palabras, dime, si hoy yo no sé lo que debo hacer! ¿Qué hacemos, Nawal?
Nawal: No puedo responderte, Sawda, porque estamos desarmadas. Carecemos de valores para reencontrarnos, solo tenemos pequeños valores improvisados. Lo que sabemos es lo que sentimos. Esto está bien, esto no está bien. Pero yo te digo: no amamos la guerra y estamos obligados a hacerla. No amamos la desgracia y estamos en medio de ella. Tú quieres vengarte, quemar casas, hacer sentir lo que tú sientes para que ellos comprendan, para que cambien, que los hombres que hicieron eso se transformen. Quieres castigarles para que comprendan. Pero este juego de imbéciles se nutre de la estupidez y del dolor que te ciegan.
Termino con dos apuntes al margen. Por un lado, aunque me quejo del prólogo
de Eladio de Pablo, hemos de admitir que la traducción es más que correcta. Ni
un pero que ponerle, y eso ya es buena señal de su labor. La segunda cuestión,
que avanzaba al inicio de la reseña es el precio del libro: 24,95 euros por un
libro de formato pequeño, con tapas duras eso sí y un papel bastante decente,
pero no dejan de ser 24,95 euros por 200 páginas. ¿Es zafio valorar el precio
del libro por sus páginas? Lo que tenemos en cuenta es el coste de producción
ahora, no su calidad, y ese precio por 200 páginas es una salvajada. Y en este
blog sabemos lo que es la edición y los costes que conlleva, pero nos sorprende
ver en la página de créditos que además el libro ha contado para su
publicación con una subvención del Ministerio de Cultura, de ahí que no sea de
recibo publicar un libro por este precio. Y si no se puede hacer más barato,
quizás –y esto lo digo con dolor en el corazón porque la obra me parece
maravillosa– debería quedarse en un cajón hasta que alguien pudiese publicarla
por un precio menor. El precio de libros como este justifica las quejas que se
oyen habitualmente y hacen que, por muchas ganas que tenga de leer Bosques, otro
de los libros de la tetralogía a la que pertenece Incendios, me lo piense muy mucho o, mejor, visite alguna biblioteca con buenos fondos.
Así
es que, no lo olvidéis: Incendios, de Wajdi Mouawad. No
os va a defraudar. Palabra de Instructores de Uso.
Autor:
Wajdi Mouawad
Traductor:
Eladio de Pablo
Editorial:
KRK Ediciones
Páginas:
208
Precio:
24,95 eur (cartoné)
Foto
de Wajdi Mouawad tomada de www.chulavista.mx
En la traduccion de Eladio de Pablo hay un problema con el personage Hermile, el notario. En Frances (quebequense) el personage es MUY divertido. Hermile es intero, sincero, humilde y un poco disléxico. Usa constantemente dichos y frases hechas, pero se equivoca cada vez. Cambia una palabra en el dicho que lo hace muy divertido. Contrasta con el dramon y es genial !! Que pena que no sea bien reflejado este personage en esta traduccion en castellano...
ResponderEliminarMuchas gracias por dejar ese apunte. Al haberlo leído en español, efectivamente habíamos perdido ese matiz, que es cierto que seguramente hace de buen contrapunto a tanto drama en la obra.
ResponderEliminarEstupenda apreciación.
Un abrazo.