Mi oficio consiste en destripar los libros de arriba abajo. En destriparlos
lo más rápido posible. Es un oficio de hombres. Primero porque cuando está
leyendo, el hombre tiene ganas de reseñar, y porque cuando hay varios reseñistas
cabrones leyendo, todos quieren escribir su reseña maliciosa más rápido que los
demás.
Un oficio diabólico.
Soy reseñista cabrón.
Tuvimos a Borges (en la intimidad), tuvimos a Nabokov, tuvimos a Reich-Ranicki, tuvimos
a Patricio Pron, tuvimos a toda la caterva de blogueros insolentes y ahora
estoy yo. Este año voy a ser el reseñista cabrón del año y, en los próximos
premios 20 minutos, ganaré el dinero en metálico.
Soy el reseñista cabrón más histérico de la blogosfera, el más zafio, el más petulante, y mi trabajo consiste en generar inquina.
Reseñar cabronamente más rápido es antes que nada reseñar de otra manera;
con el fin de sembrar la inquina y la duda.
Dar miedo. Reseñar de tal forma que los demás estén convencidos de que no
serás capaz de seguir reseñando sin que te estampen un puño en la cara, hasta
que una generación entera reseña tan cabronamente como tú.
En una vida de reseñista cabrón, no se puede generar más que una inquina
genial, una y solo una.
La caterva de blogueros insolentes saltaron a la palestra con su fama de «a estos se la refanfinfla todo» y,
dos posteos después, los mejores reseñistas cabrones del mundo reseñaban como
ellos.
Ahora estoy yo.
Ser un gran reseñista cabrón es una condición que exige una entrega
absoluta de sí mismo y una concentración total. Yo reseño a tiempo completo.
Reseño cuando me zampo una tortillita de camarones en una terracita en
Cádiz. Vivo con un punching ball
junto al escritorio para reseñar más cabronamente. Sonrío al carnicero y al
basurero porque sé que me ayudan a reseñar. Le invito a copas al autor, que es
un inútil, porque sé que eso me ayudará a reseñar más cabronamente.
La errata indetectable que encuentra ese reseñista en un pie de página en
el posfacio la encuentro yo mil veces por semana. Los insultos disimulados,
esos que se escriben con dedos de plomo, los inserto en mis reseñas como si nada
todas las noches antes de irme a la piltra. Me conozco al dedillo todos los
posibles lugares comunes, y a cincuenta páginas por minuto, los veo pasar al
ralentí.
También me preparo para esas obras soporíferas y cargantes que nos imponen
los poetas que aspiran a ser novelistas. Esas obras que permiten a un Tongoy,
el alumno aventajado, convertirse en un campeón de la reseña cabrona.
Todo cuenta en tu carrera.
Un día, la posición de la china que te metes adrede en el zapato se convierte en
lo esencial. Es la posición de la china lo que determina las cinco mil visitas
al blog. Has cepillado la suela de la zapatilla, has atado de diez formas
diferentes los cordones, has montado en cólera y has publicado la reseña más
tarde que dos reseñistas cabrones porque al escribir el último párrafo despreciativo
te has preguntado en qué posición estaba la china en la zapatilla, esa que te
ayuda a ponerte de mala leche.
Cuando duermo, reseño, cuando visito el váter, reseño. Diseño mis insultos,
modelo mi tono despectivo. Mis músculos y mi espalda son inquebrantables, tengo
siempre en las yemas de los dedos la marca de las teclas de mi ordenador.
En cuanto el editor anuncia la publicación del libro, libera toneladas de
trabajo. Después queda un reseñista cabrón en el ciberespacio que ya no tiene
ni ojos, ni cerebro, ni sentimientos, y que escribe para reseñar más
cabronamente que los demás hombres.
Es la regla.
Y luego está ese momento que inevitablemente llega en una vida, el único
momento de verdadero reposo, de reposo absoluto. El reposo del reseñista cabrón.
Has superado con éxito el primer párrafo desdeñoso y el segundo donde
comienzan las injurias, entras en el tercero y cometes ese minúsculo error de
trayectoria, ese pequeño fallo estúpido (que no es piadoso, porque tú
desconoces la piedad) que aparta tus dedos de las teclas que debes pulsar y
donde debías escribir «un libro de OuLiPo para
reventar contra la pared» escribes «un libro de OuLiPo para reverenciar frente
a la pared». Y ahí llega el verdadero reposo, el reposo inmenso. Ya has perdido
quinientas visitas, luego enseguida dos mil y al final no visita el blog ni tu
tía la del pueblo. Ya nada tiene importancia, ya no eres un reseñista cabrón,
tus músculos se relajan, tu mente se libera, sabes que vas a comenzar a aceptar
libros de las editoriales.
Título: Es un oficio de hombres
Autor: VV.AA. (OuLiPo)
Traductor: Pablo M. Sánchez
Editorial: La uña rota
Páginas: 152
Precio: 14 eur (rústica)
Dibujos de algunos personajes del libro de Daniel Montero Galán.
Excelente libro y muy original
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