¿Qué es más valioso? ¿Una colección de palillos usados por
actores famosos o ropas, coches y objetos revueltos de esos mismos actores?
Pues posiblemente la primera, porque mantiene una coherencia. Hay una idea
previa: reunir mondadientes que hayan usado actores. La segunda es un quiero y
no puedo, buscar objetos a la desesperada sin orden ni concierto solo porque se
quiere reunir una colección a toda costa. Y, cuidado, quizá en términos
económicos, la segunda sea más valiosa que la primera por aquello del valor de
cambio, pero a la primera hay que reconocerle la idea del coleccionista y
valorar muy positivamente su selección.
Lo sabemos, el ejemplo no es perfecto, pero es una forma de
comenzar a hablar de lo que significan esas palabras que se le escucharán a la mayoría de los
editores en cualquier conversación en la que se hable de
edición: el catálogo editorial.

Aun así, el catálogo editorial es, hasta cierto punto, una
falacia. Si una editorial olvidase por un momento que es una empresa y que,
como tal, está diseñada para ganar dinero, se dedicaría únicamente a publicar
obras maestras relacionadas con su catálogo editorial. Eso quizá se lo pueda
permitir únicamente Atalanta, pero ya sabemos de dónde procede su noble
creador. Al resto le toca, o bien publicar un poco de morralla o de «algo menos
bueno de lo habitual» para poder sobrevivir.
Y es que las condiciones actuales mandan. Si una editorial
independiente no publica más o menos un libro al mes, sus libros serán casi
invisibles en las mesas de novedades de las librerías, donde la vida media del
libro no supera el mes y medio, y eso siendo muy generosos.
Un editor (o editora, de las que, por cierto, se echan de menos en
este mundillo) es un ser curioso por naturaleza, que husmea entre las
estanterías polvorientas en busca de un tesoro que redescubrir, que debería
buscar en la red (aunque lo hacen poco) futuras nuevas promesas de la
literatura, que lee sin cesar manuales antiguos de literatura por si encuentra
alguno de esos nombres que aparecen mucho en los manuales y que, sin embargo,
nadie se ha lanzado a publicar. Otros buscan con el afán de ligar libros a un
cierto contexto social, y los encargan o buscan publicaciones antiguas, y otros
se dejan llevar por vínculos más o menos ocultos y, por lo general, muy
personales, entre los libros que han publicado con anterioridad. Esa última
suele ser, de hecho, una de las razones que más aducen los editores cuando
justifican su catálogo. La otra suele ser la de crear autores de la casa, algo
que, siendo sinceros, tampoco es muy diferente a decir: como este autor
funciona, lo quiero en mi editorial.
Somos injustos, y sabemos que a veces esta
elección va más allá de esa simpleza, pero hay que ser algo cínicos con unas
elecciones que a veces se toman demasiado en serio y que, en la mayoría de las
ocasiones, están movidas por criterios económicos. Eso no quiere decir que los
editores, en ese afán por ser prescriptores culturales o agitadores de masas
(de que acepten una definición u otra depende, sobre todo, su militancia
política) se den de vez en cuando el gustazo y publiquen algo que saben
invendible. Por desgracias, muchas veces las editoriales hacen esto al
principio y se olvidan de seguir haciéndolo cuando ya son editoriales
asentadas, que es precisamente cuando más pueden permitírselo porque las
ganancias que les proporcionan algunos libros que funcionan bien pueden
compensarse con las pérdidas que les ocasionarán esos otros caprichos que, por
cierto, son a la postre los que conforman de veras el catálogo con el que sueña
el editor.

Hay editoriales más despegadas del catálogo, o que lo han
pervertido de tal modo que ya no tiene nada que ver con su idea inicial. Casos
evidentes son los de las editoriales hoy clásicas, y con un catálogo
envidiable, como Anagrama, Tusquets o Seix Barral que, debido a su tamaño, han
tenido que publicar un poco de todo para seguir manteniendo un cierto estatus,
y precisamente por este motivo quizá lo han perdido, al menos como editoriales
de referencia en lo que a novedades se refiere. Otras se vuelven generalistas y
(o nacieron con ese espíritu) y publican cualquier cosa que se ponga a su
alcance. Normalmente estas editoriales tienen un claro objetivo económico y no
se preocupan en exceso por la calidad. Para ser claros, venden morralla que
funciona.
Es un buen ejercicio sentarse delante del catálogo de varias
editoriales y tratar de descifrar qué ha movido a su editor a conformar esa
lista de libros, qué nos ha querido contar con esa selección de autores y de
obras, qué vínculos podemos hallar entre ellos que hacen que cuando nos
enfrentamos a él, nos parece coherente y que adquiere una cierta forma de cofre
del tesoro. Preguntaos a partir de ahora, no solo qué quiere contarnos el autor
en su obra, sino qué nos ha querido contar el editor con ese libro, por qué ha decidido publicarlo en ese momento y rodeado de otros autores. Practicar ese pasatiempo enriquecerá vuestras
lecturas.
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