viernes, 26 de junio de 2015

Gótico carpintero, de William Gaddis: la libertad literaria y el límite de cortesía

Prefiero comenzar esta vez la casa por el tejado, dejarme de pamplinas y quitarme el peso del veredicto, ese que cierra todas las reseñas, desde el inicio. Voy a hablar de una obra mayúscula y que sin embargo, –esto me asusta y me maravilla a partes iguales– no es la mejor del autor. Gótico carpintero es una obra que le gustaría escribir a casi cualquier autor con tan solo una pizca de sensibilidad literaria y que piense que la literatura es libertad creativa, y también un arma arrojadiza, y un entretenimiento y la más seria de las bromas. Porque todo eso es la literatura de Gaddis. Si os gusta Gaddis, poco nuevo descubriréis en esta reseña y, por descontado, podéis contar con mi afecto y una cervecita fría. Si no lo conocéis, estáis perdiendo el tiempo leyendo esta reseña ramplona en lugar de leer a Gaddis y si odiáis a Gaddis... ah, si odiais a Gaddis, quedaos, por favor, porque esta reseña es para vosotros.

Comenzar un libro del señor William Gaddis, ese tipo norteamericano al que nunca se le vio en los cenáculos literarios y que siempre renegó de la pose de autor, no es tarea fácil. La principal dificultad de su literatura es que en todos sus libros uno cae sobre la trama como si lo lanzasen desde un avión en pleno vuelo sobre una isla desierta. Primero descubres un cocotero, luego una charca de mala muerte donde quizás puedas echar un par de tragos de agua y posiblemente enfermar (pero aun así bebes), un animalillo que se esconde detrás de unas matas, unas bayas que quizá sean venenosas... Sus libros siguen ese mismo patrón y quizás es en Gótico carpintero donde ese esquema esté más pulido que nunca.



Uno comienza leyendo las primeras páginas y no sabe dónde se ha metido. Alguien habla con alguien y nunca termina las frases, se interrumpen el uno al otro, discuten y sermonean empleando interjecciones y muletillas que se repiten hasta el hastío y uno tiene ganas de estampar el libro contra una pared y dejarlo abandonado ahí, o hacer como con ese libro que Duchamp regaló a su hermana por su boda, sacarlo a la ventana y dejar que actúen sobre él los elementos. Que se entere Gaddis de lo que valen un peine y un lector cabreado.

El límite de las 75 páginas. Es un límite arbitrario pero no descabellado para superar el umbral de Gótico carpintero, ese en el que uno se olvida de esos diálogos aparentemente caóticos y entra por fin en ellos como uno más y ve allí a los personajes, a Liz, al loco de su marido, al señor McCandless, en la cocina, charlando, mascullando, quejándose de la falta de whisky, de los sabotajes, de las conspiraciones para hacerse con unas minas en África, para estafar a un seguro médico. Ya eres espectador y parte, los oyes como si estuvieses a su lado, formando parte de la conversación.  

Una vez que se entra ya no hay escapatoria posible. A aquellos a los que he recomendado la serie The Wire (y han sido muchos) siempre les he hablado del límite de los dos primeros capítulos: o ves esos dos capítulos completos o abandonas la serie para no retomarla jamás. Con Gaddis ocurre lo mismo. Hay que hacer esa concesión previa porque el tipo del demonio no te pone las cosas fáciles. Le echaba pulsos a Thomas Bernhard para ver quién de ellos resultaba más irritante y, al mismo tiempo, más hipnotizante una suerte de telebasura a la inversa, como si los extremos, de algún modo, se tocasen. Si Bernhard usa como arma esos circunloquios repletos de idas, venidas y repeticiones sin fin, Gaddis lo hace desde el diálogo, desde esos intercambios no acotados y que, sin embargo, al cabo del tiempo son transparentes, nítidos, con sentidos que se expanden como fuegos artificiales.

Y llego a estas alturas sin decir de qué trata el libro. Explicar la trama no es tarea sencilla y no lo haré. Digamos que hay tres personajes principales, un matrimonio (ella es heredera de un multimillonario que digamos que ha hecho negocios sucios) y su marido es un tipo frenético, que se mete en decenas de negocios sin concretar ninguno, y después está el casero, que al principio parece no tener nada que ver con el asunto y que, sin embargo, quizá sí tiene algo que decir.  Todo ello con una labor del traductor, Mariano Peyrou, que tiene que haber sido un infierno y, al mismo tiempo, una delicia. Pero lo mejor de esta novela, y es lo que en cierto sentido la hace la más redonda de Gaddis, es el acelerón final a falta de cincuenta páginas. Es entonces cuando todo cobra sentido y se suceden los movimientos de las piezas sobre el tablero en el que antes solo habían estado jugueteando con los lectores.

Los significados en la obra son multitud, y uno puede leer la novela en varios niveles. Por un instante pensé haber percibido algo, la idea de Gaddis de incorporar al lector en la trama identificándolo con Liz, la protagonista, como si ella únicamente se dedicase a escuchar, a asentir a ese autor tiránico que le ofrece las páginas a latigazos que estuviese representado por el resto de personajes que orbitan en torno a ella. Después, cierto suceso en la trama me hizo desechar la idea y ahora, de nuevo, pienso si no será así, y si toda la novela, aparte de ser una crítica despiadada a los intereses norteamericanos, a la vida desaforada en pos del dinero y a la entretelas de la política, no es más que una máscara para esconder un perfil más oculto en el que pugnan la literatura clásica y la posmoderna en busca del significado. Ahora bien, tratar de explicar esta hipótesis requeriría un tiempo que no tengo y una minuciosidad que seguramente arrasaría la trama.

Intentad leer a Gaddis. No he escogido citas del libro porque no harían honor a su literatura ya que hay que mirar sus libros como un todo, y no a partir de citas descontextualizadas. Dadle ese límite de gracia y después hablamos. El intento habrá merecido la pena porque habréis visto otra forma de enfrentarse a la literatura y, como poco, os habrá hecho mejores lectores. Merece la pena intentarlo, ¿no?

Título: Gótico carpintero
Autor: William Gaddis
Traductor: Mariano Peyrou
Editorial: Sexto Piso
Páginas: 288
Precio: 21,90 eur (rústica)

1 comentario:

  1. Cualquier libro que me haga mejor lectora tiene que estar en mi estanteria. Anoto 75 páginas como margen de gracia.

    Un abrazo

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