Cuando comenzamos con este blog no sabíamos que nos íbamos a ver inmersos en una red de entrevistas y charlas en las que los nombres nos llegarían desde diferentes vías, y las casualidades y los encuentros, que ya dudamos que sean fortuitos, se repiten con una frecuencia cuanto menos sospechosa. Así, en una misma tarde hablamos con Eloy Tizón, quien nos habló con entusiasmo de la ilustradora Sara Morante. Cuando terminamos de entrevistar a Eloy, nos marchamos a la librería Atticus-Finch, donde Eva Boj mencionó muy orgullosa que el logo de su librería lo había hecho Sara Morante. Aquello fue demasiado. Se nos encendieron las luces de alarma, y nuestro chip de entrevistas posibles se puso en marcha.
Sara Morante es una excelente y consolidada ilustradora que ha trabajado para numerosas editoriales y que tiene un estilo muy personal e identificable. Y además ahora nos ha sorprendido con el lanzamiento de una novela, La vida de las paredes, que reseñamos hace poco por aquí. Ha sido toda una suerte poder contar con ella.
R: Soy una mujer que nació y vivió en Cantabria hasta los veintidós
años, estudió artes aplicadas en Dublín, trabajó durante trece años en oficinas
y un buen día comenzó a ilustrar. Vivo en Hendaya y almuerzo a las 12 p.m., lo
que sin duda indica que estoy integrada en la vida francesa.
Siempre he dibujado, desde niña. Es algo que nunca dejé de hacer. Luego, siendo estudiante en el instituto, gané un concurso de portadas de los libros que habíamos leído durante el curso, y otro de relato corto, y mi profesora de Lengua, María Loreto Pomar, me convenció para que desarrollara mi vena creativa, y así fue como llegué a estudiar Artes Aplicadas. Más adelante, mi profesor de litografía, Don Herbert, me sugirió que probara en el campo de la ilustración, ya que tenía un «trazo»
narrativo. Y así fue como me
profesionalicé como ilustradora. Tiempo después, una amiga, Covadonga D'lom, me
preguntó de forma retórica «Tú escribes, ¿a que sí?», y así fue como mis historias
salieron del fondo de un pen drive y llegaron a una editorial.
Siempre he dibujado, desde niña. Es algo que nunca dejé de hacer. Luego, siendo estudiante en el instituto, gané un concurso de portadas de los libros que habíamos leído durante el curso, y otro de relato corto, y mi profesora de Lengua, María Loreto Pomar, me convenció para que desarrollara mi vena creativa, y así fue como llegué a estudiar Artes Aplicadas. Más adelante, mi profesor de litografía, Don Herbert, me sugirió que probara en el campo de la ilustración, ya que tenía un «trazo»
P: Normalmente mezclas el dibujo con una paleta reducida de
colores. ¿Cómo llegaste a ese estilo? ¿Cuándo dijiste: esto es lo que estaba
buscando?
R: En los últimos libros y cubiertas que he ilustrado lo cierto es
que la paleta de colores se dispara un poco más de lo habitual; he pasado de
dibujar con dos tintas (rojo y negro) a utilizar el resto de colores con total
naturalidad.
Cuando me interesé por la ilustración lo primero que hice fue comprar material artístico. Dado mi bajo presupuesto, el material artístico es muy caro, solo pude permitirme un pincel, unos rotuladores de punta fina y una pastilla de acuarela de mucha calidad. Escogí el color rojo inglés, un rojo oscuro que tiende a marrón. Supongo que en ese momento el estilo latente comenzó a asomar el hocico. Del mismo modo, llegado un momento he sentido la necesidad de ampliar mi paleta de colores. Todo ha formado parte de un proceso natural, más que una búsqueda consciente. Respondiendo a la última pregunta, no suelo buscar algo concreto, sino que lo siento como un búsqueda a ciegas. Sé que he encontrado un camino que me satisface cuando considero que me siento cómoda con ese cambio.
Cuando me interesé por la ilustración lo primero que hice fue comprar material artístico. Dado mi bajo presupuesto, el material artístico es muy caro, solo pude permitirme un pincel, unos rotuladores de punta fina y una pastilla de acuarela de mucha calidad. Escogí el color rojo inglés, un rojo oscuro que tiende a marrón. Supongo que en ese momento el estilo latente comenzó a asomar el hocico. Del mismo modo, llegado un momento he sentido la necesidad de ampliar mi paleta de colores. Todo ha formado parte de un proceso natural, más que una búsqueda consciente. Respondiendo a la última pregunta, no suelo buscar algo concreto, sino que lo siento como un búsqueda a ciegas. Sé que he encontrado un camino que me satisface cuando considero que me siento cómoda con ese cambio.
P: Evidentemente los artistas nunca cesáis de buscar nuevas formas
de expresión, aunque en el caso de los ilustradores puede ser algo más
complicado porque demasiado riesgo puede que te lleve a perder un encargo. ¿Te
ha ocurrido alguna vez que hayas presentado algo muy diferente de lo que haces
habitualmente y que te lo hayan rechazado?
R: Siempre intento evolucionar, no quedarme en lo mismo para no
aburrirme, salir de la zona de confort, pero estos pasos son pausados y no
bruscos. No suelo sentir la necesidad de cambios drásticos en mi estilo, sino
sentir que voy hacia adelante y aprendo cosas nuevas. Es algo que se puede
comprobar, por ejemplo, visitando el blog que abrí en el año 2008 (http://saramorante.blogspot.com.es), justo unos
meses antes de profesionalizarme como ilustradora. Por esta razón, por esta
evolución más o menos natural, no he tenido problemas con los clientes.
P: ¿Cómo te enfrentas a los libros que ilustras? ¿Los lees siempre
antes o en ocasiones dejas que te den solo unas pinceladas del libro e ilustras
solo con las sensaciones que esas pocas palabras te puedan crear?
R: Para mí sería imposible ilustrar un libro sin haberlo leído no
una, sino muchas veces. Me enfrento a mi trabajo como lectora, con la salvedad
de que yo, cuando termino esa primera lectura, me dijo «bien, ¿ahora cómo lo
vas a contar tú?». Luego volveré a leer ese libro unas cuantas veces más, hasta
que me haga con esa historia como una historia propia. La ilustración es otra
forma de narrar, al menos yo lo siento así. Ahí reside, en mi opinión, la
dificultad de ilustrar.
P: ¿Te dejan siempre libertad para ilustrar lo que quieras o en
ocasiones te han sugerido que dibujes tal o cual cosa?
R: Los editores son conscientes de que cada profesional tiene su
oficio y sabe cómo hacerlo. Normalmente me encargan ilustrar un texto y se
desentienden de mi trabajo en el mejor sentido. Por otro lado, no me suele
gustar que me den ideas, ya que esas ideas, que pueden ser mejores o peores que
las mías, pueden bloquear o interferir en mis propias ideas.
P: ¿Con qué técnicas te gusta más trabajar? ¿Manejas también las
herramientas informáticas o eres más de la vieja escuela?
R: Utilizo tanto el grafito, la tinta, las acuarelas y la plumilla
sobre papel de algodón como técnicas digitales. La mezcla comenzó como una
forma de investigar y ha terminado siendo parte de mi proceso, también
creativo, ya que en cada parte del trabajo, dibujar o recortar los dibujos con
el ordenador, surgen ideas.
P: ¿Qué le aconsejarías a alguien que quiera ahora hacerse
ilustrador o ilustradora? ¿Qué pasos crees que debería seguir?
R: Creo que hay tres condiciones importantes en el oficio de
ilustrar: saber dibujar, saber leer y saber narrar. Sugeriría que se
desarrollasen las tres.
P: ¿Qué te gusta leer?
R: Antes me centraba más en novelas escritas en el período de
entreguerras, especialmente autores centroeuropeos, pero este último año he
abierto la puerta a otro tipo de voces que me han cautivado y sorprendido.
Umbral, Carmen Laforet, Alice Munro...
P: ¿Cuáles son los libros que, como lectora, más ilusión te hizo
que te encargaran para ilustrar?
R: Señal, de Raúl Vacas, Los
zapatos rojos, de H. C. Andersen, Casa
de Muñecas, de Patricia Esteban Erlés. Este último de Erlés lo esperé como
agua de mayo durante un año.
P: ¿Cuáles son los libros que más te ha costado ilustrar?
R: Los que menos ilusión como lectora me han hecho, porque han
supuesto un reto, una dificultad técnica o narrativa que he tenido que salvar,
y son libros de los que más he aprendido. Por poner un ejemplo, Los Watson, de Jane Austen. Me costó
coger el tono de la historia y la voz de la narradora, y finalmente es uno de
los libros de los que más orgullosa estoy.
P: ¿De qué trabajo te sientes más satisfecha hasta el momento?
R: Todos los libros que he ilustrado me han dado satisfacciones en
mayor o menor medida. Señal, de Raúl Vacas, supuso mi bautismo y fue una
escuela en sí, ya que fue el primer libro que ilustré, y no fue tarea fácil; Los zapatos rojos, de H. C. Andersen,
fue el libro que más disfruté porque me sumergí de lleno en el lugar y en la
época; La vida de las paredes ha sido
una maravillosa experiencia, porque lo he construido desde los cimientos,
escribiendo el texto e ilustrándolo, y he tenido la posibilidad de equilibrar
la narración entre el texto y la ilustración.
P: ¿Qué ilustradores o ilustradoras nos recomendarías seguir?
R: Acabo de leer La buena
vida, de Sara Fratini, y me ha puesto de muy buen humor. Raquel Aparicio es
una de mis ilustradoras españolas preferidas.
P: ¿Por qué te has decidido a escribir
además de ilustrar?
R: En realidad he escrito siempre, como
he dibujado siempre. En el año 2009 me profesionalicé como ilustradora y dejé a
un lado la afición de escribir, que realizaba sin otra pretensión que el mismo
afán de crear que me ha movido siempre a dibujar. Durante cinco años estuve
ilustrando y el año pasado una amiga, Covadonga D'lom, me pidió echar un
vistazo a los textos que tenía. Luego llegaron a manos de Silvia Querini,
directora literaria de la editorial Lumen, y animada por ellas me decidí a
continuar uno de aquellos textos, que es ahora «La vida de las paredes».
Retomar aquella historia y aquellos personajes me ha hecho inmensamente feliz,
volver a escribir después de tantos años dedicados a la ilustración, además, no
me ha resultado demasiado difícil porque la profesión de ilustradora me ha
hecho aprender mucho sobre narración, sobre el proceso creativo, sobre el
concepto global de un libro.
P: ¿Qué te inspiró para escribir La
vida de las paredes?
R: La vida de las paredes es un libro de personajes, son ellos los que
han impulsado la trama de la historia. Los primeros folios que escribí en el
año 2007 o 2008 contenían, precisamente, el actual dramatis personae. Lo que me movió a escribir su historia fue
precisamente la querencia que tengo por ese tipo de personajes muy diferentes
entre sí pero con rasgos similares: su carácter imperfecto, lejos de la
perfección, esa tendencia al cinismo de unos, al voyeurismo de otros, etc. Luego mi labor fue trenzar sus historias
a lo largo de cinco días de su vida.
P: Ahora nosotros hacemos de voyeurs
de una escritora, ¿qué hay de cierto en lo de la calle Argumosa?
R: Cada personaje tiene algo de mí, eso
es inevitable, pero luego en este libro hay anécdotas familiares que sucedieron
de verdad: mi bisabuelo era conductor y su ambulancia se despeñó mientras
trasladaba a un enfermo mental a la casa de salud, tal y como le sucede al hijo
de los porteros en el libro. Dejó una viuda y cinco hijos, mi abuelo materno
era uno de esos chiquillos. Mi abuela fue costurera y he crecido entre hilos y bastillas.
Ahora cose poco pero tiene una cabeza muy lúcida y buena memoria, por lo que me
encanta escucharla cuando cuenta retales de su infancia o de su juventud. Mi
madre toca el piano y yo crecí con Chopin o Bach, y solía venir a casa un joven
violinista que ensayaba con mi madre. Hay mucho de esto en La vida de las paredes.
P: ¿A cuál de los vecinos tienes más
cariño o te sientes más cercana?
R: No sé si cercana es la palabra más
adecuada, pero le tengo especial cariño a Berta. Es un personaje severo pero
comprensivo. Con mucha seguridad en sí misma, a pesar de que sus circunstancias
no están aceptadas socialmente en ese período de la historia, y se ve obligada
a vivir su verdadera vida de puertas para adentro, siempre celosa de su
intimidad. Tiene una personalidad fuerte y hermética, pero no puede evitar ser
empática, y consigue florecer.
P: ¿Podría decirse que María, la
bordadora, es una representación de las Moiras, que de alguna forma es la que
dirige el destino de los vecinos?
R: Es un símil muy interesante en el que
no había pensado, y me encanta. María está presente en muchos de los
acontecimientos que suceden en la vida de los personajes. Es espectadora del
pasado de sus vecinos, los López, y es el hijo de éstos quien se lo desvela
valiéndose de los retratos de las paredes, también es testigo de las sesiones
musicales entre Berta, la propietaria del edificio, y la joven violonchelista
que recibe algunas tardes al mes. Su presencia no es otra que un tú y yo de
lino en el que ella misma ha bordado unas flores de mimosa. Sus propias
circunstancias personales precipitan, de manera no intencionada, el destino de
los porteros. Y sin duda, María forma
parte importante de la vida de Ruballo, su vecino voyeur.
P: ¿Te costó encontrar el tono de la
novela o sabías desde un primer momento que sería así? A nosotros nos parece
perfecto, si hubiese sido un narrador que se implicase más la novela hubiese
quedado quizás demasiado sensiblera.
R: El tono de la novela no ha sido algo
intencional; es la manera de narrar que he sentido como mía cada vez que,
figuradamente, entraba en el portal del 16 de la calle Argumosa. Sí ha sido más
meditada la forma de dosificar la información y construir, o deconstruir, un
puzle, contando la historia de cada uno de los personaje de forma directa, pero
también indirecta, a través de voces en el patio, sonidos en el tejado, llantos
en el piso de arriba, pasos en el descansillo, junto al felpudo, y fotografías
enmarcadas que se caen al suelo y quedan ahí tiradas rodeadas de cristales hasta
que alguien las recoge.
Fotografía de Sara Morante: ©Marta Fernández
Resto de ilustraciones: ©Sara Morante
Magnífica entrevista, que acabo de leer justo a mitad de páginas de La vida de las paredes. Una delicia de imágenes y de historia(s).
ResponderEliminarGracias a las dos.
Un saludo
Ana, gracias a ti por leernos y nos alegra muchísimo que te haya gustado la entrevista, y por supuesto, el libro. Sin lugar a dudas un magnífico conjunto de texto e imágenes.
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