Giorgio Manganelli es uno de esos autores un tanto secretos
que tuve el gusto de descubrir por azar ―qué satisfacción siente uno
al encontrar autores y libros de ese modo y poder presumir después de ello―. Hace ya algunos años disfruté de libros suyos como Centuria (uno de esos libros que, una
vez leído, acompaña al lector de por vida), A
los dioses ulteriores, De la A la Z o La
ciénaga definitiva, en los que destaca una prosa magnética y laberíntica
que es el vehículo idóneo para exhibir esa carga filosófica propia del autor
italiano, al que se comparó con Borges, sin ser comparables, y que consigue que
sus libros no solo constituyan un deleite para los amantes del estilo, sino un
estímulo intelectual al que pocos escritores son capaces siquiera de aspirar.
Dicho esto, un servidor desconocía la labor de Manganelli como crítico. Comenzó a publicar tardíamente (contaba ya cuarenta años cuando se
editó su primera obra) pero antes de eso se dedicó a analizar con esa misma
prosa que después asombraría a todos en sus novelas, obras de todo pelaje,
hasta desnudarlas y mostrarnos sus entresijos. En ocasiones se trata de autores
relativamente poco conocidos como Firbank, Compton-Burnett, Edwin Abbott o
Peacok pero quizá son más interesantes aquellos casos en los que conocemos las
obras o a los autores de los que nos habla, como los artículos sobre Los tres mosqueteros, sobre Grandes esperanzas, o las obras de Hoffmann,
Lovecraft, Nabokov, Yeats o Lewis Carroll. El volumen se completa con un par de
artículos (uno de ellos muy extenso) sobre la labor crítica de Edmund Wilson, que supone un ejercicio teórico-crítico mayúsculo mediante el que destroza y alaba en
igual proporción al crítico estadounidense; otro artículo sobre la literatura fantástica,
género que será el predilecto de Manganelli; y otro, el que cierra el volumen,
con el título que le da nombre: «La literatura como mentira».
Manganelli era un lector atento que sabía cómo interrogar a las obras, y a partir de esas cuestiones iniciaba el análisis. En muchas ocasiones sus críticas
se centran en criterios filológicos, y se cuela en algunas de sus
interpretaciones sobre el lenguaje una evidente carga wittgensteniana. Veamos
un ejemplo algo extenso ―magistral, por eso le niego la injusticia de la cita
breve― de cómo evalúa a los personajes a partir de lo que es capaz de sonsacarles.
En este caso es Milady, el personaje que él considera crucial en Los tres mosqueteros, «la única criatura
capaz de iluminar la geometría del relato», y sin la cual, esa obra sería un
libro de tres al cuarto:
Es malvada, de una maldad a la vez innatural y fatal, sin perplejidad, sin motivaciones. Le inspira una dedicación a lo atroz que tiene la dignidad secreta y la bella impudicia de las vocaciones. No ha habido que convertirla al mal, la maldad no es en ella algo aprendido. Más bien ha nacido marcada por una maldad angelical, rarísima y privilegiada: pertenece a la raza difícil de Yago. Es altiva e innoble, corrupta y corruptora, capaz de arrogancias de gran dama y de abusos de prostituta; con sus bajezas sabe dejar horrorizados a Athos y al cardenal Richelieu. Lasciva, por encima de toda lujuria, cultiva las complejas voluptuosidades del homicidio. No es tanto una señora como una cazadora de almas para el infierno.
Después de este párrafo, esperaría que nadie siguiese
leyendo esta reseña bobalicona y que hubieseis salido ya despavoridos a buscar el libro de
marras. Si la crítica literaria es hoy considerada también un género literario, las
críticas de Manganelli hicieron mucho por asentar esa visión. La descripción de
Milady continúa algunas líneas más y demuestra la pericia de Manganelli como
lector y su incansable búsqueda de los resquicios de las obras, de su
significación profunda más allá de una trama o una simbología determinadas.
Inserta la obra en su contexto y la expone al presente: ¿está llena de polvo y resulta extemporánea o resiste el paso del tiempo, lustrosa y vívida aún? Para el autor
italiano el secreto de la literatura se esconde en esa mentira perpetrada por el autor que
la lectura activa y el contexto convierten en verdad incontrovertible, más próxima a
la epifanía extática que a la verdad científica que trata de eludir la
multiplicidad de las interpretaciones.
Al autor italiano los relatos fantásticos le apasionaban, precisamente por esa carga de falsedad
que portan y que, sin embargo, deviene en verdad sin necesidad de rebajarse a tratar de ser espejo de la
supuesta realidad, la de los ojos, el tacto y la lengua:
No hay nada más mortificante que ver cómo los narradores, los encargados de los esplendores de la mentira, se detienen en los sueños morbosos de la transcripción de la realidad, ya sea documental, didáctica o patética. Ignoran o pasan por alto el hecho de que ese ingeniero, esa actriz lasciva y esa prostituta afligida, a quienes evocan con sus fórmulas demediadas, son tan imposibles como aquel pájaro Rukh que, según el relato verídico del marinero Simbad alimentaba a sus pequeños con elefantes.
Poco puede añadirse a sus palabras sin caer en el ridículo
ante su estilo (por cierto, hay que rendirse a la maravillosa traducción de Mariagiovanna Lauretta porque es la culpable de traernos el estilo genial de Manganelli al español), por tanto qué mejor que terminar con la transcripción de unas cuantas líneas en las que
el autor italiano describió aquellas causas que consideraba que desencadenaban la
literatura:
No hay literatura sin deserción, sin desobediencia, sin indiferencia, sin rechazo del alma. ¿Pero deserción, de qué? De toda obediencia solidaria, de todo consentimiento a la buena conciencia propia y de los demás, de todo mandato social.

Título: La literatura como mentira
Autor: Giorgio Manganelli
Traductora: Mariagiovanna Lauretta
Editorial: Dioptrías
Páginas: 288
Precio: 19 eur (rústica)
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