martes, 21 de abril de 2015

Entrevista: Pablo Gutiérrez, la literatura como arma de resistencia lírica

Quien ha leído a Pablo Gutiérrez sabe que no es un autor corriente, sino uno de esos raros escritores con un estilo propio y las ideas muy claras en lo que respecta a lo que quiere contar y cómo lo quiere contar. Fue incluido en la famosa lista Granta de 2010 que seleccionó a los mejores escritores de habla hispana menores de 35 años gracias a toda una novela generacional, aún por descubrir para muchos, como es Nada es crucial, y ya había publicado previamente otra novela breve, Rosas, restos de alas. Después ha publicado un notable volumen de relatos titulado Ensimismada correspondencia y, ya bajo el sello de Seix Barral, publicó Democracia, donde analizaba las consecuencias de la crisis.

Ahora regresa con Los libros repentinos, una novela en la que la realidad social está muy presente pero siempre con el aliciente adicional de ese estilo que hace que acercarse a una obra suya sea una experiencia lectora de primer orden. Pablo nos concedió un rato para charlar de su último libro y de otras cuestiones intrínsecas a la labor de la escritura. Le estamos muy agradecidos por esa pequeña charla y su generosa disposición.

P: Tus obras podrían calificarse como comprometidas o, más bien, como novelas de corte social pero en las que hay un estilo que se aleja de lo que uno esperaría en una obra así. ¿Crees, como afirma por ejemplo Constantino Bértolo, que si una obra no tiene un trasfondo social o político, no puede considerarse literaria?

R: Mis novelas son sociales, sin duda, e incluso ―y esto puede que sea criticado por otro tipo de escritores― las concibo como novelas de tesis, porque en ciertos aspectos creo que soy un actor moralista: tengo unas ideas previas y las desarrollo en forma de parábola, es decir, como hacía Baroja, quien de hecho es para mí es un eje fundamental en esta novela. No tengo problemas a la hora de defender esa idea y en cambio percibo que hay un rechazo con respecto a ella, que tiene que ver con los propios autores, con los editores y con los lectores. Creo que hay una idea muy extendida de que la novela se ensucia cuando bajas al barro de lo concreto y de la realidad.


P: ¿Percibiste algo así cuando publicaste tu novela anterior, Democracia?

R: En la recepción de Democracia lo percibí claramente. Lectores que habían leído Nada es crucial con cierto entusiasmo y en cambio leyeron Democracia con recelo. Me dijeron que por qué había ensuciado mi forma de escribir con algo tan prosaico, por ejemplo, como Lehman Brothers. Yo soy muy refractario a esa idea. La literatura no tiene valor si no intenta intervenir de alguna manera. Digo intervenir, ni siquiera como arma política, sino como arma de resistencia. Posiblemente no sirve para nada, soy consciente de que nada es crucial. Es decir, no vas a pelear contra ningún gigante al que vayas a vencer. El gigante está ahí, y ahí va a seguir después de que publiques la novela. Y nadie se va a lanzar a las calles inducido por esa novela. Si no lo consiguieron Zola o Balzac, ¿cómo vamos a conseguirlo nosotros ahora, que vivimos en la época del cinismo? Sin embargo, el hecho de que la literatura no tenga una utilidad no deslegitima el discurso social de la novela.


P: Sin embargo es fácil distinguir a autores muy centrados en lo social y otros que parecen ajenos por completo a ello…

R: En general en la literatura española ha habido dos polos. El primero de ellos es el de la literatura deshumanizada, que sería la defendida por Ortega y Gasset o por Juan Ramón Jiménez, que es esa literatura que no se mancha con la realidad, es decir, una literatura escrita de espaldas al tiempo en el que vivieron sus autores. Y el segundo de esos polos es el que podría encabezar la generación del 98, con autores como Machado, autores que pisan la calle y cuentan en forma de literatura aquello que ven. Si me tuviera que posicionar, diría más bien que mis novelas se encuentran entre ambos polos, porque, por un lado, los autores deshumanizados son los que mejor han cuidado el tropos, la gramática o la retórica, mientras que los autores sociales han adolecido de intentar, como decía Blas de Otero, escribir «versos para que el maquinista». Yo me sitúo en un terreno intermedio que defiende la concepción de la literatura como un arma de intervención y resistencia pero al mismo tiempo el ingrediente esencial de mis novelas es el idioma, por encima incluso, en muchas ocasiones, de los temas.


P: ¿Qué opinas de la denominada literatura de la crisis?

R: Creo que entre los lectores y editores ha habido una mala acogida de la literatura de la crisis. Hace poco Marta Sanz decía que todo escritor actual debería tener su propia novela de la crisis. Debemos pensar que ha habido, y todavía hay una guerra social delante de nuestras narices. En Sanlúcar de Barrameda, por ejemplo, hay un 47 % de paro, que es una cifra astronómica.  Para mí es imposible escribir sin tener en cuenta esa realidad. Por eso, no es cierto que exista una literatura que sea social y otra que no lo sea, sino que toda es social porque no existe la literatura individual. Ahora bien, tú puedes optar por dos actitudes: sentir la necesidad de resistir, y escribir desde esa resistencia o bien asimilar la realidad y, por tanto, escribir desde la que, para mí, es la peor de las actitudes, el cinismo.


P: En Los libros repentinos, tu última novela, cambias el foco con respecto a tu novela anterior, Democracia. Si en la última el protagonista era Marco, un urbanita, ahora lo pones sobre Reme, una mujer mayor que vive en un barrio marginal.

R: La novela está ambientada en una ciudad del sur, de la baja Andalucía, un ambiente similar a aquel en el que Caballero Bonald suele situar sus novelas. Uno de los temas de la novela es el urbanismo o, más bien, cómo crecieron esos barrios. Lo hicieron de forma periférica a los centros históricos importantes, como por ejemplo en Sevilla, donde esas barriadas se sitúan extramuros, como se dice en la novela. A partir de los años 50 y 60 se construyeron enormes barriadas que debían albergar al éxodo masivo que llegaba desde los pueblos, todo ello acentuado por el baby boom de los 60. Esas ciudades crecieron como verdaderos guetos hasta convertirse en barriadas marginales. Todas ellas están marcadas por el signo de la tragedia: por la marginalidad y por lo que después ocurrió en los años 80. El ejemplo paradigmático de ello es la barriada de Torreblanca, que se cita en la novela, y que se construyó para albergar a los presos que construyeron el canal del bajo Guadalquivir. Cuando los presos redimieron sus condenas se marcharon a vivir allí y en los 80 esa barriada fue devorada por la heroína. Es como si los hijos de esos presos no hubieran tenido suficiente condena, y hubiesen sufrido una segunda, la de la marginalidad. Ese es sin duda un leitmotiv de la novela, esencial.


P: Una de las virtudes de tus libros es la verosimilitud de tus personajes, ¿cómo te enfrentas a esa creación?

R: Me cuesta encontrarlos, pero cuando lo hago, quizá es una cursilería decirlo, pero los creo reales. Cuando escribía sobre Lecu y Magüi, los protagonistas de Nada es crucial, tenía la sensación de que un día iba a girar en una esquina y me los iba a encontrar. Para mí eran absolutamente reales, mucho más que muchas personas que estaban a mi alrededor mientras escribía la novela. En cambio, en Democracia, haciendo autocrítica, no me sucedió lo mismo. Pero es que Democracia era una novela sobre lo que tenía que ser. Sin embargo, ahora, de nuevo, con el personaje de Reme de Los libros repentinos he recuperado el gusto de Nada es crucial. Vuelve a ser un personaje al que podría encontrarme por la calle.


P: Creemos que la cubierta del libro refleja muy bien el libro. ¿Cómo surgió la idea?

R: Cuando Elena Ramírez, la editora de Seix Barral leyó la novela, me dijo que la cubierta tenía que representar a Reme, y la idea era que fuese un dibujo y no una foto, como suelen ser las cubiertas de Seix Barral, porque veíamos así a Reme, como un dibujo. Y cuando me llegó la ilustración, dije: «Es Reme». El dibujo tiene los cuatro elementos que la distinguen y la mirada me parece genial, un acierto. Ya no puedo imaginar a Reme de otro modo.


P: Hay otra presencia muy evidente en la novela: el sexo.

R: También estaba presente en mis otras novelas. Cuando te enfrentas a la escritura de una novela y surge la cuestión de la sexualidad de los personajes, puedes hacer dos cosas: o la obvias o la expones. Como llevamos a cuestas muchos prejuicios morales, parece que si expones la sexualidad de un personaje conviertes la novela en erótica, cuando no tiene por qué ser así. 


P: Además tratas la sexualidad en personajes de diferentes edades: un adolescente, un matrimonio en el que el sexo es algo enfermizo, una mujer mayor…

R: Para mí el retrato fundamental es el de Reme, que es un personaje agujereado, es decir, con muchas carencias a lo largo de su vida. Tuvo la mala suerte de caer en un sistema moral represivo, que yo llamo la guerra fría nacional, en el que la sexualidad femenina estaba proscrita y ella sin embargo tenía mucha sexualidad contenida. Me interesaba que esa sexualidad contenida explotara al mismo tiempo que la otra rebeldía, la social, es decir, que se licuara la rebeldía, que se manifestara de forma física.


P: ¿Cómo fue para ti el paso de una editorial pequeña como Lengua de trapo a trabajar con una mucho más grande como Seix Barral?

R: Hay muchísimas diferencias. Hay una diferencia económica que lo hace todo más fácil, eso es evidente. Esa diferencia económica además también hace que las expectativas de los editores contigo sean diferentes, porque ellos tienen cubierto su balance de ventas con otros libros. En apariencia, una editorial pequeña tiene más libertad pero también tiene más necesidades y más urgencia.


P: ¿Crees que va a cambiar el estilo de la escritura de aquí a unos años teniendo en cuenta que hoy es el momento de la historia en el que más se escribe y se lee? El hecho de que ahora estemos expuestos a textos cortos y concisos y que tengamos que crearlos así, quizás haga que los escritores del futuro, que han crecido con esos textos, desarrollen su literatura en función de esos esquemas.

R: No estoy de acuerdo. Siempre se ha dicho que la novela es un género lento y que el relato es una forma mucho más concisa, más dinámica. Sin embargo, lo que el lector sigue buscando es la novela y muy circunstancialmente se acerca al relato. Se sigue pensando que el relato es una novela no terminada o una chispa de ingenio pero cuando tienes una buena historia generalmente no escribes relato, te lanzas a la novela.


P: ¿Ahora escribes relato?

R: No, ahora mismo no tengo intención de escribir relatos. Me apetece más escribir otra novela. Y, sin embargo, los dos textos de los que probablemente más satisfecho estoy son dos relatos que aparecieron en Ensimismada correspondencia: «Ultramort» y «Georgina Hübner, en el cielo de Lima». El primero es un relato sobre Gil de Biedma y el segundo es una literaturización de una anécdota muy conocida de Juan Ramón Jiménez que cuento mucho en clase.


P: ¿No crees que quizá el que no te apetezca escribir relatos ahora es quizá debido a que en la novela amplías el horizonte y ya es difícil volver a un género que exige mucho más encorsetamiento como el relato?

R: En primer lugar, sobre las novelas hay muchos prejuicios, y el principal es el de la novela del xix, que es un prejuicio que pesa sobre todos los escritores y sobre todos los lectores. A medida que una novela se aleja del modelo del xix entra la rareza en la novela. Sobre el relato también hay otros prejuicios que son terribles y que tienen que ver con los autores canónicos. Está Carver, están Cortázar y Borges, y por último Chejov. Parece que si quieres escribir un relato te tienes que adscribir a uno de esos modelos: la sequedad de Carver, la delicadeza de Cortázar, el asunto erudito e ingenioso de Borges… y eso constriñe mucho el arranque del relato, tanto al escritor como al lector. Por eso creo que es un género que está demasiado condicionado y cuando escribo relatos pienso que intento ser demasiado acrobático. Por ejemplo, el lector espera casi siempre que haya un final que lo desbarate todo, y en cambio yo en Ensimismada correspondencia lo que intenté precisamente fue desactivar la acción en los relatos, casi a la manera de Azorín: relatos impresionistas a los que les añadía un ejercicio de estilo. Hoy día me planteo que si me lanzase a publicar un libro de relatos tendría que estar muy seguro de que en su conjunto me gusta.


P: ¿Podrías decirnos algunos de tus autores de referencia?

R: Mi escritor de referencia es Milan Kundera, que entre otras cosas me gusta porque es un autor de obra corta. Yo creo que seré un autor de obra corta porque seguramente llegará el día en que piense que ya no tengo nada más que contar y lo dejaré sin mucho problema porque por suerte tengo mi trabajo ajeno a la literatura. Creo que Kundera tiene una obra muy coherente. También me gusta mucho Hanif Kureishi: El buda de los suburbios, me parece estupendo. También Agota Kristof me impactó mucho.


P: ¿Y alguna lectura reciente que te haya gustado especialmente?

R: En la orilla me parece una novela muy valiente porque Chirbes es capaz de detener la narración literaria y centrarse en lo que él quiere contar sobre los personajes, incluso en contra de los deseos del lector, lo que supone casi un desprecio hacia las expectativas del lector, y parece un esfuerzo por defraudarlas. Sin embargo, ha construido una novela que ha sido muy leída, lo cual es paradójico.


P: Eres profesor de Lengua y Literatura en un instituto, ¿leen mucho los adolescentes actuales?

R: Siempre hay algún alumno lector. Es la minoría lectora que existió siempre y que sigue existiendo, a pesar del tópico que dice que los adolescentes no leen, lo cual es mentira porque en todos los informes sobre hábitos lectores del Gremio de editores siempre la franja de población que más libros lee es la que está entre los 13 y los 16 años. Es entonces cuando surge la necesidad de la lectura, porque es el momento en el que están todas las preguntas en el aire y si la literatura te puede dar ciertas respuestas y algo de calorcito, nunca viene mal, y sobre todo si eres un niño raro. Digo raro, o feo incluso, porque si todo te va bien por lo general no tienes necesidad de leer y te dedicas a otras actividades más interesantes (risas).


P: ¿Has tenido alguna experiencia interesante en la educación relacionada con la literatura?

R: Sí, tuve una experiencia, llamémosla romántica, en Chipiona, en un instituto en el que me encontré en un curso con un grupo de alumnos de trece años en el que en lugar de haber un lector, como suele ser lo habitual, en este caso había siete. Y eran muy buenos. Estuve con ellos desde segundo de la ESO hasta segundo de Bachillerato y vivimos una bonita experiencia. Hicimos un taller literario, un fanzine, obras de teatro... Fue curioso porque el grupo parecía un casting, con la chica poeta sensible, el rapero ambicioso y muy literario, el narrador científico y naturalista, el de ciencia-ficción… Esa época fue quizás la más romántica en cuanto a la educación que yo haya experimentado hasta ahora. 

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