
Ahora regresa con Los libros repentinos, una novela en la que la realidad social está muy presente pero siempre con el aliciente adicional de ese estilo que hace que acercarse a una obra suya sea una experiencia lectora de primer orden. Pablo nos concedió un rato para charlar de su último libro y de otras cuestiones intrínsecas a la labor de la escritura. Le estamos muy agradecidos por esa pequeña charla y su generosa disposición.
P:
Tus obras podrían calificarse como comprometidas o, más bien, como novelas de corte
social pero en las que hay un estilo que se aleja de lo que uno esperaría en
una obra así. ¿Crees, como afirma por ejemplo Constantino Bértolo, que si una
obra no tiene un trasfondo social o político, no puede considerarse literaria?
R:
Mis novelas son sociales, sin duda, e incluso ―y esto puede que sea criticado
por otro tipo de escritores― las concibo como novelas de tesis, porque en
ciertos aspectos creo que soy un actor moralista: tengo unas ideas previas y
las desarrollo en forma de parábola, es decir, como hacía Baroja, quien de
hecho es para mí es un eje fundamental en esta novela. No tengo problemas a la
hora de defender esa idea y en cambio percibo que hay un rechazo con respecto a
ella, que tiene que ver con los propios autores, con los editores y con los
lectores. Creo que hay una idea muy extendida de que la novela se ensucia
cuando bajas al barro de lo concreto y de la realidad.
P:
¿Percibiste algo así cuando publicaste tu novela anterior, Democracia?
P:
Sin embargo es fácil distinguir a autores muy centrados en lo social y otros
que parecen ajenos por completo a ello…
R:
En general en la literatura española ha habido dos polos. El primero de ellos
es el de la literatura deshumanizada,
que sería la defendida por Ortega y Gasset o por Juan Ramón Jiménez, que es esa
literatura que no se mancha con la realidad, es decir, una literatura escrita
de espaldas al tiempo en el que vivieron sus autores. Y el segundo de esos
polos es el que podría encabezar la generación del 98, con autores como
Machado, autores que pisan la calle y cuentan en forma de literatura aquello
que ven. Si me tuviera que posicionar, diría más bien que mis novelas se
encuentran entre ambos polos, porque, por un lado, los autores deshumanizados
son los que mejor han cuidado el tropos, la gramática o la retórica, mientras
que los autores sociales han adolecido de intentar, como decía Blas de Otero,
escribir «versos para que el maquinista». Yo me sitúo en un terreno intermedio
que defiende la concepción de la literatura como un arma de intervención y
resistencia pero al mismo tiempo el ingrediente esencial de mis novelas es el
idioma, por encima incluso, en muchas ocasiones, de los temas.
P:
¿Qué opinas de la denominada literatura de la crisis?
R: Creo
que entre los lectores y editores ha habido una mala acogida de la literatura
de la crisis. Hace poco Marta Sanz decía que todo escritor actual debería tener
su propia novela de la crisis. Debemos pensar que ha habido, y todavía hay una
guerra social delante de nuestras narices. En Sanlúcar de Barrameda, por
ejemplo, hay un 47 % de paro, que es una cifra astronómica. Para mí es imposible escribir sin tener en
cuenta esa realidad. Por eso, no es cierto que exista una literatura que sea
social y otra que no lo sea, sino que toda es social porque no existe la
literatura individual. Ahora bien, tú puedes optar por dos actitudes: sentir la
necesidad de resistir, y escribir desde esa resistencia o bien asimilar la
realidad y, por tanto, escribir desde la que, para mí, es la peor de las
actitudes, el cinismo.
P:
En Los libros repentinos, tu última
novela, cambias el foco con respecto a tu novela anterior, Democracia. Si en la última el protagonista era Marco, un urbanita,
ahora lo pones sobre Reme, una mujer mayor que vive en un barrio marginal.
R:
La novela está ambientada en una ciudad del sur, de la baja Andalucía, un
ambiente similar a aquel en el que Caballero Bonald suele situar sus novelas.
Uno de los temas de la novela es el urbanismo o, más bien, cómo crecieron esos
barrios. Lo hicieron de forma periférica a los centros históricos importantes,
como por ejemplo en Sevilla, donde esas barriadas se sitúan extramuros, como se
dice en la novela. A partir de los años 50 y 60 se construyeron enormes
barriadas que debían albergar al éxodo masivo que llegaba desde los pueblos, todo ello acentuado por el baby boom
de los 60. Esas ciudades crecieron como verdaderos guetos hasta convertirse en
barriadas marginales. Todas ellas están marcadas por el signo de la tragedia:
por la marginalidad y por lo que después ocurrió en los años 80. El ejemplo
paradigmático de ello es la barriada de Torreblanca, que se cita en la novela,
y que se construyó para albergar a los presos que construyeron el canal del
bajo Guadalquivir. Cuando los presos redimieron sus condenas se marcharon a
vivir allí y en los 80 esa barriada fue devorada por la heroína. Es como si los
hijos de esos presos no hubieran tenido suficiente condena, y hubiesen sufrido
una segunda, la de la marginalidad. Ese es sin duda un leitmotiv de la novela, esencial.
P:
Una de las virtudes de tus libros es la verosimilitud de tus
personajes, ¿cómo te enfrentas a esa creación?

P:
Creemos que la cubierta del libro refleja muy bien el libro. ¿Cómo surgió la
idea?
R:
Cuando Elena Ramírez, la editora de Seix Barral leyó la novela, me dijo que la
cubierta tenía que representar a Reme, y la idea era que fuese un dibujo y no
una foto, como suelen ser las cubiertas de Seix Barral, porque veíamos así a
Reme, como un dibujo. Y cuando me llegó la ilustración, dije: «Es Reme». El
dibujo tiene los cuatro elementos que la distinguen y la mirada me parece genial,
un acierto. Ya no puedo imaginar a Reme de otro modo.
P:
Hay otra presencia muy evidente en la novela: el sexo.
R:
También estaba presente en mis otras novelas. Cuando te enfrentas a la
escritura de una novela y surge la cuestión de la sexualidad de los personajes,
puedes hacer dos cosas: o la obvias o la expones. Como llevamos a cuestas
muchos prejuicios morales, parece que si expones la sexualidad de un personaje
conviertes la novela en erótica, cuando no tiene por qué ser así.
P:
Además tratas la sexualidad en personajes de diferentes edades: un adolescente,
un matrimonio en el que el sexo es algo enfermizo, una mujer mayor…
R:
Para mí el retrato fundamental es el de Reme, que es un personaje agujereado,
es decir, con muchas carencias a lo largo de su vida. Tuvo la mala suerte de
caer en un sistema moral represivo, que yo llamo la guerra fría nacional, en el
que la sexualidad femenina estaba proscrita y ella sin embargo tenía mucha
sexualidad contenida. Me interesaba que esa sexualidad contenida explotara al
mismo tiempo que la otra rebeldía, la social, es decir, que se licuara la
rebeldía, que se manifestara de forma física.
P:
¿Cómo fue para ti el paso de una editorial pequeña como Lengua de trapo a
trabajar con una mucho más grande como Seix Barral?
R:
Hay muchísimas diferencias. Hay una diferencia económica que lo hace todo más
fácil, eso es evidente. Esa diferencia económica además también hace que las
expectativas de los editores contigo sean diferentes, porque ellos tienen
cubierto su balance de ventas con otros libros. En apariencia, una editorial
pequeña tiene más libertad pero también tiene más necesidades y más
urgencia.
P: ¿Crees que va a cambiar el estilo de la escritura de aquí a unos años teniendo en cuenta que hoy es el momento de la historia en el que más se escribe y se lee? El hecho de que ahora estemos expuestos a textos cortos y concisos y que tengamos que crearlos así, quizás haga que los escritores del futuro, que han crecido con esos textos, desarrollen su literatura en función de esos esquemas.
R: No estoy de acuerdo. Siempre se ha dicho que la novela es un género lento y que el relato es una forma mucho más concisa, más dinámica. Sin embargo, lo que el lector sigue buscando es la novela y muy circunstancialmente se acerca al relato. Se sigue pensando que el relato es una novela no terminada o una chispa de ingenio pero cuando tienes una buena historia generalmente no escribes relato, te lanzas a la novela.
R: No estoy de acuerdo. Siempre se ha dicho que la novela es un género lento y que el relato es una forma mucho más concisa, más dinámica. Sin embargo, lo que el lector sigue buscando es la novela y muy circunstancialmente se acerca al relato. Se sigue pensando que el relato es una novela no terminada o una chispa de ingenio pero cuando tienes una buena historia generalmente no escribes relato, te lanzas a la novela.
P:
¿Ahora escribes relato?
R:
No, ahora mismo no tengo intención de escribir relatos. Me apetece más escribir
otra novela. Y, sin embargo, los dos textos de los que probablemente más
satisfecho estoy son dos relatos que aparecieron en Ensimismada correspondencia: «Ultramort» y «Georgina Hübner, en el cielo de Lima». El
primero es un relato sobre Gil de Biedma y el segundo es una literaturización de una
anécdota muy conocida de Juan Ramón Jiménez que cuento mucho en clase.
P:
¿No crees que quizá el que no te apetezca escribir relatos ahora es quizá
debido a que en la novela amplías el horizonte y ya es difícil volver a un
género que exige mucho más encorsetamiento como el relato?
R:
En primer lugar, sobre las novelas hay muchos prejuicios, y el principal es el
de la novela del xix, que es un
prejuicio que pesa sobre todos los escritores y sobre todos los lectores. A
medida que una novela se aleja del modelo del xix
entra la rareza en la novela. Sobre el relato también hay otros prejuicios que son terribles y que
tienen que ver con los autores canónicos. Está Carver, están Cortázar y
Borges, y por último Chejov. Parece que
si quieres escribir un relato te tienes que adscribir a uno de esos modelos: la
sequedad de Carver, la delicadeza de Cortázar, el asunto erudito e ingenioso de Borges… y eso constriñe mucho el
arranque del relato, tanto al escritor como al lector. Por eso creo que es un género que está demasiado condicionado y cuando escribo relatos pienso que intento
ser demasiado acrobático. Por ejemplo, el lector espera casi siempre que haya
un final que lo desbarate todo, y en cambio yo en Ensimismada correspondencia lo que intenté precisamente fue
desactivar la acción en los relatos, casi a la manera de Azorín: relatos
impresionistas a los que les añadía un ejercicio de estilo. Hoy día me planteo
que si me lanzase a publicar un libro de relatos tendría que estar muy seguro
de que en su conjunto me gusta.
P:
¿Podrías decirnos algunos de tus autores de referencia?
R:
Mi escritor de referencia es Milan Kundera, que entre otras cosas me gusta
porque es un autor de obra corta. Yo creo que seré un autor de obra corta
porque seguramente llegará el día en que piense que ya no tengo nada más que
contar y lo dejaré sin mucho problema porque por suerte tengo mi trabajo ajeno
a la literatura. Creo que Kundera tiene
una obra muy coherente. También me gusta
mucho Hanif Kureishi: El buda
de los suburbios, me parece estupendo. También Agota Kristof me impactó
mucho.
P:
¿Y alguna lectura reciente que te haya gustado especialmente?
R: En la orilla me parece una
novela muy valiente porque Chirbes es capaz de detener la narración literaria y
centrarse en lo que él quiere contar sobre los personajes, incluso en contra
de los deseos del lector, lo que supone casi un desprecio hacia las
expectativas del lector, y parece un esfuerzo por defraudarlas. Sin embargo, ha
construido una novela que ha sido muy leída, lo cual es paradójico.
P:
Eres profesor de Lengua y Literatura en un instituto, ¿leen mucho los
adolescentes actuales?
R:
Siempre hay algún alumno lector. Es la minoría lectora que existió siempre y
que sigue existiendo, a pesar del tópico que dice que los adolescentes no leen,
lo cual es mentira porque en todos los informes sobre hábitos lectores del
Gremio de editores siempre la franja de población que más libros lee es la que
está entre los 13 y los 16 años. Es entonces cuando surge la necesidad de la
lectura, porque es el momento en el que están todas las preguntas en el aire y
si la literatura te puede dar ciertas respuestas y algo de calorcito, nunca
viene mal, y sobre todo si eres un niño raro. Digo raro, o feo incluso, porque
si todo te va bien por lo general no tienes necesidad de leer y te dedicas a
otras actividades más interesantes (risas).
P:
¿Has tenido alguna experiencia interesante en la educación relacionada con la
literatura?
R:
Sí, tuve una experiencia, llamémosla romántica, en Chipiona, en un instituto en
el que me encontré en un curso con un grupo de alumnos de trece años en el que
en lugar de haber un lector, como suele ser lo habitual, en este caso había
siete. Y eran muy buenos. Estuve con ellos desde segundo de la ESO hasta
segundo de Bachillerato y vivimos una bonita experiencia. Hicimos un taller
literario, un fanzine, obras de teatro... Fue curioso porque el grupo parecía un
casting, con la chica poeta sensible, el rapero ambicioso y muy literario, el
narrador científico y naturalista, el de ciencia-ficción… Esa época fue quizás
la más romántica en cuanto a la educación que yo haya experimentado hasta ahora.
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