La uÑa RoTa es una de esas editoriales que los lectores suelen descubrir como quien no quiere la cosa. Un día entran a una librería y ven una portada que quizás les llama la atención y se dicen, hoy voy a probar con este. O quizá están en una charla de bar, de esas en las que muy ocasionalmente se habla de libros y alguien dice: «Joder, ¿que no conoces a Rodrigo García? ¿Que no conoces a Angelica Lidell? ¿Que no conoces ese diario de 1926 de Walser? Y así es como los lectores conocen a esa editorial segoviana que se está abriendo hueco desde hace años entre las decenas de miles de títulos que se publican cada temporada. No aparentan ser ambiciosos, o quizá es que entienden la ambición como una carrera de fondo, en la que la confección del catálogo y la coherencia son las que conducen al éxito. Eso, y una buena dosis de suerte, que nunca viene mal. Por eso, ya que nosotros no elegimos sus títulos (algo que ya hacen ellos muy bien) al menos les deseamos toda la suerte del mundo. La merecen.
Charlamos en Segovia con Carlos Rod, coeditor de La uÑa RoTa, con el que descubrimos algunos secretos de la editorial y, sobre todo, pasamos un muy buen rato. Disfrutad de la entrevista tanto como lo hicimos nosotros.
P: ¿Cómo surgió La Uña Rota?
R: Tendríamos que trasladarnos a la Segovia
de los años 95 y 96, cuando en la ciudad empezaron a surgir iniciativas
culturales, tanto en lo artístico como en lo musical y lo literario. Iniciativas
y propuestas de gente muy joven con intereses similares y con ganas de trabajar
conjuntamente. Fueron años en los que proliferaron, además, una serie de
fanzines y plaquetes como Deuca Tuco,
Pavesas, Insumikao (en relación,
claro, con ese movimiento contestatario de la insumisión, penado con la cárcel,
tan importante en aquellos años, también en Segovia, cuando el servicio militar
era obligatorio). Por otro lado, y al mismo tiempo, en 1990 nace la facultad de
Publicidad. Dicho así parece una tontería, pero… el contexto es importante. En
aquel tiempo había pocas facultades en Segovia. Derecho, Empresariales… y poco
más. Y la carrera de Publicidad poco a poco se convierte en un hormiguero de
estudiantes con inquietudes. Y bueno, sin tenerlo nada claro, decido
matricularme en Publicidad y es allí donde conozco a Miguel Díaz. Y un día
decidimos editar un fanzine. Esta pequeña revista casera catalizó la creación
de la editorial. Porque al poco de sacar el primer número conocimos a Rodrigo
González, que en aquella época había hecho por su cuenta y riesgo otro fanzine
muy parecido a Fiasco. Y, claro, ante
tal coincidencia, decidimos juntarnos, aunar fuerzas y editar uno de forma
conjunta. Y enseguida, Arcadio Mardomingo y Mario Pedrazuela empezaron a
colaborar regularmente aportando contenidos. Arcadio con fotomontajes y Mario
con poemas. Esos fanzines no tenían números, sino nombres distintos. Así, al
primer número lo llamamos Fiasco, al
segundo Gazapo, al tercero Pingajo y al cuarto Galleta… De tamaño apaisado, 15x10, fotocopiados y grapados a mano,
y todos intervenidos y con una sorpresa dentro. Fiasco, por ejemplo, llevaba dos granos de arroz que invitábamos a
conservar para una paella del futuro. Y claro, eran gratuitos. O bien los
repartíamos a mano o se adquirían en los bares. El plan inicial era hacer cinco
números, pero el quinto, a pesar de que lo teníamos casi editado, nunca llegó a
publicarse. O tal vez sí… fue un fanzine
fantasma, porque lo que hicimos fue difundir que andaba disponible por ahí. Insistimos
tanto que hubo quien nos dijo que lo tenía y que le había gustado mucho. En
cualquier caso, la aventura del fanzine la terminamos ahí, con ese quinto
número nunca editado. Coincidió con el último año de la carrera.
Una mañana de
septiembre de 1996 Rodrigo, Mario, Arcadio y yo nos reunimos para idear la forma de
publicar individualmente los textos y las fotografías y los dibujos de algunos
de los autores que habitualmente colaboraron en la publicación, y que nos
gustaban, como Fito Merchante, Jesús Moncada y Damián, Miguel Ángel de Frutos…
Nombres que en el diminuto círculo cultural de Segovia empezaban a sonar. Y fue así
como, tras poner cada uno 5000 pesetas, mandamos a imprenta el primer título: El saludo del francotirador partiendo la
noche, de Fito Marchante. 500 ejemplares. Precio: 100 pesetas (¡menos de un
euro!). Y poco después, Escritos
higénicos (desde el psiquiátrico), de Jesús Moncada. Y así, muy poco a
poco, título a título, hasta ahora.
P: Creemos que sois una editorial particular, como vuestros orígenes, ¿cómo de particular es vuestro trato con los autores?
R: El trato con los
autores siempre ha sido muy peculiar. Por ejemplo, con el tiempo, conocimos a
Rodrigo García gracias a un taller de dramaturgia que impartía en Casa de
América. Habíamos ido a al teatro a ver varias de sus obras. Y cuando cayó en
nuestras manos Borges, no dudamos en
publicarlo. Además, Borges lo
habíamos visto representado por Juan Loriente, pintado de azul, las orejas
puntiagudas y con una manzana en la mano, en el Anfiteatro de La Casa de
América dentro de un ciclo dedicado al célebre escritor argentino. En ese
ciclo, entre otros muchos autores, también participaba Juan Mayorga. Y bueno,
de todo aquello, aparte de lo enorme que estuvo Juan Loriente, lo mejor fue la
cara de María Kodama viendo Borges de
Rodrigo García. No había espectador que no la mirara de reojo. Allí quieta, perpleja…
En fin. La publicación de Borges, de alguna forma, nos dio cierta
repercusión, pero ya sabéis, todo muy underground.
Teníamos también publicado en el catálogo a otro autor, un tal Samuel Beckett
(risas). Uno de esos autores cuya obra, uno piensa, está íntegramente traducida
al castellano. Pero resulta que no. Que empiezas a rascar y a leer y descubres
que hay textos sueltos que no están incluidos en ningún libro. Textos
interesantes y claves en su trayectoria. Y de esa experiencia de búsqueda, surge
esa otra parte fundamental, esa que consiste en mirar entre los resquicios, en
olfatear, indagar, extraviarse…
P: Pero también tenéis buena parte de traducciones...
R: Se puede decir
que parte de lo que es la editorial se debe en gran medida a los traductores
con los que trabajamos. Traductores y sin embargo también amigos, que diría
nuestro amigo Miguel Martínez-Lage. Y Lage fue crucial en nuestra trayectoria.
Siempre lo decimos. Miguel, por su parte, nos presentó a un amigo suyo, también
traductor, Juan de Sola, un traductor de nuestra edad, que ya conocíamos por
varios de sus libros traducidos, y que nos encantaba, y que por entonces, hablo
del año 2005, traducía libros de Robert Walser para Siruela. Juan se convirtió
también en una pieza importante de este rompecabezas que es la editorial.
Porque nosotros a editar hemos aprendido editando.
P: ¿Cuál diríais que fue el momento en el cual os dijisteis: «Bueno, esto ya va en serio»?
Sin duda, Cenizas escogidas, de Rodrigo García.
Fue un libro que nos exigió ponernos las pilas, ensanchar miras, invertir
tiempo y dinero. Para nosotros, se trataba de publicar por primera vez un libro
grande, grueso, y, sobre todo, nos exigía una forma de distribución distinta.
De repente nos dimos cuenta de que ya no era válida la distribución que
hacíamos hasta entonces, que llevábamos a cabo nosotros mismos.
P: Los textos de La Uña Rota son bastante
heterogéneos, y queríamos saber cómo se define la línea editorial, porque vemos
que abarcan estilos diversos, aunque parece que existe una vocación
experimental en ellos.
R: Podría decirse que nuestras colecciones,
Libros inútiles, Libros robados y Libros del apuntador, no están basadas en géneros
literarios: de historia, de poesía, de novela, de teatro… En la colección
Libros del apuntador, por ejemplo, reunimos libros de narrativa (Nota del autor, de Conrad) de ensayo (La nada y las tinieblas, de Fridegiso de
Tours y Tomás Pollán), de memorias (Escritos
de mujeres desde el sitio de Leningrado), de poesía (la de Thomas Bernhard)
y de teatro (Play Strindberg, de
Dürrenmatt), una colección que dirige la punta del dedo, la mirada, hacia textos
inéditos en castellano que nos parecen interesantes.
En cuanto a lo
experimental… bueno, ¿de qué hablamos cuando decimos «experimental»? Si son
textos que tienen una vocación indagadora, que exploran territorios menos
transitados y más arriesgados… Entonces, tal vez. Pero creo que lo experimental
se refiera a otros ámbitos, a meros ejercicios de estilo. Personalmente cada
vez me gusta menos decir «nuevo» o «distinto», términos tan publicitarios, y
tan ligado habitualmente a lo experimental. Y que suenan a hueco. Quizás Inquieto de Kenneth Goldsmith tiene un
toque experimental, pero de alguna forma en ese libro, a mi juicio un gran
libro, el propio experimento niega el experimento, ¿no?
P: Una parte importante de vuestro catálogo
pertenece al mundo del teatro. Leyendo hace poco unas encuestas vimos que, de
los libros que se leían, solo el 1 % correspondía a textos teatrales y
seguramente clásicos. ¿Cómo surge entonces la idea loca, porque es una idea
loca, de publicar teatro, y además teatro contemporáneo?
R: En mi opinión, pero esta es solo mi
opinión, un editor no debería mirar los índices de lectura porque se puede
deprimir (risas). Pero sobre todo, un editor no debería fijarse solo en lo que
parece que es lo que más se lee. Si se dejara llevar por esas encuestas que mencionáis,
entonces publicaría lo dominante, lo que parece que el lector demanda. Y digo «parece» porque el lector, es, somos, una caja de sorpresas. Me interesa el editor que, de alguna forma,
revela lo que está oculto. Y cultiva una tendencia (¿qué palabra más horrible, ¿verdad, «tendencia»), digamos mejor un signo, o mejor, una corriente que andaba
subterránea, invisible. El editor que se empeña en generar debate con cada libro
que publica y que cuestiona el discurso dominante y lo que se considera
literatura y lo que no. El editor, a fin de cuentas, que cree firmemente en un
tipo de texto, con un discurso determinado, y encuentra el modo de hacerlo
llegar a sus lectores, porque sabe que los tiene. Y poco a poco se las arregla
para reunir a esos lectores en torno a ese libro. Solo así editaríamos desde un «nosotras y nosotros», y al mismo tiempo hacia una comunidad.
Cuando en 2009 publicamos
Cenizas escogidas, de Rodrigo García
a menudo nos decían que un libro así, tan ambicioso, y encima de teatro, no iba
a ningún lado. Que el teatro no se vendía. Que a los libreros no les interesa
el teatro. Pues mira, el libro va por la tercera edición. Por no hablar de Juan
Mayorga, de Angélica Liddell… Creo que con la publicación de este libro de Rodrigo,
ganamos en credibilidad y en confianza. Un libro que empezó a generar una
comunidad de lectores.
P: En que no hay que mirar los índices de lectura
estamos de acuerdo, pero, ¿y lo índices de venta?
R: Ahora tenemos acceso a esos índices de
ventas porque nos los proporciona la distribuidora. Obviamente hay que tenerlos
en cuenta. Cómo ignorar algo así. Tal vez lo interesante sea analizar esa
tensión que se produce entre lo que se publica y lo que se vende, y hacer que esa
tensión acabe siendo productiva. Creo que es necesario replantearse, repensar, cada
vez que decidimos publicar cierto libro, dónde estamos, hacia dónde vamos… Cómo
dialoga ese título con el resto de títulos del catálogo y con los que están por
venir. Creo que el buen lector percibe también eso. Digamos que al editor le
conviene replantearse con cada libro, de alguna forma, qué significa «editar». Para
qué editas y para quién.
Desde luego, es bonito publicar lo que nos gusta, lo
que pensamos que debería estar en las librerías; pero por otro, no podemos
perder de vista que vivimos en un sistema donde prima el capital. No hay duda
de que, para subsistir, como empresa, dependemos del capital. Este es un
sistema que se rige por los dictados del mercado. Los dictados o la dictadura
del mercado. La cuestión es: qué lugar ocupas frente al mercado. De ahí la
importancia de conectar con los lectores. De ser coherente al tiempo que
arriesgas, que apuestas, que incluso te equivocas… De hacerlos cómplices de tu
aventura. Tal vez por eso mismo, está bien ser un poco estrábico, es decir, tener
un ojo puesto en los índices de venta y el otro mirando hacia otro lado, hacia
los márgenes, allí donde crecen esas hierbas tan raras, donde no es habitual
mirar. Es decir, buscar ese equilibrio entre lo que te gusta y lo que se vende.
Y aún así, aun sabiendo que cierto libro, que tienes entre ceja y ceja, que
quieres publicar sí o sí, no se va a vender mucho, vas y lo publicas. Como es
el caso de Alegato contra la novela
histórica, de Manzoni, que prologó muy generosamente Isaac Rosa, o más
recientemente, Inquieto, admirablemente
traducido por Carlos Bueno Vera. Un libro con un grado de opacidad y resistencia
considerables, que exige otra forma de lectura. Un libro que sabíamos que, por
desgracia, no contaría con más de 500 lectores. Y así todo, pensamos que es un signo,
un modo de entender la literatura que se hace aquí y ahora, y que por tanto es
necesario traducirlo y publicarlo.
P: Habéis publicado con mucho éxito textos de
Rodrigo García, de Angélica Liddell y de Juan Mayorga. ¿Os ha costado mucho
convencerles de que este era un proyecto en el que debían embarcarse o
simplemente por el hecho de que alguien quisiese publicar sus textos ya
aceptaron sin reparos?
R: Supongo que todos estaremos de acuerdo en que
una editorial no es ni más ni menos que los títulos que publica. Ahí está su
razón de ser y su ideología. Pero sí, es cierto, no solo eso. También el
cuidado y esmero con el que la editorial maqueta y diseña los libros junto a su
capacidad de difundirlos. Porque un catálogo sin distribución… Se podría decir,
que a partir de esta evidencia, el editor propone, sí, pero es el autor o la
autora quien dispone, quien decide si quiere embarcarse en tu proyecto. Por
nuestro lado, claro, intentamos hacerle ver que esta es la editorial idónea. Que
nuestro compromiso es defender al máximo sus textos y hacerlos llegar en las
mejores condiciones posibles a los lectores. Porque bien pensado, ¿y si no
fuera el editor quien descubra al autor, como suele decirse, y fuera al revés?
Es decir, ¿y si es el autor quien en realidad descubre al editor?
P: ¿Qué relación tenéis con los libreros?
R: Vamos habitualmente a librerías. Y no solo
como editores, también como lectores. Compramos libros. Intentamos estar al día
de lo que se publica en castellano. Cada vez que visitamos una ciudad, una
parte del tiempo la dedicamos a visitar librerías. A hablar con libreros.
Durante varios años he sido librero y soy consciente de lo duro –y lo
importante– que es mantener viva una librería. Tenemos pendiente hacer una gira
por librerías de toda España. Están surgiendo librerías muy interesantes por
todo el país y estamos deseando visitarlas, conocer en persona a los libreros. Libreros
y editores somos cómplices y necesitamos conversar con frecuencia y trabajar
conjuntamente y que, en nuestro caso, necesitamos que entiendan nuestro modelo,
un modelo, por ejemplo, que defiende publicar pocos libros al año.
P: Hemos hablado antes de la decisión de publicar
teatro, que ya de por sí parece algo arriesgado. Otro aspecto que a nosotros
nos encanta, pero que quizás también es arriesgado, es el de salir a las
librerías sin un diseño de cubiertas definido. ¿De dónde surge esa idea? Y, ¿no
creéis que eso en cierta medida también dificulta la visibilidad en las
librerías?
R: Digamos que hemos sido incapaces de crear
un diseño editorial (risas). Eso sí, lo intentamos. Por ejemplo, la colección
Libros del apuntador nació con La vieja
canción, de Robert Pinget y Samuel Beckett. El primer libro traducido que
publicábamos. Hicimos un diseño muy concreto, pensado para aplicar a los
próximos títulos de esa colección, pero enseguida caímos en la cuenta de que
ese diseño se parecía mucho al de una editorial que acababa de nacer en
Argentina, Adriana Hidalgo, así que desistimos. Luego Arcadio, autor de muchas
de las cubiertas de la editorial, intentó hacer un nuevo diseño, pero llegó un
momento en que dijimos: «¿Vamos a hacer todos de la misma manera? ¿Con un mismo
diseño de cubierta? Vaya aburrimiento» (risas). Además por entonces, allá por
2001-2002, publicábamos solo uno, dos tres o libros al año. Y creímos entender
que cada libro pedía su propio diseño. No uno estereotipado. De hecho, lo
pasábamos bien imaginando con Arcadio el diseño de cubierta. A veces sufríamos,
porque no siempre dábamos con la clave a la primera, pero al cabo era
divertido. Y al mismo tiempo empezamos a colaborar con ilustradores. Javier Roz
es uno de ellos. Varios títulos llevan en la portada sus dibujos. A Juan
Genovés, sin conocerlo de nada, decidimos escribirle para que ilustrara Medidas variables, de Pilar Campos, y
cuál fue nuestra sorpresa cuando no sólo contestó, sino que en el sobre había
incluido una lámina con dibujos. Y luego conocimos a Ramon Sanmiquel, a Eduardo
Jiwnani, a Daniel Montero, a Borondo, Sophie Jodoin, entre otros. Cada uno puso
su grano de arena. El estilo de la editorial también es el suyo. Y todos se
complementan. Una vez más es el propio contenido del libro el que sugiere el diseño
de cubierta que necesita.
P: Esta es una curiosidad que tenemos, ¿cómo
disteis con el texto de El aumento de
Perec?
R: Pues es una historia bonita que demuestra
cómo un «no» puede abrir otros caminos. La historia la contamos sucintamente en
una nota dentro el libro. A Pablo Moíño le encargamos traducir una obra de
teatro, por llamarla de alguna forma, tratándose de Perec nada es lo que
parece, que nos había hecho reír mucho, El
aumento, y que no estaba publicada en España. El caso es que el libro nos
pedía algo más, y hablando con Pablo Moíño, sin duda uno de los mayores expertos
en OULIPO de este país, nos planteamos buscar textos de OULIPO que acompañaran
a la obra. Textos principalmente teóricos. Conferencias y artículos que tuvieran
que ver con lo Perec entendía por OULIPO. Comenzamos a leer decena de textos que
tenía publicados en Francia, e hicimos una selección. Cuando se lo comunicamos
a la agencia que ya nos había vendido los derechos de El aumento, nos dijeron que tenian que consultárselo a la sobrina,
que es la que tiene los derechos. Pero para nuestra sorpresa la sobrina dijo
que no quería asociar a Georges Perec con OULIPO. Que prefería
desligarlo de ese movimiento… Suena raro, porque decir Perec es decir al mismo
tiempo OULIPO, pero… Así que no nos autorizó a publicar este libro tal como lo
habíamos planteado con los artículos de Perec. Y todo esto después de leer y
venga a leer durante meses y luego mano a mano con Pablo a seleccionar e hilar
bien los textos entre sí, porque Pablo es muy meticuloso y atento.
Claro, nos
quedamos un poco chafados, pero de pronto, Pablo nos dijo que en uno de esos
artículos Perec mencionaba un texto que se llamaba El arte de abordar a su jefe de servicio para pedirle un aumento, y
que no parecía estar publicado en libro, ni siquiera en Francia. Que lo había
publicado una revista de educación en los años sesenta. Así que nos pusimos a
investigar y a buscar ese número de la revista en bibliotecas de París. La
respuesta siempre fue negativa. Ni rastro de esa revista. Hasta que Pablo
encontró la solución. La más obvia. Bastaría con acudir a la sede de una
asociación de Perec, que cuenta con una biblioteca donde están todos los libros
de Perec, todo su universo. Así es que le pedimos a Fabian, un amigo que vivía
en París, que se acercara e indagara en ese extraño lugar, perquequiano al cien
por cien, situado en un sótano de una Universidad (según nos dijo Fabian, ni siquiera el conserje de esa Universidad
sabía de la existencia de esa Asociación), y que solo abre un par de horas un
día a la semana, los jueves. Y eureka, encontró la revista. Fotocopió el relato
de Perec y nos lo envió. El texto, que estaba ilustrado, nos encantó, y
preguntamos por los derechos, pero la editorial y la sobrina, aunque suene
inverosímil, nos dijeron que no tenían conocimiento de ese texto, así es que, ¿cómo
iban a dar los derechos de un texto que no conocían? Claro, nosotros les
dijimos que existía, y les dimos «las instrucciones de uso». A las pocas
semanas nos contestaron que ese texto era de primer orden y nos querían cobrar
un dineral. Hablamos con Eduardo Melón, el agente que lleva los derechos desde aquí, y bueno, conseguimos que, a pesar
de ponernos algunas condiciones, nos cobrasen un precio justo.
P: Esta es una pregunta que siempre hacemos y que
casi ningún editor termina respondiendo, pero seguimos insistiendo. Si tuvieses
todo el dinero del mundo y pudieses incorporar a algún autor a La uÑa RoTa.
¿Quiénes serían ese autor o autores?
R: Uf. Por mi parte, y creo que mis
compañeros estarían de acuerdo, editaría las obras completas, una edición
crítica, de Samuel Beckett, incluidas sus cartas, que se están publicando tomo
a tomo y concienzudamente en Inglaterra. Encargaríamos traducir de nuevo la
mayoría de sus textos. Beckett es un escritor serio, pero también tenía humor.
Ambas cosas no están reñidas. Tanto es así, que no se puede entender la obra de Beckett si le
quitas el humor. Este era un proyecto, bueno, más que un proyecto, un sueño que
compartíamos con Miguel Martínez-Lage, un beckettiano como pocos, la persona
idónea para llevar a cabo esta empresa tan ambiciosa. Y claro, si tuviese todo
el dinero del mundo, incorporaría más autores, a ser posible contemporáneos…
P: ¿Cómo veis la situación actual de la edición
desde vuestro punto de vista de editorial pequeña y creéis que habéis salido
más reforzados de la crisis que los grandes grupos?
R: No generalizaría. Está claro que hay que
tener un modelo de negocio y adaptarlo a tu proyecto, esto es fundamental. Como
hemos hablado antes, es importante saber en todo momento dónde estás y hacia dónde
vas. Esto parece una obviedad para a veces se olvida. Y sobre el mundo
editorial y la crisis, yo no sé si llamarlo crisis o más bien crisis de la
imaginación. Esto que voy a decir quizás pueda parecer una exageración y se
malinterprete, pero creo que el mundo editorial está convulsionado, en el
sentido de que ahora mismo los pies son de barro. Y mientras, la burbuja
editorial crece y crece. En España hay mucha oferta y poca demanda. Hay muchos
títulos, demasiados títulos. ¿Hace falta publicar tantos títulos? Publicando
más de la cuenta corremos el riesgo de convertirnos en gestores y poco más.
Gestores de títulos. Y por otro lado, apenas hay crítica. El papel de la
crítica es cada vez menos relevante. Y nos hace falta una crítica solvente. Y a
los editores también nos hace falta autocrítica. Me gusta pensar que la edición es una
forma de combate, de atrevimiento.
P: ¿Cuáles son los planes futuros de La uÑa RoTa?
R: Este semestre vamos a publicar cuatro
libros. Es la primera vez que vamos a
publicar de seguido a tres autores de la casa: Angélica Liddell, Rodrigo García
y Anatole Broyard.
De Angélica,
publicamos en enero-febrero Ciclo de las
resurrecciones. Barullo (un libro dodecafónico),
de Rodrigo García, acaba de llegar a las librerías, un libro importante
porque recoge las obras que ha estrenado desde 2009, con la excepción de Protegedme de lo que deseo, de 1997, un
magnífico texto que estaba perdido y recuperamos para esta edición. Y en mayo, Anatole Broyard, que es el
autor de Ebrio de enfermedad, y del
que vamos a publicar Cuando Kafka hacía
furor, sus memorias del Greenwich Village neoyorquino de finales de los
años cuarenta. Traducido por Catalina Martínez Muñoz. Gran traductora. Se trata
de una genuina historia de iniciación sentimental y sexual. Cuando daba la
sensación de que, recién terminada la segunda guerra mundial, todo estaba por
hacer. Y vaya que si estaba. Con el tiempo en ese barrio germinó el
expresionismo abstracto, la generación Beat, el pop art y Andy Warhol, más
tarde la Velvet Underground. Allí convivían escritores, pintores, filósofos... En
los primeros capítulos de Madmen se
aprecia algo de todo esto. En esa época nació lo «hipster», nada que ver, por
cierto, con lo que hoy se entiende por «hipster». En el libro precisamente
incluimos un artículo de Broyard titulado «Retrato de un hipster», donde aclara
esta confusión. Y por último, publicaremos una pequeña sorpresa, que guarda
relación con el OULIPO actual, el que aún sigue vivo y coleando. Ya lo
desvelaremos. Por cierto, ¿cuánto tiempo llevamos hablando? Tengo hambre…
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