Tienes ante ti un paralelepípedo de un volumen variable denominado libro, un instrumento con siglos de historia diseñado para la lectura. He aquí el objeto en cuestión:
Uy, perdón, que se nos ha colado esta cosa que no sabemos bien qué es. A ver si ahora…
Esto se parece más a lo que nos referíamos. Qué sudores.
Pero llevar a cabo esta operación ―la lectura― no es cuestión baladí. Es necesario haber tratado con muchos libros y dedicarle muchas horas al ejercicio en cuestión para llegar a encontrar la forma que más se adecúe a ti y al libro, es decir, para conseguir esa unión perfecta que se establece entre el lector y el libro que lleva a que lo único que existe es el acto de la lectura y donde la postura que mantenemos o la coordinación de los movimientos que realizamos mientras tenemos el libro entre manos no son sino la vía para alcanzar el éxtasis lector.
Como no todos somos iguales, no todas las posturas de lectura son igualmente eficaces para unos y para otros pero hay una cuestión, la regla de oro de la lectura, que es fundamental. La regla de oro de la lectura se enunciaría así:
Para leer con la máxima comodidad la persona debe sostener o colocar el libro ante sí de modo que pueda ejercitar la lectura de izquierda a derecha (en el caso del alfabeto latino).
El señor que vemos abajo, por ejemplo, aún tiene que aprender esa regla básica; la niña sí parece haber entendido rápido la regla de oro.
Una vez que sabemos cómo encarar la lectura, vayamos allá con lo que nos ha traído aquí, la postura ideal. Piensa que, del mismo modo que estudias con detenimiento la mejor técnica de sujeción de una Winchester 9422 o de una caña de pescar, la manipulación de un libro no es todo lo fácil que uno pudiera suponer. La comodidad no será la misma si el libro reposa sobre un atril, sobre la cama o si está colocado sobre las rodillas mientras te zampas un sándwich de Nocilla en un viaje en metro junto a un acordeonista nervioso.
El atril
Hagamos un breve inciso para hablar de la lectura con este artilugio que hoy se nos antoja una actividad un tanto ancestral. Evoca al monje copista dejándose los ojos delante de un mísero candil, intentando descifrar la caligrafía criptográfica de alguno de sus benditos hermanos. Y además hemos desvirtuado su uso, pues en un inicio el atril tan solo sirvió para que el sacerdote pudiera leer la misa de forma cómoda, evitando así a los monaguillos la tediosa tarea de tener que sostener el misal para que el cura leyese los pasajes escogidos. Por entonces se crearon también los atriles múltiples o facistoles, que utilizaba el coro. Después su uso se vulgarizó, y cualquiera de nosotros puede tener uno en casa para leer un facsímil valiosísimo, la revista del corazón que regalan con el periódico los domingos o para sostener la receta que tratamos de perpetrar enclaustrados en la cocina.
Para el lector un tanto esnob, el atril será útil para leer libros voluminosos y ediciones de lujo. Es además un excelente artículo de escritorio, que se suma a otros de renombrada reputación como globos terráqueos, lupas, tinteros, abrecartas, plumas, brújulas, astrolabios, cartabones, portulanos, pisapapeles, sacapuntas automáticos, colecciones de insectos, esferas armilares, agendas de cuero, carpetas fuelle, muestras raras de minerales, sellos… en fin, todos aquellos objetos que convierten un simple tablero en un hogar. Sin embargo, debemos reconocer que el atril no es un objeto práctico cuando leemos en el transporte público o cuando escogemos leer mientras caminamos por una habitación (algunos lo hacemos, ¿algún problema con eso?). El atril exige estar sentado o de pie, pero sin movernos del sitio, lectores vegetales.
La postura durante el acto
El resto es ya sostener el volumen con las manos, establecer una relación con el libro como con un amante, buscando la posición adecuada ―aquella que te produzca mayor placer, sin duda―. Esta vendrá dada sobre todo por el peso del libro en cuestión:
a) Si el libro es de grandes dimensiones podrás valerte de las dos manos o tan solo de una de ellas pero colocada tras el lomo del libro. Los libros presentan una tendencia natural a cerrarse que hay que vencer, algo así como la entropía pero a la inversa. Podemos evitarlo de dos modos: si empleamos las dos manos podemos colocar una a cada lado del libro, aunque eso dificulta el paso de las páginas; la más usual es la que mantiene una de las manos tras el libro y la otra entre las páginas a las que estamos dedicando nuestra atención para después pasarlas con rapidez.
Sea como fuere, leer libros voluminosos es tarea de titanes. Será por eso que a menudo los llenan de ilustraciones y de notas a pie de página, con el fin de distraernos de la trabajosa tarea de tener que sostener uno de esos mamotretos. Así pues, lo dejamos claro: los libros grandes son un engorro. Son excelentes regalos… pero para los demás. Como los niños pequeños. Los saludas, juegas un poco con ellos, incluso intentas sonsacarles alguna jugosa información sobre sus padres, pero al rato los devuelves a sus dueños. Que los críen ellos.
b) Si tratas con libros de bolsillo, lo habitual será sostenerlos con una sola mano, dejando el pulgar entre las páginas que estás leyendo para evitar que el libro se cierre. Este gesto no solo te permitirá llevar a cabo el acto de la lectura sino que será además un excelente ejercicio para fortalecer tu dedo pulgar, el cual debe hacer frente, de nuevo, a la tendencia de los libros a cerrarse. Esa resistencia que debe oponer el dedo pulgar a la fuerza de las páginas engrosará los tendones del dedo, creando lo que en términos clínicos podría denominarse «hipertrofia del aductor del pulgar» y que en términos coloquiales podría ser conocido como «dedo de lector», fenómeno aún no suficientemente descrito pero que, como las meigas, haberlo, haylo, como el codo de tenista o la tripa cervecera.
La posición de la mano con respecto a tu eje ocular en esas circunstancias es variable y dependerá de tu gusto personal. Hay quien mantiene el libro alejado y cerca del regazo, quien lo coloca justo delante de sus ojos, y quien lo ubica a una altura intermedia. Las variantes son numerosas y no necesariamente mejores unas que otras, aunque siempre hay matices.
Caeremos en un lugar común pero hemos de afirmar que la virtud se encuentra en el justo medio. Si colocas demasiado lejos de ti el libro (en el regazo, como el señor Hemingway o el gran James Dean), puedes llegar a tener dificultades para descifrar esas letras liliputienses de los libros de bolsillo, con la consiguiente miopía asociada y un importante problema cervical o lumbar. Por otro lado, colocar el libro a la altura de los ojos no es insano pero sí algo cursi, especialmente si además cruzas una pierna sobre la otra y colocas sobre el regazo la mano que te queda libre (como Cernuda, en esa pose ya clásica). Por cierto, que ese cruce de piernas no es nada bueno para la columna si la lectura va a prolongarse durante un buen rato. Para una foto viste mucho; para la lectura, atenta contra las leyes de la ergonomía.
Mirad a Lauren Bacall, tan guapa ella, esa sí que es una postura modélica. Un espejo de la que nos regala, guapísimo también él, Marlon Brando.
Y la cama, ¿qué nos decís de la cama? Tan cómoda para algunas actividades, tan incómoda para otras. Para algunos, como nuestro amigo Perec, era su preferida a la hora de leer, lo que nos ayuda a comprender ciertas rarezas en sus obras. También vemos recostada a Audrey Herpburn y a Marilyn, pero es que ellas se podían permitir leer como les diese la real gana.
Tampoco parece muy cómoda la posición de Paul Newman, ni la de ese hípster que, sospechamos, se ha subido al árbol para hacerse la foto y bajar al momento. Instagram, que tiene estas cosas.
Ni debe ser tampoco cómodo ese giro de cuello, cada vez menos habitual, por cierto, que se hacía en el metro para meter el hocico en el libro de la persona que se había sentado a nuestro lado. Las lecturas compartidas no invitan, desde luego, a mantener una posición fija durante mucho tiempo, y si no que se lo digan a Kerouac y Ginsberg.
La mecánica manual de la lectura
Una cuestión importante relacionada con la mecánica de la lectura, y a la que se concede escasa importancia, es la de qué mano se emplea para sostener el libro. No vamos a entrar ahora en la consabida discusión acerca de la discriminación de los zurdos. Sonaría revanchista y panfletario (aunque sea cierto). La factura de los libros y, sobre todo, la dirección de la escritura, favorecen la sujeción del libro con la mano izquierda, dejando la derecha para la acción más precisa de pasar la página. Así, dejando el pulgar entre las dos páginas contrapuestas que estás leyendo, las dificultades a la hora de pasar una página son menos. Únicamente deberás pasar la página con la mano derecha (con los dedos índice y pulgar te será suficiente), mientras el pulgar de la mano izquierda, que corre el riesgo de quedar atrapado entre las páginas ya leídas, debe realizar un movimiento coordinado con los dedos de la mano derecha para retirarse de forma súbita pero breve e introducirse de nuevo entre las dos páginas que procederemos a leer. No hay peligro de que el libro quede cerrado en ese instante en el que el pulgar de la mano izquierda se retira del libro, pues podrás valerte de la mano derecha (más concretamente de algunos de sus dedos, el índice con toda seguridad) para evitar que esto ocurra, y de ese modo mantener la abertura suficiente para que el pulgar pueda introducirse entre las dos páginas nuevas.
Esta sería, claro, la forma ortodoxa de hacerlo. La opuesta es también plausible (empleando la mano derecha para sostener el libro, mientras la izquierda pasa las páginas), si bien se pierden algunas décimas de segundo en el proceso y la probabilidad de que el libro acabe cerrado es mayor, sobre todo si tenemos en cuenta la habitual torpeza de los diestros en el uso de la mano izquierda. Pruébalo tú. Parece que el gesto es el mismo, pero algo impide que la cosa fluya del mismo modo.
Otra costumbre insana y por suerte en desuso es esa manía de lamerse un dedo antes de pasar una página. ¿Pero qué cochinada es esa? No solo por los gérmenes que puede haber sobre un papel, sino por la posibilidad de que alguien después de ti pueda ponerse a leer ese libro. Sed cívicos, usad dedal.
Aunque el problema de la sujeción del libro parece resuelto con el mero uso de tu cuerpo, no es menos cierto que la técnica podría librarte de tal actividad, liberando así tus manos, que ahora podrás utilizar sin remilgos para poder tomar un café o doblar la ropa mientras lees con avidez un libro cualquiera. Por eso urge que sea inventado un mecanismo de libro levitante, que nos permita librarnos de las manos, si bien la verdadera dificultad se encuentra en pasar las páginas del volumen, no en la mera levitación, que podríamos resolver de forma simple haciendo del libro una suerte de móvil que penda del techo. El mecanismo para pasar las páginas, que podría ser el resultado de una leve corriente de aire y un mecanismo en forma de pinza de precisión, te libraría de algunos de los corsés que te impone la lectura, para convertirla así en un acto puramente atencional e intelectivo y evitar, casi en su totalidad, cualquier atisbo de esfuerzo físico que pudiese menoscabar tu aptitud lectora. El Edén del lector, señora.
Hemos encontrado algo casí aproximado:
Sea como sea, elegid la posición que mejor os parezca: acostados, tumbados, corriendo, paseando, colgados de un puente, haciendo submarinismo… pero siempre con un libro en la mano.
Y a vosotros, ¿en qué postura os gusta más leer?
Por cierto, feliz día del Libro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario