Una de las virtudes de la
literatura: alcanzar la verdad partiendo desde la ficción. Una paradoja que,
sin embargo, funciona. Si se combinan bien los elementos de la escritura, estos desembocan en esa sensación casi extática que supone alcanzar una sensación de
realidad allí donde solo hay unos personajes que llegan a nosotros a través de
símbolos. Y es que si tuviésemos que
describir de algún modo la obra de la que hablamos hoy, Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, sería a través de su capacidad para
acercarnos no solo a la realidad de las dos primeras décadas de una zona rural de los
Estados Unidos, sino para mostrarnos a una serie de personajes que caminan por
el libro como podrían pasearse hoy día por las zonas rurales de cualquier país.
La obra consta de 22 relatos que
están construidos a modo de «ciclo de relatos», es decir, que aunque sean
piezas separadas, aparecen personajes aquí y allá que saltan de unos relatos a
otros y conforman una suerte de novela donde George Willard, el periodista del
pueblo, podría ser el protagonista de una bildungsroman que se asienta en una estructura un tanto anómala. En
esos relatos nos encontraremos con el sacerdote, la maestra, el raro, el bruto,
la hija del banquero o el operador de telégrafos del pueblo. En resumen, con
los habitantes de cualquier zona rural de los Estados Unidos, una de esas en
las que la vida se desarrolla a otra velocidad, donde los días y las noches se
suceden sin que la vida parezca perturbarse lo más mínimo. Sin embargo, a pesar de esa aparente estaticidad de los personajes, en todos los relatos hay un deseo de liberación, de huir de esa clase media del Medio Oeste americano y tornar la vida en una aventura más allá de las miserias cotidianas. Pero quizá este libro pueda resumirse en la frase que clausura uno de los relatos:
[...] trató de afrontar con dignidad la idea de que mucha gente debe vivir y morir sola.
Los relatos carecen de clímax, no
hay una estructura clásica de cuento sino una narración en la que predomina la
psicología de los personajes; en ellos inciden la soledad y los cambios que por
entonces estaban teniendo lugar a nivel social en los Estados Unidos, con una
masiva huida hacia las zonas urbanas, una industrialización a marchas
aceleradas y la tímida apertura hacia un mayor protagonismo de la mujer en la
sociedad. Son especialmente la soledad y la incomunicación los aspectos que más
afectan a los personajes, y muchas de sus dudas, complejos y certezas son
deudoras de su incapacidad para relacionarse con los demás.

Este libro de Anderson recibió la
influencia, hasta cierto punto, de Edgar Lee Masters pero, a su vez, Anderson
influyó a muchos de los que después han sido las vacas sagradas de la
literatura estadounidense como Steinbeck, Faulkner o el más reciente Carver. Esa
influencia se da tanto a nivel temático, del que hay una larga tradición en los
Estados Unidos, como en lo estilístico. Por eso resulta sorprendente y algo
bochornoso en lo que toca a la crítica ver cómo se ensalzan libros recientes
(por cierto, no muy ensalzables) que remiten a lo rural, cuando desde hace
décadas hemos tenido unos ejemplos maravillosos que llegaban del otro lado del
charco. Cosas del chovinismo y de una crítica que anda de capa caída,
suponemos.
Por tanto, si queréis haceros con
una buena colección de relatos, escritos con maestría y con una dosis de
realidad (sin, creo, aspirar al realismo) que supera a la realidad misma,
haceos con Winesburg, Ohio. Es apuesta segura.
Autor: Sherwood Anderson
Traducción: Natalia Moret
Editorial: Eterna Cadencia
Páginas: 252
Precio: 19 eur
Hay también una edición anterior de 2010 publicada por Acantilado con traducción de Miguel Temprano García.
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